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Para una historia de Puerto Príncipe (1)

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Para una historia de Puerto Príncipe (1)

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Puerto Príncipe, en los perfiles más generales de su evolución, forma parte inalienable de la historia de la nación cubana. Pero, según se ha comentado a menudo, muchos de sus matices específicamente regionales han permanecido insuficientemente conocidos. No es necesario, pues, en estas reflexiones, detenerse en los aspectos mejor estudiados de su trayectoria. Antes bien, se trata aquí de examinar algunas cuestiones que, si bien son esenciales para comprender la historia de la región, se mantienen hasta hoy en una especie de claroscuro. Así pues, este capítulo recorre, a vuelapluma, las facetas esenciales del desarrollo principeño, pero con el propósito, no de trazar un completo panorama en sus detalles, sino de reflexionar sobre algunas de las cuestiones de mayor interés para una comprensión regional de la ciudad y su entorno.

Puerto Príncipe visto por Eduardo Laplante a mediados del XIX.
Fundación y primer desarrollo
...puerto de el principe es lugar de 25 vezinos pobre aunque se va poblando de muy buenos hatos de vaca porque tiene aparejo para ello.                                       
                                                       —Juan del Castillo (1569)

Un halo de misterio, violencia y codicia parece rodear el nacimiento de las primeras poblaciones cubanas, desde Nuestra Señora de la Asunción hasta Santiago de Cuba, sin olvidar a La Zavana –embrión de San Juan de los Remedios–, asentamiento de antigüedad similar al del selecto grupo de las fundadoras.

Es cierto que los primeros pasos pueden ser los más difíciles y que no siempre quedan las huellas convenientes para su fijación en el tiempo histórico. En particular, el relativo al nacimiento de las primeras villas cubanas ha atrapado la atención –con alguna que otra controversia–, de algunos estudiosos quienes, en el fondo, esperan el descubrimiento del documento que de alguna forma, de fe del acto fundacional como prueba concluyente que deje esclarecida la cuestión y los avenga con un ordenamiento cronológico entre ellas.

El historiar sus orígenes marca desde entonces ese aire de leyenda que distingue al Camagüey, adquirido en este caso como fruto mítico de los inciertos momentos de la llegada del hombre europeo a estas tierras y su encuentro con los pueblos originarios, comunes por demás a todo el proceso de conquista y colonización iberoamericanos. A muchos camagüeyanos, celosos de su singularidad, debió resultar atractiva la polémica relativa a la localización de los sitios vinculados a la llegada de Cristóbal Colón el 28 de octubre de 1492 y, en consecuencia, que la costa norte de su territorio[1] pudiera ser aquella que el almirante consideró la tierra “más hermosa que ojos hayan visto”[2] ; aunque tuvieran que concluir por aceptar la primacía del holguinero Bariay.

El problema, en su enfoque más general, evidencia un trasfondo metodológico expresado en la preferencia del documento escrito sobre otras fuentes, criterio comprensible por el apego mantenido al positivismo en las investigaciones sociales en Cuba. A la luz de las tendencias actuales en estos campos del saber que privilegian los enfoques interdisciplinarios, es necesario atender a otros signos que conduzcan, en particular desde el campo de la culturología, al análisis de otros procesos de tanta riqueza como el del eventual acto fundacional –con toda o alguna de la parafernalia prevista para estos casos–, y ponderar análisis que contemplen, tanto la correspondencia entre los documentos conocidos y la tradición, como la connotación cultural del establecimiento de las relaciones de los españoles con el medio geográfico y con los habitantes primitivos del lugar, esto es del fenómeno de la ocupación del espacio, que en el caso del primitivo asentamiento costero de Puerto Príncipe pudiera tratarse de una fecha próxima a 1513; lo cual añade una nueva data a la controversia creada entre los años de 1514 y 1515 para el nacimiento de esta villa; porfía que en alguna medida puede tornarse pobre desde el punto de vista de la ciencia, si en lugar de analizar este acontecimiento en la dimensión de un proceso cultural, se hace de la precisión de la fecha del acto de la fundación –cuya importancia, por otra parte, no desconozco– el eje de todas las búsquedas y las conclusiones.

Las ciudades son organismos vivos: nacen, crecen y mueren. Como todo nacimiento puede escapar a los controles, pero de cualquier forma se produce una sola vez. El hombre –siempre que le es posible– estudia el sitio donde vivir. En los tiempos de que hablamos tal vez la primera noche fue producto de un hecho fortuito: un naufragio, una enfermedad o la muerte de la cabalgadura; pero la decisión de seguir viaje o permanecer en el lugar, es un acto consciente. La ocupación del espacio es, en buena medida, un proceso encaminado a comprobar la factibilidad de la elección y la tropa conquistadora tenía a la vista varias urgencias, entre ellas: oro, agua potable, cercanía al mar y aborígenes “pacíficos”; todo lo cual hace más comprensible el fenómeno de los traslados de los primitivos asentamientos en la casi totalidad de las primeras villas cubanas.

