Existe, y bastante generalizada entre los que no le conocieron o le conocieron superficialmente sin comprenderlo, la creencia de que Martí, el hombre superior que supo conmover a Cuba y levantarla de su letargo criminal, era un soñador y visionario que vivía envuelto en ideas abstractas y animado sólo por sentimientos poéticos; que moraba en la región de las ilusiones y era incapaz de producciones útiles ni de ordenar y llevar al terreno difícil de la práctica las ideas que su cerebro gigante concebía.
Nada más lejos de la verdad que esta creencia, absolutamente errada. Yo sostengo que Martí era un hombre eminentemente práctico.
Una de las circunstancias de la vida interesantísima de este hombre extraordinario, es la variedad pasmosa de su talento, la multiplicidad de sus aptitudes.
La América toda conoce y admira al brillante pensador, al escritor de formas nuevas y estilo extraño que cautiva tanto por la profundidad del pensamiento como por la novedad y brillantez de la expresión.
Sus discípulos conocen y veneran al maestro inimitable que les conduce cariñosa y suavemente por senderos desconocidos y por métodos propios, sin libros ni sistemas trillados, hasta iniciar en los ramos del saber humano, para el maestro todos familiares.
La emigración cubana recuerda con placer y echa de menos su palabra de fuego, su oratoria magnética que convencía, entusiasmaba y preparaba el pueblo a cumplir y le obligaba al sacrificio.
Fotografía de Martí incluida en el primer número de la Revista de Cayo Hueso, fundada por emigrados cubanos.
Sus amigos admiraron al “causeur” incomparable, al crítico luminoso, al consejero inapreciable. Todos, en fin, conocen más o menos el filósofo, el conferencista, el tribuno, el poeta, el diplomático, el politico, el periodista; lo que pocos sospecharon en aquel sublime genio fue el hombre práctico. En este carácter fue nuestro privilegio y nuestra dicha conocerle.
Martí tenía señaladas condiciones prácticas, sabía administrar, preparaba con cuidado sus proyectos, nunca erraba en ellos, siempre los realizaba. Sus planes parecían a veces descabellados e irrealizables, porque al prepararlos contaba en sus problemas con factores desconocidos para los demás; con la clarividencia de genio veía él lo que los demás no podían ver, leía en el porvenir, penetraba en la mente de los pueblos y de los hombres, los conocía por dentro, sabía lo que podía esperar de cada uno.
Cuando los pensadores sesudos, los intelectos de primer orden declaraban reposadamente desde sus sitiales de sabios que el pueblo de Cuba no quería la guerra, que estaba degradado y era incapaz de la protesta heroica, Martí leía el corazón de su pueblo y sabía lo que quería, lo que era capaz de hacer.
Cuando nuestras autoridades financieras y económicas aseguraban magistralmente que era imposible hacer una revolución sin dinero o con poco dinero, que “no podía llevarse un pueblo a la guerra con las pesetas de los pobres”. Martí contaba las pesetas, las acumulaba, hacía prodigios de administración, distribución y economía con el pequeño tesoro, y sabía que aquellas pesetas habían de convertirse en caudales suficientes para hacer y sostener la guerra, porque él no miraba a la superficie sino al fondo de las cosas, porque, como él decía, era necesario hundir las manos en la tierra, aunque se desgarrasen, para llegar hasta la raíz del árbol.
Martí sabía hacer números, sabía producir dinero, se sonreía desdeñosamente cuando oía hablar de incapacidad de algunos hombres para producirlo, él había probado lo que su trabajo luminoso podía valer en oro, más de una vez lo vimos afanado en algún trabajo que él llamaba de novia y que resultaba siempre notable, era que necesitaba alguna suma, su pluma pronto se la proporcionaba.
Pudo haber acumulado caudales con su trabajo, siempre vivió de él con holgura; pero él se había impuesto una misión más alta, él se debía a su Cuba, a su América, a la humanidad.
“La esclavitud de los hombres
Es la gran pena del mundo.”
Yo que siempre he creído que en nuestro pueblo había condiciones para lanzar de nuestra tierra el opresor que la deshonra, pensaba que no era pueblo lo que faltaba en Cuba, faltaba sólo un hombre superior capaz de inflamar el pecho de ese pueblo y de recoger y cristalizar su idea, tuve la dicha de conocer a Martí y ver en él el hombre que Cuba necesitaba, por eso le presté mi apoyo humilde pero decidido.
Yo vi para Cuba en el porvenir, días de prosperidad y gloria, porque confiaba en Martí, en su genio para dirigirla, en su previsión para salvarla y en su tacto y aptitudes para administrarla.
La bala que en Dos Ríos cortó su preciosa existencia, hirió a Cuba en lo más profundo de su alma, mató su esperanza más legítima, pero no ha podido matar la fe que él infundió en nuestros corazones ni apagar la luz que su vida, y su ejemplo derramaron en nuestras conciencias.
Tomado de la Revista de Cayo Hueso, Vol.1, Núm.1, Mayo 19 de 1897, pp.2-3.