Entre éstos está Usted, que ahora y en todo tiempo ha dado las más inequívocas pruebas de amor a la humanidad que gime implorando protección y consuelo.
¿Y a quién mejor que al amigo de los Pobres, puesto que lo era del P. Olallo, Presidente a la vez de la Junta de Patronos y antiguo condiscípulo mío, había de dedicarle este esfuerzo hecho a mi insuficiencia, no a mi deseo?
Sírvase Usted, pues, acogerlo y calorizarlo, que tal folleto, más que la expresión trazada por la pluma de cada escritor que a su formación concurre, es el latente sentí, miento de todo él gran pueblo del Camagüey que por este medio va a ser trasmitida a la posteridad.
Eduardo Nápoles
Escultura del padre Olallo en el interior del asilo que lleva su nombre en Camagüey, obra de Herminio Escalona.
Pérdida irreparable
Puerto Príncipe está de luto.
Ha perdido el más firme, el más fuerte, el más denodado, el sin rival esforzado adalid de la caridad cristiana.
El Reverendo Padre Fray José Olallo Valdés, ha fallecido.
Nuestra pluma embotada por el más profundo de los sentimientos se resiste a deslizarse sobre el papel para dar tan desconsoladora noticia.
El amor que este pueblo profesó siempre al sacerdote, modelo de virtudes y genuina y fiel interpretación de la Caridad sobre la tierra, estará demostrándose por todo el Camagüey en los tristes momentos en que las campanas con su ronco y lúgubre tañido anuncian al pueblo tan fatal noticia.
Nuestro corazón guardará luto eternamente por tan irreparable pérdida.
Sírvenos de consuelo en medio de tan gran desgracia la persuasión de que su alma cristiana ha volado a su verdadero puesto; el Padre José Olallo tenía el suyo en el Cielo; vino a la tierra a demostrarnos con sus ejemplares virtudes el camino de la gloria, y una vez hecho desplegó sus alas y se remontó al Celeste lugar, do tienen su asiento las almas santas.
Pueblo Camagüeyano, llora la pérdida; copia de su vida, y estés persuadido que desde el Cielo seguirá cubriéndonos con su excelso y caritativo manto, bajo cuyos anchurosos pliegues tantas y tantas veces fueron acogidas vuestras desgracias.
El Fanal
(Marzo 8 de 1889)
Fray José Olallo Valdés
A las nueve y media de la noche del día siete del actual, dejó de existir en el hospicio de caridad de San Juan de Dios, a cuyo servicio estuvo consagrado durante cincuenta y cuatro años, con una perseverancia inquebrantable y una abnegación jamás interrumpida, el religioso de la Orden de San Juan de Dios Fray José Olallo Valdés, natural de La Habana, que desde el año de 1835 y en la adolescencia de su vida, fijó en esta ciudad su residencia.
Varón justo, modelo de virtudes, en su corazón ardía el fuego de la piedad, el amor a sus semejantes era el culto ferviente de su espíritu, que tenía por credo esa inagotable caridad que derramaba su alma noble, grande y generosa, como la de todos esos seres privilegiados que realizan el bien por la satisfacción íntima que produce enjugar las lágrimas y aliviar los dolores que sufren los desheredados de la tierra, que miran en la humanidad su familia y que al abandonar la vida dejan tras de sí esa luminosa estela de bondad sublime, de piadosa compasión, de inmaculada virtud, exenta de todo egoísmo, sin mancilla de hipocresía, que sirve de modelo a las generaciones que se suceden y que edifican por la misma grandiosidad de su humilde modestia.
Acontecimiento doloroso, pérdida irreparable para todos los pobres de la ciudad, pues todos iban al Hospital de San Juan de Dios a solicitar su cariñosa asistencia, es la muerte del padre Olallo, tan querido y respetado de la sociedad camagüeyana, que después del inolvidable Padre Valencia, no tenía figura más venerable ni más simpática que la del digno religioso a quien hoy llora con tanta justicia la población entera, y muy particularmente los pobres a quienes deja huérfanos de los auxilios de sus aventajados conocimientos médico-quirúrgicos, y de sus limosnas de medicamentos y pecuniarias, que aunque de reducido alcance estas últimas, porque la pobreza del Padre Clallo no le permitía hacer dádivas de mucho tamaño, bastaban sin embargo para proporcionar a los menesterosos, un mendrugo de pan con que mitigar el hambre que los consumía.
El cadáver del venerable anciano, embalsamado por los Dres. D José Antonio Ponce, D. Esteban Morató y D. Gaspar Pichardo, permanece expuesto en la misma reducida cámara que ocupaba el Padre Olallo en el Hospital, cuya Junta de Patronos y el albacea del finado, han dispuesto que la inhumación tenga lugar el domingo a las 8 de la mañana, y para cuyo acto no se hacen invitaciones particulares.
Baja al sepulcro el Padre Olallo rodeado del amor y las bendiciones de todo un pueblo, orlada su frente con la aureola de la gratitud y dejando imperecedera memoria de sus virtudes.
El Pueblo, asociándose al sentimiento general, llora la muerte del Padre Olallo, viste de luto y hace votos por el eterno descanso del venerable sacerdote.
El Pueblo
(Marzo 8 de 1889)
El Camagüeyano
El Padre Olallo es otro hombre grande. No es hijo de Puerto Príncipe. Nació en la capital de la Isla de Cuba. Frisa en los 72 años. Vino a esta población el año 1835, época en que el vecindario se vio fuertemente azotada por una extensa epidemia de cólera morbo asiático, y en la que Olallo Valdés demostró su amor al prójimo asistiendo gratuitamente a muchos de los atacados. Ahora ha estado a punto de sucumbir a causa de una enfermedad agudísima, su muerte habría dejado al hospital de San Juan de Píos en una verdadera hortandad (sic). Desde ha mucho tiempo viene siendo el alma del mencionado asilo. Vicente de Paul y el Padre Espí resultan a su lado unos insignificantes pigmeos. Pasa su vida socorriendo al desvalido y enseñando al ignorante, es decir, con una mano reparte el pan del cuerpo y con la otra el sustento del espíritu. ¡Socorrer y enseñar! Misión que realiza el hombre momentos antes de convertirse en ángel. En su frente se nota la arruga de los 72 años, y sin embargo, Olallo Valdés conserva en su alma de titán, la fe del creyente y la candidez del niño.
Ni persigue la gloria ni va en pos de la fortuna.