El adelantado Don Diego Velázquez de Cuéllar.

¿Cuáles son los argumentos que sustentan la duda con relación a la fecha de 1514, cuestión de palpitante actualidad en 2012 dada la cercanía de los festejos por su quinto centenario? El primero, que Diego Velázquez en su carta de relación de 1º de abril de ese año no mencionó la existencia de la villa de Santa María del Puerto del Príncipe refiriéndose solo a la fundación de Nuestra Señora de la Asunción, San Salvador de Bayamo y la Santísima Trinidad; mientras que el 1º de agosto de 1515 informó la existencia en la isla de siete iglesias. En segundo lugar, que el padre Bartolomé de Las Casas –quien partió de Cuba en julio de 1515– en el conocido como Memorial de los Remedios al ponderar las condiciones del puerto del Príncipe respalda el proyecto de una villa “que estando yo allá querían hacer”[3]. A partir de estos márgenes documentales Hortensia Pichardo Viñals en su libro La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba (1986) sustenta la hipótesis que elevó a primeros planos el cuestionamiento a la fecha tradicional al concluir que: “Con las referencias ofrecidas hasta ahora, es decir, la certeza de que el 1º de agosto de 1515 se hallaba establecida la villa de Santa María de Puerto Príncipe, y no lo estaba en el mes de junio, según testimonio del padre Las Casas –aunque se había pensado en hacerlo–, puede localizarse su fundación a finales del mes de junio o principios de julio de 1515”[4], o sea, en apenas un mes.

No obstante, otras lecturas pueden hallar en los mismos documentos que han posibilitado el cuestionamiento de la existencia de la villa en 1514, criterios que respalden al puerto del Príncipe como asentamiento poblacional hispano para esa fecha. Pero antes de adentrarme en esas reflexiones, quiero llamar la atención sobre dos referentes de interés para el caso. El primero es la concesión de un margen de tiempo por algunos historiadores para el establecimiento oficial de Baracoa y Trinidad. Para la villa primada de Cuba, Estrella Rey y César García del Pino señalan: “Aunque la elección del sitio data de finales de 1510, o principios de 1511, su transformación en villa –con todas las regulaciones que para ello existían– se produjo algo después”[5]. Apreciación similar a la realizada por Hortensia Pichardo en el caso de Trinidad, al afirmar que el 10 de febrero de 1514 esa villa “estaba en vías de fundación”[6]. De este modo estos autores reconocen tácitamente la idea de un proceso fundacional, que la propia Pichardo valida cuando asegura, un tanto en contradicción con algunas conclusiones del libro al cual se ha estado haciendo referencia, que:

Debe entenderse que al hablar de fundación sólo nos referimos a la elección de un lugar determinado, en el cual se ha trazado el centro del núcleo urbano con el señalamiento de la plaza, el solar para la Iglesia y demás edificios oficiales, y al cual se le ha dado un nombre.

Para que el pueblo así iniciado se convierta en una villa han de pasar meses durante los cuales los indígenas comarcanos levantarían las viviendas, los edificios oficiales y realizarían las siembras para el abastecimiento de los pobladores[7].

De San Juan de los Remedios trata el segundo, en tanto su no oficialidad la mantuvo de cierto modo invisible a los ojos de quienes debían rendir cuenta de sus actos a la Corona, al haber sido “fundada fuera de la estrategia velazquista por el original y atractivo personaje de Vasco Porcallo de Figueroa”[8], quien es considerado también uno de los fundadores de la villa del Príncipe.

Detalle del plano de la Isla de Cuba, 1594.
Foto cortesía de Lourdes Gómez

En las azarosas condiciones de la conquista, Diego Velázquez tuvo que hacer tiempo para rendir por escrito, fértil cuenta de sus actos a la Corona y a otros dignatarios. Tal vez el triste final de Cristóbal Colón haya hecho muy cuidadosa su escritura. De todos modos es lamentable que de la mayoría de tales documentos, que hubieran sido fuente de privilegio para el estudio de los primeros tiempos de la organización colonial en Cuba, solo sepamos por segundas o terceras voces.

