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El base ball en La Habana

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El base ball en La Habana

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Así como la madurez en el hombre se caracteriza porque en su conducta disminuye el predominio de las impresiones y aumenta el de las ideas; así también cuando los pueblos han salido de la infancia, van demostrando ser cada vez menos esclavos de los impulsos del momento y sujetarse cada vez más al imperio de una idea o propósito general. El niño recibe las solicitaciones de cuanto lo rodea, del aire fresco que le dilata los pulmones, de la luz que le baña la retina, de los perfumes que vienen del jardín vecino, del campo extenso que lo invita a correr; y se entrega a su bulliciosa actividad sin objeto, hasta que se rinde fatigado sin saber a punto fijo de qué. El hombre recibe los mismos estímulos, pero reserva sus fuerzas, escoge el momento, dispone sus acciones, y cuando emplea su energía, emplea la necesaria, la dirige convenientemente, y realiza su plan con la menor suma de fatiga.

El pueblo que se deja dominar por la pasión que de momento lo domina, y sólo atiende a ir tras ella, para gozar de la satisfacción de su deseo, sin atender a lo que en realidad significa, ni lo que le cuesta en esfuerzos, sin subordinar su afición, ni los actos que provoca, a un fin superior y más comprensivo, hace lo que el niño, corre por correr, fatiga y se rinde sin objeto. Y puede suceder que la afición sea provechosa; el fin inmediato, útil; el esfuerzo, sano y fortificante; mas por falta de una idea directriz y de la disciplina necesaria de la atención, se abandonará esa afición, como se han abandonado otras porque surgió un obstáculo, o se entibió el entusiasmo, o un objeto más brillante atrajo los ojos y se ganó la voluntad. Entonces la pérdida es mayor. Tan grande como la del que va por buen camino, y lo desanda para tomar un camino errado.

Portada de una revista cubana, 1899.

Por un concurso feliz de circunstancias, en los momentos en que Cuba, desfallecida y desangrada, había perdido la flor de sus mancebos, casi aniquilados los recios montañeses de Oriente, los infatigables jinetes del Centro, los ágiles monteros de las Villas; la juventud de Occidente, la de las ciudades más populosas, se apasiona por el ejercicio físico, aprende y practica con entusiasmo uno de los sports más útiles, se organiza en sociedades para extenderlo y propagarlo, e introduce en nuestras costumbres un elemento precioso de regeneración física y de progreso moral. Con el ejemplo del base ball cunde la afición a otros ejercicios corporales, y se comprende la conveniencia de la organización para dirigirlos con pericia y verdadera utilidad. Los especialistas fundan clubs y periódicos profesionales que los represente; y así todo nos auguraba una reforma duradera, que había de combatir victoriosamente algunos de los mayores peligros de la vida urbana, la falta de vigor corporal, la pobreza fisiológica, producida por la molicie, y el enervamiento moral que trae consigo la disipación. El joven a quien la carrera y el manejo del bate obligan a respirar ampliamente, se siente luego sofocado en la atmósfera caliginosa del café; y no hay nada que afirme la independencia del ánimo, ni que vigorice la conciencia del propio valer, como una musculatura de acero. Quien dice hombres fuertes, dice hombres libres.

A dificultar, si no a estorbar estos progresos, han venido recientemente algunos hechos que dependen, en parte de las condiciones inherentes a todo sport, en parte de los vicios de nuestro modo de ser social. Es preciso conocerlos; porque a todos importa combatirlos. Somos propensos al desfallecimiento, y éste es otro producto de nuestra educación. Pero para vencer estas flaquezas súbitas del ánimo, no hay nada como la clara idea de que el fin propuesto es digno de todos los esfuerzos, y si es preciso —y no parece fuera de lugar la palabra— todos los sacrificios.

El más antiguo club cubano.