Quizá sea esta la primera vez que su nombre se ve en letras de molde. Asiste a los pobres de San Juan de Dios sin exigir retribución ninguna. Practica el bien por el bien mismo. Su alma debe estar iluminada por los resplandores de la caridad. Indudablemente que es más grande ser caritativo que ser sabio.
Olallo Valdés hace la jomada de la vida sin zozobras, sin ambiciones y sin torturas; va con paso firme camino del infinito, despreciando lo perecedero y fugaz para fijar su mirada en lo permanente e inmutable: en Dios.
Juan R. Xiques
(Marzo 10 de 1889)
José Olallo Valdés
El viernes en la noche dejo de existir el venerable y virtuoso P. Olallo Valdés, consagrado con infatigable empeño a la práctica del más noble de los sentimientos, del sentimiento de la caridad, desde los comienzos de su vida.
Vino al Camagüey en una fecha tristemente memorable, en que el azote de una epidemia colérica diezmaba esta población: y fueron tales su inteligente actividad y su ardiente celo, que desde aquel instante brilló la figura de Fray José Olallo Valdés como una de las más severas
El P. Olallo era, sin disputa, el tipo acabado del filántropo que impelido por el ardiente e inextinguible amor al prójimo, huye del mundo y sus placeres, desdeña las riquezas, y se consagra, con tenacidad incomparable, a la constante realización del bien; cierra su corazón a los afectos concretos e individuales pata abrirlo de par en par al amor de la humanidad, resolución sublime, que solo realizan en la tierra caracteres de privilegiada contextura moral, seres de naturaleza parecida a la del admirable P. Olallo Valdés.
El Camagüeyano se abate ante la tumba del austero José Olallo.
(Marzo 10 de 1889)
Sensible pérdida
El caritativo religioso Fray José Olallo Valdés, Prior de la Iglesia de S. Juan de Dios, falleció el viernes.
El Padre Olallo, ejemplo vivo de caridad cristiana, el hombre que jamás vio llorar sin enjugar las lágrimas, que jamás vio padecer a nadie sin correr a aliviarlo; que siempre fue el consuelo de los pobres asilados en el Hospital, el médico cariñoso y desinteresado, el enfermero complaciente y cuidadoso, el hermano, en fin, de cuantos sufrían, ha pasado a mejor vida después de breves, pero cruelísimos dolores.
El Padre Olallo, para quien rebosaban amor, respeto y admiración todos los corazones camagüeyanos, deja en esta dolorida sociedad un inmenso vacío difícil de llenar.
Los enfermos asilados en el Hospital de San Juan de Dios, perdieron su mejor amigo, su único padre espiritual y todos, lamentamos la irreparable ausencia de uno de esos hombres de espíritu elevado, vivo reflejo del obrero de Judea, discípulo dignísimo del Mártir del Gólgota.
Verdad que con la desaparición de la materia, no se borrarán de nuestros corazones los beneficios que a la humanidad doliente hacía el virtuoso Juanino; cierto que al remontarse a mejores regiones el espíritu que la animaba, nos deja vivísima estela de luz en sus continuadas prácticas verdaderamente cristianas, pero la carne, frágil por demás, no acierta a mirar con valerosa resignación esa dolorosa trasmigración.
Y ya que ante el cadáver del hombre bueno, dejamos esta lágrima como natural desahogo de nuestro dolor, roguemos ahora al Sumo Juez, que al recibir en su seno el superior espíritu del finado, colme de bendiciones al pueblo que albergó tanto tiempo al varón humanitario, y donde en cada corazón deja altar consagrado a bendecir su memoria.
La Nueva Aurora
La muerte de un justo
Embargado el ánimo con la sensible y nunca bien llorada muerte del venerable Fray José Olallo Valdés, acaecida en la noche del siete de los corrientes, empuñamos la pluma haciéndonos solidarios y participes del dolor irreparable porque atraviesa el culto y digno pueblo camagüeyano, que una vez más nos dio a conocer que no en balde se le califica de religioso, agradecido y cívico,
“Los muertos viven”, ha dicho más de un profundo pensador; y nosotros que irrecusablemente participamos de la verdad de este aserto, no dudamos un momento que la memoria del Padre de los Pobres Fray Jasé Olallo Valdés, no se borrará jamás del corazón de los habitantes del digno Camagüey, al menos sus obras imperecederas patentizarán siempre que aquel humanitario y justo varón reside entre nosotros.
Calle de los Pobres, en Camagüey.
Verificóse su inhumación con la mayor solemnidad, acudiendo el pueblo en masa. Allí se encontraban representadas todas las clases sociales, allí codeábanse el infeliz y harapiento mendigo con el orgulloso magnate; allí se confundían los unos con los otros dando un ejemplo de la más cordial fraternidad, al par que se demostraba el acervo dolor del pueblo principeño por tan dolorosa pérdida. Imposible se hacía transitar por las avenidas que, obstruidas por inmenso gentío, hacían casi intransitable el paso del cortejo fúnebre.
Sobre el féretro ostentábanse innumerables y preciosísimas coronas de exquisito gusto, y el pavimento alfombrado de flores naturales que arrojaban en prueba de amor y gratitud al que para siempre nos abandonó, tanto la aristocrática dama, como la mísera jornalera.
Terminamos estas líneas escritas con el corazón desgarrado por tan llorad desgracia, apropiándonos las elocuentísimas frases que nuestro distinguido amigo, el brillante y correcto escritor Sr. D. Pedro Mendoza Guerra, escribiera en presencia del cadáver de tan excelso varón. Helas aquí.
Los que se lamentan de la ausencia de la moral pública, convendrán ahora en que lo que ocurre es que no abundan los espíritus elevados que sean verdaderamente dignos de justa estimación por la virtualidad de sus merecimientos.
El mérito se impone. Por eso hoy de rodillas ante la tumba del generoso Padre Olallo, todos elevamos el espíritu a las serenas regiones en donde creemos contemplar la suprema dicha, proporcionada por la tranquilidad de la conciencia que no acusa falta alguna,
¡Orad! nos dicen.
He aquí la mejor oración: ¡Imitémosle!
El Progreso
(Marzo 15 de 1887)
El entierro de un Santo
Santo. Adj. exento de toda culpa y mancha.
Recto, justo, inviolable, casto, puro.