Se sabe que el Adelantado fue muy cauteloso en las decisiones relativas a la fundación de villas, en particular en los dos primeros años de la conquista, al esperar para “fundar enclave alguno” a obtener información sobre asuntos medulares: oro y aborígenes pacíficos [9]. Es incuestionable que en la carta de 1º de abril de 1514 no se menciona a Puerto Príncipe, pero en la de fecha 16 de diciembre de ese año –cuyo contenido inferimos por la respuesta real de 2 de agosto de 1515– el puerto del Príncipe y la región circundante son una presencia que recorre buena parte del texto. Dos párrafos de ese documento son de especial interés para estos análisis. El primero es aquel donde el monarca le comenta: “Decís como llegaron al puerto del Príncipe ciertos españoles y dijeron que quedaban otros compañeros suyos en las yslas de los yucayos sin proveimiento alguno”[10] y un segundo donde se congratula de “la pacificación de la provincia de Camagüey”[11] y de las buenas minas, entre otros criterios favorables para la gestión de Velázquez.

El texto no sugiere la llegada a un lugar deshabitado, tal vez sí, el arribo a un lugar insertado en una logística defensiva desde el cual se le podía brindar ayuda –a todas luces de urgencia– a los españoles que estaban en evidente aprieto en las vecinas islas de las Bahamas. Tampoco se pase por alto el comentario relativo a la “pacificación” de los aborígenes porque, sin minimizar el empleo de la violencia, la instrucción en la fe católica fue un factor clave en ese proceso, lo cual hace válida la interrogante sobre el lugar donde residiría el personaje religioso, al menos uno, que catequizó a estos hombres y mujeres. Tampoco el otro documento que ha sido juzgado como decisivo para fijar la fecha de 1515, el Memorial de los Remedios, se refiere a ese lugar costero como un lugar deshabitado o sin orden, porque el padre Las Casas al proponer el establecimiento de un monasterio de frailes dominicos o franciscanos, sugiere este se “provea con cierta labranza que en el dicho puerto del Príncipe, en nombre de la Corona Real se ha hecho [...]”[12], lo cual puede ser interpretado como un referente al sistema de vecindad y encomienda. Nada de lo resaltado en esos documentos parece obra de unas pocas semanas previas a los finales de 1514. Es lícito entonces que nos preguntemos que información tendría Diego Velázquez sobre Puerto Príncipe el 1º de abril de 1514 y de haberla tenido, que lo pudo conducir a guardar reservas sobre ella. Si retomamos los argumentos expuestos párrafos atrás como referentes para el estudio del caso principeño, podemos concluir que se está en presencia de un proceso de ocupación del espacio que tal vez, por razones que nos son ahora desconocidas, no estaba listo para miradas oficialistas.

Con respecto a ese posible primitivo asentamiento, Marcos Tamames considera:

El asentamiento poblacional en el puerto del Príncipe hubo de responder al proyecto de factoría comercial y, en alguna medida –teniendo en cuenta la fecha, próxima a 1513–, a una logística de defensa, bajo el principio de consolidación del territorio. Desde el punto de vista urbano, se debió tratar de un asentamiento como La Isabela, en 1494, o Santo Domingo, en 1496; una concepción de ciudad distante de cómo se entendía en Castilla, cual fueron después las ciudades americanas: un enclave comercial con funciones específicas, entre ellas las de colectar oro y otros productos exportables; producir alimentos para autoabastecer la factoría o defender esta de cualquier contingencia militar o climática. A tales necesidades respondía el estado natural de la bahía del Príncipe, reconocida quizás como río en los primeros tiempos, criterio que también se aviene a las recomendaciones de la Corona[13].

Su ubicación en el sitio Pueblo Viejo en el área de Punta del Guincho, en la bahía de Nuevitas, ha alcanzado un apreciable consenso, una “emergente tradicionalidad sobre la problemática”[14]. Una primera exploración realizada en 1964 por especialistas de la Academia de Ciencias de Cuba localizó en ese punto costero, en los estratos superiores, restos de una población colonial, a la vez que en los inferiores fueron encontrados residuarios aborígenes que contenían fragmentos de vasijas y otros utensilios. El importante material arqueológico obtenido en una excavación realizada en marzo de 2012 “sugiere una ocupación temprana y sostenida del espacio desde la primera mitad del siglo XVI hasta igual período del XIX”[15]. El sitio, identificado con el sugerente topónimo de Valle del Chorrito, está lejos de reunir las condiciones de fertilidad para la prosperidad de un asentamiento poblacional típico, pero sí las adecuadas para un punto de defensa costera con buena accesibilidad marítima.

Nuestra Señora de la Candelaria, Tenerife, Islas Canarias.

