Es un parque muy lindo y ameno,
esmaltado de alegres verdores,
con sus aves, palmeras y flores
y un arroyo que corre sereno.
A la entrada, una vieja alameda,
con su oscuro y esbelto follaje,
nos oculta el brillante celaje
al pasar bajo aquella arboleda.
Tiernos niños jugando en el prado
forman ramos de flores silvestres,
respirando los aires campestres
que despeinan su pelo rizado.
Se respira una brisa olorosa,
perfumada de nardo y violetas,
y se ven mariposas inquietas
revolar de una rosa a otra rosa.
En un grupo agradable reunidos,
las muchachas y jóvenes llegan,
у del “tennis” al juego se entregan,
sin querellas al verse vencidos.
Las parejas amantes pasean
bajo almendros de espeso ramaje,
murmurando ese dulce lenguaje
que los seres que se aman idean.
¡Cuántas veces en estos lugares
he pasado momentos dichosos
bajo aquellos almendros frondosos,
y arrullada por esos palmares!
Cuando el Sol en ocaso declina,
entre nubes de púrpura y rosa,
en esa hora de paz deliciosa
que la mente al misterio se inclina.
Me parece escuchar el acento
de una voz que murmura a mi lado
evocando un recuerdo pasado
en el dulce murmullo del viento.
En la vaga penumbra que flota
toma formas humanas el sueño...
pero salgo del plácido ensueño
y la dulce ilusión queda rota.
Tomado de Poesías, por Isabel Esperanza Betancourt. Ilustraciones de J. A. Maturro. La Habana, Imprenta de Bouza y Comp., 1918, pp.127-128.
El Casino Campestre en fotos
Si bien algunas de estas imágenes —cortesía de Pável Alberto García, de Jossé Antonio Quintana o tomadas del grupo en Facebook Camagüey en los recuerdos— no corresponden al momento de escritura del poema, el ambiente que describen es el mismo de plácida dulzura alabado por Isabel Esperanza Betancourt. Las publicamos a sabiendas de que nuestros lectores sentirán frescura y silencio, brisa olorosa, paz deliciosa...