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Príncipes del estilo: Manuel Márquez Sterling. En la ciudad sin ruido

Príncipes del estilo: Manuel Márquez Sterling. En la ciudad sin ruido

Éste es el último libro que ha publicado —hasta ahora— el tan exquisito como profundo autor —entre otros escritos— de Alma-Cuba, Quisicosas y otros muchos volúmenes, donde la literatura, la política, la sociología y todas las altas manifestaciones de la vida y del pensamiento, se ligan en el más feliz de los maridajes. Pero quizás sea éste el libro más sustancioso entre los del notable fundador de Heraldo de Cuba, como diplomático, como crítico y como delegado de nuestra valía en el extranjero. En la ciudad sin ruido lo atestigua. Insisto en afirmarlo; éste es el más bello de sus libros; en Cuba no conozco otro igual y para poder hallar una comparación —que siempre se busca, cuando algún libro nos sorprende enormemente—, tengo que subir hasta el gran desaparecido Maurice Barrès y abrir su obra póstuma: la Enquête aux pays du Levant, que con Les Déracines, son los dos blasones señoriales de su principado psicológico. En la ciudad sin ruido es un cuestionario político hecho por Márquez Sterling a su propia conciencia de cubano, ante los acontecimientos que pasan por sus ojos y en que el pesimismo, amargo como la muerte, se disfraza de un humorismo, amargo como la vida. La ciudad sin ruido es Washington, estudiada y minuciosamente analizada por él, hasta hace muy poco tiempo propietario, en los Estados Unidos, del puesto que ocupa don Néstor Carbonell. Los problemas inquietantes que toca el libro: crisis industrial de Cuba, fases de la Enmienda Platt, etc. son penetrados por su pluma maestra y por esa inteligencia de exquisito orden. El señor Márquez Sterling afirma al final de su breve prólogo que su libro no es de actualidad ni de historia. Y el libro se encarga de demostrar lo contrario.

El modesto y genial escritor se ha propuesto (y lo ha conseguido), dar a su brillante estudio, nacionalmente patriótico, el sello más absoluto de verdad en la traslación de los hechos y, al mismo tiempo, escritor de raza, mostrar en su estilo la sola evidencia de la perfección.

Todo lo que la maldad humana ofrecía a sus ojos y que él delata más sobrentendiéndolo, que expresándolo —a la manera de un Chamfort o más cerca de nosotros: un France—, no le ha cerrado los ojos; se los ha abierto más y con el prisma de un Swift, ha realizado trasmutaciones en las que Cuba podría complacerse soñadoramente. Quizás de todo este mal que el señor Márquez Sterling entrevé en “La enferma y su médico”, “La barquichuela cruje”, “La túnica y los harapos”, “La Concupiscencia” surjan brisas de bienestar. El mal no engendra el mal, provoca la resistencia. La ley de toda corrupción es servir a las vegetaciones nuevas. Esta idea tiende un palio luminoso sobre la tristeza oscura de este libro.

Márquez Sterling, en su laboratorio de ideas, disuelve en retortas de vinagre algunas figuras políticas cubanas, desvanecidas hoy en la sombra anónima: Gelabert, Arazosa… y políticos extranjeros: Lung, Wells, de quien parece aprecia los méritos innegables, con sonrisa benaventesca. Con Harding no sabe uno a qué carta quedarse. Quizás no lo sabía tampoco el difunto presidente, heredero de Wilson. Para el escepticismo sonrientemente dulce de Márquez Sterling, todos los cubanos y extranjeros, en los asuntos que se refieren a Cuba, tienen la densidad del humo de un cigarro. Es que el publicista a lo Justo de Lara, los veía de cerca, sin los espejismos de la distancia, que lo agranda, lo hincha y lo amplifica todo.

Querer seguir las quinientas y tantas páginas del documentadísimo libro y que abarca dos años de una labor tenaz y casi rabiosa, para hallarse en todos los sitios que evoca y recordar todos los sucesos que recogía en sus ojos y guardaba en su cerebro, es cosa imposible. He leído el libro en una tarde, cuando cada capítulo, para su comprensión total, exige un par de días. Por esta razón, casi todo lo relativo a sus apreciaciones se queda en el tintero. Se dirá que pude esperar y escribir cuando me hubiera enterado bien de él. Pero no; libros como En la ciudad sin ruido, hay que denunciarlos en cuanto aparecen. Interesan demasiado a la salud moral de un pueblo para detener el aviso. Los políticos lo leerán por sus asuntos interesantísimos; los escritores, por su estilo, de una flexibilidad sorprendente. Estilo de periodista-literato; el más alto de los estilos; el de Paul-Louis Courrier, en Francia; de Ortega Munilla, en España; de Hearn, en Inglaterra, —y de Márquez Sterling, en Cuba.


Tomado de Mi linterna mágica. La Habana, Instituto Nacional de Cultura, (s.a.), pp.41-44.

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