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Escenas cotidianas (20)

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Escenas cotidianas (20)

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Pobres mendigos. Otra vez, lectores míos, vuelvo a poner en Escena la cuestión de pobres y mendigos; y lo hago por dos motivos. Primero: porque es cuestión del día en el Camagüey. Segundo: porque si no se resuelve con acierto y se empieza cometiendo errores, estos errores, como tantos otros de que somos víctimas, se hacen costumbres, de costumbres pasan a leyes, y sancionado un sistema por las costumbres y las leyes, ¿quién puede con él? ¿Cuánto no cuesta derrocarle? Respondan los legisladores que proponen y los mismos pueblos que apetecen reformas saludables. ¿Cuántas veces un sistema se aparta más y más con el transcurso del tiempo, del objeto que tuvo en su origen, sólo porque partió de un punto errado? ¿Y cuántas se ha pretendido con la intención más pura desarraigar un mal, y se han sembrado otros más graves? Creo excusado demostrar con ejemplos, hechos que deben estar presentes en la historia de todos los pueblos. Estos motivos me estimulan para presentar mis opiniones al público, y las someto humildemente a la meditación de la benemérita Junta de Caridad que trata de reducir a sistema reglamentario la caridad pública.

En materia tan desmenuzada entre las naciones cultas, sería ridículo aspirar a originalidad. Mis ideas, en este particular, son las de otros, y todo mi trabajo se reduce a entresacar, reunir y presentar como en un cuerpo aquéllas que puedan aplicarse provechosamente a las necesidades y al sistema que exige el Camagüey. Bien pudiera yo apoyarme en los ejemplos de pueblos muy sabios y versados en el sistema de asociaciones caritativas; pero quiero sujetarme al precepto que me ha impuesto un ilustradísimo habanero: Escriba usted, me ha dicho, arreglándose siempre al meridiano del Camagüey. Con estos preliminares, entro en materia.

Existe un mal en la sociedad que, según sea el remedio con que se pretenda curarle, produce efectos diametralmente opuestos: este mal es la pobreza. Si el remedio es juicioso y enérgico, el resultado es producir la moralidad y la riqueza, fuentes copiosas del pundonor y la independencia individual. Si el remedio es insensato y débil, el efecto es la corrupción y la mendicidad, manantiales fecundos de los crímenes y de la dependencia individual. No es hiperbólico decir que la mayor parte de los males que pueden afligir a una sociedad, provienen de un principio mal entendido de caridad, y de aquellas medidas desacertadas en su principio, que al cabo y siempre se convierten en raudales que fluyendo de una fuente impura inficionan todo el campo social.

Niños jugando a los dados 
Bartolomé Esteban Murillo

Si se pregunta por qué hay pobres en el Camagüey, la respuesta es muy sencilla. Hay pobres porque en todas las sociedades humanas es indispensable que los haya; éste es un decreto de la Providencia divina, que hizo las fuerzas físicas y morales del hombre tan desiguales. Aun suponiendo que todos los habitantes de un país nos la repartiésemos por iguales partes, al cabo de pocos años ya habría pobres y ricos. Las fuerzas físicas del hombre son tan limitadas, que pueden medirse aproximadamente: puede calcularse el peso que un hombre es capaz de cargar, las horas que podrá trabajar al día, la cantidad de trabajo que producirá; pero la sublime prerrogativa del alma es que su poder es superior a todos los cálculos humanos: nadie es capaz de calcular a qué grado alcanzarán los conocimientos y el talento de un hombre. Un matemático encontrará el término medio, o la proporción entre las fuerzas físicas de un hombre muy débil, y otro muy fuerte. ¿Pero quién hallará la proporción entre un idiota y Carlos Comte? De aquí es preciso partir, siempre que se trate de mejorar la condición social del hombre: el estado de su inteligencia será siempre la causa preponderante de su moralidad o sus vicios, de sus facultades productivas de riqueza o miseria. Ruego que se tengan muy presentes estos raciocinios, para cuando tratemos de hacer la aplicación al sistema que se va a ensayar.

Empero si se pregunta ¿por qué hay mendigos en el Camagüey?, ya varía de rumbo la cuestión, y la respuesta es sumamente complicada. Un país virgen, un país tan rico, un país despoblado, un país en que todos los canales de la industria, la agricultura, el comercio, las artes, las colocaciones domésticas están como quien dice por abrir, y en este país abundan los mendigos: luego aquí obran causas que no provienen de la naturaleza, sino de la sociedad: luego estas causas son fáciles de remover. La benemérita Junta de Caridad las conoce mejor que yo, y no tengo para qué desenvolverlas. El hecho de la mendicidad existe; y sólo es ahora del caso, averiguar cuáles serán los medios más eficaces de aniquilar la mendicidad y disminuir la pobreza.

