De un lado quiero que pongas por un momento al mundo, y de otro lado al hombre. ¿Ves qué de aspectos tiene la creación? Mira por la noche al cielo, contempla los astros. ¡Cuántas estrellas brillan en el espacio! Son otros tantos soles como el nuestro. Nadie ha podido contarlos, ni es posible formarse idea del espacio que ocupan, porque nuestra mente no puede abarcarlo. Mira a la tierra. Las montañas, los valles y los ríos, las plantas y los animales, en su prodigiosa variedad, habrán de cautivarte. El mar es también inmenso, y parece que tiene vida. A veces está tranquilo, a veces irritado; encierra millares de seres, más numerosos y raros que los que pueblan la parte sólida. Contempla la atmósfera con su aire respirable, con sus nubes, sus vientos, sus tempestades, sus lluvias, sus relámpagos y su rayo. Todo eso es un mundo lleno de fuerza, en donde todo está en movimiento, en donde hay siempre la misma cantidad de materia, cambiando de forma, cambiando de aspecto: rocas que se desgastan y se convierten en polvo; calor solar que hace evaporar el agua; vapor de agua que sube en la atmósfera, y ahora es nube y luego es lluvia; semilla que germina en la tierra; el árbol del que te hablo es el mundo del arte, obra exclusiva de la sensibilidad del alma humana, el cual mundo, por su naturaleza superior, está destinado a ser sensible e inteligible sólo para el hombre.
Si la araña urde su tela, y si fabrica la abeja su panal, el hombre (por fuera de las obras que ha realizado para sustentar su vida y para tener abrigo y seguridad sobre la tierra) ha creado las artes bellas, que respondían á necesidades espirituales suyas, que no aparecieron en su alma sino después que tuvo asegurada por el trabajo la subsistencia.