(Dicc. de Caballero)
Me conmueven profundamente todas las grandes manifestaciones del espíritu humano. No puedo imaginarme que existan esos seres que ante las revelaciones elocuentísimas de determinados acontecimientos —que ponen de relieve que el hombre es algo más que un pedazo de barro—, sonríen con la sonrisa del escéptico. Es cierto que hasta las lágrimas no son siempre la expresión de un verdadero pesar, de una situación desesperante; pero no es menos evidente que a veces se llora ¡y se llora con el alma!...
Esa expresión indefinida de tristeza que caracteriza al hombre ante un duelo imponderable que trueca la sonrisa dé la víspera en el llanto de hoy, muestra bien a las claras que el indiferentismo no es, no puede ser, un estado permanente del individuo.
Yo he visto —y vosotros también— a todo un pueblo repetir durante tres días, un nombre y una historia, salpicada esta última con algunas variantes, según las impresiones o las noticias del que la relatara ¿El nombre? En vuestros labios está. el del Padre Olallo. ¿La historia? La de la Caridad, ejercitada por él durante su peregrinación por el Hospital de San Juan de Dios. Éste fue su mundo. ¡Mundo de miserias, encubiertas; por el manto benéfico del hoy ya ilustre cubano, que a todos consolara y a todos fortaleciera con su ejemplo, su resignación espontánea ante las adversidades que el destino reserva a esa gran parte de la humanidad que no lleva muerta el alma y vive todavía!
***
El día 13 de abril del año de 1835, apenas si circulaba alguna que otra persona por la plaza de San Juan de Dios; ese mismo día llegaba al Hospital un joven de 18 años, desconocido, que alguno podía saber a dónde iba, pero que nadie era capaz de suponer a dónde había de llegar. Hoy ya nos consta que traía la resolución inquebrantable de cumplir una misión sagrada, impuesta voluntariamente ¿Cómo la cumplió? No hay pluma que sirva para trazar exacta ni aproximadamente siquiera, la respuesta a la anterior interrogación. Por mi parte, confieso con entera sinceridad, que me faltan las fuerzas para ello.
***
El día 10 de marzo de 1889. Desde las primeras horas de la mañana empezaron a llegar personas de todas las clases de nuestra sociedad a la Plaza de San Juan de Dios; a las 8 del mismo día, el Hospital, la Plaza y las calles inmediatas, estaban literalmente llenas de personas, en cuyos rostros descubrían serlas huellas que imprime siempre un dolor verdadero. El luto del corazón reflejábase en el semblante de todos.
San Juan de Dios en las primeras décadas del siglo XX.
Sin invitaciones previas, voluntariamente congregábase el pueblo de Puerto Príncipe para asistir a los funerales del que CINCUENTA Y CUATRO AÑOS atrás, había llegado solo, sin nombre, a las puertas de aquel asilo y que al descansar su venerable cabeza en la losa sepulcral, llamábase ya el Padre de los Pobres, título inmortal como el recuerdo de sus virtudes.
A las ocho y media de la mañana, sobre los hombros de cuatro pobres, vi salir del Templo de San Juan de Dios, el cadáver de Fray José Olallo Valdés; preciosa carga, que indudablemente no trocarían aquellos cuatro pobres, por todos los tesoros del mundo.
Hubo un instante en que al contemplar la multitud que rodeaba el féretro, creí que asistía a alguna deificación o apoteosis. Y así era en efecto; era la apoteosis de la virtud. ¡No se puede Imaginar nada más grande, más solemne, más conmovedor!
¡Qué contraste! Ayer llegaba, solo, derramar el balsamo de la caridad en los corazones heridos por el infortunio, y hoy sale de aquel recinto, acompañado de todo un pueblo, que viene a testimoniar el homenaje de sus respetos y de su admiración ilimitada.
Púsose en movimiento el cortejo fúnebre, en medio del más imponente silencio, que sólo venía a interrumpir las voces de los Ministros de la religión católica y los sollozos de esa mitad más bella del género humano, que en lágrimas traduce sus sentimientos, porque su constitución es más sensible, y no puede, a las veces, reprimir el llanto. ¡Cuán desgraciado es el que no puede llorar!
Durante el tránsito del Hospital de San Juan de Dios a la Iglesia Mayor, como después durante toda la carrera del entierro, ocurrieron escenas bastante conmovedoras, y cuyos detalles no puedo con fidelidad trasladar al papel, porque en aquellos instantes, no podía sustraerme a la influencia del pesar, que embargaba mis facultades, y las embarga todavía.
AI llegar la fúnebre comitiva frente a la morada del Sr. D. Fabio Freyre, este caballero, a la cabeza de una comisión name rosa de jóvenes de la Sociedad Popular de Santa Cecilia, depositó sobre el ataúd una hermosísima corona de pensamientos, a nombre de dicha sociedad. Si siempre me he felicitado por pertenecer a esta sociedad en aquel momento bendije con cierta mezcla de orgullo, la hora feliz en que hube de adquirir tal título.
He aquí las inscripciones de algunas de las coronas que tu vimos ocasión de ver, ofrecidas a la memoria del P. Olallo.
“La Sociedad Popular al Padre de los Pobres,” corona de pensamientos de terciopelo.
“La sociedad El Progreso, al virtuoso Fray José Olallo Valdés.”
“A la virtud sin mancha.”
“Al heroísmo católica artística, corona enviada por la Sra. de Larraza.
“A Fray J. Olallo Valdés. sus hermanos predilectos,” preciosa corona enviada por D.E.C.
“La Junta de Patronos, a Fray José Olallo Valdés,” muy lujosa corona.
Las cintas las llevaban, alternando, D. Carlos Marín, Administrador de Hacienda, D. Juan Torres Lasqueti, amigo íntimo del finado; D. José A. Recio; Presidente de la Diputación; D. Joaquín Simón, Presidente de la Junta de Patronos del Hospital de San Juan de Dios; D. Pedro Tarraza. Magistrado de la Excma. Audiencia; D. Ángel Betancourt, Director de la Sociedad El Porvenir; D. Fabio Freyre, director de la Popular; D. José Eugenio Rodríguez Procurador Público; D. Pedro Varona Ramírez, Director de El Progreso, D. Julio López, miembro de la misma; y D. Emilio Fernández, redactor de este periódico.
Después de verificada la misa de Vigilia en la Parroquial Mayor, presenciada por más de dos mil personas, el Gobernador Civil, el Albacea del Finado y el M. I. Ayuntamiento, como también otras comisiones religiosas y particulares, salió de aquel templo el cortejo fúnebre, admirablemente bien ordenado según el deseo de la comisión organizadora, que la componían D. Enrique Herrera, D. Arturo Aróstegui, D. Juan Basalto Moreno y D. Virgilio Guerrero. Le seguía la banda militar, ejecutando una tristísima marcha fúnebre.
