Era muy jovencita cuando alguien me habló de las fotos de ballet de Luis Carracedo. Yo misma las necesité para un reportaje, tanteo de novel periodista, escrito a pedido de Rodobaldo Martínez, director del periódico ¡ahora! de Holguín. Luego lo vi trabajar. Como una sombra: así me dijo alguien en algún momento, y es verdad. Así andaba Carracedo por el Teatro Principal, buscando el ángulo preciso, atisbando el momento justo, jugando con la luz propia de la escena.
Y las fotos eran tomadas por lo que hoy llamaríamos una cámara tradicional, “de rollito”, expresión casi en desuso en la actualidad. No contaba con la película apropiada, y si la había, nunca era la suficiente, así que no se podían hacer muchas exposiciones y “había que afinar a la primera”, según me contó el propio autor en uno de los mensajes cruzados antes de la publicación de estas fotos en la revista La Liga. Luego eran reveladas e impresas en laboratorios donde cualquiera diría que se hacía magia. Y sí, claro que era mágico el proceso, casi tanto como al que me había asomado en mi reportaje.
Es que estas fotos que hoy me estremecen muestran, es cierto, parte de la historia de la compañía, pero ellas mismas son verdadero prodigio, obras de arte que recomponen la escena: nos devuelven no ya el instante atrapado, sino una sensibilidad que al captar la luz y el movimiento de los cuerpos crea una realidad a salvo del tiempo. Son bellas estas fotos, pero no lo son sólo porque los cuerpos lo sean, o las poses, o los vestidos, o porque el ballet, en sentido general, lo es. No, no es sólo eso. Aquí está ese raro instante en que la técnica sirve a un fin más alto, en que el cuerpo deviene fino y poderoso instrumento para la expresión, en que emociones abisales son traducidas en gestos… Y casi lo mismo puede decirse de las fotos. Es tal la maestría técnica, tal el conocimiento del ballet, que las imágenes captadas cortan el aliento. Al menos yo, que admiro y envidio secretamente a los grandes fotógrafos, que escuché hablar de ASA y DIN y de otros secretos, que aún recuerdo la penumbra de los laboratorios y aquellos olores tan raros, al menos yo veo en ellas no sólo los cuerpos hermosos. Veo más. Percibo sensaciones que apenas pueden traducirse en palabras, que nos dejan en suspenso y que a falta de un nombre más apropiado, o porque es, a fin de cuentas, la mejor palabra para el misterio, llamamos arte.
María Antonia Borroto Trujillo
Bárbara García en “Diana y Acteón”.
“De blanco y negro”, coreografía y diseños de Osvaldo Beiro. Solistas: Siuchén Ávila y Ernesto Álvarez. En la imagen también se puede apreciar a Elda María Armengol, Yulia Vidal, Adiene García, Yolexis Santana y Keila Ramos.
Keyla Ramos en “Primer intento”, de Osvaldo Beiro.
“Carmen”, de Osvaldo Beiro. En la foto se aprecia a Keyla Ramos e integrantes del cuerpo de baile.
Aida Villoch y Jorge Esquivel en “Giselle”, en la escena de la locura y muerte de Giselle. Como parte del elenco: Bárbara García, Adelaida Gómez, Víctor Roque, Annia Rosales, Guillermo Leyva y Roberto Murias.
Segundo acto de “Giselle”, Keyla Ramos como Myrtha, la Reina de las Willis, y Osmay Molina como Albrecht.
Segundo acto de “Giselle”: Celia Rosales y Danis Pérez.
Cuerpo de baile en “Así es en el presente”, de Francisco Lang.
Cuerpo de baile en “Saerpil”, de Gustavo Herrera.
“La fille mal gardée”: Cristine Ferrandó, Orlando López y el cuerpo de baile.
Bárbara García y Guillermo Leyva en “Medea”.
Cristine Ferrandó y Pedro Martín en “Otelo”.
Bárbara García y Guillermo Leyva en “Paquita”, acompañados por el cuerpo de baile.
Una primera versión de esta galería de imágenes y del texto apareció en la revista de literatura y arte La Liga, No.19, septiembre-diciembre de 2017.
El Camagüey agradece a Osvaldo Beiro y María de los Ángeles Gómez, y muy en particular a Ángel Alberto Padrón la información a propósito de cada una de las fotos, así como la foto de Luis Carracedo.