Ismaelillo, primera colección poética impresa de José Martí, nació con un sino contradictorio: a pesar de haber sido desconocido, en 1882, por los más sobresalientes integrantes de ese movimiento literario, fue un texto programático para el Modernismo hispanoamericano; fue una recopilación hecha con afecto entrañable —estando dedicada al hijo—, pero el propio autor, negado a divulgarla, la guardó celosamente, de modo que los pocos volúmenes a los cuales permitiera ver la luz fueron aquellos regalados a escasos amigos y que llevaban una nota explicativa de arrepentimiento por haber sido escritos. Unos han creído que con esa actitud el héroe cubano se culpaba por dejar volar la imaginación al margen de los sucesos urgentes en la guerra libertadora; otros aprecian el repudio en causas más íntimas.
Martí reconoció Ismaelillo como su primer libro de poemas. Nunca aceptó que se incluyeran, en su producción literaria, los versos anteriores a ese cuaderno, hecho demostrativo de cómo tuvo plena conciencia de la poética novedosa presente en él, de la dimensión imaginaria que allí proponía. Y ello avalaba el convencimiento del autor en su condición de texto-germen, portador de múltiples posibles paradojas.
Se sabe que el Modernismo fue una manifestación cultural constitutivamente contradictoria. Una implícita y particular antinomia ha dado lugar a que su estimación posterior haya sido realizada desde perspectivas divergentes, según los cánones de las épocas sucesivas. Hoy, se evalúa a partir del discurso sincrético que aceptó diversas culturas en la matriz americana, de la creación de un universo lingüístico modernizante, de la genuina expresión contracultural en la voz criolla contra el proyecto colonizador. El logro modernista se aprecia ahora, sobre todo, por su “experimentalismo estilístico y el re-planteamiento de percepciones de la naturaleza y de la realidad social e individual”[1]. Ismaelillo, de José Martí, fue iniciador de esa plurivalencia textual.
En el prólogo del libro, el autor establece que fue escrito para un niño, aunque la dedicatoria se explicita en este sentido: Hijo: espantado de todo, me refugio en ti. / Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti. Siendo evidente que el mensaje —tanto de ese texto anunciador como de los poemas que lo continúan— está cargado de valores éticos sobrepasadores de la mentalidad infantil, de conceptos complejos manifestados por imágenes muy elaboradas, ¿a quién, en realidad, puede haber dirigido su obra el poeta?, ¿qué persona debía estar vinculada al pequeño José Francisco, entonces de cuatro años, para recibir, de primera mano, cualquier comunicación dirigida a él?
Carmen Zayas Bazán, esposa de José Martí.
Esas palabras no son para un niño, ni tratan sobre un niño. Más bien quieren declarar (a alguien) lo que significa un niño (el propio hijo) para el hombre que permanece en una extraña urbe gigantesca, lejos de su tierra y familia. Dan, además, la entrada a unos poemas que excluyen cualquier otra voz que no sea la del padre. Representan el refugio textual de aquel que se siente inmensamente solo. A partir de estos presupuestos, se pudiera pensar que el objetivo encubierto de estos versos era el de conmover a una mujer, Carmen Zayas Bazán, la madre del niño y esposa del poeta, quien le había abandonado desde 1880 y que en 1882 estaba en Cuba junto al hijo, mientras Martí vivía la desgarrada experiencia del exilio en Norteamérica, después de una segunda deportación de la patria como consecuencia de los preparativos de la Guerra Chiquita.
El investigador Enrico Mario Santi, en un iluminador trabajo sobre este tema, vincula el nombre del libro con ese asunto. Explica cómo, según el Antiguo Testamento, Ismael —hijo del patriarca hebreo Abraham y de su esclava Agar— sufre junto a su madre dos destierros en el desierto, hasta donde Jehová haría llegar, mediante un ángel, una profecía que dictaminaría la potencia del muchacho en el futuro. Desde entonces, Ismael será el ser humano que logrará encarnar las fuerzas de la naturaleza en las condiciones más difíciles, al punto de vencer el exilio que representaba aquel destierro. De hecho, será el que consiga superar la soledad, el que por la fuerza y la habilidad en el uso del arco se impondrá al destino, representado por el desierto.
