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Varona y su proyección sobre la Cuba de hoy

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Varona y su proyección sobre la Cuba de hoy

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El nombre de Enrique José Varona figura en este curso de la Universidad del Aire sobre Ideas y problemas de nuestro tiempo con motivo de la actualidad del primer centenario de su nacimiento, que se cumple el próximo miércoles 13. Y el tema, tal como se nos plantea, significa un estudio —adaptado en su brevedad a la disciplina de la institución de que formamos parte— de la obra de Varona y de su posible trascendencia a la cultura y la sociedad cubanas de nuestros días. No veo, por el momento, otro modo de hacer esta indagación que acudiendo al análisis.

En el tiempo, Varona fue primeramente un humanista. Lo fue por su formación primordial y por sus primigenias producciones intelectuales. Quién sabe sintióse atraído por el Humanismo desde que topara con las primeras bellezas literarias en las lecturas de los clásicos griegos y latinos. Pero el Humanismo, si formalmente representó una vuelta a la antigüedad clásica con que el Renacimiento saludó una nueva época para la cultura occidental, esencialmente era el punto de partida para una reforma del hombre invirtiendo la concepción que del mismo había tenido la Edad Media. El Humanismo miraba al hombre en sí mismo, reafirmaba lo que le parecía más humano de él como individuo y como humanidad. La corriente humanista, contrariada por la deshumanización y el especialismo de la Revolución Mecánica, ha entrado en crisis en el siglo XX, desviándose en varias manifestaciones: la cristiana, la socialista, la liberal... Esta última es, quizás, la que más ha recogido las antiguas esencias ortodoxas del Humanismo que Varona mantuvo hasta sus postreros días y que pueden resumirse en la afirmación de la independencia y dignidad del espíritu humano. En lo formal, el humanismo de Varona no causa efecto en la cultura cubana de hoy; en lo esencial es ejemplo en que siguen inspirándose algunos caracteres señeros de la vida pública cubana de ahora.

Esas raíces humanistas determinaron no pocos caracterismos de la poesía lírica y dramática de Varona, sobre todo cuando cultivó ambos géneros más primerizamente: en aquellas hay que buscar el origen de la mesura, la propiedad y precisión de los giros, el conocimiento y aplicación de las normas clásicas más consagradas. En vano buscaremos resonancias de la poemática de Varona en la cultura cubana de la hora en que vivimos. No las hay ni en lo técnico ni en lo vulgar. En lo técnico es muy difícil hallar influencias de unos poetas cubanos sobre otros en ninguna época, y aquí reza muy bien aquello que la Biblia expresó para todos los tiempos y todos los espacios: “Nadie es profeta en su tierra”. Nuestros poetas han preferido tomar por modelos a los de otras latitudes. En lo vulgar, los poemas de Varona no aparecen en nuestros libros de texto de la enseñanza primaria ni en los de la secundaria, ni figuran, sino muy por excepción, en los programas de quienes se dedican en nuestro país al arte de recitar.

Una de las modalidades más acabadas en la obra de Varona fue la crítica literaria. Para ejercitarla poseía muy singulares aptitudes: espíritu inconforme, lecturas variadísimas, acotadas y meditadas, gusto exquisito, retentiva abarcadora, facultad para asociar ideas, propensión al análisis penetrante. Esas calidades quedaron probadas en estudios eruditos de alguna extensión, primero, y en artículos impresionistas, después. Ni unos ni otros repercuten en críticos literarios cubanos de hogaño por la evidencia depresiva de que no los tenemos. Pero los juicios literarios de Varona conservan autoridad entre nuestros actuales hombres de letras y catedráticos de literatura.

Varona abrazó el periodismo como una profesión. Vivió en no poco de ella, pero también en mucho para ella. En sus tiempos de más frecuente actividad periodística, la prensa cubana prefería formar a informar. Prevalecían con creces en sus páginas los grandes fenómenos y procesos universales sobre los pequeños episodios cotidianos. Le preocupaba la opinión pública para orientarla con ideas vertidas sobre lectores tranquilos; no era un reflejo de intereses, pasiones, gustos o instintos de quienes unas veces hojean (con h) y otras ojean (sin h), bajo el signo del desasosiego. Por aquello, se buscaban y leían con predilección en El Triunfo y El País de la era colonial, en Patria y El Fígaro las columnas editoriales, en las que estuvo muchas veces, con o sin su firma, el pensamiento sincero de Enrique José Varona sobre asuntos políticos, económicos, sociales, éticos y estéticos. Si en el fondo, Varona se mantuvo fiel a una época en que se pensaba que el redactor debía encaminar a los lectores, y no éstos a aquél —en la forma supo hábilmente ganarse al público por la brevedad y claridad de sus artículos cuando sus colegas solían escribirlos más extensos y abusando no pocas veces de la terminología técnica. En nuestra prensa actual abundan los artículos claros y breves. ¿Se podría hallar, por los que sutilizan antecedentes, algún rastro del influjo de Varona en esa manera de producirse tales articulistas?

