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Agramonte, romancero biográfico infantil

Agramonte, romancero biográfico infantil

Proemio

En sesión ordinaria celebrada por el Ayuntamiento de Camagüey, la noche del 27 de mayo de 1942, a proposición de la totalidad de los señores concejales, se tomó el acuerdo de otorgar al alumno de cada aula del Término Municipal que mejores notas hubiera obtenido en el presente curso escolar, como testimonio de reconocimiento a su esfuerzo y como estímulo a su aplicación, una mención pública, entregándole como premio a sus méritos esta obra valiosa debida a la pluma del intelectual, abogado y maestro, Dr. Luis Martínez, titulada AGRAMONTE, ROMANCERO BIOGRÁFICO INFANTIL.

Este empeño, que resulta grande por su significación, mereció la aprobación del señor Alcalde Municipal, que, al igual que los señores concejales, conscientes de la importancia que tiene para el porvenir de nuestro Pueblo cooperar con las Autoridades Escolares y Profesores estimulando la enseñanza, inician con la celebración de este acto una fórmula provechosa para el alumnado camagüeyano que tiene que sentirse contento y animado al comprobar que las Autoridades se interesan por conocer y premiar a los alumnos que procuran superarse.

En este año ningún premio más digno y elocuente que un libro que tenga por contenido la vida de Ignacio Agramonte, nuestro símbolo histórico, ejemplo de valor, rectitud de principios y de disciplina, escrito por un valor literario nuestro, el doctor Luis Martínez.

Ojalá que este modestísimo homenaje que rendimos al alumnado tenga tan buena acogida y fiel interpretación como sano y elevado ha sido el sentimiento que lo inspiró.

Ramón Penichet Cortavitarte
Presidente del Ayuntamiento


Palabras para los niños 

El Ayuntamiento de Camagüey —en un gesto que mucho le dignifica y le realza— te premia, niño que estudias en las Escuelas de nuestro Municipio, con este cuaderno de versos. Te premia porque has estudiado con fervor y te has comportado adecuadamente durante el curso. Es un honor el que te hace reconociendo tus méritos personales. Toma, pues, de ejemplo esta actitud de nuestro Consistorio y desde ahora —en todos los minutos de tu vida— recuerda que debes de ser justo, dando a cada cual lo que merezca. Si no, si eres mezquino y egoísta con los demás —aunque te hayan dado este galardón— no merecerás en el futuro tenerlo entre las manos.

Por primera vez, querido niño, el Ayuntamiento de Camagüey baja hasta la niñez en un gesto tan noble. He dicho que baja porque tú eres de pequeña estatura. Solamente por eso. Por lo demás, no. Porque cuando un hombre o una institución se enfrenta con las personas buenas, no baja sino asciende. De modo que nuestros Concejales, al tener este rasgo contigo —si tú eres bondadoso y honrado— no han descendido sino se han elevado. Pero, para ello, es necesario que te hayas ganado esta distinción sinceramente. De lo contrario, no habrían hecho nada más que equivocarse, dándote un laurel que no mereces.

Sin embargo, si así fuera, esforzándote en ser estudioso y leal, llegarás a merecerlo. Te digo así —aunque te parezca cruda la palabra— porque los hombres honrados no deben aceptar honores que no hayan conquistado. Porque el que toma como suya una distinción que no le corresponde se la arrebata al que se la ganó. Y, eso, amiguito mío, es un fraude. Es lo mismo que si le quitaras a tu compañerito su libro o su merienda, con la diferencia que a esto le llaman robo y a lo otro, no. Y, los muchachos pundonorosos no pueden incurrir en tales yerros.

