Esta institución, cuyo anuncio hemos leído en la Gaceta de aquella ciudad de 28 de marzo de este año de 1832, y cuya apertura debió haberse hecho en abril, está a cargo de don Santiago Atanasio Fernández, ex catedrático del colegio imperial de San Isidro de Madrid, y de don Emilio Peyrellade, profesor de primeras letras en Puerto Príncipe. Los ramos que se enseñarán los indica el artículo 1° del reglamento formado. Dice así:
En el mismo establecimiento se darán clases de los idiomas inglés e italiano y de música instrumental a los alumnos que los soliciten; para cuyos ramos ofrecen los directores valerse de individuos de acreditado mérito e idoneidad, en el concepto de que sólo en éstos habrá profesores auxiliares, pues los demás ofrecen desempeñarlos por sí mismos.
Vivamente interesados en los progresos de la juventud, mal podríamos asomar ni aun la más remota idea que se encaminase a entibiar el celo de los padres de familia, ni el fervor de los hijos de aquel suelo; y si a nuestro pesar hacemos algunos reparos, es solamente impulsados del sano deseo que nos anima, esperando que se mirarán, no como una censura maligna sino como unos consejos inocentes, dictados por la franqueza y el patriotismo.
Chócanos sobremanera que, debiendo enseñarse a todos los alumnos a pupilo, medio pupilo y externos, nada menos que 18 ramos, se quiera recomendar como un mérito que éstos serán desempeñados por los mismos profesores sin necesidad de auxiliares. ¿Quién que sepa, no ya lo que es enseñar, pero aun siquiera aprender, podrá figurarse que dos personas solas podrán desempeñar la enorme tarea que se imponen los dos directores del colegio de Puerto Príncipe? De los 18 ramos que se anuncian, hay unos que exigen varias subdivisiones y clases particulares, y otros, que aunque menos extensos y complicados, necesita cada uno de por sí, de un profesor, para que los discípulos puedan aprender y el público quedar bien servido. Yo creo que los señores Fernández y Peyrellade están penetrados de esta verdad; y que si no hubieran cedido al espíritu de imitación, el catálogo de los ramos de su enseñanza hubiera sido más corto, pero también más perfecto. Cayeron, a nuestro entender, en el vicio común del día. Raro es el maestro o director que no se empeñe en captar el favor público por medio de grandes promesas, y muchos se consideran deslucidos, si no suenan los nombres rimbombantes en que pretenden fundar la bondad de sus establecimientos. La calidad más que la cantidad debe ser la norma de todos ellos. Si ambas pueden reunirse, hágase enhorabuena; pero cuando no pueden conciliarse, limítese la enseñanza para que así sea útil. Vale más sentarse a una mesa frugal, cuyos pocos platos estén bien sazonados, que no a un banquete donde relumbrando la vajilla, los alimentos están crudos o muy mal condimentados.
Otro de nuestros reparos es, que se omiten algunos ramos, y que a otros se da una prelación que no merecen. Se enseñará filosofía moral, matemáticas, oratoria, etc., pero ni una palabra se dice acerca de la lógica, ciencia necesaria para dirigir nuestras ideas, y que si se enseñara como debe, podría ponerse al alcance de los discípulos, pues si bien es complicada y atormentadora en los libros, es sencilla en la boca de un buen maestro. Se enseñará oratoria en aquel colegio; ¿pero se podrá enseñar bien, si el discípulo no sabe todavía el modo de arreglar las ideas, sin las cuales no puede orar? Algo diríamos sobre el estudio de la oratoria en estos colegios; pero la naturaleza de este artículo nos prescribe un estrecho límite.
El griego, el baile, la música vocal, y otros ramos se enseñarán también a todos los alumnos del colegio; pero el inglés, el italiano, y la música instrumental sólo a quienes lo soliciten. Quisiéramos que estos tres últimos ramos, y principalmente el inglés, se sustituyesen a los tres primeros; porque, en realidad, ¿de qué provecho puede ser el estudio del griego a un joven de Puerto Príncipe? Quizá no sacará otro en todo el curso de su vida, que el de la lectura de algunos clásicos de la Grecia; pero en la marcha de los negocios de aquella ciudad no se le encontrará aplicación. El inglés, por el contrario, es la lengua del comercio y de uno de los pueblos más grandes de la tierra; y aun cuando prescindiéramos de estas consideraciones, el estado particular de Puerto Príncipe debe inducir a sus habitantes a darle la preferencia, porque casi todo su comercio está en poder de los norteamericanos, cuyas relaciones se irán aumentando cada día. ¿No se enseña en el colegio la teneduría de libros? ¿No indica esto que se les quieren dar rudimentos para que sigan la carrera del comercio? Y siendo así, ¿por qué se les escasea con mezquina mano el conocimiento de una lengua, que puede llamarse mercantil por esencia? El italiano, aunque no tan necesario para nosotros como el inglés, ocupa un lugar mucho más preferente que el griego, pues la riqueza de su literatura, la variedad de sus descubrimientos científicos y su armonía y delicadeza para el canto, son otros tantos motivos que tenemos para cultivar una de las lenguas más hermosas y sonoras. Y si a la enseñanza del griego debe anteponerse la del inglés e italiano, ¿no deberá también preferirse el estudio de estas dos lenguas al del baile? Éste es un adorno, que de puro común, nada tiene de particular; y no ofrece carrera ni ocupación aun a los más aventajados, pues dos o cuatro maestros de baile bastan para satisfacer las necesidades de un pueblo numeroso.
Si nuestros colegios han de ser el plantel donde se forme la juventud, es menester organizarlos conforme a nuestras necesidades. ¿Qué importa a los padres de familia, que después de haber tenido a sus hijos cuatro o seis años en uno de esos establecimientos, y gastado en ellos centenares o millares de pesos, salgan traduciendo a Demóstenes y Homero, o bailando una gavota, si cuando llegue el día de darles alguna carrera, de nada les sirve lo que aprendieron? Bastante tiempo han perdido los hombres. Largo ha sido el divorcio entre las ideas y los hechos, entre la teoría y la práctica.
Mil veces se ve que un pueblo sabe una cosa, conoce su utilidad, y, sin embargo, no la aplica, aun cuando tenga medios para ello. Tal conducta proviene en mucha parte del sistema de la educación, pues enseñándose una muchedumbre de cosas que no se pueden jamás realizar, el entendimiento se acostumbra a un plan de teorías; y como el hombre forma su carácter mucho más temprano de lo que generalmente se cree, las ideas que recibió en la juventud, extienden su influjo a la mayor edad. En ningún pueblo se debe trabajar más que en el nuestro para lograr la feliz asociación de la teoría con la práctica. Por desgracia siempre tenemos un proyecto entre manos; lo discutimos, lo reglamentamos; pero cuando de las palabras se pasa a la ejecución, todo se suspende y se difiere para un término indefinido. Hablemos menos y operemos más. Por largos años hemos sido los hombres de las teorías; empecemos ya a ser los hombres de los hechos.
Publicado en La Habana en el número 6 de la Revista Bimestre Cubana en 1832 y como parte de la Biblioteca Básica de Cultura Cubana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1962.
Tomado de José Antonio Saco: Obras. Ensayo introductorio, compilación y notas: Eduardo Torres Cuevas. Biblioteca de Clásicos Cubanos. La Habana, Imagen Contemporánea, 2006, Volumen II. pp.3-5