Varona en 1870. Foto aparecida en Gráfico, 17 de mayo de 1913. 
Tomada de Iconografía de Enrique José Varona, por Fermín Peraza

El prosista y el pensador quiero conjuntarlos en el publicista. Expondré las razones que tengo para proceder de ese modo. El hombre insigne cuyo primer centenario de nacimiento estamos conmemorando, escribió siempre con sentido público. A pesar de que, a ocasiones, parecía un introvertido, no fue un grafómano —como, por ejemplo, fuéralo José Martí— que sintiera la necesidad de mojar la pluma para trasladar al papel muchos de sus estados de ánimo, no ensayó el diario íntimo, ni la carta interna. Todas las epístolas de él que conozco —y suman algunas— carecen de secretos. Tampoco cabría filiarlo dentro de la poligrafía, porque este término se presta a confusiones, ya que, por un lado, es el “arte de escribir por diferentes modos secretos o extraordinarios, de suerte que lo escrito no sea inteligible sino para quien pueda descifrarlo”, y es, por otro lado, el “arte de descifrar los escritos de esta clase”. El prosista y el pensador se asocian en el publicista por los valores universales que recibió en la primera condición y que transmitió en la segunda. En efecto, el estilo de Varona será antológico mientras se lea y escriba la lengua castellana y producirá eco en otros idiomas a medida que se ensanche el escenario de Cuba. Adquiérense estos méritos cuando se logra estar más allá de modas y escuelas, cuando un autor se sienta sobre el mapa mundi literario para esparcir serenamente desde allí su perenne gracia estética. Estilos como el varonesco constituyen algo así como la desembocadura de una corriente que ha recibido muy varias confluencias: de clásicos griegos y latinos, sobriedad, mesura, aticismo, ironía; de los españoles, propiedad, precisión, casticismo; de los escritores franceses, claridad, medida elegancia, sutileza; de los autores alemanes, la paciencia metódica; de las mismas incipientes letras de su patria, la observación del paisaje y la inclinación a la ternura. Y el pensador, subiendo la mente sobre el medio que lo circundaba, la elevó hasta los espacios donde pudo considerar las daciones del Mundo, los impulsos de la Vida, las formaciones de la Sociedad, las creaciones de la Cultura y los registros de la Historia. El prosista ha llegado a la cultura cubana de 1949 a través de dos de las representaciones de ésta: el lector y el autor. En cuanto a la primera, debo decir que hay no pocas bibliotecas privadas cubanas, compuestas en su casi totalidad por libros extranjeros, en las que estando ausentes las obras locales, no falta algún libro manoseado de quien provoca esta perifonía radial; y puedo añadir que conozco cubanos, de ferviente admiración varonista, que recuerdan íntegras y recitan con gusto algunas de las prosas eximias del Maestro: “Lo que piensa el obelisco”, “La bandera de la patria”, “A una esfinge chipriota”, “A la nueva estatua del parque”, “A Artemis Agrotera”... También sé de literatos cubanos con prestigio dentro del país y con crédito fuera de sus aguas jurisdiccionales, para quienes un giro usado por Varona o la acepción de un vocablo dada por él, tienen, en materia idiomática, el alcance de una sentencia definitiva. El pensador se proyecta algo en la cubanidad vigente; pero se proyectará con mayor fuerza en la del porvenir. Aún le llevan la delantera otros pensadores de su pueblo que vivieron antes y meditaron acerca de problemas relacionados con la composición nacional no resueltos todavía. Cuando los mismos estén decididos, y se concentre la mirada en los atinentes a la constitución estatal, Varona ocupará lugar preferente.