Desde la Iglesia Mayor al Cementerio, no puede decirse con certeza, que fue el cadáver en hombros de tales o cuales personas. Todos se disputaban el honor de cargar. Algunos que no lo consiguieron, se complacían con poner sus manos sobre la caja.
Tampoco puede hacerse cálculo del número de personas que asistió al entierro y condujo los restos del PADRE OLALLO al Cementerio.
¡Fue todo el Camagüey!
¡Adiós!
¡Yo vi cerrar la bóveda! Parecíame que la Virtud se encerraba lejos, muy lejos del mundo para evitar su grosero contacto.
Entonces me convencí, efectivamente, de que el PADRE OLALLO había muerto y exclamé;
—¿Por qué se muere la Caridad?
Y una voz, la voz de la conciencia acaso, murmuró a mi oído...
—No; no ha muerto… Entre ese inmenso grupo de personas que ves abandonar el Cementerio —tristes todas—, puede ser que exista el que ha de recoger la herencia del PADRE OLALLO, que lega a sus contemporáneos el ejemplo de su pureza y de su abnegación, de su sencillez y de su bondad sin límites.
—¿Lo crees así?, volví a interrogar.
Y la misma voz me dijo.
—Cierto; tú, tú mismo, si quieres, puedes ser.
—¡Imposible! No nací con alma de héroe.
—El heroísmo de la Virtud se adquiere a precio de voluntad, y en este caso, querer es poder.
¡Ojalá no se pierda la lección que durante más de medio siglo nos ha venido dando a todos el venerable PADRE OLALLO!
¡Ojalá surja del seno de esta sociedad, que sabe rendir homenaje tan cumplido al mérito excepcional, otro segundo Padre Olallo, ya que tenemos también otro Padre Valencia, según la expresión popular!
María Ana
El Pueblo
(Marzo 11 de 1889)
El padre Olallo
Tomamos la pluma dominados por dos grandes y opuestos sentimientos: el uno es de profundo pesar, el otro es de indecible satisfacción.
Acaba de arrebatarnos la muerte un hombre a quién hemos amado y venerado desde nuestra más tierna infancia. Un hombre, cuya primera entrevista está ligada para nosotros a dulcísimas e indelebles emociones. Un hombre, cuya memoria nos recuerda momentos de suprema dicha, que con él supieron inspirarnos los seres más queridos sobre la tierra: nuestros padres... Evoquemos, para dar principio a nuestra narración, ese interesante episodio.
Era un diez y nueve de mayo. Nuestro padre, después de terminada una fiesta al Santísimo Sacramento en la Iglesia de San Juan de Dios, nos llevó a su contiguo Hospital para repartir una limosna. Antes de entrar en la primera sala nos dijo: “esperemos al Padre Olallo”. Al momento apareció éste en traje de religioso. Su aspecto nos impresionó agradablemente. Después de un afectuoso saludo, nos llevó a la citada sala. Al llegar a ella dijo en alta voz: “Un Padre nuestro por el que da esta bendita limosna”, y todos los que pudieron, rezaron allí con él esa sublime plegaria. Nosotros no sabíamos rezar, pero permanecimos en pie con los brazos cruzados, y en infantil recogimiento, como si comprendiéramos toda la importancia de contemplar unida la mejor plegaria a la mejor acción del cristianismo: la limosna hecha a los pobres que son considerados por aquél como templos vivos de Dios.
En seguida nos dividimos en dos alas ocupando su cabeza nuestros dos hermanos mayores con las manos llenas de medios de plata, que íbamos distribuyendo de cama en cama, los dos hermanos más chicos.
Esa escena la repetimos del mismo modo y en la propia fecha todos los años, hasta el de 68. inclusive, en que pasó a mejor vida nuestro inolvidable padre, poco antes de la guerra que nos redujo a la miseria, y nos obligó a comer el amargo pan de la emigración.
¡Cuán útiles nos fueron entonces las lecciones prácticas que junto a aquellos pobres enfermos nos dieron simultáneamente el Padre Olallo y nuestro Padre!
Escultura del beato José Olallo Valdés en la Capilla del Hospital Fatebenefratelli de la Isla Tiberina en Roma.
A nuestro regreso a la patria fuimos inmediatamente a visitar al Padre Olallo y lo encontramos en el Hospital aún a mayor altura de lo que lo habíamos dejado, ejerciendo su ardiente apostolado.
Más tarde tuvimos la inmerecida honra de desempeñar gratuitamente la Administración interina del Hospital de San Juan de Dios. Entonces se nos presentó la deseada ocasión de estar en inmediato contacto con él, y de estudiarle a todas horas. Lo que en él descubrimos física y moralmente, y lo que por él sentimos, no intentaremos darlo a conocer, ni aun imperfectamente, porque eso es de todo punto imposible. Algo diremos, sin embargo, de sus habituales ocupaciones, suprimiendo detalles y comentarios que han de servir para su nutrida y provechosa biografía.
Al romper el día salía de su celda el Padre Olallo, y giraba su primera visita a los ochenta o más enfermos que, por término medio, ha tenido siempre el hospital. Allí recogía y sustituía con sus propias manos todo lo que se había desaseado en la noche anterior. En seguida se ocupaba en bañar y curar toda dase de úlceras, aún las más nauseabundas.
Concluida aquella operación, bajaba a preparar y aplicar los medicamentos en el orden prescrito por el Médico del hospital, Después subía con éste, para escribir al dictado sus recetas y recibir las necesarias instrucciones a la cabecera de cada enfermo.
Personalmente asistía a la distribución del desayuno, del almuerzo y de la comida, teniendo especial cuidado de que alcanzase por iguales partes para todos, ya fuera abundante o escasa la provisión con que contase para ello.
Entre el almuerzo y la comida, desempeñaba los trabajos siguientes:
Recibía y curaba gratuitamente a innumerables personas que de fuera ocurrían a él para aprovecharse de su larga práctica y de sus notables y variados conocimientos médicos y quirúrgicos; sacaba hilas para ¡os pobres; anotaba él movimiento diario del hospital, en sus limosnas e inversión, en las altas, bajas, enfermedades, datos solicitados, peripecias Todo de su puño y letra, en cuadernos especiales, formando de esta manera una minuciosa y exacta estadística del referido asilo, comprendiendo en ella la extensa época de su preciosa existencia. También se ocupaba en esas horas del día, en enseñar la doctrina cristiana, la lectura la y escritura a los niños pobres que diariamente venían a él, para ser acogidos y atendidos con el cariño y predilección que con tanto encarecimiento recomendó Jesucristo en su Evangelio.
