Marinello ha dicho palabras muy agudas y sagaces en tomo a la poesía negra realizada en Cuba. Primero en su bellísimo ensayo recogido en Poética y después en la conferencia, tan ágil y pulcra, que le oímos en el Instituto de Santiago de Cuba no hace muchos días. Nosotros creemos que el fino creador de “Liberación” está en lo cierto. ¿Pero no podría pensarse, aún dentro de las órbitas clasistas, que también hay una preocupación al fondo, desgarrada y sangrante, en mucho de lo que tiene esta poesía de ánimo recreativo y de exposición pinturera y pintoresca? Este admirable libro de Ballagas nos ha hecho meditar, un largo rato, alrededor de esta pregunta. Tal vez esa preocupación de que hablamos no la haya sentido, en sus corrientes entrañables, el propio Ballagas. Porque ocurre que el poeta —no importa que lo sea de veras, que lo sea en grado muy puro, como en este caso— muchas veces expresa en su lenguaje lo que cruzó por sus élitros interiores sin rozarlos. Es posible que Ballagas, entusiasmado por el éxito clamoroso de sus primeros poemas de este género, se entregase a la tarea de construir el libro que tenemos delante, más preocupado del propio renombre que de las angustias circundantes. Es posible. Pero eso también puede ser posible en Langston Hughes, y en todos los que no hagan lo que hizo Martínez Villena. Porque lo cierto es que si nos queremos preocupar bien de los dolores clavados en la carne del mundo, no hay tiempo para conseguir la gloria escribiendo poemas. Pero volvamos a la pregunta formulada. ¿No podría pensarse que en la mayor parte de estos poemas, en los cuales, ciertamente, el negro es espectáculo, golosina de recreo y de risa para los demás, también está, hiriéndonos, la tragedia, la gran tragedia que sufre nuestro negro? Cada vez que Eusebia Cosme dice, como ella sabe decirlo, uno de los poemas de este libro: Lavandera con negrito, el público ríe, aplaude, patea. A eso, posiblemente, aspiró el poeta. Sin embargo, ¿no palpamos en ese poema el aplastamiento que ha sufrido y que sufre la raza negra en Cuba? Y encontramos lo mismo en el verso Para dormir a un negrito. En otros que mucha gente avisada juzga menos pintorescos y más entrañables, nosotros vemos —quizás tengamos telarañas en los ojos— no una realización de poesía negra, sino de poesía simplemente. Como en la Elegía de María Belén Chacón, por ejemplo. Porque la plancha que le quema, de madrugada, el pulmón a María Belén es la misma que se lo quema a la mujer blanca. A esta, más pronto. Ocurre lo mismo que con el poema “Sabás” de Nicolás Guillén. Cuando Guillén da este verso, algunos críticos dicen: “Ahora sí ha hecho poesía negra”. Pues no. Lo que al negro Sabás le pasa también le pasa al blanco. Y aquél y éste tienen que hacer lo mismo. Porque no es cuestión de color —blanco o negro— sino de clase oprimida. En el gran verso de Langston Hughes: “Yo también soy América”, “al hermano negro, cuando vienen visitas lo mandan a comer a la cocina”. Pero ese negro dice que «mañana, se sentará en la mesa aunque vengan visitas. Y nadie se atreverá a decirle: “a la cocina, negro”. Por consiguiente, no es que el negro tenga que irse a la cocina porque sea negro, sino porque es esclavo.
Queríamos decir estas cosas. Para luego agregar que este Cuaderno de Poesía Negra de Emilio Ballagas es un libro notable. En el cual abundan los aciertos de interpretación, las imágenes perfectamente logradas, las finezas verbales y las luces rítmicas. Aun en aquellos poemas que no son los mejores de estas bellas páginas.