Las ventajas que acompañan a los ejercicios corporales, sobre todo en la forma colectiva, que es precisamente la que mejor les cuadra, no van sin ciertas desventajas. De los varios sentimientos que provocan, uno es el de la superioridad sobre el rival. Dentro de ciertos límites, este sentimiento puede ser útil, porque estimula y da carrera a la emulación necesaria para mantener el esfuerzo. Si se le deja cobrar cuerpo, y prevalecer sobre los otros menos egoístas, como el placer del ejercicio por sí mismo, y la satisfacción de realizar el fin que se anhela, es decir, la agilidad, la robustez, la serenidad, la pericia en el sport que se practica, entonces se convierte en el verdadero disolvente social.

No hemos de cambiar la naturaleza humana; pero podemos modificarla. Sin la perspectiva del triunfo es difícil realizar ningún esfuerzo; ni el anhelo de la victoria es tan grande en el hombre, que llega a justificar a sus ojos peligros verdaderamente inútiles. Habiéndose preguntado el cazador de fieras Baldwin, una vez que estuvo a punto de perecer entre las garras de un león, por qué el hombre arriesga su vida sin ningún interés, se contestó: “Es un problema que no trataré de resolver, todo lo que puedo decir es que encontramos en la victoria una satisfacción interior que compensa todos los riesgos, aun cuando no haya nadie para aplaudirnos”. La observación es profunda, y nos descubre que estamos en presencia de un sentimiento radicalmente egoísta. Como no podemos vencerlo en lucha franca, hay que dominarlo, subordinándolo a otro sentimiento igualmente poderoso, el de la sociabilidad. Si más allá del placer del triunfo sobre el adversario colocamos un bien social que obtener, se moderarán a la par el regocijo del vencedor y la mortificación del vencido. Y en este caso moderar es modificar. Si de la lucha se destierra el ensañamiento y del triunfo la jactancia, las condiciones morales de la derrota se modifican naturalmente, y desaparece de los ánimos el dejo amargo, que mientras existe impide toda cordialidad.

El Almendares: uno de los más populares equipos cubanos, también surgido en 1878.

Entre nosotros, impresionables, sensibles a lo que trascienda aun de lejos al menosprecio, arrebatados en nuestras aficiones, sin hábitos de moderación y dominio sobre nosotros mismos —sentimientos muy distintos de la sumisión y el disimulo—, se ha apoderado fácilmente de las diversas sociedades de pelota el espíritu de rivalidad extrema que han producido los recientes disturbios, y el encono mal disimulado con que se miran, los que en realidad no compiten o no debían competir por obtener mayor o menor número de carreras, sino por proporcionar a sus miembros la mayor suma de vigor físico y de distracción y esparcimiento moral. No se trata ya de formar mancebos robustos; sino de obtener un champion. Y como los juegos y desafíos de los clubs han sido públicos y han alcanzado inusitada popularidad, sus divisiones han penetrado en la masa popular, pronta a apiñarse en torno de distintas banderas, por obedecer al espíritu de disgregación que la caracteriza, y han llegado a adquirir la importancia de bandos civiles. Lo que hay para la sociedad cubana de riesgoso y vergonzoso en este hecho, hoy más que nunca grave, ha sido perfectamente puesto en claro por el autor de un patriótico folleto que anda de mano en mano, con el título de Rojos y Azules.

Naturalmente, hay quienes se han asustado con los rápidos progresos de esta nueva dolencia de nuestro cuerpo social, y han comenzado a pedir la disolución de los clubs y el abandono del juego de pelota. Por nuestra parte, hemos tomado la pluma para contrariar esta resolución extrema, si es que ha llegado a pensarse en ella. El mal exige remedio; pero no tal que sea peor que el mal mismo. Es útil a los jóvenes cubanos el base ball; debe subsistir. Lo que importa es que le den su verdadero lugar, como diversión favorable al desarrollo físico, a la salud y al vigor mental; y no conviertan lo que debe ser sólo un medio en el único objetivo de sus esfuerzos. Pongamos más allá, en lo alto y bien visible, la idea superior que comunica todo su valor a estos ejercicios: la necesidad suprema, para un pueblo que ha perdido buena parte de su juventud, se sustituirá con otra igualmente robusta, sana y emprendedora.

Uno de los lugares que alentó el desarrollo del base-ball.