Al oscurecer, en esa hora tan desagradable en todas partes, y mucho más en un hospital, procuraba combatir sus tristes efectos, rezando el santo rosario con todos los pobres que podían hacerlo.
Entrada la noche asistía a los enfermos de los contornos del hospital que lo solicitaban, o permanecía en su celda en amena tertulia, con enfermos convalecientes, empleados del asilo y varios amigos o contemporáneos.
Antes de acostarse, recorría siempre todas las salas, llevando yin o y panetela para los ancianos y los enfermos demasiado debilitados, que por este motivo no podían conciliar el sueño, para que lo consiguiesen.
Cuando quedaba alguno grave, lo que era muy frecuente, volvía a media noche para acompañarle y aliviarle cuanto fuera dable en esas terribles horas de agonía.
Todas esas excursiones y diligencias las hacía sin tener en cuenta jamás que padecía mucho de callos hasta en la planta de los pies, según se ve en la preparación del calzado con que lo sorprendieron para retratarlo, a lo cual se opuso tenazmente hasta que se le dijo que los pobres lo querían, y entonces se rindió a discreción.
Así procedía el Padre Olallo con el cuerpo de los enfermos confiados a su cuidado. De igual manera, y aún con mayor so licitud, se ocupaba de su alma, consiguiendo por los medios suaves y discretos, que eran los únicos que empleaba, que todos aceptaran resignados y hasta con júbilo los auxilios de la Religión y murieran como verdaderos cristianos.
Ése era el Padre Olallo. Ése es el hombre a quien acabamos de perder para siempre, y a quien el pueblo entero está rindiendo el tributo de su admiración y de su respeto. ¡Dios le tenga en su gloria!
A. B. R.
(Marzo 17 de 1889)
E. G. E.
El padre Olallo
Hay tareas superiores a todo esfuerzo humano. La pluma mejor cortada es impotente para encerrar ciertos hechos, la vida de ciertos hombres, en el estrecho límite de una narración.
¡Y somos de los menos aptos de cuantos cultivan las letras en el Camagüey para escalar aquella penumbra; tratándose, nada menos, de esa figura legendaria que llevó por nombre Fray José Olallo Valdés y que hace cincuenta y tres años conoce y bendice el Camagüey bajo el cariñoso y modesto nombre de “el padre Olallo”!
¡A cuántas profundas meditaciones, a cuántas reflexiones severas y justas, a cuántas altas concepciones se eleva el espíritu del hombre ante la transición de una vida tan ejemplar y sin mancha como la del que tratamos de bosquejar!
La virtud, sin aparatosa ostentación, el trabajo sin el egoísmo de escalar un puesto, la fe sin traspasar los límites de la conciencia, resonando en el alma un credo in Patrem que venía a asomarse en aquel rostro lleno de una bondad dulce y serena que jamás eclipsó la contracción de la ira; y por último, fundado en su virtud, y más allá de todo egoísmo, y más allá de su fe; el inmaculado e inmenso amor a sus semejantes. esas son las grandezas que atesoraba nuestro P. Olallo, y que dan al pensador materia para trabajar, al poeta materia para sentir, y al hombre de todas las alturas luz, irradiaciones de luz con que iluminar su alma para comprender lo inefable, lo bueno, lo grande, lo infinito.
Ninguno de los libros dogmáticos y filosóficos que se han escrito dan idea tan clara de la virtud y de la moral como las acciones de esos hombres-virtud, hombres-caridad, hombres-sacrificios que se llaman P. Valencia o P. Olallo.
Ésos dos fueron astros cuya conjunción se efectuó en este rincón de tierra cubana; verdaderos soles evangélicos que al llegar a su ocaso han dejado tras sí cn dilatado reguero de luz, de gloria y amor; soles esplendorosos cuyo poniente estará siempre iluminado con la llama de la veneración, del respeto y de la gratitud de sus semejantes.
¡Queréis saber quién era el P. Olallo? —Preguntádselo a los campesinos pobres, y aun algunos ricos, de la comarca, que aguijoneados y maltrechos por un panadizo, una herida o un absceso; corrían presurosos a la humilde celda del modesto y práctico cirujano, que sin preguntarles su procedencia, su nombre, su condición, ni su posición social, Ies aplicaba la cuchilla y les hacía la cura, rehusando enérgica y decididamente toda remuneración que no fuera en beneficio de los asilados de San Juan de Dios.
Preguntádselo a multitud de jóvenes, algunos de los cuales, sin su cuidado, hubieran muerto de una de esas enfermedades que por vergüenza o temor hay que ocultar a los padres, amos o tutores y hasta al médico de casa; pero que eran manifestadas con franqueza a la santidad de un P. Olallo.
Preguntádselo también, a muchos comerciantes e industria les de la ciudad; preguntádselo a los viejos y a las mujeres y a los niños, a los naturales y a los extranjeros, a toda la humanidad doliente del Camagüey. —Más ¿qué digo? ¡Necesitaríamos de (sic) cerciorarnos, con pruebas, de hechos latentes en el corazón de cuántos han vivido, siquiera sea de paso, durante los últimos cincuenta y cuatro años en el Camagüey?
¿Quién es el loco que se propone describir la luz del sol que tiene clara la vista?
¡Parece mentira que en medio de la codicia, de la intransigencia y de la maldad humana, aparezcan esos seres-arcángeIes que se separan de la común esfera de los demás, que tienen fijos los pies en la tierra, pero levantado su corazón hacia al cielo, que no se corresponden a sí mismos porque están entregados al auxilio de sus semejantes, que hacen abstracción de su vermis, es decir, de su cuerpo, para entregarse al sacrificio en bien de otros; que solo está contento su espirita y satisfecho su deseo cuando han practicado el beneficio; que en todas ocasiones y circunstancias saben ser verídicos, humildes, benévolos, dignos y justos!
Uno de esos hombres-arcángeles era el que acabamos de perder.
Recuerdo que un día, de esos que yo destino luego para visitar algún Hospital, escogí el de San Juan de Dios.
