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Para días de festividades de la santísima Virgen

Para días de festividades de la santísima Virgen

     A Dios
      (Oración)

¡Oh Dios, que por la fecunda virginidad de la bienaventurada María habéis dado al género humano la vida eterna, de que lo despojó el pecado; hacednos sentir —en gloria de vuestro Hijo Divino y de su Santísima Madre— los efectos constantes de la intercesión de la misma; para que sostenida nuestra flaqueza con su poderosa ayuda, nos regocijemos en las faustas solemnidades con que celebramos su memoria, y tengamos parte en la fe

Deidad de que la habéis colmado, y por la cual os tributamos acciones de gracias rendidísimas. Esta merced impetramos de vuestra bondad infinita, por el sagrado nombre del que se dignó venir al mundo, naciendo de Aquélla que será eternamente bendita entre todas las mujeres, según los inefables decretos de vuestra misericordia; que alabamos con las palabras de tan excelsa Señora, diciendo humildemente: —Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios Nuestro Salvador.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.—
Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.


      A la gloriosa Virgen
       (Oración)

Madre augusta de Jesucristo! Puerta del Cielo! Estrella de los mares, que de tantos naufragios nos habéis librado! Oíd la voz de los pueblos que en su socorro os invocan, y no despreciéis los humildes obsequios que su veneración os tributa.

Yo, el más indigno de vuestros devotos, pero el más obligado, vengo a vuestras plantas, uniendo mi intención a la de todos los fieles que en este día solemnizan... (se expresa cuál es el motivo de la fiesta) para saludaros con las frases del ángel San Gabriel; felicitándoos con toda mi alma por vuestras preeminencias y glorias, y rindiéndoos ferviente gratitud por el patrocinio que constantemente os habéis servido dispensarme.

Sí, Virgen María! yo os saludo, os felicito y os doy gracias, gozándome en reconoceros segunda gloriosa Eva, reparadora del mal que nos dejó en herencia la primera. Yo os saludo, os felicito y os doy gracias repitiendo con júbilo que sois bienaventurada y bendita entre todas las mujeres. Yo os saludo, os felicito y os doy gracias, aclamándoos con la Iglesia reina de los ángeles, espejo de justicia, trono de la sabiduría, honra de la casa de David, fuente de nuestra alegría, arca de la nueva alianza, salud de los enfermos, auxilio de los cristianos, consoladora do los afligidos, refugio de los pecadores...! Yo os saludo, os felicito y os doy gracias, como a mi soberana, mi bienhechora, mi madre, mi abogada, ni más fiel y antigua amiga. Yo os saludo, os felicito y os doy gracias, a nombre de los presentes, de mi familia, de mis cofrades, de todos los que os aman, de todos los que honráis con vuestro amor; esperando, Señora, nos perdonéis nuestras ingratitudes para con vos, y hagáis que nos las perdone vuestro Divino Hijo.

Virgen clemente! Virgen poderosa!, no nos retiréis jamás vuestra asistencia, que imploramos particularmente para la hora de la muerte.

Vos, la más dolorida y la mejor de las madres, interceded por las madres cristianas, para que sean atendidos sus ruegos y en esta solemnidad llegue a ellas, (o a nosotras si es madre la suplicante) el júbilo general; siendo las que aún viven inspiradas y fortalecidas por la gracia; y siendo admitidas las ya difuntas en la mansión del Señor que vuestra presencia regocija.

Vos, modelo de las santas esposas, oíd las súplicas que por sus maridos os dirigen: asistidlas (o asistidnos) para que acierten a cumplir sus deberes —e interceded para que las que ya han salido de este mundo— gocen cerca de vos en el otro la eterna recompensa de sus trabajos.

Vos, por quien todos fuimos reengendrados al pie de la Cruz, acordaos de nuestros padres, hermanos y parientes, vivos y muertos; y sed la celeste protectora de los niños — por el amor con que os colmó de gozo el Divino infante Vuestro Hijo— acogiendo, particularmente, a los huérfanos y desamparados; así como a los que murieron sin bautismo.

Haced que la sangre del celestial cordero los purifique y vivifique para nueva vida.

Permitid todavía que siga implorándoos, ¡dulce esperanza nuestra! por todos y por cada uno de los seres queridos que son mi consuelo en este valle de lágrimas. Yo os los confío, Señora! Pedidle a nuestro Dios en tan fausto día, que en gloria suya y honra vuestra les perdone sus pecados, les llame a verdadera penitencia, y les conceda al fin santa muerte que les dé entrada en su reino.

Vos sois salud de los enfermos y refugio de los pecadores: como tal os hemos reconocido y aclamado.

