A Felipe Pichardo
Iglesita
escondida en un hueco de la plaza
vieja volanta rota
empolvada de silencio,
mientras a tu lado corretean
los vehículos jóvenes.
Rincón
en el hogar ruidoso
de la urbe.
Abuelita,
arrugada de años
tu tapia centenaria:
sólo te visitamos cada domingo
—los demás días brega y deporte—
y te encontramos haciendo calceta
en la aguja de tu pararrayos
con el ovillo interminable de los días.
Iglesia —alma de hostia
de incienso y cirio vivo—
palpitando tan lento
tu corazón de bronce,
siempre de penitencia
arrodillada
en el reclinatorio duro
de tus cimientos.
Iglesita:
con tus brazos tendidos al cielo
y plegadas las manos
en una sola Torre.
Publicado en Antenas, enero 1 de 1929; tomado de Obra poética. Compilación y prólogo de Enrique Saínz. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2007, pp.188-189.