Dirigíme hacia la Sala de San Antonio y me fijé, antes de penetrar, en un gran cuadro al óleo que representa al fundador de la Orden con un pobre enfermo entre sus brazos; seguí, y ¡oh sorpresa! ¡oh admirable realidad de lo que aquel cuadro me revelaba! ¡Yo vi al venerable Olallo, llevando en brazos para entrarlo en el baño a un moreno anciano, en la misma actitud y con la misma inefable majestad del rostro conque el cuadro representaba a San Juan de Dios!
Aquella operación, supe después, que la practicaba diariamente con muchos enfermos!
¿Por qué el Padre Olallo tenía extrema afición a un infeliz idiota, abandonado al nacer, que todos aquí conocemos bajo el nombre de Mamía?
—Porque en su gran corazón cabían todos los sentimientos de conmiseración y de ternura.
Él crio a Mamía, le educó en cuanto la pobre y oscurecida inteligencia del huérfano abandonado era susceptible; lo mantenía, lo vestía y lo calzaba
Un día llamó el Padre Olallo al que entonces era Administrador del Hospicio, D. Rafael Estevan, y le dijo, dándole 3 rs. (sic) billetes de banco:
—Hágame favor de comprarme un relojito de plomo para Mamía
—Padre, le respondió el Administrador, ¿por qué va V. a gastar ese dinero que le hace tanta falta, pues sé cuáles son sus necesidades?, ¿qué va a hacer Mamía con semejantes juguete?
—Amigo Estevan, replicó el justo, bastante desgraciado es Vicente (que así se llama Mamía) con ser lo que es. Él lo quiere, y ¿habríamos de negarle un placer tan inocente por materia de tres reales?
Interior de la iglesia de San Juan de Dios.
Henry Mazorra
¡Y después de todo, Mamía, dirigido por aquella suma bondad y dulzura era ya útil al Hospital como un sirviente autómata, pero vigoroso! Tal vez seguirá siéndolo a pesar de haber bajado a la tumba el Paito, como él le decía; el Paito que era para él su única defensa, su único amor, su providencia, en fin.
Su providencia, sí, como lo fue de los enfermos que estuvieron durante 54 años bajo su cuidado; como lo fue del que llegaba hacia él en busca de alivio o consuelo en sus enfermedades o desgracias.
Fue mentor de la niñez en su propia celda como tan galanamente lo dice A. B. R., narrando otros muchos de sus hechos en un artículo que vio la luz en El Pueblo de 17 del corriente.
Fue modesto hasta la humildad.
Fue inmaculado, puesto que de edad de 18 años y sin abandonar a sus padres que no conoció, sin llevar an los purísimos pliegues de su alma una arruga, una mancha; se consagró espontánea y generosamente a la afanosa tarea de la Orden de San Juan de Dios. mortificó su cuerpo con ayunos cotidianos y con indispensables vigilias, no llevadas a cabo en infecunda expectación o ensimismamiento; sino a la cabeza de los moribundos, de los desgraciados, que iban por única recompensa a escribir su bendecido nombre en el fondo de la fosa común del Cementerio.
¡En 54 años faltó a ese deber una sola noche por causas ajenas a su voluntad!
No hace mucho tiempo, acababa de practicar la curación de una mano herida o con un panadizo a uno de esos seres desgraciados en cuyo corazón no penetra ningún sentimiento noble; fue llamado nuestro padre al Departamento de los tópicos para preparar uno a un asilado, dejando en su celda (que jamás se cerraba) al recién curado que no pertenecía al Hospital. Aprovechó éste la ausencia de su bienhechor, abrió su única arquilla, que jamás tuvo llave, y sustrajo una pequeña cantidad de pesos en billetes de banco (eran seis) que por todo capital guardaba allí el padre.
Súpolo, por el Administrador del Hospicio, un activo agente de policía, y con indignación persiguió al desventurado autor del hecho, y dando con él rescató el dinero y se lo llevó al padre quien le suplicó encarecidamente no procediera contra el infeliz inconsecuente, al que le cedía el dinero, negándose a suscribir el parte iniciador de un proceso!
No es posible concebir alma más pura y grande. La existencia de ese hombre que no fue más que una continuada serle de beneficios y consuelos, ya al niño falto de instrucción, ya al huérfano falto de pan, ora al enfermo, ora al encarcelado; brilla con la fulgente luz de esas otras existencias de que nos hablan los libros santos.
Así como hay seres que nacen mirando hacia abajo, hacia las profundas y siniestras oscuridades, otros nacen con los ojos vueltos hacia las claridades de las alturas. Para los unos lo infinito es un antro oscuro, impenetrable, tenebroso, para los otros, es la continuación de lo bello, de la luz, de la verdad, la síntesis, en fin, ¡Dios!
Para aquellos: Dios vengador, Dios irritable, Dios fulminador; para los otros: Dios benévolo, Dios amantísimo, Dios Misericordia.
Por eso cuando tales seres sucumben bajo la guadaña de la muerte; los pueblos, como movidos por un gran resorte se apresuran sin darse cuenta, sin citarse unos individuos a otros, sin combinarse; a manifestar su duelo y su amor, saliendo del conjunto heterogéneo de manifestaciones un todo perfecto, lleno de grande consuelo, pleno de esperanza y ungido con el óleo santo de la justicia.
Nada podremos añadir a la descripción del entierro de nuestro Padre Olallo hecha magistral mente por María Ana en El Pueblo del 12.
Sólo haremos notar que si al entierro del insigne Portugués nacido el día 8 de este propio mes de Marzo del año de 1495 y muerto en el mismo día y mes del año 1550, concurrió el Sr. Arzobispo de Granada con el clero secular y regular, los religiosos de S. Francisco, los Mínimos, veinte y cuatro jurados de la Ciudad, la nobleza y el pueblo; al de su fiel imitador, que murió precisamente la víspera del día 8, concurrió, como dice María Ana, “todo el Camagüey”. Sí, todo, el Clero, las Autoridades, damas y caballeros, grandes y pequeños tal vez faltaron algunos, más ¡quién sabe si también algunos faltaron al entierro de San Juan de Dios!
