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No sé si el lector se habrá fijado... (Pisto Manchego, 9 de agosto de 1924)

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No sé si el lector se habrá fijado... (Pisto Manchego, 9 de agosto de 1924)

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No sé si el lector se habrá fijado en lo que yo y que es lo siguiente: no queda títere con cabeza que al visitar nuestro Camagüey deje de hallarse en el deber de endilgarle a la ciudad del Tínima y del Hatibonico cierta clase de piropos que, a fuerza de ser repetidos por todos, pertenecen ya a la categoría de los más desesperantes lugares comunes.

Suponed que Juan Lanas sale de Pinar del Río y decide visitar Camagüey con el propósito de conocer el pueblo o de vender en el mismo alpargatas o tabacos. Lo primero que Juan Lanas hace, de seguro, es entornar los ojos románticamente al llegar a la estación ferroviaria y murmurar, al fin, con voz ligeramente atiplada:

—¡Oh!, estoy en la legendaria tierra de los tinajones, en el dulce recinto donde se ha detenido el pasado y todavía hay galantes caballeros que, con la espada al cinto y el gran sombrero tocado de flexible pluma, esperan en la calleja romántica a que se asome al balcón la dulce Julieta de la que él es rendidísimo Romeo. ¡Oh, Camagüey, Camagüey, Camagüeeeeeeeeey...!

Y a soñar se ha dicho. La estancia de Juan Lanas en esta ciudad es un verdadero poema de Zorrilla o de Martínez de la Rosa, y durante ella el pobre hombre no ve donde quiera más que raptos poéticos, donjuanes que atrevidamente asaltan los conventos para seducir en ellos a las monjas ingenuas, amores contrariados y en fin toda esa basura que llenó durante más de un cuarto de siglo las mentes de nuestros bisabuelos y que por fuerza quieren muchos encontrar en Camagüey y, que si algo tiene de bueno es sin duda el gran taller de cuchillería del Sr. Manuel Rodríguez, situado en la calle de General Gómez no. 20 y medio y donde no sólo se afila a la perfección el instrumento más mellado, sino que se hallan las mejores navajas y tijeras que se están vendiendo actualmente en Camagüey Su dueño, que es un verdadero experto, tiene interés en atender a todos los que a él acudan, y es por eso que posee una clientela tan satisfecha como numerosa.


Pues como les decía a ustedes, amigos míos, hay veces en que yo, nacido y criado en Camagüey, no conozco a mi terruño. De tal manera me lo disfrazan los que vienen de fuera, que me pregunto angustiado si ese pueblo al que se refirieron es este mismo que, a mi juicio tiene poco más o menos las mismas cualidades de los demás que llenan el orbe y que si acaso aventaja a alguno es en la circunstancia de contar con un establecimiento como La Gran Señora, en el que la más exigente madre de familia puede hallar todo lo que quiera, ya que se ha recibido en estos días un colosal surtido de la capital y el cual ha colocado indiscutiblemente al popular establecimiento de la Plaza de la Merced a la cabeza de todos los de su giro en la ciudad camagüeyana.

Sí, señores, hay veces en que yo no conozco a Camagüey y hay otras en que me avergüenzo de que la gente que viene de otros lugares a ver los románticos caballeros camagüeyanos, me encuentre demasiado vulgar, vestido como un burgués del siglo XX, sin espada y sin leyenda, tomándome una democrática gaseosa de Pijuán en el recinto poco siglo XVII de un café provinciano. En verdad les confieso, queridos amigos, que hay veces en que me entran deseos de hacer buenas todas las frases que nos dedican nuestros visitadores y andar siempre en carácter. Al menos gozaríamos del placer de no despertarles del sueño en que viven, más profundo sin duda que el que pudieran gozar si tuvieran la dicha de acostarse en una de las excelentes camas que vende en esta ciudad el conocido comerciante Sr. Casildo López...

Camagüey, señores románticos, es un pueblo donde se vive la vida moderna, complicada, útil que en cualquiera otra parte. Se trabaja intensamente, se lucha, se vence. Enamoramos, como es natural, ya que las lindas camagüeyanas no pasan por otra cosa, pero lo hacemos de la manera más natural del mundo, sin romanticismo ni versos a la luna ni a las estrellas, porque ya los tiempos no están para eso. ¡Cualquiera va a salirle a una de las chiquitas que en la actualidad nos gastamos con toda la sarta de tonterías que hacía desmayar de felicidad a las damitas de 1825, pero que hoy traería sobre el imprudente que se propusiese un ridículo mayor que si se atreviera a afirmar que la Nueva Funeraria que poseen en esta ciudad los apreciables caballeros Varona y Gómez no es la que mejor cumple con los deberes que siempre le han estado encomendados a una funeraria...!

Camagüey, señores, tiene su pasado... que ya está pasado, hablando con franqueza. Nosotros constituimos ahora un pueblo que puede tener de romántico lo que Nueva York de sentimental: aquí se roba, se mata, se rapta plebeyamente, sin arte y con frases dichas en prosa. Algunos nos vestimos y otros, más desgraciados o menos limpios, andan con las patas por el suelo, pero todos admiramos la suprema tijera ele un sastre como el Sr. Leoncio Barrios, que se ha impuesto por su seguridad y eficiencia.

Lo único que ya no se hace en Camagüey es, óiganlo bien, señoras y señores, comer catibía...

Interino
Sábado 9

Publicado en El Camagüeyano, 9 de agosto de 1924. Tomado de Nicolás Guillén: Pisto manchego. Compilación y prólogo de Manuel Villabella. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2013, t.II, pp.30-32. (Ésta, como otras tantas, apareció en el periódico sin título propio, eso explica las cursivas en el título con que la publicamos y con que aparece en el citado volumen compilado por Manuel Villabella).
Nota de El Camagüey: Entre 1924 y 1925 Nicolás Guillén asumió la redacción de la sección Pisto Manchego, en el periódico El Camagüeyano, una sección que combinaba la crónica periodística y la publicidad comercial. Debía anunciar los servicios de una funeraria, de un sastre y de El Baturro, las gaseosas Pijuán y el Colmado La Palma, la Casa Mendía, los muebles de Casildo López, los cigarros de Calixto López... La sección era diaria y muy ocurrente. Había sido creada por un periodista español, de apellido Santovenia, y su nombre, el de un plato español, es una metáfora precisamente de la mezcla consustancial a su espíritu, a medio camino entre el periodismo y la publicidad.

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