Como remedios particulares deben recomendarse la introducción de otros sports, la formación de sociedades gimnásticas, de clubs de esgrima y tiro, que compartan la afición de los jóvenes y aun la curiosidad pública. Todo esto debe vivir al aire libre, como las necesidades de pelota; exhibirse. Su objetivo es eminentemente social y deben tomar su porción de la atmósfera social. Nuestro progreso será cierto, indiscutible, el día en que entre nosotros el buen sportman haya destronado al buen bailador.

Tarja ubicada en el Coloso del Cerro.
Luis Cabrera, Cubadebate.

Si se necesitan ejemplos para confirmar lo que parece tan claro, tenemos a la mano uno decisivo. Reseñando hace poco un corresponsal irlandés de la revista neoyorkina The Nation los progresos del espíritu público en Irlanda, aduce, como muestra evidente, la reaparición de las antiguas sociedades de pelota, que se han esparcido por todo el país. “Señal de que progresa el espíritu del pueblo, dice, es el establecimiento general de los clubs foot-ball y de hurling (también una especie de juego de pelota) y de las sociedades atléticas gaélicas… Era de ver en Cork los millares de personas que acuden todos los domingos a presenciar los juegos entre los clubs de los distritos vecinos. Apartados de toda disciplina militar, en general, y del manejo de nuestros asuntos, somos, de todos los pueblos que conozco, el más indócil, el menos acostumbrado a reunirnos, y a contender y discutir sin perder el aplomo. El aumento de estos ejercicios varoniles en el pueblo debe considerarse como una ganancia positiva y una disciplina moral”. Parecen escritas para nosotros esas frases.

Y si fuera lícito —¿por qué no ha de serlo?— comparar nuestra pequeñez con la grandeza de otros, ¿cómo no recordar que la Liga de los Patriotas en Francia ha ejercido su principal influencia estableciendo sociedades gimnásticas y de sport, donde se vigorizan y disciplinan las nuevas generaciones de franceses? Únicamente con haber subordinado el provecho inmediato al objeto superior y más distante, la educación física de la nueva Francia, ha logrado esta famosa sociedad apagar en su seno toda chispa de rivalidad malsana, y ha podido inscribir como lema al frente de su periódico oficial Le Drapeau, estas hermosas palabras: “Republicanos, bonapartista, legitimista, orleanista, estos, entre nosotros, no son sino los nombres de pila. Nuestro apellido es Patriota”.

Mediten un lema nuestros jóvenes y entusiastas sportmen; y comprenderán que lejos de haber llegado la hora de disolver los clubs, lo que ha llegado es el momento de infundirles un espíritu superior, que les haga considerar muy pequeñas las rencillas y divisiones que los enemistan, puesto que embarazan y ponen en peligro la obra provechosa, la obra patriótica en que están empeñados. Nos basta con media docena de atletas; pero necesitamos muchos, muchos jóvenes vigorosos y duros a la fatiga. Si no los formamos con el bate, el remo, las palanquetas o las barras, ¿con qué los formamos? Podemos cerrar los clubs, pero ensanchémonos entonces las vallas y los garitos.


Publicado originalmente en Revista Cubana, t.VI, 1887, pp.84-88; tomado de La Jiribilla (lajiribilla.cu). El Camagüey agradece al Dr. Félix Julio Alfonso la precisión de la fuente y otras señalizadoras informaciones al respecto, y a José Carlos Guevara el acceso a la Revista Cubana y, por ende, de cotejar el texto.

