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Carta a Roberto González Echevarría (22 de julio de 1972)

Carta a Roberto González Echevarría (22 de julio de 1972)

Saint Léonard, 22 julio, 72

Querido Roberto:

¡Estás acabando! ¡Pocas veces disfruté tanto de una intro­ducción! Rumba, pero rumba de ca(o)jón. El método es bueno, exacto –lo leyó también François– y representa un avance crí­tico en tu obra. Ya en el Carpentier había notado cómo postu­las una teoría del hecho novelístico como metáfora (y no como repetición aleatoria, como en Borges) de un hecho paradig­mático precedente, el gráfico de Carpentier es la espiral: los hechos se citan a distintos niveles, el de Borges, el círculo; los hechos se repiten al mismo nivel anulando el tiempo; el texto tuyo es bello por lo que tiene de mapa; y por lo que pasa en él de los recorridos en la Florida, etc. Lo que más me gusta de la Introducción es lo que tiene de propiamente estructu­ral: el descubrimiento, que yo ignoraba, de la flecha ―→, de Oriente a Occidente, que, en efecto, lo condiciona todo en la historia insular (trayecto del Sol), sin que se sepa por qué; desde el Diario de Martí hasta el del Che. Recuerdo otra topo­logía, pero tendría que releerla: Fernando Ortiz refería la espi­ral del guamo taíno a la del trayecto de los ciclones y a ciertas organizaciones urbanas. Eso debe estar en el Contrapunteo del tabaco y el azúcar, libro que quisiera volver a leer. Pero, ¿por qué nuestras “largas marchas” van siempre de Oriente a Occidente? No dejo de pensar en esto: se va de la montaña al llano, del azúcar al tabaco (Pinar y las Villas), del día a la noche: no por azar los Matamoros repitieron este trayecto, el son de la loma es de Manzanillo, lo cantan en el llano para repetir.

Es el trayecto que sigue la Dolores Rondón. ¿Estará en el inconsciente de los fundadores todos (los taínos, esta vez, tam­bién) que venían del este (España, África, China)? ¡Qué arroz con mango, chico!

Es (?) que comprendí el último punto que nos separaba –devo-ción de “la pelota”–; la mía iba hasta ahora a las rumberas. Me regalaron un cha-cha-chá de los sesenta que dice: “La pelota va / y va / y va…/ ¡Se fue! / Han bateado un jonrón (sic)/…”, etc. Es un homenaje a Miñoso que me hizo llorar. Metafísica pura. Y la simultaneidad de palabra y evento en los primeros versos que me recuerda una décima de Fernández Retamar que termina: “Qué pájaro por el cielo/ va a pasar, pasa, ha pasado”. La nostal­gia de la música cubana: ¡barroco funerario! ¡Dame otro trago!

Me dicen que Otero Silva dijo que él no camina más si no le dan el caldo Gallegos; cándida que fue, pues, Eréndira. ¿Quién se comprará esta vez el apartamento y hará el dis­curso de izquierda?

Yo: como tú “¿Dónde me pongo?” (cf. Biondi), y también: “Tengo tantas cosas en mi cabecita” y/o “Mi cabeza es un caos”. Pero hay, en mí, un argumento que me empuja hacia la impugnación y el “que se vaya todo al requinto coño de la puñeta”, argumento que no cito para no hundir a tus padres en el bochorno patrio y lo que es más, no es ni siquiera por eso, aunque no sé por qué. También en mí el deseo –nota a la Oswald, pues este estaba personalizado– de bailar el gua­pachá final… Pero… (qué lástima que así empiece Cortázar su “Lezama”)… Pero ¿estaremos locos los dos?

Un abrazo… y mientras se oyen los manazos exagerados en la espalda y las toces –también provocadas por el humo del Partagás (ambos vestimos con jipi-japa y dril cien, zapatos de dos tonos, con punta fina, estamos perfumados con Maja y llevamos espejuelos calovares): “¡Roberto, viejo, tú eres mi hermano!”.

Severo

Severo Sarduy y Roberto González Echevarría 
Tomada de Rialta

Tomado de Ocho cartas a Roberto González Echevarría, en Rialta.org

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