Es una desgracia harto común que la sociedad se ocupe de remediar los males cuando llegan a su colmo; por esto tiene tanto valor aquel antiguo refrán: viva la gallina y viva con su pepita. Afortunadamente el mal que se trata de remediar está en sus principios, y por esto es de tanta importancia que se acierte en el remedio. El mal empieza a desarrollarse: los primeros que lo sufren tienen poco poder para remediarlo: el mal crece y se extiende a mayor número: los primeros que padecieron se acostumbran a sufrirlo, y hacen que los demás lo sufran también. De este modo lento y secreto se propagan a la vez los males entre todas las clases, y el hábito de tolerarlos, llegando a tal la fuerza del hábito, que el mayor de los males encuentra apologistas aun entre aquéllos mismos que han de ser víctimas de ellos. Pero este trabajo secreto del mal tiene un escollo en el corazón humano. Dios quiso poner en el hombre un deseo inextinguible del bien, que a pesar del hábito late y germina constantemente en el fondo del corazón: todo hombre aspira a estar mejor, y este deseo insaciable es el punto de partida del progreso. Por más esfuerzos que se hagan por apagar este deseo de mejorar, es inútil, porque el hombre y la sociedad no pueden permanecer estacionarios: han de obedecer la voluntad del Creador que creó al hombre para que se multiplicase, y perfeccionase su alma. De aquí se ve cuán impío e insensato es ponerle estorbos a esta tendencia del hombre, y que el mejor partido es dejar que el hombre llene los fines para que fue creado.

Desde el año de 1830 se estableció una sociedad con el nombre de Junta de la Caridad. Todo su conato ha sido destruir la mendicidad y socorrer al verdadero pobre. Pero la mendicidad se ha aumentado hasta tener que revivir y redoblar los esfuerzos; y los verdaderos pobres no están asistidos como lo desea la Junta y como deben estar. Los hechos descubren que la Junta no ha elegido los mejores medios, por más que sus actos llevan el sello de la más ardiente caridad. Nos atreveremos a exponer libremente nuestra opinión.

La Junta se ha desviado desde un principio de su objeto: la caridad. La Junta quiere abrazar ramos que no son de la caridad religiosa, sino civil, como hombres y mujeres, niños y niñas pobres; y queriendo extender su beneficencia a todos, los verdaderos objetos de la caridad no están como pudieran estar. La represión de mendigos corresponde exclusivamente a la policía gubernativa; la colocación de niños y niñas pobres, al Cabildo y Sociedad Patriótica.

Tres niños 
Bartolomé Esteban Murillo.

La Junta ha acordado nombrar comisiones para que estimulen e imploren la beneficencia de las personas caritativas, a que se suscriban con una contribución mensual, la que compondrá los fondos que invertirá la Junta en socorro de los pobres, recogiendo a los que andan por la calle, hombres, mujeres y niños, y poniéndolos a trabajar guano, algodón, costuras, etc., en el Carmen y San Lázaro. Permítaseme hacer sobre esto algunas reflexiones.

En aquellos países que están ya sobrecargados de población, como la Francia, la Inglaterra, la Suiza, la Alemania, se forman asociaciones caritativas para proporcionarles trabajo a los pobres, porque éstos llegan a desesperarse y aun amotinarse, no por no trabajar, sino porque desean trabajar y no encuentran acomodo. ¿Pero es éste el caso en que nos encontramos las clases rica y pobre del Camagüey? No, y cien veces no. Aquí, gracias a Dios, no carecemos de campo donde buscar el hombre una subsistencia cómoda: la agricultura, el comercio, las artes, todo está virgen, todo está vacante; ningún hombre ni mujer dejarán de encontrar colocación, porque el país está despoblado y pidiendo a gritos población que fecunde, apoye, y no amague a la sociedad. Lo que el Camagüey necesita es gente que trabaje y no gente que dé de comer, porque aquí hay trabajo para cien tantos de población que viniere en un día. Se necesita de una sociedad cuyo objeto sea infundir, crear hábitos industriales en las clases pobres; y esto no se consigue recogiendo hombres y mujeres callejeros para darles de comer y ponerlos a tejer guano, algodón, etc.

Supongamos una mujer de las muchas de 35 a 40 años, o una niña de 8 a 16 que pide limosna por las calles. Un comisario le echa mano, la trae al Carmen; allí se le da comida y cama, y se la pone a trabajar a beneficio del establecimiento. La mujer ha sido llevada por violencia, está recogida por la fuerza, trabaja a la fuerza. ¿Puede esperarse algún resultado bueno de este sistema de violencias? Faltando el estímulo del interés personal, ¿puede haber amor al trabajo?, ¿pueden infundirse hábitos industriales? Es preciso no conocer el corazón humano, y no contar para nada con las costumbres antiquísimas, y las ideas estrafalarias que tenemos aquí ricos y pobres.