Si la propuesta de Las Casas sugiere la fundación de la villa en la sabana a relativa distancia del mar y no en el puerto –claramente entendida su referencia a este como accidente costero–; entonces, de admitirse ese asentamiento tierra adentro como el primigenio, ¿por qué este mantuvo, al menos, su nombre atado a él? ¿Por qué colocar la villa bajo el amparo de una advocación de la Virgen María especialmente venerada en ciudades marítimas? La Candelaria es considerada la patrona de las islas y descrita de forma muy cercana a las figuras indígenas por lo que pudo ser fuerte asidero en el proceso evangelizador, en la “pacificación de la provincia de Camagüey” reconocida por Velázquez antes de finalizado 1514. Ella se destaca, según Dulce María Loynaz por: Su color [...] moreno y encendido; sus ojos grandes y almendrados; el cabello, tendido por la espalda, la cubierta y fue después que el celo de los suyos le prendió velo y rostrillo de esmeralda[16]. Es muy posible que su primera fiesta se celebrara en 1514 y de allí la efeméride de la fundación, el 2 de febrero, que desde tiempos remotos han celebrado los camagüeyanos y de lo cual dejaron constancia sus primeros historiadores.

Puede concluirse entonces que en su misión de “remediar” los problemas, lo sugerido por el padre Las Casas en 1515, fue el traslado de un asentamiento que había sido, tal vez, fruto “de la espontaneidad y posiblemente no pasara de una gran empalizada como construcción defensiva”[17], hacia un lugar con mejores condiciones para una vida sedentaria, “en un llano muy grande de más de diez leguas, que se llama allá sabana, que estará del dicho puerto, donde desembarcarán cinco o seis leguas”[18], o sea, entre 24 y 30 kilómetros.

Según consta en un manuscrito de Silvestre de Balboa[19], este primer traslado se efectuó durante la última semana de marzo de 1516 hacia un lugar no localizado hasta la fecha; aunque se presume se realizó en territorio del cacicazgo de Caonao. La hipótesis que lo sitúa cerca de la desembocadura del río del mismo nombre se ha generalizado, no obstante, ninguna de las exploraciones y excavaciones realizadas en esa área de concentración arqueológica, ubicada en el municipio de Esmeralda, ha encontrado evidencias de contacto indohispánico. También se ha relacionado con el lugar de la matanza durante la conquista.[19], este primer traslado se efectuó durante la última semana de marzo de 1516 hacia un lugar no localizado hasta la fecha; aunque se presume se realizó en territorio del cacicazgo de Caonao. La hipótesis que lo sitúa cerca de la desembocadura del río del mismo nombre se ha generalizado, no obstante, ninguna de las exploraciones y excavaciones realizadas en esa área de concentración arqueológica, ubicada en el municipio de Esmeralda, ha encontrado evidencias de contacto indohispánico. También se ha relacionado con el lugar de la matanza durante la conquista.

Otra posibilidad de ubicación se deriva de la aseveración realizada en 1876 por el erudito español Miguel Rodríguez Ferrer quien lo situó a unas ocho o nueve millas al noroeste de Puerto Príncipe[20], ubicación que ofrece mejores perspectivas que la primera mencionada de difícil acceso en la época y un tanto alejada, tanto de la costa como del tercer y último asentamiento de la villa en el poblado aborigen de Camagüey –junto a los ríos Tínima y Hatibonico–, al que llegaron el 6 de enero de 1528[21], luego de abandonar Caonao poco más de cien españoles, entre adultos y niños; tras su asalto y quema por una violenta sublevación de aborígenes iniciada días antes en un lavadero de oro en la hacienda Saramaguacán. De modo tal que, la más trashumante de las primeras villas cubanas, luego de los sucesivos asentamientos mencionados fijó su destino como una población mediterránea.

Casi cinco siglos después, pensar en los momentos en que aquellos hombres y mujeres decidieron dejar atrás el mar, no deja de conmocionar. No solo por el placer sensorial perdido hacia lo cotidiano, sino porque nuestros antecesores contravinieron de ese modo una de las instrucciones de Pedrarías Dávila de privilegiar los asentamientos costeros, además de que en lo simbólico, el océano era una suerte de cordón umbilical que los mantenía unidos a España. Tal vez, aunque a primera vista las razones se juzguen como estudiadas, asista razón a Bachiller y Morales cuando aseguró que él lo veía “como un misterio en la historia de la gente” –otro más para el Camagüey– y se preguntase: ¿Quién fue el que ideó edificarla en tal paraje? ¿Quién pudo en una isla, que tantos buenos puertos contiene, fijar la residencia del hombre apartada de los mares? Sin embargo Puerto-Príncipe es ya un error consumado.[22]

Desarrollo urbano de Puerto Príncipe. Grabado de la ciudad, finales del siglo XVIII.
Foto cortesía de Lourdes Gómez

