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     Apenas respiré tus puras brisas
     devolviste a mi sangre los ardores,
     en mi pecho anidaron los amores,
     volvieron a mis labios las sonrisas.

     Mis tristezas, ya reales, ya indecisas,
     mis tremendas borrascas, mis dolores,
     todo cubriste con fragantes flores.
     Tú eres el arco que mi vida irisas.

     Yo llevaré en mi oído eternamente; 
     aún más hondo: en el alma, reverente,
     aquel aplauso de fraternas palmas,

     aquel acento generoso y bueno
     y en comunión bendita con tus almas,
     morir quisiera en tu ferviente seno.

Tomado de Aurelia Castillo de González (1842-1942) Memoria de su centenario. Camagüey, 1942, p.9.

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