Lector, ¿conocéis a don Pánfilo?
Si vierais en vuestras diarias caminatas al través de la ciudad un hombre diminuto, coronado por un sombrero largo y estrecho, muy parecido al que, según cuentan las viejas crónicas, usaba el rey don Felipe II, metido en un sobretodo gris y en unos pantalones negros, el gesto feroche, la mirada bravía y en la boca hermética un tabaco inmensamente negro ardiendo bajo la nieve de un bigote inmensamente blanco, ¿podríais deciros mentalmente: “éste es Fulano; yo he visto un retrato igual a este personaje en alguna parte”, del propio modo que os decís eso mismo cuando en la plaza, o en la calle, o en el teatro, os dais de improviso con “el político del día” y lo reconocéis, porque visteis su fotografía en cualquier periódico gráfico?
Estoy seguro de que sí. Ahora mismo, si es que habéis llegado a esta plana del periódico, os acabáis de dar un golpe en la frente al ver la fotografía que aparece junto a estas notas, y habéis gritado a media voz: ¡Mira a don Pánfilo! ¡Está más elegante que cualquier pollo a quien Barrios, el afamado cortador camagüeyano, le hubiera hecho un traje para conquistar a la muchacha más remisa a las flechas de Cupido!
Y habréis tenido razón, porque este personaje que hoy se asoma a la alta tribuna del Pisto Manchego es, efectivamente, don Pánfilo, el camagüeyano ilustre cuya popularidad creciente le llevará en no lejanos días al Senado de la República o a la Cámara de Representantes de la nación.
Y es que don Pánfilo constituye algo nuestro, algo que, desde el grave “paterfamilia”, hundido en las hondas meditaciones que produce la conciencia de la responsabilidad, hasta el niño inocente que pasa las horas entretenido con los juguetes que en la acreditada casa del Sr. Robaina le compran sus padres cariñosos; desde el rico feliz, a quien la suerte protegió benévola al extremo de proporcionarle el medio de pasear por la ciudad magníficamente instalado en una máquina Studebaker, hasta el desheredado de la fortuna, cuyo mayor placer se limita a deleitarse tomando la agradable gaseosa de Pijuán o fumando los cigarrillos de Calixto López, todos aman, como a una cosa suya, ligada a nuestra vida ciudadana por extraordinarios vínculos sentimentales.
En efecto, ¿en qué acto de verdadera trascendencia no ha intervenido nuestro héroe? ¿A qué propósito elevado, a qué idea generosa, a qué pendón vigorosamente sostenido no ha prestado su concurso desinteresado este hombre extraordinario, cuya vida se ha dedicado a observar lo bueno que hay hecho en Camagüey para elogiarlo y lo bueno que no se ha hecho para pedirlo? Este mismo periódico, que es, como ustedes habrán observado, el único que tiene esta ciudad, le ha contado entre sus más generosos ayudantes; las deliciosas conservas del Colmado La Palma tienen en él su más efectivo admirador y propagandista; los vinos de El Baturro su más constante catador; su huésped invariable las habitaciones del Hotel Habana y hasta la Nueva Funeraria de mis amigos los señores Varona, Gómez y Compañía su seguro “candidato” a ser conducido dentro de lujosísimo ataúd, a la fría mansión de un camposanto, al país ignorado del que, según la expresión del dramaturgo británico, no ha vuelto nadie todavía.
A todas horas le veréis en las calles. Cuando en la mañana tibia del trópico abandonáis vuestra casa para marchar al diario trabajo, decidme: ¿no ha sido don Pánfilo el primero que os ha saludado al llegar a la esquina con un “buenos días, amigo” respetuoso y cordial? Y cuando ya cansado de la labor rendida, volvéis sudoroso y jadeante a vuestro hogar, ¿quién sino don Pánfilo, os ha regalado otra vez con el tesoro reconfortante de un saludo subrayado con una afable sonrisa de viejo que mira en la juventud que trabaja el pedestal donde descansa la República que se enriquece? La primera vez que tuvisteis noticias del Sr. M. Zabalo a quien tan profundamente admiráis ahora por sus primorosos trabajos en cemento, ¿quién fue sino don Pánfilo el que os las llevó, en la noche fresca y estrellada, en que descansando de la labor del día os hallabais sentado a la puerta de vuestra casa, mirando pasar los transeúntes y contando los astros en el cielo?
Don Pánfilo es uno de esos seres que de tarde en tarde aparecen en los pueblos para actuar entre sus semejantes y dejar después la estela luminosa de un recuerdo que difícilmente ha de borrarse... ¡En Camagüey, la memoria de don Pánfilo ha de ser eterna, porque con dificultad logrará acontecimiento alguno hacer desaparecer del corazón de los habitantes de este hermoso pedazo de tierra la figura simpática del viejo aventurero y experimentado que lo mismo habla de astronomía que de botánica, de física que de periodismo, y a quien más de uno debe el placer de tener cama tan duradera como la que por su consejo pudo adquirir en la mueblería de Casildo López o el orgullo inmenso de lucir, decorativamente, una de las hermosas lámparas que se venden en la Casa Mendía...
Por eso este diario, que siente por el formidable viejecito una enorme admiración, ha tenido el feliz acierto de celebrar una entrevista con él. Yo mismo le he visitado esta tarde en nombre del único periódico que tiene la ciudad y don Pánfilo me ha hecho interesantes revelaciones que tendré el gusto de comunicarles a mis lectores en la edición de mañana.
Lea mañana, pues, nuestra entrevista con el hombre más popular de Camagüey.
INTERINO
La tira cómica Aventuras de don Pánfilo comenzó a publicarse en El Camagüeyano el 28 de enero de 1924.
Publicado en El Camagüeyano, miércoles 16 de abril de 1924, p.7. Tomado de Pisto manchego. Compilación y prólogo de Manuel Villabella. La Habana. Ed. Letras Cubanas, 2013, t.I, pp.142-144, y rectificado con el original aparecido en el periódico.
Nota de El Camagüey: Entre 1924 y 1925 Nicolás Guillén asumió la redacción de la sección Pisto Manchego, en el periódico El Camagüeyano, una sección que combinaba la crónica periodística y la publicidad comercial. Debía anunciar los servicios de una funeraria, de un sastre y de El Baturro, las gaseosas Pijuán y el Colmado La Palma, la Casa Mendía, los muebles de Casildo López, los cigarros de Calixto López... La sección era diaria y muy ocurrente. Había sido creada por un periodista español, quien firmaba como M. Santoveña, y su nombre, el de un plato español, es una metáfora precisamente de la mezcla consustancial a su espíritu, a medio camino entre el periodismo y la publicidad.
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