¿De qué se trata señores? ¿De aniquilar la mendicidad pública porque es un escándalo, una cosa mala? La mendicidad quedará destruida en el momento en que el Gobierno diga: no haya mendigos. Todavía no se ha visto, señores, un solo caso en que el Gobierno haya mandado una cosa, y haya desplegado energía para hacerse obedecer, y que este buen pueblo, este pueblo dócil y amigo del orden no haya obedecido.

¿Se trata de socorrer al verdadero pobre, al enfermo, al inválido, al anciano que no puede trabajar? La pobreza desvalida tendrá socorros abundantes en el momento en que la Junta de Caridad los exija de un pueblo que ha construido todos sus templos, todos sus hospitales, todos sus puentes, todos los monumentos de caridad pública que dan un testimonio irrecusable de su beneficencia y generosidad. Cuanto aquí existe ha salido del pueblo: jamás ha ocurrido el Camagüey a nadie para llenar sus deberes religiosos y sociales. Todas las personas pudientes, y aun las no pudientes, abrirán su corazón y su mano para darle al verdadero pobre socorros espirituales y temporales a tiempo; pero la sociedad no se echará un impuesto voluntario para mantener mendigos callejeros, porque cada uno dirá para sí: ése que puede trabajar en San Lázaro o en el Carmen, que venga a trabajar a mi campo, a mi taller, a mi almacén, a mi cocina, si quiere comer; y yo le pagaré a más de mantenerle. Basta que el Gobierno prohíba mendigar por la calle y que se haga obedecer, para que no haya más mendigos; y basta que el público no prodigue su caridad a los holgazanes para que el pobre trabaje. La Junta de Caridad no debe traspasar los límites de la pobreza necesitada, y formar sus reglamentos, distribuir sus comisiones por parroquias, y socorrer al enfermo que no puede valerse, ni trabajar.

¿Se trata, en fin, de disminuir la pobreza? Ya esto es otra cosa; porque siendo éste un país en que todo hombre que trabaje puede contar de seguro, a lo menos con una subsistencia cómoda, el hecho de que haya tantos pobres que no gozan ni aun de comodidades prueba dos cosas. Primera: que nuestra clase pobre no es industriosa. Segunda: que la clase rica no ha pensado todavía en adoptar un sistema cuya tendencia sea crear en las clases pobres hábitos industriales y religiosos.

En cuanto a lo primero, soy de opinión que la falta de hábitos industriales en la clase pobre es un mal consumado. La energía del Gobierno podrá contener sus estragos, pero no curar el mal. Es preciso apoderarnos de la educación de los párvulos, porque los adultos tenemos ya todos los errores y hábitos de la educación y de los tiempos pasados. Si los ricos quieren tener un pueblo laborioso, morigerado, instruido, es preciso que se propongan hacer sacrificios nobles por la infancia y formen hombres nuevos que sean el cimiento sólido sobre (el) que descanse la tranquilidad y la propiedad cubana.

“Verted rápidamente agua (dice un sabio) en un vaso de boca estrecha, y apenas entrará cantidad alguna; por el contrario, vertedla con lentitud y en cortas cantidades, y se llenará el vaso”. He aquí, señores ricos, el modo de reformar las costumbres y corregir los males que sufren ricos y pobres. Apoderémonos poco a poco de la educación de la infancia y la generación siguiente se llenará de virtudes sociales e industriales; pero pretender que hombres ya formados, llenos de ideas de nobleza y de clases, puedan corregirse tejiendo guano y desmontando algodón, es equivocar desde un principio un sistema de las más graves trascendencias para la Isla de Cuba. Por otra parte, no hay contribución voluntaria que alcance a socorrer el número de pobres de este pueblo; daremos gracias si la contribución alcanza para socorrer a los enfermos y ancianos que no pueden trabajar, y vale más hacer una cosa bien hecha que veinte imperfectas.

Bien presumo que este escrito me traerá desafectos, tal vez porque se interpreten mal los sentimientos de mi corazón, o porque yo no haya sabido explicarme. Pero cuando los intereses de mi país están de por medio, ni rehúso ni temo compromisos. Presento mis ideas candorosamente porque creo que se las debo a la comunidad de que soy miembro. Si están erradas, impúgnenlas; si son exactas y útiles, ¿por qué he de temer?, ¿por qué disfrazar u ocultar la verdad?

Joven mendigo (fragmento)
Bartolomé Esteban Murillo


Publicado en la Gaceta de Puerto Príncipe
. 26 de diciembre de 1838. No.103, Año 14, Pág. 1. Tomado de Escenas Cotidianas. Prólogo de María Antonia Borroto. Camagüey, Ediciones El Lugareño, 2017, pp.163-168.

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