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Camagüey, la infortunada

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Camagüey, la infortunada

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Cuando aún no ha sido restañado el llanto de Oriente; cuando aún subsiste allí el terror de un suelo que con oscilaciones de beodo llevaba la muerte y el pánico a los hogares, cuando los escombros que todavía permanecen dicen a las claras que la reconstrucción de Santiago no ha sido terminada; cuando los vestidos de negro percal hablan todavía de la catástrofe que se llevó a padres y a hermanos en la provincia extrema; los elementos, con ensañamiento ciego, con violencia jamás confrontada, se abaten rugientes y poderosos, impíos e incontenibles, sobre las ricas tierras del Camagüey. Y en el más funesto concilio del aire y el agua, en el más tenebroso consorcio de la lluvia y el mar. el ciclón pasea la ancha y terriblemente inquieta lengua de su trayectoria por toda la verde llanada, antes emporio de riqueza y cuna de trabajo para arrasar, arrastrando en pos de su terrífico hálito de muerte, vida y riquezas, hogares y propiedades, tranquilidad y esfuerzo.

Diríase que un sino fatal e ignoto va marcando una tras otra, las regiones de esta atribulada Cuba, para en un beso mortífero y cruel ir acentuando más y más. hasta llevarlas al límite las contrariedades y dolores de una situación económica caótica, las inquietudes de una perenne intranquilidad política, el vía crucis de la miseria y el hambre, que con fuerza destructora e inconsciente también, con avidez y ferocidad selvática se abaten sobre el lugar, siempre modesto y humilde de nuestros guajiros y obreros, para hacerles gustar hasta las heces el martirologio de los amaneceres sin pan para los hijos, de los anocheceres sin medicinas para la esposa, de los meses y los años sin trabajo para los hombres.

¿Es que la mano de la Naturaleza se aferra sobre nosotros sin que los poderes de lo Alto, enarbolen la bandera blanca que un día nos libere de tantas y tan dolorosas torturas? ¿Es que nuestro espíritu de sacrificio quiere probarse hasta el límite de lo imposible, hasta más allá de lo humano, hasta la. mismas lindes de la divinidad? ¿Es que nosotros que hemos vivido en un perpetuo ciclo de risa, más que producto de nosotros mismos, consecuencia del ambiente, estamos condenados a llorar eternamente a compás con los hirientes y dolorosos zarpazos de los elementos impelidos por la suprema voluntad de un destino fatalmente triste?

Ayer no más, el penacho negro de mil locomotoras y de cien industrias ponían la obscura pátina del humo de sus chimeneas en el azul del cielo camagüeyano; los silbatos de los trenes alegraban la campiña, asustaban la yeguada y esparcían el eco de su voz de trabajador constante hasta los bastiones de la Sierra de Cubitas, donde los campesinos tocados con su yarey modesto y su chamarreta enrojecida por las salpicaduras de la tierra labrada, guiaban la yunta que abría negruzcos surcos en la esmeralda del suelo empastado, para ceder lugar a las plantaciones que aquel ubérrimo suelo fecundaba y hacía prosperar. Ayer no más, la guinea y el paraná esparcidos en toda la llanura camagüeyana entrelazaban sus débiles ramas, formando un solo macizo de follaje verde y oleaginoso que se agitaba a compás de la brisa y que parecía decorado con la astada testa de millares de reses, ocultas hasta la curva entre el alimento, con el lomo abultado por la grasa y con dos o tres sucesiones de su descendencia retozando a sus espaldas. Ayer no más la monotonía de un paisaje interminable y perpetuamente verde, se quebraba con la pincelada gris de mil bohíos, por una de cuyas culatas se colaba el humillo del fogón, en cuyo pozo los cochinos reñían por un trozo de revolcadero y en cuya vecindad a la redonda crecían los sembrados más diversos; caja de caudales al conjunto que albergaba el sustento y las esperanzas de toda una familia. Ayer no más. de Santa Marta, Jatibonico, Velasco y Violeta partían largos trenes cuyas locomotoras jadeantes iban ascendiendo, al parecer penosamente, la cuesta de Pastelillo para verter sobre los muelles todo el contenido del enorme estómago de carros cuajados de sacos de azúcar, última etapa de la manipulación industrial de una región que consagra sus energías y su vida a la producción del más dulce de los alimentos. Ayer no más al repique de las vetustas y resquebrajadas campanas de las iglesias camagüeyanas, asomaban a las puertas, con los primeros albores del día las siluetas rescatadas de mil mujeres, bellas como querubines unas, respetables como matronas antiguas las otras, que se prosternaban en altares y naves para suplicar a Dios que les conservara aquella vida patriarcal, aquella tranquilidad de convento, aquella proverbial opulencia camagüeyana. Ayer no más, en Santa Cruz del Sur, por encima de la fieramente azul superficie del mar, se dibujaba la silueta gris de un barco que llevaba alegría y producía fiesta en la ciudad, porque era conductor de alimentos, de trabajo y de vida.