Como verás, para premiarte, han escogido mi romancero biográfico sobre Ignacio Agra monte. El Señor Presidente del Ayuntamiento y el Cuerpo de Concejales con el beneplácito del señor Alcalde han hecho la selección que tanto me honra. Ellos y yo, queremos que te asomes a la biografía del Bayardo camagüeyano, a través del Romancero como si fuese una ventana. Sabemos que no vas a poder abarcar la existencia entera del Héroe a lo largo de los versos. (Desde el hueco de un balcón sólo se divisa parte del panorama.) Pero, sí, que vas a vislumbrar con gusto los hechos más bellos de su vida. Y, al igual que cuando nos asomamos a una torre para admirar el paisaje nos entran deseos de pisar la gaya tierra que contemplamos, así —esperamos nosotros— después que leas el Romancero e intuyas la personalidad de Agramonte, te quemes en el empeño vivo de conocer todos los detalles de su existencia. Y, vayas afanosamente a buscarlos en la lectura de una obra prolija y minuciosa. De manera, que el Romancero no se propone más que avivarte el anhelo de escrudiñar y conocer al Héroe. Después de leído, tomarás la historia entre las manos y verás —que lo que hasta ahora posiblemente te parecería una página muerta— cobra para ti vida. Y, Agramonte, no se te antojará un ser inaccesible y como hecho de milagro. Sino un hombre bueno —lleno de virtudes y de gloria, pero con un contenido hermosamente humano— al que podrás imitar y tomar como ejemplo para tu conducta y tus acciones.

Ahora, sí, antes de engolfarte en la lectura, nosotros queremos hacerte unas observaciones. No leas por leer sin darte cuenta de lo que dice el texto. Así, la lectura no es provechosa. Lee, reflexionando. Tratando de comprender el verdadero sentido de lo que se expresa. Si te limitas a pasear los ojos por el papel no descubrirás nada. Verás solamente palabras, palabras... En cambio, si meditas, observarás que Agramonte —como todos los grandes hombres de la historia— tomó la vida como misión sagrada. Nosotros venimos a la tierra para cumplir con un deber y realizar acciones buenas y ser útiles a nuestros semejantes. Muchos jóvenes creen que vivir es jugar, perder el tiempo en el colegio y en el hogar. No hacer nada beneficioso a los otros. Y, están equivocados. Hombres de este tipo son los que impiden el progreso. Retardan el triunfo de la justicia y se oponen al resplandor de la verdad.

Vivir —en la verdadera y alta acepción del vocablo— es actuar. Y, actuar noblemente. Viviremos tanto más, cuanto más útiles seamos a la colectividad en que nos desenvolvamos. Porque la sociedad es como un mecanismo de relojería y cada uno de nosotros, una pieza. Por tanto, si alguno no actúa bien, el reloj de la sociedad no podrá funcionar perfectamente. En cambio, cumpliendo cada cual su cometido, la mecánica social no se quebrantará. Es pues una obligación para con nosotros mismos y para con el prójimo, cumplir nuestra misión —el destino para el que hemos nacido— tomando la vida como deber y no como mero pasatiempo.

Además —siguiendo las huellas espirituales del Bayardo— debemos ser disciplinados. El hombre que malgasta su tiempo, fracasa. Y, desgraciadamente los niños cubanos tienen un concepto muy pobre de la disciplina. Gustan de dilapidar sus horas, olvidándose del viejo proverbio catalán que reza, El que pierde la mañana, pierde la tarde.

Si tú meditaras sobre la vida de Agramonte, verías que en pocos años de labor, el Caudillo hizo mucho. En cambio, cuantos hombres hay que a la edad en que murió el prócer camagüeyano no han hecho nada. ¿Por qué? ¿Cuál es la causa? Porque Agramonte fue disciplinado como todos los maestros y conductores de pueblos. Y, los hombres que llevan una vida reglada les alcanza el tiempo para todo. Para estudiar, ser útiles a la Patria, amar y ser felices. En cambio, los que ignoran que en cada hora hay algo que hacer les falta el tiempo siempre. Y, mueren sin haber hecho nada.