De modo que, en la situación familiar de José Martí, la alegoría bíblica era oportuna. Estaba angustiado por el destino de su hijo, quien —según la axiología martiana— no había marchado con su madre al desierto, sino salido de él, de Norteamérica. Dicho de otro modo, Carmen, con su escapada, estaba negando al hijo el cumplimiento de su destino, que era precisamente vivir en el desierto para hacerse fuerte, y el esposo estaba reclamando su atención y receptividad adulta, a través de la fábula bíblica, para tratar de rescatarla, a ella y al hijo, de una vida eternamente sin sentido.
En el subtexto del libro martiano cabrían las palabras del ángel mediador, cuando se dirige a Agar: “tendrás un hijo y le pondrás por nombre Ismael, porque el Señor escuchó tu aflicción. Será arisco como un potro salvaje; luchará contra todos, y todos contra él, pero él afirmará su casa aunque sus hermanos se opongan”[2]. Se pudiera pensar que la voz de Martí se hizo eco de aquella profecía y que él, ubicado en la posición del mensajero que hablaba a la madre y no al hijo, quería mostrar cómo, si ella privaba al niño de su destino, también se estaba alejando del suyo, que no era otro que vivir al lado del hombre que reclamaba, de modo indirecto, su compañía.
Ismaelillo, por tanto, podría ser el libro escrito para la camagüeyana Carmen Zayas Bazán, quien por su parte, en carta fechada el 21 de marzo de 1882 —el mismo año de la aparición del libro— solicitaba desde Cuba la atención del esposo, para ella y su descendencia. Allí manifestaba: “Sólo te diré que una vez que acepté esta pobreza tuya y fui conforme con los riesgos que traía consigo, y Guatemala es testigo de lo que en ella sufrí, contenta de lo que después vino no lo he sido jamás, porque creo, sin duda equivocada a tu juicio, que no era hora de sacrificios sin frutos, ni justo ante ninguna conciencia, prescindir de deberes que no podían cumplirse al mismo tiempo que ese otro ideal tuyo”[3]. Es evidente que, a pesar de los reproches que mediaban entre la pareja, ambos trataban de justificar sus actitudes con la intención de limar asperezas. La reconciliación llegó ocho meses después de la publicación de aquel libro.
Y son muy ilustrativos los recursos literarios presentes en Ismaelillo, atendiendo a supuestos propósitos aproximativos de Martí hacia Carmen. En primer orden, los poemas exponen con claridad la necesidad afectiva que él tenía de sus seres más queridos:
Mi mano, que así embrida Potros y hienas, Va, mansa y obediente, Donde él la lleva (…) Su sangre, pues, anima Mis flacas venas: ¡Con su gozo mi sangre Se hincha o se seca (“Príncipe enano”)
¡Un niño que me llama Flotando veo! (“Sueño despierto”)
Y yo doy los redondos Brazos fragantes, Por dos brazos menudos Que halarme saben, Y a mi pálido cuello Recios colgarse, Y de místicos lirios Collar labrarme ¡Lejos de mí por siempre, Brazos fragantes! (“Brazos fragantes”)
Por las mañanas Mi pequeñuelo Me despertaba Con un gran beso (“Mi caballero”)
Mi espíritu encendido Me echa a raudales Por las mejillas secas Lágrimas suaves (“Musa traviesa”)
Mas yo vasallo De otro rey vivo, Un rey desnudo, Blanco y rollizo (“Mi reyecillo”)
Así mis pensamientos Rebosan en mí vívidos, Y en crespa espuma de oro Besan tus pies sumisos (“Penachos vívidos”)
Tú flotas sobre todo, Hijo del alma (…) No es, no, la luz del día La que me llama, Sino tus manecitas En mi almohada. Me hablan de que estás lejos ¡Locuras me hablan! (“Hijo del alma”)
Pero voy triste Porque en los mares Por nadie puedo Verter mi sangre (“Amor errante”)
