Los periodistas nos hemos reunido para constituir la Asociación de la Prensa. Una imperiosa y urgente necesidad de protegernos recíprocamente, nos ha estrechado, poniendo en contacto a los que la pública opinión (y demos por cierto que existe opinión pública) considera separados por odios o rencores profundísimos. La idea, mil veces intentada y fracasada, de asociarnos, surgió, esta vez, oportunamente, llegó en buena hora; y hemos procedido con tal diligencia, tacto, discreción y confraternidad, que algunos descreídos, medio ateos y medio revolucionarios, no salimos de nuestro asombro. Las juntas efectuadas, son ejemplo hermoso y sonriente de una plácida cordialidad, sin menoscabo, ni con mucho, del papel que a algunos nos toca en suerte, de hombres serios, reflexivos, mesurados y trascendentales. Y, para que estas condiciones esenciales de nuestro mérito y valía en la prensa no sean objeto de duda, algunos compañeros nos pusimos de acuerdo con los chicos del reportaje para que, de vez en cuando, primero a uno, después a otro, nos hicieran esta interesante e importantísima pregunta: “En qué piensa usted, colega? —En el artículo de fondo que he de escribir para mañana”— es la respuesta previamente convenida.
Los periodistas unidos, constituyendo una fuerza social, para que pese en donde convenga pesar, pueden ser todo lo que hoy no son, y pueden trabajar en provecho propio todo lo que, hasta hoy, han trabajado en provecho ajeno.
De todos los oficios de la inteligencia, el menos remunerado, el más desolador, es el de periodista. ¡Pobre periodista que vive para entretener al público, para encumbrar al político, para halagar la encrespada vanidad burguesa! Por el bufete en que trabaja, desfilan todas las tristezas, todas las miserias, todas las falsedades humanas; aprende, sin quererlo, a despreciar muchas cosas que aún estima el vulgo; penetra, hasta el fondo, el alma de su pueblo; y sabe y calla mil verdades que decirlas le costaría tal vez la vida. Su existencia se reduce a verlo, a juzgarlo, a hincharlo todo, sin poseer nada. El olvido y la ingratitud le persiguen sin piedad; y se muere sin el consuelo de confesarse con sus lectores, sin decirles: “Las formas sociales, el buen parecer humano, la amistad, todo eso que convierte al hombre en un amasijo de hipérboles contradictorias, me han privado de expresarte la verdad. La vida, es una gran mentira; y solo es cierta cuando se vive después de muerto”. ¡Le matarían en el acto, si a renglón seguido de este exordio, refiriese todos los crímenes que ha visto, todas las llagas del corazón que ha pinchado! La humanidad es colectivamente débil y no sufre a quien desnuda los ídolos para que no se engañen los idólatras. Ella prefiere continuar la comparsa con la vida, con los símbolos, erguidos, de su asco a la justicia y de su odio a la verdad.
El periodista, en Cuba, ha sido y es un gran batallador, y la prensa, acaso el único poder perdurable. La prensa ha vivido a través de todas las evoluciones y revoluciones, y ha sido el principal, el más eminente factor de ellas. Porque es cosa que no ofrece duda. Sin prensa, ni ideas, ni ideales que trasciendan, ni revoluciones que prosperen ni propagandas que se realicen. Pero, en la hora de las grandes conquistas, la prensa no sale de su amplia casilla y cumple el deber hermoso de significarlas y hermosearlas. La patria se ufana, enterándose, por ella, de cosas estupendas que ignora; y se viste de lujosas y ricas prendas muchos que no las merecen.
Cumple su misión a maravilla el periodista, sirviendo de broche a todas las fuerzas sociales dispersas, atrayendo a los que tienen impulsos contrarios; pero no ha sabido amarse, no ha sabido soldar sus esfuerzos a los del compañero que lucha con obstáculos semejantes, que vive dentro de la misma tempestad de pasiones y falsías. El político y el gobernante son la muralla que separa a los periodistas entre sí, y por aquellos, que generalmente son estériles a las nobles y elevadas iniciativas del patriotismo, rompe lanzas no con quien le daña o le explota, sino con su colega, con el que lleva una vida igual a la suya, perseguidos ambos por el olvido y la ingratitud.
