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Las entrevistas a Ramiro Fuentes Álamo, Oneida González, Marcos Tamames, Henry Mazorra y Vladimir García alternan con las realizadas a los actuales propietarios de las casas de Luis Casas Romero y de Aurelia Castillo y de la conocida como “casa del puente”, recurso que pone en relación la opinión de quienes han reflexionado sobre ese “ser con alma” que es una casa y, por extensión, una ciudad (para decirlo con las palabras de Dulce María Loynaz) y quienes viven en la zozobra constante por el temor de que le caiga encima su techo.

El ritmo sosegado, la cuidada fotografía y banda sonora, amén de sus otras virtudes formales, hacen que aún con el paso del tiempo (éste es un documental de 2014 y algunos sitios que aquí se muestran ya no lucen así) el espectador lo pueda agradecer.

Lo agradecemos porque salva del olvido cómo lucían algunos sitios (un antes y un después en los ejemplos más felices: la estación de ferrocarril, la casa de Enrique José Varona, la filial del ISA…), pasado irremediablemente perdido en otros (la casona del puente, el más doloroso de todos), en suspenso muchos... Ojalá éstas no sean las últimas imágenes conservadas de esos espacios que todavía esperan por una solución. 

El Camagüey

Dashiell C. de la Guardia durante la filmación en la casa natal de Aurelia Castillo.


Hace ya mucho tiempo que los documentalistas abandonaron sus ínfulas de retratar las cosas tal como son ellas. Hoy el que decide acercarse a la realidad a través del documental, tiene claro que aquello que se verá más tarde en pantalla es una parte del mundo que habitamos, pero de acuerdo a lo que su imaginación ha conseguido representar. Imaginación que lejos de prescindir de la subjetividad, o de disimularla tras la altisonante (pero falsa) pose de un Dios objetivo, la estimula a la hora de construir eso que aprehende y nos ofrece. ¿Qué pasaría entonces con esos documentales que emplazan la cámara frente a las ciudades con el fin de describirlas, desnudarlas, mostrárnoslas en sus más íntimos ajetreos?, ¿serán documentales que hacen de lo apócrifo un testimonio que hay que creer sin más?

Recuerdo que en medio de las celebraciones por los quinientos años de fundada la villa camagüeyana, me invitaron a conversar con algunos realizadores sobre la imagen de la ciudad en los medios, y a raíz de ese intercambio escribí aquel post que titulé “Las (re)invenciones de la ciudad”. En ese texto me quejaba de esa suerte de fetichismo que muchas veces fomentamos hacia el centro de la ciudad, en franco olvido de las múltiples ciudades que existen dentro de esta ciudad mayor que es Camagüey, y me hacía una pregunta que sigo reiterando: cuando retratamos la ciudad, ¿la miramos de verdad, o es la ciudad que hemos heredado, la que nos mira y nos impone su propio régimen de visibilidad?

Por fortuna, en Camagüey existen realizadores que se han preocupado por ir más allá de ese registro epidérmico, casi publicitario, de este conjunto laberíntico de edificios y calles que nos alberga desde hace quinientos años. Estoy pensando en algunos documentales de Gustavo Pérez, o en Timbalito, de Annette Pichs, Bella y durmiente, de Yasser Socarrás González, o Persona, de Eliecer Jiménez, por mencionar algunos. Ahora Polvo y huesos se suma a esa lista de títulos que indaga en la memoria de la ciudad, pero también en la relación que establecen con ella los ciudadanos que la habitan.

Filmada por el joven Dashiell de la Guardia, se trata de un ejercicio académico que le ha permitido a él, y al sonidista del material Rudyard Ramos, graduarse en la carrera de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual, auspiciada por la filial camagüeyana del Instituto Superior del Arte.

Debo admitir que asistí a la presentación y discusión del corto con algo de prejuicio: al prejuicio que normalmente tenemos con las operas primas de los estudiantes que se gradúan, se sumaba la resaca que aún sufro del ineludible bombardeo de imágenes propagandísticas relacionadas con el quinto centenario de la ciudad que vivo. Sospechaba que tal vez vería más de lo mismo, más del fotogénico Camagüey que me habían vendido hasta ese mareo que llegó a hacerme invisibles los lugares menos atractivos que por obligación debo transitar y hasta vivir a diario (que eso también es Camagüey). Pero no, el material se encargaba desde el mismo inicio de decirnos que su historia era otra, justo con la cita de Carlos Fuentes que a modo de exordio los autores colocan al inicio: “Los próximos quinientos años comienzan hoy”.