Yo he oído afirmar a los muchachos, en algunas ocasiones, que no han tenido oportunidad de rendir sus tareas. Que les ha faltado el tiempo. Y, he observado, que siempre los que hablan así son los alumnos indisciplinados. Los que no atienden al profesor. Ni se responsabilizan con la escuela. Los que no tienen altas aspiraciones y se contentan con perder sus horas. Los que ganan la clase extrayendo de las orientaciones del maestro el zumo conveniente. Y, aprovechan el recreo, sacando de él, la alegría necesaria para el espíritu. Y, exprimen de las horas de estudio el jugo de un aprendizaje provechoso, triunfan en el futuro y les alcanza la vida para cumplir con todos los deberes. Si tú vas a tomar a Agramonte como modelo de la tuya, sé disciplinado en alto grado. DALE AL TIEMPO LO QUE ES DEL TIEMPO como dijo un sabio pensador. Haz en cada hora exclusivamente lo que te hayas propuesto. No abarques demasiado. Pero, conságrate a la labor. Cuando estudies, trata de que ningún pensamiento te distraiga. Entrégate cabalmente a la brega. Cuando juegues, hazlo plenamente también, para que se te expanda el espíritu como una lluvia de oro. No hagas nada a medias. Esfuérzate hasta terminar lo que te hayas propuesto. Observa que los héroes, por alcanzar el ideal soñado, luchan hasta morir.

Pero, para seguir estos caminos luminosos, debemos de tener un concepto definido del bien. Hablamos mucho del hombre bueno. Pero, seguramente, muchísimos muchachos cubanos ignoran lo que es. Hemos dicho que Agramonte fue bueno... ¿Por qué? Porque hizo bien. El hombre bueno es el que hace el bien. El que en la soledad y en el bullicio, se proyecta a favor de los otros —aunque tenga que ponerse en contra suya o de sus intereses— cuando su sentido de la justicia se lo exige. No es bueno —¡fíjate bien!— el que NO HACE MAL. El que no hace el mal es inofensivo, innocuo. Para ser bueno hay que realizar el bien activamente. De un modo dinámico. El bien ha de traducirse en acción. Las gentes que saben que el mal anda corriendo por el mundo y no salen a atajarlo, no son buenas. Son indiferentes. Los buenos tienen necesariamente que luchar, actuar. Fíjate como Agramonte tuvo que salir a la manigua a pelear por la libertad porque era bueno. Si hubiera sido indiferente se habría contentado con quedarse en su casa, saboreando la felicidad con los suyos. Mientras los malos sembraban y cultivaban la cizaña del odio y de la intriga en la tierra cubana. Por eso, todo joven que se empeñe en tomar los derroteros morales de Agramonte, tiene que hacer el bien. A veces, parece difícil. ¿Cómo lo haremos? Y, es tan sencillo... Todos los días tenemos innúmeras oportunidades de realizarlo. Ayudando a nuestros semejantes —no solamente desde el punto de vista material— sino también espiritualmente. Una palabra dicha a tiempo. Un libro prestado en una hora oportuna. Un consejo noble en un minuto amargo, valen a veces más, que un puñado ingente de monedas. De modo que la realización del bien está al alcance de todos. Lo mismo del pudiente que del pobre. Basta tener solamente la “voluntad” de practicarlo.

Pero, el hombre bueno, no solamente acepta la vida como misión digna que tiene que cumplir. Y, se disciplina para que le alcance el tiempo para la realización de todos sus deberes, sino, además tiene un ideal. Agramonte lo tuvo. Soñó con la independencia de su Patria y se dió por entero a su consecución. Y, todos los grandes hombres lo han tenido. Recuerda a Martí, a Bolívar, a Washington, a San Martín.... Por tanto, si tú quieres que tu vida sea tan provechosa como la de esos proceres, tienes que levantar entre tus manos encendidas la bandera de un ideal. Mas ¿qué es un ideal? ¿Será un ideal soñar con ser capitalista? No. El ideal es el gesto del espíritu hacia alguna perfección, según frase de un maestro suramericano. Es por consiguiente de contenido espiritual. Es una aspiración moral de perfeccionamiento. El vuelo del espíritu en un ansia de lograr lo perfecto. Hay hombres que creen que tienen ideales y sólo alimentan apetitos. Los seres egoístas, que viven para sí, cerradamente, sin importarles la felicidad ajena, no tienen ideales sino apetitos. En cambio, los que son capaces de olvidarse de si mismos para pensar en el progreso del mundo y en la felicidad de los hombres y por alcanzar estos bienes, se atreven a dar hasta la sangre, son idealistas. Ejemplo: Cristo, Martí, Agramonte... Yo quisiera que todos los muchachos cubanos tuvieran algún ideal. Uno que soñase consagrarse a la Patria. Otro, que anhelase ser un gran científico para liberar a la humanidad de alguna de las enfermedades incurables. Otro, que se propusiera hacer descubrimientos... En fin, que cada cual soñase con lo grande y lo alto. Por eso, en unos versos que hace poco escribí para los niños, les digo:

     El ideal

     El hombre es una barca y la vida es el mar:
     La conciencia es la brújula que nos debe orientar.
     Somos nosotros mismos pilotos del navío
     que habrá de conducirnos al bien o al extravío.