El sitio escogido, aunque lejos del mar –distancia que no significó la ruptura de los vínculos–, reunía muy buenas condiciones para el establecimiento del poblado. Para unos fundadores llegados en franca huida, las posibilidades para la defensa que les posibilitaba su ubicación entre ríos –Tínima y Hatibonico– debieron serles muy atractivas. Tierras fértiles, lagunas y ríos que proveían el agua y facilitaban el contacto con las costas añadían sus méritos a la elección, completada con la cordial acogida dispensada por el cacique Camagüebax, uno de cuyos hijos, Juan de Argote –nombre tomado al ser bautizado–, fue el esposo de María de Figueroa, una de las hijas del poderoso Vasco Porcallo de Figueroa cuya numerosa descendencia es considerada la raíz del patriciado camagüeyano, uno de los fenómenos culturales de mayor trascendencia en la formación de la identidad cultural de la región, cuya incidencia en la vida nacional va más allá de sus conocidas repercusiones políticas. Según Levi Marrero en la “aristocratizante y aislada sociedad de Puerto Príncipe, el vínculo de sangre con Porcallo era un timbre de orgullo adicional”[23].

El centro fundacional de este tercer asentamiento, como era costumbre en la época, se debió realizar a partir de la elección de los terrenos que corresponderían a la Plaza de Armas, el Cabildo y la Iglesia parroquial. Muchos consideran aún, como si fuera poco el peregrinar de los fundadores, que la villa mudó su centro en tres ocasiones, esto es, según sus nombres actuales, de la intersección de las calles Goyo Benítez y General Gómez, a la Plaza de Maceo, hasta quedar definitivamente en el Parque Agramonte. En realidad no existen los elementos suficientes para optar por un punto fundacional definitivo en 1528; pero es evidente que la tercera de estas áreas “adquirió su relevancia histórica desde muy temprano, significación expresada con mayor nitidez en 1616, cuando se construyó la iglesia en uno de sus lados”[24].

En estos poblados se asentaban quienes ostentarían el poder político; de ahí que entre las recomendaciones que traían para su creación estaba la de delinear la plaza principal y las calles que de ella partían a regla y cordel, y ubicar en su entorno el cabildo, la iglesia y las casas de los vecinos notables. El modelo urbano recomendado, aunque al principio no perfecto, pretendía ordenar uniformemente la sociedad de entonces y a la luz de los análisis actuales constituye un aporte del urbanismo español al continente americano[25].

Sin embargo, tal sueño no se cumpliría finalmente en el trazado de la villa. Puerto Príncipe resultó totalmente irregular convirtiéndose en un caso excepcional en Cuba y el continente, lo cual resultó uno de los elementos valorados por la UNESCO en septiembre de 2008 al inscribir el área más antigua de su centro histórico en la lista del Patrimonio Mundial, al reconocer que la población se desarrolló “en base a un modelo urbano irregular que contiene un sistema de plazas, plazuelas, calles sinuosas, callejones y manzanas irregulares muy excepcionales entre las villas latinoamericanas asentadas en terrenos planos”[26].

Casas como éstas aún perduran en Camagüey.

Este primitivo núcleo urbano comenzó a crecer lentamente alrededor de la Plaza de Armas y posteriormente, al fundarse los conventos de San Francisco (1599) y el de Nuestra Señora de la Merced (1601), se fueron levantando en torno a ellos inmuebles aislados, ubicados según la voluntad de sus dueños. Un duro golpe resultó el incendio que de forma casual estalló el 15 de diciembre de 1616 y que “en pocos instantes reduxo a cenizas toda la población”[27], incluidos los documentos del ayuntamiento. Por supuesto, si se piensa en esas poblaciones a la luz de las construcciones coloniales que aún se conservan en la isla, será difícil entender los traslados y la voracidad de los incendios: guano y madera eran los principales materiales constructivos –incluso entre las familias más pudientes– de unas viviendas dejadas atrás en los éxodos. En su libro Los antiguos camagüeyanos y el noble espósito, Manuel de Arteaga Betancourt describe el caserío de la siguiente forma: “[...] todas las casas, o casi todas eran bajas, y muchas de ellas de paja y embarro, con unos patios inmensos descubiertos o acotados, por la mayor parte, con cercas de jequi, de guano o de cualquier madera”[28].