Ahora no recuerdo bien dónde fue que leí aquello de que una ciudad es un libro que se lee con los pies de quien la camina. Creo que fue Borges quien apuntó lo anterior. Es una observación que me parece muy aguda, y que, de tomarla en cuenta, nos protegería de las pretensiones de aquellos que aseguran haber visto la ciudad en las postales que se llevan los turistas.

Las ciudades son algo más, desde luego. Son, como nos dice Marcos Tamames en el documental, textos culturales que hablan de la identidad de quienes la habitan, una identidad que, sin imaginario, como también argumenta frente a la cámara el escritor Ramiro Fuentes, no existiría. Pero esa identidad será algo más que una huella en la misma medida en que se preserve el soporte de esas costumbres de quienes nos precedieron: las casas, por ejemplo, pueden ser tan o más reveladoras que los ensayos que se escriban en determinadas épocas.

Por el documental nos enteramos de que en Camagüey apenas tres inmuebles son considerados como excepcionales por la Oficina del Historiador de la Ciudad: las casas natales de Aurelia Castillo, Gertrudis Gómez de Avellaneda, y Enrique José Varona. Pocas, si tomamos en cuenta el valor de figuras como Fidelio Ponce, Patricio Ballagas, Luis Casas Romero, o Severo Sarduy, por mencionar apenas cuatro. Ninguna de las casas donde vivieron esos hombres ha sido preservada, lo que confirma el valor de la alarma que describe en cámara con gran lucidez la escritora Oneida González: “Si dejas destruir la casa dejas destruir de alguna manera el espíritu del hombre que la vivió”.

Un documental como Polvo y huesos merecía proyectarse en la televisión camagüeyana, al igual que en su momento sugerí pasara con Bella y durmiente y Timbalito. No basta que como camagüeyanos podamos sentirnos orgullosos de nuestros inmuebles, nuestras plazas. Es preciso que antes rescatemos al ser humano que habitó esos espacios. Si Camagüey es hermosa como ciudad, es porque antes los camagüeyanos hicieron de este sitio una verdadera obsesión.

Juan Antonio García Borrero
(Tomado del blog La pupila insomne)


Polvo y huesos,
 2014

Producciones Luz Joven, DiATRIBAS
Género: Documental
Duración: 13´
Producción ejecutiva: Reinaldo Pérez
Asistente de producción: Dayana Blázquez
Fotografía: Norlys Guerrero
Sonido directo y banda sonora: Rudyard Ramos
Montaje y edición: Joghenrry Bourricaudy
Música: Eduardo Campos
Guion, producción y dirección: Dashiell C. de la Guardia


Sinopsis

Mientras los espacios públicos son renovados o más bien transformados, edificios patrimoniales e históricos y algunas casas natales de importantes figuras de nuestra cultura están casi en ruinas, y su grado de deterioro aumenta paulatinamente. En espera de las soluciones que les han sido propuestas a los propietarios, muchos están viendo pasar los años entre impotencia, depauperación y olvido. Por medio de entrevistas alternas, unos, los más directamente afectados por esta situación, dan fe de la desidia y el desinterés mostrado por las autoridades pertinentes respecto a un tema tan delicado y trascendental, mientras otros expresan su inconformidad con el descuido, el desinterés y las modificaciones en la geografía urbana de la ciudad donde nacieron.

Momentos del rodaje de este documental.
Rudyard Ramos y Dashiell C. de la Guardia.
Rudyard Ramos.
Rudyard Ramos y Raudel Concepción.
Rudyard y Dashiell, condiscípulos en la filial del ISA de Camagüey.
Dashiell C. de la Guardia durante la filmación del que sería su ejercicio de culminación de estudios en la especialidad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual en la filial de la Universidad de las Artes (ISA) en Camagüey.
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