Al recordar la faceta filosófica de su individualidad se entra en un campo donde, de un tiempo a esta parte, en ciertos sectores del país, se le discute o se le niega. A mi juicio, ambas posiciones son equivocadas. ¿Que no alcanzó la plena categoría de filósofo Enrique José Varona o que no lo fue en modo alguno? No estimo que tuvieran esa opinión aquellos de sus compatriotas entendidos en tal disciplina que, como José Manuel Mestre, Enrique Piñeyro y Antonio Bachiller y Morales, le oyeron y aplaudieron las Conferencias Filosóficas. Tampoco tuvieron esa opinión Ribot, Bernard Pérez y la Revue Philosophique. En algunos artículos sobre materias filosóficas del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano se citan conceptos suyos con un acento que no desentona del coro de voces de la filosofía universal. Poco después de haber recogido en libros tres de los cursos de las Conferencias Filosóficas, le escribía J. M. Guardia desde París el 24 de Julio de 1890: “No he contestado hasta hoy día a la carta que llegó a mis manos al mismo tiempo que los tres tomos de filosofía que Ud. tuvo a bien mandarme, antes de haberlo leído todo, pero invirtiendo el orden de su publicación. Me enteré primero de la moral, luego de la lógica, y pocas horas hace que acabé de leer la psicología. Y así puedo decir que he oído sus conferencias filosóficas sin dejar una sola, leyendo a renglón seguido, con suma curiosidad y gusto. Ojalá tuviéramos aquí (recordemos que escribe Guardia en París el 24 de Julio de 1890) media docena de catedráticos como Ud., ilustrados e independientes, y enseñando lo que no saben los estudiantes de filosofía después de haber cursado un año esa facultad por los programas insulsos que imperan en nuestras aulas...” Los que no creen en la suficiencia filosófica de Varona se apoyan generalmente en su falta de originalidad. A ellos hay que decirles que esta cuestión se la planteó, y a mi parecer, la resolvió en síntesis luminosa un gran coetáneo de nuestro filósofo que tuvo con él más de una discrepancia. Manuel Sanguily, juzgando el libro Desde mi belvedere decía con su habitual perspicacia crítica en la revista El Fígaro en Enero de 1907: “Pero muy difícil fuera rastrear en pensamiento tan potente y rico el origen de muchas de las ideas que adopta o expresa, que otros ya expresaron, bien que al cabo, y por lo mismo, están como diluidas en la atmósfera mental que hemos respirado o respiramos”. A aquellos a quienes interesa molestar a Varona en su tumba a estas alturas, porque parece que todavía se sienten molestados por las ideas que difundió en alta voz, hay que denotarles que el propio autor de Con el eslabón se les había adelantado, envuelto en primorosa modestia, al contestarle a Carlos de Velasco una carta en 23 de Marzo de 1916 para que su respuesta fuera a parar hasta José Ingenieros: “Tratando de mirar al fondo de mí mismo —decía Varona en esa epístola—, encuentro que no tengo la cualidad característica de lo que se llama un pensador: no he formulado ningún sistema, ni me he adherido a ninguno. En los comienzos de mi evolución mental me acerqué al positivismo, que después ladeé un poco hacia la doctrina fundamental de Spencer; y luego he flotado un poco, siempre dentro de los principios del fenomenismo. He seguido siendo refractario, al menos conscientemente, a toda metafísica”. Los que para enjuiciar a Varona como filósofo le exigen rigurosa originalidad en todas sus ideas, olvidan o desconocen que el empeño absolutamente creador en filosofía es mucho más difícil y raro que en la técnica, en el arte o aún en la ciencia. Los grandes sistemas se producen muy de tarde en tarde. Si de un ademán pudiéramos borrar a Platón y a Aristóteles, ¿no quedaría eliminado de la pizarra filosófica gran parte del pensamiento medieval? Si con otro movimiento del borrador pudiéramos quitar a Bacon y a Descartes, ¿no haríamos desaparecer una inmensa porción del racionalismo moderno? Aunque el positivismo, el evolucionismo y el fenomenismo sean ya doctrinas estratificadas en la historia de las ideas, Varona está presente en el renacimiento de los estudios filosóficos con que una gallarda minoría de jóvenes cubanos comprensivos está reivindicando una de nuestras más ricas tradiciones intelectuales, porque no sólo se influye en la mentalidad de una promoción por modo escolástico, sino también de manera actitudinal.