La única autoridad real en estos núcleos poblacionales fue desde los momentos iniciales, la de los cabildos, pues la lejanía de las autoridades centrales permitió que importantes funciones administrativas y de toda índole quedaran en sus manos, entre ellas la vital entrega de las mercedes de tierra. Tiempos violentos fueron aquéllos. Hombres decididos a enriquecerse a cualquier precio pronto hicieron que estos órganos y por consiguiente la tierra, fueran controlados por pequeños grupos y que la voluntad de un vecino rico pudiera convertirse en ley, como ocurrió con Vasco Porcallo de Figueroa en Remedios, Sancti Spíritus y Puerto Príncipe. Pocos nombres se han conservado de los primeros alcaldes, se tiene noticias hasta el presente de Juan del Castillo en 1532, Juan de Argote y Lisandro de Consuegra en 1564, Pedro Carrillo de Albornoz y Diego de Rojas y Quirós en 1582 y de Hernán Sánchez Mexias y Diego de Sifontes en 1583[29].

En Puerto Príncipe no abundaron los yacimientos de oro y cuando comenzaron a llegar las noticias de las increíbles riquezas del continente se produjo un éxodo de vecinos que dejó la villa empobrecida, no obstante esta emigración estar penalizada con la pena de muerte y confiscación de bienes desde 1532[30]. Sólo catorce vecinos encontró el obispo Diego Sarmiento durante su visita pastoral en 1544[31]. Sin embargo, en 1605 el gobernador Pedro de Valdés comentó que la villa era lugar de gente rica con unas 150 casas. Indudablemente este gran cambio poblacional debe tener su explicación más racional en un progreso económico. Notable debió ser la prosperidad avanzado el siglo XVII para que Henry Morgan en 1668 y François Grammont en 1679, decidieran aventurarse decenas de leguas en el interior de la isla. El riesgo asumido al atacar a Puerto Príncipe, una villa de tierra adentro, es una clara evidencia de las riquezas que debieron haber reunido los habitantes del único asentamiento urbano que durante casi dos siglos existió en una región caracterizada desde entonces por su baja concentración demográfica.

¿Cuál fue el origen de tal mejoría económica? La respuesta se encuentra en el comercio de cueros, nacido de una ganadería que fue “poblando de muy buenos hatos de vacas” un territorio que tenía “aparejo para ellos”, como escribió en 1569 el obispo Juan del Castillo[32]. Las primeras reses que –según Juárez Cano– llegaron al Puerto del Príncipe en 1516 en la carabela Ave María, fletada por Pedro Díaz de Tabares[33], se adaptaron con éxito a unas condiciones naturales excepcionales para su buen desarrollo. El relieve llano, con abundantes aguadas y pastos naturales, posibilitó que las reses se multiplicaran libremente, creándose las bases para una forma de explotación que se caracterizaría por la rutina y el tradicionalismo. Las reses semisalvajes eran capturadas en las monterías, aprovechándose solamente una pequeña parte de la carne, pues el producto con demanda comercial eran los cueros, el mejor negocio posible de la época. También se sembró caña de azúcar. Poco se sabe sobre la instalación de los primeros trapiches azucareros en la zona, los cuales debieron ser como los del occidente, muy rudimentarios y con una capacidad de producción limitada. Las referencias documentales más antiguas encontradas hasta el presente, aparecen entre los bienes declarados en el testamento de un vecino de la villa nombrado Miguel de Herrera, fechado en 1627 ante el escribano Silvestre de Balboa y en un documento de 1700, referido a un trapiche denominado Santo Tomás en el hato de Yucatán[34]. Es interesante señalar que su dueño, Miguel de Herrera de origen portugués, poseía haciendas de crianzas por Bayamo y fue tenido por Manso de Contreras en sus gestiones para perseguir el contrabando por esa villa “como uno de los principales rescatadores del territorio de la misma manera que tenía en Puerto Príncipe a Silvestre de Balboa”[35].

Otras actividades económicas, como el cultivo de frutas y viandas, estaban orientadas a satisfacer las demandas de la población local, aunque el casabe elaborado en las estancias de Cubitas, alcanzó una amplia distribución como sustituto del pan elaborado con harina de trigo –materia prima de importación con tendencia a la escasez–, cuya calidad podía deteriorarse en el trayecto marítimo de España a América. Tal vez sea ese el origen del refrán que asegura que a falta de pan, casabe.

Algunas industrias artesanales como las que trabajaban fibras vegetales tuvieron algunos exponentes significativos, pero ninguna de ellas alcanzó el sello particular de los tejares, cuna de una tradición alfarera mantenida hasta la actualidad y que tiene su exponente más significativo en los tinajones, al extremo de que Camagüey es conocida como “la ciudad de los tinajones”. A partir de las excelentes tierras arcillosas existentes en los alrededores de la villa, básicamente en las tierras de ejidos, se fabricaron también tejas y ladrillos, materiales constructivos que fueron tornándose prácticamente distintivos para esta ciudad.