¡Ah! los presentes que debemos dar a conocer a la posteridad la hermosa historia de aquel verdadero cumplidor del evangelio, no podemos menos que exclamar:
¡Oh tú, modesto y santo Varón, que, nacido en un humilde rincón de Cuba el año 1817; viniste a perseguir la obra sublime comenzada en Granada el siglo XV por el fundador de la orden que abrazaste; que sin ninguna revelación, sin culpas que expiar; sin la protectora dirección del Santo padre Juan de Ávila; cumpliste, como el propio San Juan de Dios, con los deberes por él impuestos; que llevaste un hábito descolorido y carcomido, quizás el único que tuvisteis en tu peregrinación por la tierra; que amasteis a los pobres, que barristeis en ocasiones las salas del Hospital; que limpiasteis al leproso, y removisteis con cariño todas las miserias del cuerpo junto con las suciedades del alma; que cual otro Obispo de D.... grande y sublime redimiendo a Juan Valjean, cedisteis al descarriado enfermo el dinero que te sustrajo, oponiéndote al castigo de su culpa; que no tuvisteis hora para tu escasa alimentación, ni para conciliar el sueño, ni para atender a tu delicada persona entregada toda a ese amor sin límites por la humanidad doliente; permítenos ¡oh Varón justo! que los que aún vivimos en este suelo lleno de tus santos recuerdos y de tus evangélicos beneficios, recibamos de rodillas, desde las alturas donde has de morar, tu postrera bendición.
Eduardo Nápoles
(28 de marzo de 1889)
Cementerio general de Camagüey
Histórico
En el medio de la sala
el enfermo está tendido,
y su pecho comprimido
roncos quejidos exhala.
Sobre su inflamada pierna
horrible llaga se ostenta
fétida, honda, sangrienta,
que entre las carnes se interna.
Junto al lecho miserable
está un anciano de pie,
en cuyo rostro se ve
una paz inalterable.
Hermano, vamos, ya es hora
le dice, de que le cure.
Dolerá; mas no se apure.
Invoque a Nuestra Señora.
Sujetadle, dice a dos
que están junto a la camilla.
Y él, tomando la cuchilla dice;
en el nombre de Dios...
Y con tan feliz acierto
corta y cura el buen anciano
que es la cuchilla en su mano
la de un cirujano experto.
Mas a impulsos del dolor
que le tortura vehemente,
suelta una mano el paciente
lanzando horrible clamor.
Y en la mejilla arrugada
del inerme y santo anciano
aquella nervuda mano
descarga cruel bofetada.
Tiemblan ante tal ultraje
todos los que hay en la sala,
y de sus pechos se exhala
un rugido de coraje.
Y aquel hombre angelical
sólo dice, y no es en vano:
No se encolerice, hermano,
¡y sigue extirpando el mal!
¡Pobre del Pueblo!
El Camagüey está de luto. Un pesar inmenso le apena. Todo el que tenga corazón de hombre, y sepa lo que significa esta palabra gratitud, ha llorado. Hay quienes llorarán por mucho tiempo, lágrimas, que solo el helado soplo de la muerte secará.
Una larga existencia consagrada al bien hasta su último instante, que se extingue; un pueblo en el que la turnan su mayoría no puede decir “yo vi empezar esa obra del bien”, porque en estos tiempos de rápido vivir, una década es una generación, y aquella labor continua ha durado cincuenta y tres años; la humilde casa de los pobres, triste, porque vendrán manos mercenarias a hacer, lo que el amor hacía; momentos de terrible ansiedad en que todos sentimos profunda congoja, porque al volver la vista en torno nuestro, no encontramos quien sea capaz de ocupar el puesto del hombre justo que nos dijo adiós para siempre. Ésa es la causa de nuestro justísimo pesar. Nuestro dolor, es el dolor del egoísmo; a los que vivieron como vivió el P. Olallo, no puede llorárseles de otro modo; para ellos el pavoroso problema del más allá está resuelto; el justo traspasa los límites del ser, con la sonrisa en los labios y el pensamiento en Dios; para ellos morir, es florecer; desligarse de la carne es vivir; descender al fondo de la tumba es entrar en la gloria.
Desgraciados los que quedan, ven partir al que saben que no ha de retornar y contemplan vacío para siempre su puesto de combate. La angustia del pueblo camagüeyano ante los restos inanimados del P. Olallo, sólo tiene una comparación posible: la angustia del primer hombre a la vista del primer crepúsculo de la tarde. Angustia por lo grande, por lo necesario que se va.
Altar mayor de la iglesia de San Juan de Dios.
Henry Mazorra
Estábamos acostumbrados a él; nuestros padres nos habían dicho, que desde niños ellos, ya él era el mismo que en el día, tenía derecho a la inmortalidad y no habíamos pensado en su muerte. Sabíamos que era hombre y que el hombre sujeto a la ley de la materia ha de perecer; pero, sabíamos que era hombre, y que el hombre sujeto a la ley de la miseria humana, es altivo, orgulloso, egoísta, avaro, sensual, ambicioso, irascible, envidioso; y él fue humilde, amante, generoso, casto, caritativo y paciente. Traspasaba los límites de la vulgaridad y merecía la excepción. Más, esto, eran delirio de la fantasía, engaños del egoísta corazón que sueña con el perpetuo bien en este mundo. Murió, porque cuanto vive ha de perecer. Vive, porque el bien es Dios y Dios es eterno. Vive, porque alienta en el regazo de su Creador, realizando en paz las santas aspiraciones de su alma cándida y sublime; vive, porque aún existe en el mundo quien sepa agradecer.
Costaba trabajo persuadirse de ello, pero era un hombre y en eso estriba su grandeza, nacer predestinado al bien, recibir de Dios santas inspiraciones y cumplir sus leyes, tras cuyo cumplimiento está la bienandanza; es grande. Nacer pecador e hijo del pecado, tener por cuna el torno de la inclusa, por madre la caridad, ser libre desde el instante de ser hombre, sentir los aguijones de la carne que incitan, los halagos de la pasión que embriagan, oír en torno el ahogado murmullo de la admiración popular que recompensa y cerrar los ojos y los oídos a todos los halagos, a todos los ensueños, a todas las pasiones, pagar a su madre la deuda de la vida mientras ésta existe y cerrar los ojos para siempre, sin nubes en la frente, sin desencantos en el alma, haber sufrido pero haber vencido, haber tal vez pecado, pero haber llorado. Esto es ya más que grande, sublime. Ésta fue la vida del Padre Olallo.
Por eso en torno de su féretro, estaba contristado, mudo y lloroso un pueblo entero, su mano generosa que tanto bien hizo, y que al morir con el signo de Redención en ella, demostró que su último pensamiento estaba en Cristo, su padre y su maestre; fue besada por todos los labios, regadas con todas las lágrimas, desde las de la desesperación por la ausencia, hasta las de la piedad por el bien; por eso a su enterramiento, que ha sido su apoteosis, asistieron, humildes, los grandes de la tierra; consternados los que sufren miserias y penalidades del cuerpo y aflicción de espíritu.
