No hay en su rostro alburas de frío alabastro
ni la pálida lumbre de un disco puro;
difúndense en el nácar de sus mejillas
los tintes melancólicos del crepúsculo.
Ciñen su augusta frente soberbios lauros
¡inmortales conquistas de excelsos triunfos!
y en su cuello proyectan los crespos bucles
la penumbra azulada de un palio bruno.
En su boca la aurora de la sonrisa,
a los arpegios lánguidos del arrullo,
mezcla trémulos iris de suaves perlas
que iluminan sus frescos labios purpúreos.
En las noches azules, ritman sus cantos
los acordes melódicos del conjuro,
evocando vibrantes, visiones blancas
con sibilino rito de extraño culto.
Constelan sus pupilas brillos astrales
con resplandores vívidos de carbunclos
que disipan las brumas de la tristeza
con el poder magnético de su influjo.
marzo 1895
Tomado de Revista de Cayo Hueso, Vol. II, Abril 30 de 1898, Núm.20, p.17.