Domingo de Para, el ilustre ciudadano que actualmente ocupa el importante cargo de Alcalde de este término municipal, y cuya pintoresca psicología hace recordar con reiterada frecuencia la deliciosa figura de Pacheco, viva al través de los tiempos en las páginas inmortales del Epistolario de Fradique Mendes, me ha dirigido la siguiente comunicación:
Una “de parada”
4Una “de parada”
4Como puede adivinarse fácilmente, el ilustre señor Alcalde, por virtud de la anterior comunicación, declara innecesarios mis servicios en las oficinas municipales.
No entra en mis cálculos, ciertamente, llorar la cesantía, ni mendigar el puesto, ni enternecer con dulces palabras el por lo visto duro corazón municipal. Soy demasiado orgulloso para hacer eso.
Lo que sí quiero es, simplemente, dar a conocer al pueblo de Camagüey el por qué (sic) de esta medida del ilustre señor Alcalde, y bordar, ya que la oportunidad se me presenta, algunos comentarios acerca de la discreción, tacto, habilidad política y extraordinario talento del doctor Domingo de Para y Raffo…
El ilustre señor Alcalde ha tenido a bien declarar extinguidos mis servicios, por una razón sencillísima: PORQUE YO NO HE HECHO POLÍTICA MACHADISTA, y, además, porque yo he tenido el poco tacto, seguramente, de no alabar la sabiduría del ilustre señor Alcalde, la prudencia del ilustre señor Alcalde, la habilidad del ilustre señor Alcalde y hasta los espejuelos doctorales y los hermosos trajes de dril blanco con que se viste el ilustre señor Alcalde.
Ahora comprendo mi error. Me hubiera adherido yo a la anatomía municipal, trepando por sus hombros democráticos hasta llegar a sus orejas atentas, soplando en ellas chismes y elogios, y a estas horas sería yo el empleado más seguro en su puesto de todo el Ayuntamiento. Pero para hacer esto hay que tener ciertas excepcionales condiciones de las que yo, por desgracia o por fortuna, carezco absolutamente.
Una columna vertebral que no se dobla en serviles genuflexiones, es, como yo tengo oportunidad de saber ahora, cosa asaz incómoda para abrirse paso con determinados personajes. Sin embargo, yo declaro que estoy satisfecho de mi espinazo.
Nunca creí, francamente, que la circunstancia de que el ilustre señor Alcalde fuera machadista, católico o determinista, me obligara a mí, empleado municipal, pero hombre absolutamente libre en mis determinaciones, a ser lo que el ilustre Alcalde fuese, a pensar como pensara el divertido Pacheco camagüeyano.
Los hechos, sin embargo, han venido a decirme que yo estaba equivocado y que no he sabido cumplir con mi deber de liberal y de empleado.
Estos mismos hechos son los que van a servirme para retratar de una manera breve, pero lo más fiel que me sea posible, la mentalidad del ilustre señor Alcalde y la amplia base de verdadera democracia sobre la cual cimenta siempre toda su labor.
Lo primero que salta a la vista es el gran tacto del ilustre señor Alcalde. Él aspira a Senador en las próximas elecciones y sostiene, además, la candidatura del general Machado dentro del Partido Liberal para la Presidencia de la República; trata, como es natural, de sumar adeptos a la causa de Machado y a la causa de su senaduría. Como se ve, el claro talento del Pacheco camagüeyano no puede dictarle medidas más en consonancia con sus deseos y aspiraciones. Yo, por ejemplo, que acabo de ser declarado cesante por un brochazo de su pluma, seré uno de sus más fieles partidarios y trataré por todos los medios posibles de que él sea Presidente… Son medidas que, aunque el pueblo no lo estime así, elevan la popularidad de un hombre y le captan el aprecio y de la consideración de todos sus coterráneos.
Sin embargo, yo quiero hacer constar, para que toda la gloria de estas actuaciones no recaiga exclusivamente en la anatomía municipal, que el ilustre señor Alcalde, procede muchas veces sugestionado por individuos cuyo despotismo intelectual acaba por vencerlo: hombres superiores a él en inteligencia y en práctica política, a cuya cultura excepcional tiene necesariamente que rendirse. Nadie puede negar que la mentalidad extraordinaria de un policía o de un Jefe de Negociado, siempre ha sido superior a la de un Alcalde, y mucho más si este Alcalde es ilustre y se llama Domingo de Para Raffo.
A estos personajes, desconocidos muchas veces por el gran público, pero vivos y murmurantes alrededor de las orejas alcaldicias, se deben muchas medidas importantes, muchos aciertos ejecutivos, muchas plausibles disposiciones que después, injustamente, atribuimos al cerebro de nuestro Pacheco, cuando en verdad pertenecen a molleras superiores…
Y en realidad, esto es tan cierto, que yo no sé ahora sí debo mi cesantía al ilustre señor Alcalde. Posiblemente la medida no ha tenido nada que ver con su preclara inteligencia. ¡Está tan “determinado” el señor Alcalde! ¡Tantas inteligencias giran en torno suyo, de tal modo se dobla al más pequeño capricho de sus amigos, que ya resulta un verdadero problema saber en Camagüey cuáles son las cosas que en realidad hace o piensa el señor Alcalde! O qué hace simplemente, porque nunca he tenido gran fe en lo que piensa el doctor De Para. Posiblemente, como aseguran espíritus sutiles que han estado en contacto con su estupefaciente persona, el ilustre señor Alcalde no piensa nada…
¡Tan poco piensa que no alcanza a medir la eficacia de las determinaciones que muchas veces sus amigos le hacen adoptar, para llegar, por fin, como son sus ardientes deseos, al Senado de la República!
Yo, por mi parte, declaro que tengo fe ciega en que el pueblo de Camagüey, reconociendo las altas dotes de inteligencia, tino, discreción y democracia del ilustre señor Alcalde, laborará porque un hombre de tal naturaleza realice sus justas aspiraciones…
Tomado de El Camagüeyano, Año XXII, Núm. 79, 19 de marzo de 1924, pp.1 y 8.
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