Habana, mayo 25 de 1891
Mi querido amigo:
Estaba un poco resentido con usted, no por su silencio, porque supongo que está siempre muy ocupado, ni por su tardanza en acusarme recibo de los periódicos, porque eso no tiene importancia para mí, sino por haber enviado a La Habana Elegante sin decirme una palabra, el magnífico soneto de su admirable niña, cuando su cariñosa carta, a la manera de la luz de la luna sobre las olas intranquilas, vino a calmar la inquietud que la lectura inesperada del soneto me había llegado a producir.
Antes de seguir adelante yo le suplico anticipadamente que me perdone esta franqueza, pero yo no puedo dejar de ser así.
Juana Borrero: Tez de ámbar, labios rojos, pupilas de terciopelo...
Desde el día que tuvo usted la bondad de leerme el soneto y tres o cuatro composiciones más, concebí el proyecto de escribir un artículo sobre ellas pintando las sensaciones que me habían sugerido y teniendo así el honor, que para mí hubiera sido insuperable, de darlas a conocer. No sé si le dejé entrever mi propósito, pero en vista de que usted no me daba las composiciones, me resigné a dejar de escribir el artículo que ya tenía totalmente concebido. Después me conformé también con que fuera Varona el que diese a conocer esos versos encantadores, porque su juicio sería más valioso para su niña que mi artículo impresionista; pero como viera publicado el soneto sin una sola línea de presentación, me figuré que Varona, por falta de tiempo o por cualquier otra causa, mas nunca porque dejara de comprender el mérito del soneto, había desistido de publicarlo y que usted entonces, sin acordarse de mí, se lo había entregado a algún amigo que se lo pidió con más exigencias que yo, y que este era el que lo había llevado a La Habana Elegante donde lo he leído ya muchas veces, sin que su repetida lectura modificase en nada mi primera impresión.
No creo que haya habido aquí, en ninguna época, un solo poeta que haya escrito un soneto tan perfecto a esa edad, ni creo que entre los que hoy escriben versos, no siendo Varona, exista quien la pueda igualar. El soneto de un extremo a otro está saturado de verdadera poesía. Allí se respira una ráfaga de melancolía infinita y majestuosa que perfuma el espíritu de inefable bienestar. Da la sensación que daría un ramo de rosas blancas aspirado en una honda (sic) de éter. Tiene el colorido de un crepúsculo de otoño, la armonía silenciosa de un ejército de nubes fugitivas y a través de los versos una luz semejante a la que vierten las estrellas sobre las ramas de los árboles. Me ha hecho la misma impresión que algunos paisajes de Sanz. Además tiene para mí el mérito de no estar escrito con más objeto que el de producir una sensación de belleza en el ánimo del lector.
Como supongo que usted no tendrá más que un número de La Habana Elegante, le mando estos tres por si acaso quiere usted mandárselos a algún amigo.
Y antes de terminar esta carta, vuelvo a suplicarle que me perdone que yo haya sido tan quisquilloso y creo firmemente, que con su carta de ayer, han desaparecido los motivos que tenía para estar cariñosamente agraviado con usted, a quien tanto quiero, admiro y respeto.
Suyo afectísimo.
– Julián del Casal
P.S. Al ir a cerrar esta carta, he sabido que el soneto fue sustraído de un álbum y llevado a La Habana Elegante por el Sr. Codina, sin que usted supiera nada del particular.
Vuelvo a pedir a usted mil perdones y a enviarle, con estas líneas, la mayor prueba de cariño que mi corazón puede dar.
La siesta – Guillermo Collazo, 1888.
Tomado de Julián del Casal: Epistolario. Transcripción, compilación y notas de Leonardo Sarría. La Habana, Editorial UH, 2018, pp.293-295.