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Comentarios
El Camagüey
2 años

Julián del Casal también escribió sobre base-ball, en particular sobre el libro "El base-ball en Cuba", de Wenceslao (Wen) Gálvez: Nada más raro, en nuestros tiempos, que la aparición de un libro sencillo empapado de sana alegría y escrito al correr de la pluma, cuyas páginas para desarrugar los ceños más adustos, entreabrir los labios más serios y disipar las brumas melancólicas que difunden en el espíritu las miserias de la vida, ya se contemplen en su asquerosa desnudez, ya a través de las hojas de los modernos libros pesimistas. La desaparición de las antiguas creencias, el hastío que enerva los ánimos, las inquietudes abrumadoras de lo porvenir, el amor desenfrenado de la gloria y las sutilezas de los análisis psicológicos, saturan de profunda tristeza las obras maestras de la literatura contemporánea, hasta el punto de que Edmundo Goncourt, lo mismo que sus numerosos discípulos, ha llegado a asegurar, por la pluma exquisita de la eminente escritora gallega Emilia Pardo Bazán, “que una persona sana y robusta no es capaz de sentir la calentura de la inspiración y que para crear algo artístico es necesario encontrarse bastante enfermo”. Aunque soy el más incansable lector de esta clase de libros, donde la pintura de las pasiones humanas, hechas con frases sutiles, coloreadas y armoniosas, deslumbra la imaginación, enardece los sentidos y perturba el sistema nervioso del que los lee, como las emociones de un río engendran la fiebre en el organismo que las aspira; he leído, en breves horas, sin detenerme un momento ni aun para encender un cigarro, las páginas encantadoras del folleto que ostenta su nombre al frente de estas líneas, escrito por uno de mis mejores amigos, que es también uno de los más fecundos, amenos y discretos escritores de la última generación. Después de pasado el prólogo del Dr. Benjamín de Céspedes, un gran literato entre los médicos y un gran médico entre los literatos, que viene a ser en las primeras páginas del folleto, por la amargura de su tono, y la elegancia de sus ideas, una especie de telón negro que oculta un escenario de circo, donde se admira la destreza de los acróbatas, se ostenta la robustez de los músculos, y se provocan las agudezas del payaso; el espíritu del lector se inicia en los secretos del complicado juego de pelota; conoce su origen, su desarrollo y sus consecuencias, comprende las causas de su popularidad y se promete asistir al primer desafío. El entusiasmo de los jóvenes que se escapan de las aulas para ir a la práctica; las figuras de los jugadores, ya sean del bando azul, ya del bando rojo; las desavenencias entre los partidarios de distintos clubs; el efecto que produce la concurrencia que asiste al espectáculo; las mil peripecias del juego; los gestos y chillidos de las turbas apiñadas en los escaños; los comentarios que se hacen al terminar la fiesta en las calles, y en los cafés; todo está muy bien presentado en párrafos sencillos, desnudos de galas retóricas y salpicados de chistes originales, porque el autor escribe de prisa, sin rebuscar sus ideas ni peinar su estilo, del mismo modo que el pájaro canta, el astro alumbra y la flor perfuma. El chiste culto, ligero y espiritual corre, piquetea y estalla en cada línea, con cualquier pretexto y con pasmosa facilidad, ya de una frase cogida al vuelo, ya de un incidente dolorosamente cómico, confundiéndose todos en una alegría encantadora y reconfortante a la vez, análoga a la que despierta el sonido de los cascabeles agitados en ruidoso baile de máscaras. Después de dar las gracias al autor por el buen rato que me ha proporcionado la lectura de su primer libro, cuyos ejemplares el público se encargará de consumir, no por mis elogios sino por su verdadero mérito; réstame suplicar al donoso escritor que me perdone en su futuro libro, de ciego que merezco por estas incorrectas líneas. ¿Me lo perdonará? La Discusión, diario político, La Habana, 28 de noviembre de 1889.

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Romel Hijarrubia Zell
2 años

Un titular tan inocente como el delpresente artículo de Enrique José Varona sobre el base ball, le permite hacer un artículo de fondo y con enjundia sobre muchos aspectos de la vida de todos y sobre temas bastante alejados del juego de pelota. Los grandes escritores tienen obligatoriamente una cultura general detrás de sí, que les permite burlar cualquier censura o crear una gran historia donde sólo hay arena del desierto. Muy buen artículo. R.

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Rolando Emilio Chavez Miranda
2 años

Gracias. Nos sitúan en una época donde la nacionalidad se forjaba. Cuba 🇨🇺 necesita de.mejores escuelas, centros y areas deportivas. Mentes sanas en cuerpos sanos.

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