     Los buenos marineros miran allende el mar
     buscando en la alta noche, la alba estrella polar.
     Y, nosotros, discretos, si queremos triunfar
     debemos buscar siempre la luz de un ideal.

     La estrella guía al marino en las sombras cerradas
     de la noche marina, misteriosa y callada...
     Y, el ideal, lo mismo que la estrella polar,
     nuestra existencia alumbra, guiándonos sin cesar
     por los rumbos señeros del bien y la moral.

     Como el piloto cuerdo se afana en alcanzar
     el puerto preferido que ansioso ha de pisar,
     así nosotros mismos, hemos de enderezar
     todos nuestros empeños para unciosos lograr
     que en la vida y el tiempo cuaje nuestro ideal!

Ahora —si has meditado bien sobre todo lo dicho— estás en condiciones de iniciar la lectura. Espero que la hagas animado por el alto empeño de tomar a Agramonte como ejemplo. Y, de hoy en adelante, el pensamiento y la conducta del Bayardo, sean como estrellas perennemente encendidas en el blanco camino de tu vida...

Dr. Luis Martínez


     
     Romance del nacimiento

      La noche canta y recanta,
      canta de felicidad;
      la luna dice palabras
      que nadie osa descifrar.
      Un lucero trotamundos
      lleno de curiosidad
      se mete por la ventana
      para verle despertar.

      Es que ha nacido Agramonte
      en tierra de Camagüey
      y Dios y sus mensajeros
      cantan de gozo también.
      En la casona vetusta
      repican voces de amor:
      ¡qué veintitrés de diciembre
      repleto de evocación!

      El niño es un novilunio
      e irradia extraño fulgor:
      lleva en la frente una estrella
      y un grito en el corazón!
      Por eso la noche canta,
      canta de felicidad
      porque adivinó al instante
      que ha nacido un héroe más.

      Por eso un lucero blanco
      se mete en su habitación:
      quiere rendirle el tributo
      que le rindió al niño Dios.
      ¡Canta y recanta la tierra;
      canta y canta el viejo sol,
      canta y recanta la luna
      porque Agramonte nació!

     
     Romance de la niñez

      Las calles de Puerto Príncipe
      hablan con voz de cristal
      porque por sus viejas losas
      cruza un muchacho triunfal.
      Quieren volverse de espuma,
      quieren volverse de azahar,
      para que el príncipe niño
      las pase y vuelva a pasar.
      Pero el muchacho va triste
      y ni las gracias les da;
      va calladito, callado,
      caminito de su hogar.

      ¿Qué sol le brilla en los ojos?
      ¿Qué sello lleva en la faz?
      Es que viene muy contristo
      llorando a más no llorar.
      Ha visto a Joaquín de Agüero
      y a tres compañeros más
      en la sabana de Méndez
      morir por la libertad.
      Mojó en su sangre el pañuelo,
      tornó lo blanco en rubí
      y su corazón de niño
      lo trocó en el de adalid.

      Juró a la tierra cubana
      por Dios, por sí y por su honor
      salvar a la Ínsula esclava
      de las garras del baldón.
      Va, Ignacito Agramonte,
      caminito de su hogar
      y las ventanas se abren,
      locas, al verlo pasar.
      Las calles de Puerto Príncipe
      hablan con voz de cristal
      porque el muchacho solloza
      pensando en la libertad!


     Romance del noviazgo

     La luna vino a decirme
     que Ignacio soñando
     está con Amalita Simoni,
     lucero de la ciudad...
     Dicen los balcones, quedos,
     que el joven mira al pasar
     y que los ojos le brillan
     como si fuera a llorar.
     La bella está que no duerme,
     tejiendo un sueño de azahar
     y las palmas de su patio
     la vigilan sin cesar.