En los grandes pueblos latinos (yo soy de los que se preocupan de la raza) los periodistas van fortaleciéndose, y para ello no tienen medio más expedito que el la unión, siguiéndose casi por las reglas y teorías de las confederaciones de obreros. ¡Obreros y no otra cosa somos los periodistas! Las Asociaciones de la Prensa, en América y en España, llegarán a constituir una verdadera fuerza de resistencia contra los desafueros de la política, contra las veleidades de los poderes, contra las evoluciones sociales que impulsan la ignorancia, el vicio o la deslealtad de los ambiciosos. En Cuba, más que en ninguno de nuestros parientes de España y América, la Prensa al asociarse llena una necesidad y tiende a cumplir una santa misión. La Prensa cubana, tan superior en su nivel intelectual a los políticos y en su nivel moral a la sociedad para quien se escribe, no solo mantiene firme un ideal cuya extinción sería nuestra muerte, sino que evita la acción de tendencias absorbentes del extranjero sobre nuestra conciencia, y sostiene el idioma que hablamos hoy y debemos hablar siempre. Sin la prensa, ya no se hablaría en Cuba el castellano; el inglés sería nuestra lengua, más o menos impura, según las capas sociales, medidas por el termómetro de la cultura.
Pensando así, y discurriendo de tal suerte, los periodistas que recogemos de la vida con las únicas flores que siembran nuestro camino todas las decepciones y todas las amarguras, sentimos una íntima satisfacción, una salud moral tan profunda, que borra ella, con su haz de luz, las negruras del horizonte. “El dios-palabra —ha dicho Michelet— sobrevive a todos los dioses” y la prensa, que es altar sagrado del dios-palabra, sobrevive a todos los cambios, a todas las catástrofes. Ella es grande, porque dirige a los hombres, y restablece a toda hora la única divinidad reconocida: la divinidad Razón…
La prensa, campo fecundo de obras portentosas, se compone de héroes anónimos, que aislados viven y que solos mueren. La existencia ha sido para ellos un panorama de tentaciones que siembran su alma de ansias irrealizables. A sus ojos el sol blanquea y pierde su color; el árbol se seca, como rígido se torna el corazón; y va poco a poco rindiéndose a la evidencia de su desventura. Sus bríos, los sepulta en el olvido, la actualidad que pasa como una corriente de aire tibio y dulce: su labor personal la extingue en la noche…
En estos tiempos de grandes reformas colectivas, hemos llegado los periodistas a convencernos de que nuestra unión es una necesidad social, de que, cuando los periodistas sean hermanos, enlazados por el vínculo santo del destino, su acción será más poderosa, y la justicia individual más probable. La sociedad, su corazón, sus principios seculares llegan a nosotros gastados, débiles, enfermos. Y es preciso orientar la vida por distinto rumbo, buscar fuerzas nuevas, músculos robustos, del organismo social, que se habían puesto a prueba. La vieja sangre heredada necesita venas fuertes y arterias enérgicas donde renovarse. Todo lo que el tiempo y los vicios y los desalientos de los hombres han convertido en ruinas, resurgirá, al fin, más alto, más poderoso; sus cimientos, de una materia prima superior, le harán perdurar y resistir, y nuevos hombres, mejores que nosotros, pero sin duda, hijos de nuestra sangre, reformados por nuestra primera iniciativa, pasarán sonrientes y victoriosos ante la blanca tumba de las preocupaciones y los errores funestos del pasado: la leyenda que envilece, ardiendo y muerta su guardia de leones —los fieros leones de Cibeles, que rugen en la lira de los clásicos.
Portada de la edición de El Fígaro correspondiente al 6 de abril de 1902 (Año XVIII, Núm. 13). Al pie de la foto, tomada por Gómez Carrera (y se aclara que es especial para ese periódico) puede leerse: ASOCIACIÓN DE LA PRENSA: Los periodistas en el Centro Gallego al hacerse las elecciones de la directiva.
Tomado de Alrededor de nuestra psicología. La Habana. Imprenta Avisador Comercial, 1908, pp.75-82.