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Carta a Gabriela Mistral

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Carta a Gabriela Mistral

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Querida Gabriela Mistral: Han querido Dios, usted y yo, que no nos conozcamos todavía, —si conocerse es reposar con los ojos en el cuerpo de un ser. Y yo he querido, ansiosamente, estar en su amistad, ser su amiga del corazón, pero como sé lo difícil que es penetrar en el espíritu de los grandes, prefería quedarme lejos. Ésta fue la causa de que yo nunca fuera hacia Ud. en Madrid, cuando estaba tan cerca de mí. Sabía de su salón, y que Maroto, de mi amistad, la visitaba, Y (sic) Rómulo Gallegos también. Cuando se designó a Palma Guillén para Ministra de Colombia y se le hizo un homenaje de simpatía en una sociedad de mujeres, tampoco quise ir. Para qué, me decía, si yo no tengo significación alguna? Además, Gabriela, yo tengo un poco de cansancio del mundo aunque todavía no soy muy vieja. Prefiero la conversación de un amigo, a todos los encuentros. Y cada día que pasa me siento más difícil de contentar con las gentes. Lo interesante es que a nadie le intereso vivamente porque no soy una persona que hace ruidos, ni habla de sí. Es un secreto que le confío, con la esperanza de poder llegar hasta usted. —Como usted es persona mayor, me la han pintado de muy diversas maneras. Unos, que la quieren, con un aprecio por su dignidad personal, otros, que no la quieren, como un ser difícil. Una señora me dijo una vez, viajando para Europa, que había leído una carta de usted a Palma Guillén donde expresaba únicamente su interés por la gente de elite intelectual, y yo, amiga mía, que siento a veces tanta molestia por lo estrictamente intelectual, empecé a sentir mis temores por usted. Mi hermana Ángela —es mi corazón— me decía siempre: no sabes que se viste como una aldeanota y que tiene una voz muy dulce? Ella la oyó una vez por radio en Madrid, sobre Chile. Las palabras de mi hermana eran lo que, realmente, me hacían pensar en su corazón. —Cierto es también que yo no hice en Madrid una vida de salón, como tampoco en ninguna parte. La gente engomada me aprieta el corazón. Estuve en España dos años y medio, después de perder allí mi madre y una tía que era también como mi otra madre. Leía sus artículos de Madrid, en El Sol, y la aplaudía con entusiasmo y silencio, desde lejos. Di una vuelta por toda Europa, con avidez de conocer, y llegar más pronto a la decepción. Casi estuvimos mi hermana y yo en los linderos de Asia. Qué lindo es el mundo, y cuánta miseria contiene! Cuando regresé a España, tenía ya el proyecto de venir a Cuba para que me designasen a otro país. Yo amo Francia, Gabriela, con todo mi corazón. Pensé que quizá pudiera obtener que me designasen allí. Y cuando llegué a Cuba, en seguida, subió a la Presidencia un tipo advenedizo, Barnet, que toda su vida ha sido diplomático de uñas pulidas y que habla francés y usa condecoraciones, y está de acuerdo siempre con los grandes y, sin oírme, me trasladó para Chile. Antes, inventó calumnias sobre mí, y yo que lo sabía todo, no hice nada por desvirtuarlas. Estos tipos mediocres, empinados por la estupidez del mundo, no oyen a nadie más que a su propio resentimiento. Y acepté Chile con gusto, créame, porque una voz interior me lo hacía gustar. Y no me pesa, porque he conocido la montaña más linda de la tierra, y al roto (sic). Estoy gozosa, créame, de encontrar la oportunidad de expresar mis sentimientos cuando digo que usted debe ser Embajadora. Como soy extranjera mi voz tiene cierta resonancia. Y lo diga así porque mi deber es honrarla a Ud. con lo que se merece, y porque me honro, de paso: usted es mujer, como lo soy yo, y las dos somos víctimas de la petulancia de estos hombres que manejan el mundo, sin espíritu ni conciencia.

En Cuba me enteré de su pena con los españoles. Estuve con la pluma en la mano para escribirla, y comunicarle mis puntos de vista sobre esa gente, y me contuve. Que derecho tenía yo a decirla mis pensamientos? Y sin embargo, yo estoy en movimiento constante de espíritu con respecto a España, y es que no puedo soportar que en nuestro tiempo, en que la vida de complicación trae la necesidad de la sencillez, esa gente viva todavía con el Excelentísimo Señor Don. Y si usted supiera lo que yo tuve que soportar en la Embajada de mi país, sede de Cuba según el derecho, y donde los hombres que la representan se les ha congelado la sangre criolla y son más españoles que el rey! Y si usted los viera, Gabriela, con un desdén enorme por nuestra ingenuidad americana, espíritus intrigantes, frailunos, falsos, sin ser de ninguna tierra! Los sufrí a todos, queriéndome humillar, por ser cubana y mujer: jamás me di por enterada. Un periódico de la Habana me trae la información de que esa gente de la Embajada fue condecorada con la Orden de Carlos Manuel de Céspedes.

Cuánto tiempo estaré aquí? No lo sé, Gabriela. Escríbame una carta directa sin que pasase por ninguna otra mano ajena. Y dígame, como una hermana, la puedo ayudar en algo que quiera?

La quiero de corazón y ahora, en Chile, conozco mejor que nadie su historia. Yo también he sufrido mucho, amiga mía, qué caro cuesta saber contemplar la tierra!

Mándeme su retrato. La envío un abrazo y mi cariño. Suya,

Mi dirección es Vicuña Mackenna 79, Sexto Piso, apartamento 23, Santiago.


Nota de El Camagüey: Carta escrita a máquina en papel timbrado de la Legación de Cuba, no se precisa el año, solo el día y el mes aparecen manuscritos en la parte posterior derecha: Junio 20. 
Conservada en la Biblioteca Nacional de Chile.  

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