     Ha vuelto la luna, tímida,
     a decirme con afán
     que ya los enamorados
     correspondidos están.
     Dicen los balcones, quedos,
     que han visto a los dos hablar
     y que al despedirse, ella,
     ha roto siempre a llorar.
     El amor está que trina,
     canta y ríe sin cesar
     porque sus dos elegidos
     pronto se van a casar!


    Romance del casamiento

     La mañana se ha limpiado
     sus ojillos de cristal
     porque quiere ver de cerca
     la caravana nupcial.
     Las campanas de la Iglesia,
     repican, repican ya,
     repican como si hablaran,
     repican, repican... ¡tan!
     Las esquinas se han vestido
     con el traje de pasear:
     quieren ver a los amantes
     que pronto habrán de pasar.

     Ella es igual que la aurora,
     él es como un sol viril
     y la pareja que forman
     es difícil describir.
     Está la iglesia solemne
     con un gesto maternal,
     aguardando a los dos jóvenes
     para el encuentro nupcial.
     El órgano canta, quedo,
     un Cristo, sonríe, allá atrás
     y la gente, fervorosa,
     parece que va a llorar.

     Ya sale Amalia Simoni
     de brazo de su ilusión;
     ya Ignacio Agramonte, cruza,
     en connubio con su amor.
     Las campanas de la Iglesia
     repican, repican ya,
     repican como si hablaran,
     repican, repican, ¡tan!
     La mañana se ha limpiado
     sus ojillos de cristal
     y ha visto muy bien, de cerca,
     la caravana nupcial.

    Romance de la despedida

     La guerra, la guerra viene
     con machete y con puñal
     buscando a Ignacio Agramonte
     para llevarlo a pelear.
     La felicidad de Amalia,
     herida de muerte está
     y restañar nadie puede
     la sangre que se le va.
     Llevan tres meses unidos,
     tres meses tan sólo,
     y ya su luna de miel y rosa
     se tornó en luna de sal.

     Ignacio se fue a la lucha,
     se fue al campo a combatir
     y Amalia Simoni, anda,
     sin comer y sin dormir.
     Puerto Príncipe está alegre
     porque sus hijos se van
     a la manigua mambisa
     detrás de la libertad.
     La guerra, la guerra viene,
     con machete y con puñal
     por los montes irredentos
     camino de la ciudad...!

     
    Romance del hijo nacido en la manigua

     ¡Duérmete niñito,
     de rosa y de azahar
     que los españoles
     huyendo, se van..!
     ¡Duérmete mi hijito,
     duerme sin temor
     que tu padre lucha
     por ti y por su honor!
     ¡Duérmete, capullo,
     de mi corazón,
     duérmete, niñito,
     duérmete, mi amor...!

     Las montañas de Cubitas
     alertas, vivas están,
     oyendo un canto de cuna
     hecho de miel y de sal.
     Es la esposa de Agramonte
     que arrulla con dulce voz
     a un blanco y bello lucero
     que les ha mandado Dios.
     El padre puso la chispa,
     la madre puso la flor
     y entre los dos han forjado
     un capullo seductor.

     El hijo de los dos nace
     al sol de la libertad,
     roto el yugo del oprobio,
     al calor de la verdad.
     Por eso Ignacio, gozoso,
     piensa y repiensa, feliz,
     en su vástago y su sueño
     y en su patria, redimir.
     Y Amalia con voz dulcísima
     repite con emoción
     al niño de sus entrañas
     esta sencilla canción:

     ¡Duérmete, niñito,
     de rosa y de azahar
     que los españoles
     huyendo, se van.
     Tu padre en el campo,
     tu padre en la mar,
     combatirá siempre
     con valor igual.
     Duérmete, capullo,
     de mi corazón,
     duérmete, mi niño,
     duérmete mi amor!

 
    Romance de la ida de Amalia Simoni

     Llora que llora, llorando
     llorando, llorando va,
     la pobre Amalia Simoni
     camino de la ciudad.
     Festejaban, conmovidos,
     en lo arcano del hogar
     el cumpleaños de su niño
     jugando y vuelta a jugar.
     De súbito un mensajero
     lleno de febril afán
     les avisó que las tropas
     se acercaban al lugar.
     Ignacio salió hacia el monte,
     oteando y volviendo a otear,
     buscando a los enemigos
     de su patria y de su hogar.
     Pero al no verlos, contento
     regresó, mas no halló ya,
     a su vástago y su esposa
     y se puso a sollozar.

