Escuchando tu acento cariñoso
mi corazón sensible se estremece,
y la vida más grata me parece
y el porvenir más amplio y luminoso.
Al calor de tu pecho generoso
como niebla sutil se desvanece
el tedio funeral que me entristece,
devolviendo a mi espíritu el reposo.
Pues me alcanzaste la perdida calma
y al abrirme el santuario de tu alma
calmaste los rigores de mi suerte,
¡Déjame que me arroje entre tus brazos,
uniéndote a mi ser con unos lazos
que no podrá romper sino la muerte!
Diciembre 26, 1894
Tomado de El Fígaro. Año X, Núm.46, La Habana, diciembre 30 de 1894, p.599.
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