Varona según un dibujo de Jiménez, incluido en el tercer tomo de Anales de la Guerra de Cuba, de Antonio Pirala, 1898. 
Tomada de Iconografía de Enrique José Varona, por Fermín Peraza

Un pleito revivido con ocasión de este primer centenario de su nacimiento es el de la alegoría dramática La Hija Pródiga. Siempre se la recordaron cada vez que le tocó estar en la acera de en frente de alguna pasión o de algún interés. Momentos hubo, cuando dirigía el periódico Patria de New York y cuando encabezaba la Sociedad de Estudios Jurídicos que se la memoraron, al mismo tiempo histórico, cubanos y españoles. Se la reeditaron cuando fue Secretario de Instrucción Pública y se vio precisado a disponer cesantías de catedráticos, y cuando fue candidato a la Vice-Presidencia de la República, y al candidato opuesto le rememoraban el haber obtenido un salvo-conducto del capitán general para ver a su hermano en plena manigua revolucionaria de 1895 y disuadirlo de su postura insurreccional; y la aludió el Presidente Machado, al regresar de los Estados Unidos, tras la pseudo-apoteosis de la pasarela famosa, en una perorata desde la terraza norte del Palacio Presidencial; y, por penúltimo, la citaba a raíz de su muerte, Wifredo Fernández, en el folleto que escribió y publicó estando preso en la fortaleza de La Cabaña, en aquellos días trágicos, confusos y contradictorios posteriores a la caída del machadato, en los que él, Wifredo Fernández, hombre de cerebro, se mataba de un tiro en el corazón, en tanto que el coronel Roberto Méndez Peñate, hombre de corazón, se suicidaba de un pistoletazo en el cerebro. La serenidad de la historia, aún desde este año 1949, no debe silenciar la significación de La Hija Pródiga; pero tiene que juzgarla con toda objetividad, colocándola en un platillo de la balanza, y poniendo en el otro, el resto del pensamiento político de su autor sobre la conquista, factoría y colonización españolas; porque ningún biógrafo o historiador que se respete, donde hay noventa y siete virtudes y tres defectos, establece sus conclusiones fijándose en los últimos y prescindiendo de las primeras.

Si por una parte, la conmemoración del centenario ha sido coyuntura proclive para resolver lo negativo, por otro lado ha sido propicia para remover lo positivo, y para que se hayan publicado consideraciones muy felices e interpretaciones muy certeras de Roberto Agramonte, Félix Lizaso y Rafael García Bárcena sobre aquella rarefacta paradoja de la personalidad de Varona: la de que un pensador tan escéptico fuera a la vez un férvido animador de su pueblo. Agramonte le llama “el filósofo del escepticismo creador”. Y es que Varona, al revés de una expresión ya paremiológica, parecía decir: “No hagas lo que digo, sino lo que me veas hacer”. El creía en la voluntad, en la cultura, en el progreso. Por eso lo recordamos con emoción en el primer centenario de su nacimiento cuantos creemos en la voluntad, en la cultura y en el progreso.

Enrique José Varona forma parte del más atesorado patrimonio espiritual de la sociedad cubana, y Raimundo Lazo lo ha enmarcado muy bien en el acervo nacional al concluir un artículo periodístico con estas palabras con que voy a terminar asimismo la presente lectura: “La vida y la obra de Varona, en su significado orientador y estimulante, pertenecen ya a nuestra historia, aceptemos o no aceptemos las ideas de Varona. Puede discutirse el contenido de su filosofía, pero no negarse arbitrariamente la existencia y valor intrínseco de ésta; puede enjuiciarse el contenido de toda su obra, pero no es lícito negar el valor permanente de su orientación y de su alcance, menospreciar su mensaje y sobre todo, desconocer lo admirablemente ejemplar de su manera de pensar y de su manera de convivir”[1].

Foto tomada el 1ro de marzo de 1890 por J. A. Suárez y Cía., en La Habana. Aparecen, sentados, José Ramón de Betancourt, Rafael Montoro, José Silverio Jorrín, Guillermo Bernal y Carlos Navarrete; de pie: Manuel Sanguily, Enrique José Varona y Vidal Morales. Publicada en La Habana Literaria, el 30 de diciembre de 1891, con el título Celebridades Cubanas. 
Tomada de Iconografía de Enrique José Varona, por Fermín Peraza


Tomado de 
Cuadernos de la Universidad del Aire del Circuito CMQ 4. Primer curso de 1949. Ideas y problemas de nuestro tiempo. La Habana. Talleres de la revista Crónica, Editorial Lex, Mayo 1949, pp.15-21.
El Camagüey agradece a José Carlos Guevara Alayón las fotos de Enrique José Varona que acompañan este texto.

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