     Una columna española
     se los llevó a la ciudad;
     iban en vieja carreta
     con varias familias más.
     Amalia, llora que llora,
     llorando, llorando va,
     y no hay nadie —¡ni aún la madre!—
     que la pueda consolar.
     Al llegar a Puerto Príncipe
     la turba sucia y soez,
     insultó a Amalia Simoni,
     babeando su estolidez.
     La madre apretó a su niño
     en los brazos con fervor;
     los voluntarios querían
     robarle a su tierno amor.
     Llora que llora, llorando,
     llorando, llorando está,
     la pobre Amalia Simoni,
     sin poderse consolar...!


     Romance del Rescate de Sanguily

      Ignacio anda pensativo
      por la sabana sin fin,
      piensa y repiensa en los suyos
      y no puede ni dormir.
      Piensa en Amalia Simoni,
      piensa en su niño, crisol
      donde ha fundido su sueño,
      su bello sueño de amor.
      Las pupilas se le escapan
      a los cielos sin querer;
      quiere que las nubes lleven
      un mensaje a su mujer.

      De súbito lo interrumpe
      un soldado muy viril:
      —Mi General, los iberos
      han cogido a Sanguily!
      Siente Agramonte en su adentro
      una explosión de furor:
      —¡Corramos todos, corramos,
      hay que salvar nuestro honor!
      Habla a la tropa mambisa
      con inusitado ardor
      y los soldados le escuchan
      presos de honda admiración.

      Los ojos son ya dos ascuas,
      la voz es loco turbión
      y el corazón es campana
      que repica... ¡ton! y ¡ton!
      —Vengan conmigo sin miedo
      los dispuestos a morir
      por rescatar de las tropas
      al valiente Sanguily!
      Un puñado de centauros
      se le une sin dilación
      y Agramonte cruza, raudo,
      la campiña y el alcor.

     Toca a degüello el corneta;
     se enfrentan al español:
     acero contra el acero,
     bravura contra valor.
     Son treinta y cinco cubanos
     contra un fuerte pelotón
     de ciento veinte españoles
     que contienden con tesón.
     Mas, los bizarros mambises,
     triunfan, ganando el blasón
     de rescatar a su jefe
     que grita pleno de unción:
     ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva!
     ¡Viva el mambí y el valor!
     ¡Vivan los hombres de Cuba
     que sueñan su redención!


    Romance de la muerte del héroe

     Canta mayo, mayo canta,
     cantos de sol y de luz;
     centenares de insurrectos
     cantan en Jimaguayú.
     Celebran con loco gozo
     un banquete fraternal
     y la espuma del contento
     rebosa en los vasos ya.
     Fieras tropas de Caunao
     festejan con frenesí
     a los hombres de las Villas
     que luchan hasta morir.
     Agramonte y sus mambises
     ríen, ríen sin cesar
     pues la noche les predice
     que la fiesta va a acabar.

     La luna desde muy alto
     hace guiños con fruición:
     quiere a todos los valientes
     robarles el corazón.
     —¡Coqueta! ¡Coqueta infame!
     —le dice uno con calor—
     ¿quieres que muera de pena,
     de la pena del amor?
     En eso irrumpe un soldado
     donde, Agramonte, está:
     —Mi General, ha acampado
     la tropa peninsular
     cerca de nosotros. Andan
     presos de un estulto afán,
     oteando nuestros caminos
     y nos quieren atacar!

     Ignacio ordena a sus hombres
     que se vayan a acostar
     y él muy orondo se inmersa
     en el monte a inspeccionar.
     Después de revisar todo
     y del temor ahuyentar
     se duerme unas cuantas horas
     para en su Amalia soñar.
     Apenas asoma el alba,
     Agramonte en pies está
     y la corneta mambisa,
     tocando a todo tocar.
     Los españoles se acercan,
     sale al encuentro el mambí:
     ¡no le temen al combate
     hombres de temple viril!