Y hoy Santa Cruz es un brazo de mar, por entre cuyas aguas asoman los escombros, lápidas, cruces y sirios de más de mil vidas sepultada

Y hoy en la llanada impera el silencio, mortal silencio de necrópolis. No se ve ni la blanca aguja del vapor que anuncia el silbido de la locomotora, no se ve el loco correr de la yeguada asustada por el tren, no se escucha el eco airado del guajiro llamando el tiro a la obediencia, no se ve la movediza sábana de los cañaverales, tampoco aparecen por parte alguna los puntos grises de las viviendas criollas. Por sobre la extensión verde de los pastales interminables se ha esparcido un silencio de muerte y de dolor. La pátina del humo carbonífero que temporalmente teñía los cielos ha sido sustituida por el negro manchón de las tiñosas que rondan los despojos de mil humanos y mil bestias confundidos en la misma muerte, ahogados por la lluvia, asfixiados por el aire de la velocidad inaudita, sin una mano amiga de que asirse los hombres en tan terrible trance, sin los cuidados de una esposa, acaso también desaparecida en brazos de la diabólica tormenta, sin el consuelo de un responso y el tañido de una campana de iglesia vetusta.

Sólo la caravana de los tristes y mutilados, de los desheredados por la fiereza de los elementos, viaja por los caminos e invade las calles y se alberga en los portales sola, en la compañía del gran desastre y del inmenso dolor.

Las tierras del Camagüey, las ubérrimas tierras del Camagüey que inspiraron la codicia de los conquistadores, que albergaron las opulencias del colonizador; esas mismas tierras que asilaron las legiones de mambises y que supieron conservar gloria, tradición mística y riqueza, para nutrir la más joven república de las Antillas, han sido mortalmente heridas... La garra multiforme y prepotente del meteoro se ha hincado en todas partes a la vez, dejando un profundo rasgón de sangre, de destrucción, de muerte y de dolor... Las viviendas desmanteladas, los campos barridos quedando sólo la tierra en su rojaz (sic) desnudez, las chimeneas de las industrias decapitadas como gigantes de leyenda, las fábricas silenciosas, las llanuras infinitas desiertas de animales, las vías destrozadas con las alcantarillas como dientes vueltos de raíz, y en todas partes los cadáveres, y en todas partes el eco del llanto, y en todas partes la desesperación impotente del hombre donde antaño hubo risas, alegrías y felicidad.

Ése es el cuadro. dantesco y horrendo del Camagüey que los ojos ven.

Y como un rastro de negra y siniestra alimaña, en toda Cuba repercute el grande, el desgarrador, el gimiente dolor de las tierras del Camagüey.


BOHEMIA, que en su cubanísimo pecho siempre ha albergado un poco de sentimentalismo criollo; BOHEMIA, que tiene en todos y cada uno de los habitantes de la región camagüeyana un simpatizador anónimo y un amigo espontáneo, siente también la conmoción del gran dolor que azota a la que ayer no más fuera próspera y opulenta región camagüeyana. Y ante la impotencia de los hombres frente a los elementos ciegamente desencadenados, ante el terror de la tragedia espeluznante, cuya reacción sólo puede ser pena y pesadumbre, nos queda el efímero pero reconfortador consuelo de unir nuestro dolor al hondo dolor de los habitantes de las tierras del Camagüey, y de esperar con ellos que días mejores, más plenos de tranquilad y sosiego, más abundantes en medios y esperanzas, permitirán a sus indómitas energías volver a edificar sobre el rastro de la Bestia la prosperidad de la región. Esperemos mientras tanto que el tiempo, bálsamo maravilloso, en su incansable devenir, restañe las lágrimas de los camagüeyanos, ya que su dolor, que es más hondo porque se ha prendido fieramente en su corazón, quedará allí albergado como un nuevo santuario, como el más triste aniversario de los muchos que provocan el recogimiento y compunción de esos hombres, que ya han cuajado el almanaque de sus vidas con mil hechos heroicos. con cien gestos valerosos, con varias jomadas de martirio y sacrificio.


Tomado de Bohemia, Vol. XXIV, La Habana, noviembre 20 de 1932, Núm.47, pp.38 y 45.

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