Es posible que los tinajones se comenzaran a fabricar desde los años del 1600 y aunque con el paso de los siglos fueron variando de forma, en esencia ha quedado un modelo clásico que ha llegado hasta nosotros. La amplia utilización de esos recipientes tuvo su origen en la necesidad de almacenar el agua –lo que también se hacía en aljibes– pues la población se abastecía de agua de los ríos y de lagunas próximas a la villa, suministrada en muchos casos por vendedores ambulantes –aguadores o aguateros– cuyo negocio fluctuaba en dependencia de la abundancia o no de las lluvias.

En realidad, a pesar de esta diversidad en ciernes, Puerto Príncipe se fue consolidando durante el siglo XVII como un centro ganadero de importancia, pues además de abastecer de ganado a otras zonas de la isla, por la vía del contrabando proveyó de ganado, bueyes y carne salada a algunas islas del Caribe, iniciándose desde fecha tan temprana su vinculación complementaria al mundo del azúcar. La exitosa conciliación de ganado y contrabando había dado magníficos resultados y a pesar de acontecimientos nefastos como los ya mencionados, la villa había experimentado una prosperidad que merece ser vista como uno de los telones de fondo de Espejo de Paciencia –hábil prueba de fidelidad a la Corona– no tanto por su argumento que como se sabe no se desarrolla por estos lares, sino porque sustenta la presunción de una vida cultural capaz de animar la obra de los sonetistas que acompañan al texto. Téngase en cuenta, como es harto conocido, que el carácter monopolista de las relaciones comerciales entre Cuba y España, agravado por la política de puerto único, marginaba toda la isla en beneficio exclusivo de sus intereses comerciales en La Habana. Fue entonces el contrabando la única posibilidad de sobrevivencia para las poblaciones del interior, por lo que lógicamente resultaban infructuosas todas las medidas represivas tomadas para su erradicación.

En estos centros poblacionales resultaba más fácil la comunicación con alguna de las Antillas vecinas que con La Habana, a la que como centro de poder se acostumbraron a tener lejos, lo cual debe tomarse muy en cuenta para estudiar mentalidades y modos de vida. Para sus habitantes eran casi más comunes las relaciones con contrabandistas provenientes de varias ciudades europeas que con los comerciantes procedentes de la capital. Y es fácil presumir que por la primera vía entraron a la región no solamente lozas y perfumes, por lo que sus consecuencias traspasan lo meramente económico. Tal vez sea llegado el momento de reconsiderar la conocida tesis del correlato aislamiento-estancamiento para estudiar la vida de algunas poblaciones del interior.

En 1690 el gobernador Severino de Manzaneda informó al languideciente Rey Carlos II que Puerto Príncipe y Bayamo eran: “parecidísimos en sus costumbres al país de Liejar pues no conocen, Señor, en la obediencia tratando y contratando en Jamaica con la mayor disolución que es ponderable sin temer el castigo que merecen refugiándose en el monte cuando se ha intentado, incorporándose con sus armas en tal grado que ningún ministro halla arbitrio a su ejemplar castigo por la imposibilidad”[36].

Sobre esas bases se fue levantando una población de la cual Pedro Agustín Morell de Santa Cruz escribió en 1756 que “a pesar de tantos contratiempos y calamidades ha tenido tales creces, que a excepción de La Habana, no hai pueblo alguno en la isla que le exceda, ni aun le iguale”[37].

San Juan de Dios en sus primeros tiempos.

 