     Miden de nuevo sus fuerzas,
     sus aceros chocan, ¡chas!
     y la sangre de los pechos
     no hay quien pueda restañar.
     El sol se pasa la mano
     por los ojos sin querer,
     cuando de pronto, ve a Ignacio
     de su caballo caer.
     ¿Qué le pasa al héroe invicto
     del Rescate y del Cocal?
     Y la voz suave del viento
     responde a todo llorar:
     ¡Ignacio Agramonte ha muerto,
     muerto, muerto Ignacio está,
     y su patria aún irredenta
     se morirá de pesar...!

     Y a las palmas contristadas
     por la noticia fatal
     se les cayeron las pencas
     y rompieron a llorar.
     El sol dobló la cabeza
     sobre su hombro colosal
     y, disimuladamente,
     se limpió el llanto letal.
     Los caudillos, altaneros,
     al saber el colofón
     de su jefe y de su guía,
     se abrieron el corazón.
     ¡Llora mayo, mayo llora,
     su llanto de sol y luz;
     centenares de insurrectos,
     lloran en Jimaguayú!

     
     Romance del regreso a Puerto Príncipe

      Puerto Príncipe está triste,
      triste y mudo de pesar:
      sabe que Ignacio Agramonte
      ya no podrá luchar más.
      Las ventanas de las casas
      solas y foscas están;
      sus dueñas ya no se asoman,
      no saben más que rezar.
      Vieron pasar el cadáver
      del gran Mayor General
      Ignacio Agramonte, héroe
      muerto en combate fatal.

      Iba cruzado en la grupa
      de un sudoroso corcel,
      dejando un hilo de sangre
      cual si fuera un rosicler.
      Las mujeres se escondieron,
      locas, al verlo pasar
      y los viejos y los niños
      empezaron a llorar.
      En el Hospital vetusto
      llamado San Juan de Dios,
      tendieron al héroe epónimo
      de la guerra y del honor.

      Dicen que la turba husmeaba
      como si fuera un chacal
      y que chanzas y jaranas
      eran como hiel y sal.
      Los jefes peninsulares
      mandaron a incinerar
      su cadáver, evitando
      lo fueran a profanar
      los voluntarios, sañudos,
      que en su torno andaban ya
      —aves de muerte y rapiña—
      gozando a más no gozar.

      En la tarde —bajo el ala
      del dolor y del pesar—
      las bienamadas cenizas
      las echaron a volar.
      Dicen que en polvo de luna
      trocáronse al ascender...
      y que Dios, lleno de gozo,
      todas las tomó para Él.
      Y aquella noche angustiosa
      —cuenta un anciano de ayer—
      bajó una estrella gitana
      y signó el lugar aquel.
      Escribió con tinta arcana
      y con palabra de luz:
      “Aquí reposa el caído
      con gloria en Jimaguayú”.


     Romance del centenario del nacimiento del Bayardo

      ¡Tin! ¡Tan! repican campanas,
      ¡tan! ¡tan! repica el amor,
      ¡tin! ¡tan! repica la Patria...
      ¡Cuántas voces de loor...!
      Camagüey, todo de gozo,
      luciendo un sol en la sien,
      de Agramonte, el centenario
      celebra con parabién.
      Visten sus calles de seda,
      las esquinas de percal,
      las plazas van de paseo
      bajo una arcada triunfal.
      Las palmeras de los montes
      se empinan con suavidad
      para curiosear de lejos
      la fiesta de la ciudad.

      La casa que vio a Agramonte
      nacer el día veintitrés
      reluce como una moza
      de blanca y hermosa tez.
      Cien años hace que el Cielo
      su gozo dejó entrever,
      mandando un lucero blanco
      que vio al Bayardo nacer.
      El mismo lucero niño,
      ahora, cien años después,
      trae un mensaje del Cielo
      brillando, airoso, otra vez.
      ¡Qué Camagüey más egregio
      que dio un hombre como él:
      la tierra que da estos héroes
      elegida de Dios es!

Amalia e Ignacio


Tomado de Luis Martínez: Agramonte, romancero biográfico para niños. Camagüey, Imprenta Ramentol S.A., 1942. Digitalizado y conservado por Kent State University Library, Kent, Ohio. 

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