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Prólogo a Colección de poetas de la ciudad de Camagüey

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Prólogo a Colección de poetas de la ciudad de Camagüey

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Tripulando un pequeño Gilma inglés, después de una agitada madrugada donde marchó a detenido, preterido, jicoteado kilometraje por el neblinazo carretero, casi amarillo según me dijeron, y luego más rápidamente bajo el sol primero que salió un poco más rojo que el anterior que se metió en la opuesta tapadera del mar, partiendo luego el espartillo orillero y el bachaje rociado por el llantín de las orteñas hadas, como un carro de mandrágoros buenos, de hamadríados de la gasolina azul, como dragonetes fulgurantes, al fin, plenos de un entusiasmo cohibido, llegaron a mi casa los poetas del Camagüey, diciéndome humildes: “a usted venimos, que es escritor de prosa sencilla, clara, y de ojo que elige como su prosa, a que nos coleccione en libro”. “Hijillos, les respondí: soy el escritor de la sencilla prosa indicado para el asunto. Habéis elegido acertadamente”.

Y me entregaron al momento un mamotreto, de ocho pulgadas de alto, que me hizo perder por completo el lujo de la feliz llegada.

Después me fui suave y un poco turbado al grande monopolio de miles y miles de versos de toda calañería, de graves sobreabundancias, dilapidantes, y comencé a arrancar las páginas que me gustaban, las que luego, advertidas, se disparaban a lo alto con sus propias alas. Y me dio gran regocijo toparme con poemas singulares, y de ver que algunos poetas eran sanos, y que otros tenían el viso dorado de la sangre joven y aún el verde marchito del alma joven, todo entre la letrería y su valimiento, al manejo de cada cual.

Esto me puso alegre y me conmovió. Seguí arrancando páginas ciertas del lagajazo y sumando la colección. Limpios de polvo y paja no se quedaban los poetas, porque el polvo y la paja, para mí, son buenos cerca del grano y ya esto anda por escrituras de estetería que me he pergueñado ratos ha. Arranqué, pues, para pura escogencia, páginas y paginuelas, embarcando varios tituleteados “géneros”.

Después, en lo escogido, a mi peculiar modo de escoger, situar, deslavazar, y encajar, vi muchos jóvenes que ardían libres y otros que se separaban para esperar sus días llegando.

Suenan aquí muchas cuerdas. Unos poetas tañen hilos presentes al tiempo de la literatura. Otros se centran ensimismados con palabras serias, usuales. Otros, vuelan en sus sonidos como polvo amarillento de arpas que tañidas fueron de manos cultas. Otros sus flautines riman, y, alguien, reverdece a la hiedra mustia y sin idioma. Varia orquesta. Poemas sencillos y poemas que arrancan a volar y se detienen en un punto, y poemas prisioneros de las letras. En ellos me alegro y me repienso que al árbol recio de la poesía cubana hay que agregarle esta rama o este gajillo o este yemerío pugnante. Este hojerío abriga fruto, y aumenta de cierto la sombra esmeralda en la ribera.

Finalmente aclaro que en la ordenación de los poetas no he seguido el oscuro acaecer cronológico. He andado tras el tiempo de la letra, es decir, he comenzado, no con los poetas “mejores”, como se suele decir, sino con los del tempo creado o posado en los presentes días literarios hasta llegar a los poetas de expresión más remota. Es por ello que los poetas se ordenan aquí por sus voces, por familias de voces, alcanzándose un concierto como delgada fuente, alta, que de plato en plato va dejando caer la hilaza musicante hasta el pie musgoso donde no hay salto blanco sino murmullo del agua que se aventuró.

Tomado de Colección de poetas de la ciudad de Camagüey. Ediciones Grupo Yarabey, La Habana, 1958.
El Camagüey agradece a José Manuel García Vázquez la posibilidad de publicar este texto.

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