Referencias
  • [1] Cfr.: Jorge Juárez Cano: Apuntes de Camagüey, pp.  7-12.
  • [2] Hortensia Pichardo: Relación del primer viaje de Cristóbal Colón”. Documentos para la Historia de Cuba, t. 1, p. 7.
  • [3] Hortensia Pichardo:“Memorial de los excesos que conviene remediar”. op. cit., p. 47.
  • [4] Hortensia Pichardo Viñals: La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba , 69.
  • [5] Estrella Rey y César García del Pino: Conquista y colonización de Cuba (1492-1553), en Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. La Colonia, evolución socioeconómica y formación nacional. De los orígenes hasta 1867, p. 81
  • [6] Hortensia Pichardo Viñals: La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba, p.23.
  • [7] Ibídem.
  • [8] Eduardo Torres Cuevas. El proceso de formación nacional (1492-1868), en Eduardo Torres Cuevas y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y Liberación de la Nación.(p. 51)
  • [9] Estrella Rey y César García del Pino: op. cit., p. 82.
  • [10] Hortensia Pichardo Viñals: La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba, p. 64.
  • [11] Ibídem.
  • [12] Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. (t.1, p. 48.)
  • [13] Marcos Tamames: La ciudad como texto cultural. Camagüey 1514-1837, p. 25.
  • [14] Iosvany Hernández Mora: Arqueología en Pueblo Viejo de Nuevitas: problemáticas actuales y perspectivas., p.23.
  • [15] Iosvany Hernández Mora: Primera campaña de excavación en Pueblo Viejo de Nuevitas. Cuba Arqueológica, V (1): 3, 2012.
  • [16] Dulce María Loynaz:Un verano en Tenerife (p. 150). Citado por Marcos Tamames Henderson: op. cit., (p. 32).
  • [17] Marcos Tamames Henderson: op. cit., p. 33.
  • [18] Hortensia Pichardo: Memorial de los excesos que conviene remediar. Documentos para la Historia de Cuba, t.1, p. 47.
  • [19] Amparo Fernández y Galera: Cultura y costumbres en Puerto Príncipe. Siglos XVI-XVII, p. 20.
  • [20] Miguel Rodríguez Ferrer: Naturaleza y Civilización de la grandiosa isla de Cuba, p. 322.
  • [21] Odalys Brito Martínez, Iosvany Hernández Mora e Isis Hernández Sosa: Santa María del Puerto del Príncipe: áreas del segundo asentamiento” (Inédito. Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey)
  • [22] Antonio Bachiller y Morales. Recuerdos de mi viaje a Puerto-Príncipe, p. 192.
  • [23] Levi Marrero: Cuba: economía y sociedad (t. 1, p. 209). Citado por Marcos Tamames: La ciudad como texto cultural: Camagüey 1514-1837, p. 43.
  • [24] Marcos Tamames Henderson: De la Plaza de Armas al Parque Agramonte, p.18.
  • [25] Lourdes Gómez, Elda Cento, Oscar Prieto y Vivian Más: Camagüey-Ciego de Ávila: Cuba: guía de Arquitectura y Paisaje, p.14.
  • [26] UNESCO Inscripción del Centro Histórico de Camagüey (C1270), Cuba, en la Lista del Patrimonio Mundial, UNESCO, 19 de septiembre de 2008. WHC/74210.1/NS7mgl/176
  • [27] Pedro Agustín Morell de Santa Cruz: La visita eclesiástica, p. 66.
  • [28] Manuel Arteaga Betancourt Los antiguos camagüeyanos y el noble espósito, p. 2.
  • [29] José Marty Abadías: Funcionarios de la villa de Puerto Príncipe y su jurisdicción de l564 a 1868. Manuscrito inédito, folio 8. Cortesía de Gustavo Sed Nieves
  • [30] Juan Torres Lasqueti Colección de datos históricos geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe y su jurisdicción, p. 58.
  • [31] Levi Marrero Archivo General de Indias, Santo Domingo 100, doc. 44 citado en Cuba: Economía y Sociedad, t. III, p.11.
  • [32] Juan Martín Leiseca Apuntes para una historia eclesiástica de Cuba, p. 34.
  • [33] Jorge Juárez Cano Apuntes de Camagüey, p. 20.
  • [34] Protocolo de Silvestre de Balboa f. 63. Archivo Museo Provincial Ignacio Agramonte de Camagüey (en lo sucesivo AMIA) y Archivo Histórico Provincial de Camagüey (en lo adelante AHPC), Protocolos Notariales, Escribanía de Miguel Gerónimo Agudo, 1700, tomo único
  • [35] Gerardo Cabrera Prieto: Labranza quita crianza., p. 9, nota 5.
  • [36] Hortensia Pichardo: “Carta del Gobernador Severino de Manzaneda”, en op. cit., t.1 p. 155.
  • [37] Pedro Agustín Morell de Santa Cruz: op. cit.., p. 62.

 

Bibliografía
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  • Cabrera Prieto, Gerardo: “«Labranza quita crianza». Contextos contrapuestos de los hacendados ganaderos y azucareros de Puerto Príncipe”, en Elda Cento Gómez (comp.): Cuadernos de historia principeña 11. Ed. Ácana, Camagüey, 2012.
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  • Martín Leiseca, Juan: Apuntes para la historia eclesiástica de Cuba. Talleres Tipo-gráficos de Carasa, La Habana, 1938.
  • Marrero Artiles, Leví: Cuba: economía y sociedad. Editorial Playor, Madrid, 1978.
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  • Pichardo Viñals, Hortensia: La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1986.
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  • Tamames Henderson, Marcos: La ciudad como texto cultural: 1514-1837. Ed. Ácana, Camagüey, 2005.
  • Tamames Henderson, Marcos: De la Plaza de Armas al Parque Agramonte. Ed. Ácana, Camagüey, 2001.


Tomado de La luz perenne, la cultura en Puerto Príncipe (1514-1898) Coordinadores: Luis Álvarez, Olga García Yero y Elda Cento. Editorial Ácana y Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2013, pp. 12-26.

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