No lloréis más, delfines de la fuente
sobre la taza gris de piedra vieja.
No mojéis más del musgo la madeja
oscura, verdinegra y persistente.
Haced de cauda y cauda sonriente
la agraciada corola en que el sol deja
la última gota de su miel bermeja
cuando se acuesta herido en el poniente.
Dejad a los golosos pececillos
apresurar doradas cabriolas
o dibujar efímeros anillos.
Y a las estrellas reflejadas no las
borréis cuando traducen de los grillos
el coro en mudas, luminosas violas.
Incluido en Cielo en rehenes (Premio Nacional de Poesía 1951). Tomado de Obra poética. Compilación y prólogo de Enrique Saínz. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2007, p.155.
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