Venid, pues, venid al auxilio de todas las almas heridas por el infortunio y ulceradas por el pecado. Venid en defensa de todos los que arrastran las cadenas de aquel enemigo que vos vencisteis aplastando su frente. Sujetadlo de nuevo bajo esas plantas virginales — ante las que me veis humillado— y que estas humildes preces ¡Reina del cielo! que mi intención hace ostensivas a toda la tierra, cuya gloria sois, merezcan de vuestra bondad ser aceptadas del mismo modo, en pro general de los humanos, y particular de la Iglesia católica, en cuyo seno he nacido y espero morir por la gracia de Dios y vuestra asistencia poderosa. —Amén.

Un Ave María en memoria de la purísima concepción de la Virgen. —Otra en reverencia de su nacimiento. —Otra en honor de su dulce nombre. —Otra en recuerdo de la salutación y anunciación del ángel. —Otra como homenaje a su Divina Maternidad. —Otra en muestra de gratitud por sus dolores de Madre. —Otra en tributo a su gloria como corredentora. —Otra en felicitación de su fiel tránsito y Asunción. —Otra en alabanza de su coronación como reina del Cielo.

Después de estas nueve Ave Marías, el siguiente:

      Canto al dulce nombre de María

          Nadie jamás a vuestro amparo augusto
       inútilmente se acogió, Señora!
       Vos escucháis al pecador y al justo;
       pues ningún hombre a vuestras plantas llora,
       y su esperanza o su dolor os fía,
       que no halle en vos clemencia,
       y ante la soberana omnipotencia
       derecho a la piedad. ¡Salve, María!
       ¡Salve cien veces, Madre poderosa
                    Del Redentor Divino!
       ¡Salve, oh del cielo estrella luminosa,
       que la senda alumbráis del peregrino
       cuando se pierde en noche tempestuosa.
       ¡Oh reina! oh madre! de mi humilde acento
       no despreciéis la débil alabanza;
                      que si a ensalzar no alcanza
       vuestra gloria, que asombra al pensamiento
                      nace del sentimiento
                      de un pecho agradecido,
      que al fuerte impulso del amor que encierra,
      con vuestro nombre plácido y querido
      llenar quisiera la anchurosa tierra.
          Dejadme, pues, que ardiente lo proclame:
      que ese nombre feliz, mil y mil veces
                     resonando en mis preces,
      su dulzura suavísima derrame
      de mi existencia en las veloces horas;
      santificando las que plazca al cielo
                    darme consoladoras,
      y siendo en las amargas mi consuelo.
      María! oh, sí, María! yo os invoco,
      ya con alma gozosa, ya afligida,
      como a constante norte de mi vida;
      y hora del mundo entre bullicio loco,
      hora en la paz de plácido retiro,
      tienda la noche su solemne sombra,
      fulgure el sol en su brillante giro,
                   siento que en leda calma
                   siempre que el labio os nombra
      se fortalece y purifica el alma.
                   ¡María! ¡dulce María!
                   ¡Madre del amor bello!
                   ¡Fuente de poesía!
       grabadme aquese nombre como un sello
       dentro del corazón, y el regio manto
       tended cubriendo la miseria mía;
       para que ante los ojos del Dios santo,
       sin que su augusta majestad se ofenda,
       pueda de adoración rendirle ofrenda.
            En cambio de ella los sublimes dones,
       de su gracia me alcance vuestra mano,
       y llégueme el presente soberano
                  con vuestras bendiciones.
       Esto os pido, Señora, y esto ansío:
       esto os pido por mí, por cuantos amo:
       todos a vuestro amor se los confío,
       y por todos con júbilo os aclamo
       remedio, y esperanza y alegría
       de la prole de Adán: por todos beso
       vuestro alto nombre y su poder admiro;
       mientras lo guarda el corazón impreso,
       para que endulce ¡oh reina! mi agonía...
       pues sonará con mi postrer suspiro
       el dulcísimo nombre de María.

   
    A san José
     (En las festividades de su santísima esposa.)

¡Patriarca ilustre, que os gozáis más que todos los Santos en los honores tributados a su célica reina y virgínea esposa vuestra recibid también hoy las especialísimas felicitaciones que os presentamos respetuosos. Oh digno consorte de la toda pura sed como ella propicio a nuestras súplicas, alcanzándonos que acoja el Señor las que les dirigen, en general y en particular los fieles, durante esta santa solemnidad. Amén.

Inmaculada Concepción, conocida como Esquilache 
Bartolomé Esteban Murillo


Tomado de
Devocionario nuevo y completísimo en prosa y verso, por la Sra. Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sevilla, Imprenta y librería de D. A. Izquierdo, 1867, pp.105-112.

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