Mientras vivió, este pueblo, testigo de su virtud, cañó ante su modestia, respetando su voluntad; su amor a él lo traducía en la palabra Padre. Al morir en los momentos en que todo es santo, grande, porque lo cubre lo desconocido, porque la imposibilidad del retorno sanciona la virtud perpetuamente; ha habido quien se atreva a negarle este título; quizás tengan razón. Padre, solo Dios, pero hermano, hermano del hombre es el que ha sabido ser digno hijo de Dios. Ha sido justa la sustitución.
Bendito aquél de quien ha podido decirse: “Sus hermanos, si existen, le habrán olvidado, pero él sigue recordando y siendo fiel a los votos cuyo cumplimiento con ellos juró.”
A.C.B.
El Eco del Pueblo
Intersección de las calles de los Pobres y de Triana.
NOTAS BIOGRÁFICAS
El P. Olallo nació en la ciudad de La Habana el año 1817. Fue criado y educado en la Real Casa de Maternidad y beneficencia y desde su niñez re mostró siempre inclinado a la piedad y a los trabajos de la Orden de S. Juan de Dios, por lo que, casi niño aún, entró como novicio en el Convento de dicha capital,
Tuvo algunos contrarios que se opusieron tenazmente á que profesara, entre cuyos contrarios contábase Fray José Valdés, habanero también, pero profeso en México; no obstante lo cual, Olallo, con su perseverancia y virtud consiguió su filantrópico propósito el año de 1834 a los 17 de edad.
En 1835 fue nombrado el referido Fray José, Prior, para Puerto Príncipe y designó, entre los que debían acompañarle, al mismo Olalo quien, en los primeros meses sufrió de su Prior reconvenciones y regaños, pues ya hemos dicho que Fray losé había votado en contra del joven lechuguino, como le decía, suponiéndole poca vocación para llevar el hábito de la Orden; mas no tardó mucho tiempo en cambiar de opinión el anciano Prior, convirtiendo en grandísimo afecto y confianza, toda la prevención que contra el recién profeso tenía, que vino a ser, como lo manifestaba a las personas de su confianza, sus pies y sus manos.
En la primera visita pastoral que hizo a esta ciudad el Excmo. Sr. Arzobispo de Santiago de Cuba D. Martin de Herrera; habiéndole sido encomiadas por el Sr. Brigadier Esponda las altas virtudes del P. Olallo: lo fue a ver visitando el Hospital, y le propuso se fuese o su lado prometiéndole ordenarlo en poco tiempo, y nuestro justo le contestó que “él era no era digno de tan alta distinción y que por tanto le rogaba le dejara seguir con sus pebres enfermos a quienes quería consagrar toda su vida”.
Hecho de humildad y paciencia: Bajaba la escalera, habiendo recogido las sábanas sucias de los enfermos y entregándoselas a un demente que le servía en esos casos, y como él se adelantara bajando uno o dos escalones, el demente le cubrió de pies a cabeza con todas las sábanas. Y aquel Varón justo, sin indignación, sin una simple demostración de contrariedad, se limpió, se rio de la ocurrencia y con mansas y suaves palabras reconvino al demente para que no volviera a hacer tal cosa.
Abnegación: En la época en que la guerra de Cuba se hallaba en su mayor apogeo; en que él hospital no cobraba sus impuestos, y por tanto no podía pagar sus atenciones, el P. Olallo, limpió muchas veces los vasos (cursivas) de las salas, y fue, según versión del vecindario, a lavar al rio Hatibonico las sábanas y vendajes sucios.
Honradez y desprendimiento: Siempre le fue ofrecida la administración del Hospital que él enérgicamente rehusó; mas, una época la desempeñó interinamente cuatro o cinco meses, compelido por las circunstancias. Al rendir sus cuentas, resultóle un sobrante de 50 pesos. Así se lo manifestó el escribiente, y el P. Olallo le dijo que no era posible que le sobrara dinero cuando él nada había desembolsado. Rectificadas las cuentas siempre resultó el sobrante, y entonces, poniendo el amero bajo un sobre, escribió. “Para dar un almuerzo y comida extra ordinarios a los pobres, el día de San Juan de Dios” y se lo entregó al nuevo Administrador.
Acto de demencia y de justicia: En la época espantosa de la esclavitud, se le presentó al Padre, una mulata hidrópica, suplicándole que la curase y él le contestó que no podía hacerle ese beneficio porque aquel Hospital era para varones y porque además ella era esclava y nada podía hacerse sin consentimiento de sus amos. La infeliz volvió al cabo de algunos días manifestándole al Padre que sus amos la habían lanzado a la calle ¡por no curarla! y autorizándola por escrito para que hiciera lo que quisiese. Conmovido aquél, la citó para que él día siguiente fuese acompañada de dos amigas para hacerle la operación. Así resultó, y con tal acierto y con tal asiduidad que, a los pocos meses se encontraba sana y robusta la enferma. Quisieron entonces los empedernidos amos volver a la servidumbre a la esclava lanzada tan ignominiosamente, y el Padre Olallo recabó la manumisión de la sierva alegando los hechos narrados.
Firmeza: Fue nuestro biografiado el más respetuoso y comedido de los hombres, él acataba todas las órdenes, cualesquiera fuese el poder de donde emanaran, con el mayor respeto y la más exquisita puntualidad; solo una orden, reiterada muchas veces, no acató jamás; y fue la de que sin mandato judicial o gubernativo no procediese a la cura, de los heridos que, ya fueran espontáneamente al Hospital, o conducidos por la Policía, debían quedar sujetos a procedimiento criminal.
Contra esa disposición, repetimos, se rebeló, y decía, “que no era posible que él esperase orden para salvar la vida a un desgraciado estando en sus manos; que él siempre cumpliría con su misión, aunque después hicieran de él lo que quisieran.”
San Juan de Dios a inicios del siglo XX.
Tomado de Corona fúnebre dedicada a la memoria del nuestro inolvidable Padre Olallo con algunas notas biográficas. Imprenta El Fomento, Puerto Príncipe, 1889.
Nota de El Camagüey: Se han realizado ligeras modificaciones en la ortografía y en la puntuación que en lo absoluto modifican el sentido del texto.