Es que un beso invisible Me da el hermoso Niño que va sentado Sobre mi hombro (“Sobre mi hombro”)
No temo yo ni curo De ejércitos pujantes, De tentaciones sordas, Ni vírgenes voraces Él vuela en torno mío, Él gira, él para, él bate (“Tábanos fieros”)
Dos alitas blancas Que llenas de miedo Temblando me llaman (“Tórtola blanca”)
Dígame mi labriego ¿Cómo es que ha andado…? (“Valle lozano”)
Mas está ausente Mi despensero, Y de otro vino Yo nunca bebo (“Mi despensero”)
Traidor! ¿Con qué arma de oro Me has cautivado? (“Rosilla nueva”)
Con idéntico sentido, en todo el libro el poeta utilizó, en regidor y considerable número, términos femeninos que sugerían en los textos una transferencia de valores masculinos hacia el área semántica del género opuesto, atendiendo a que, generalmente, la carga ética positiva descansara en las designaciones femeninas (hecho enfatizado, a la vez, desde la posición contraria, pues los valores masculinos con frecuencia llevaban signos negativos), lo cual propugnaba una estimación amable de la mujer, sin siquiera mencionarla. Se puede comprobar el procedimiento desarrollado por Martí, específicamente con respecto a los sustantivos, en los quince poemas del cuaderno:
* “Príncipe enano” destaca fiesta, guedejas, corona, almohada, espuela, mano, nieve, sangre, senda, cueva, imagen, sombra, nubes, armas, pelea, banda, onda y vida, a favor de la idea del regreso del hijo.
* “Sueño despierto” utiliza espumas y arenas para solicitar la presencia del niño ausente.
* “Brazos fragantes” subraya rosa, sangre, sienes, plumas, aves, piel, mariposas, alas y carnes como denominaciones que perfilan el abrazo ansiado.
*“Mi caballero” objetiva el recuerdo de pasados encuentros en mañanas, horcajadas, bridas y espuelas.
* “Musa traviesa” proclama al hijo, como esencia de la creación, a partir de musa, alas, musilla, nubes, boda, luz, vida, sangre, tierra, montaña, alba, mejillas, mirra, puerta, lágrimas, risas, alma, mariposas, hojas, plumas, águilas, ideas, caja, tintas, mesa, onda, manos, péñola, sed, pureza, taza, carnes, escala.
* “Mi reyecillo” usa tierras, frente, lealtad, espalda para justificar la enseñanza que el padre quisiera trasmitir.
* “Penachos vívidos” insiste en la angustia permanente por la falta del niño, dada por taza, burbujas, playas, mañana, carreras, espumas.
* “Hijo del alma” hiperboliza al recuerdo supliendo la separación, por alma, noche, oleadas, alba, espuma, aguas, puerta, sombra, calma, penas, alas, flores, mañana, manecitas, almohada, locuras, cosas, tierras, olas, frente, mano,estrellas, miradas.
* “Amor errante” postula la apremiante necesidad de la compañía desde olas, carnes,ciudades, sangre, ondas, nubes, joyas, voz, frente, brisas, mejillas, alas, sombra, flores, aves.
* “Sobre mi hombro” reitera la urgencia de la presencia del pequeño con sienes, penas, tormenta, mano.
* “Tábanos fieros” presenta al hijo como el más definitivo recurso de salvación, valiéndose de trompa, horda, envidia, carne, moneda, honra, armas, copa, manos, mirra, virgen, espada, caterva, nieves, gotas, nubes, muchedumbre, tierra, niebla, raíces, faldas, alas, almas, hopa, astas, aspa, carne, fauces, falanges, lágrimas, voces, agua, sangre, polvareda, corazas, hierba, sierpes, flámulas, grietas, derrota, orilla, tentaciones, vírgenes, clava, lluvia, chispas, dagas, abeja, tropa, vía.
* “Tórtola blanca” remite a la añoranza por alfombra, luces, sala, otomanas, alas, alma, danza, fiera, copas, espuma, manos, palomas, águilas, palabra, cárcel, vida, risas, lava, llamas, violas, gentes, mariposas, alfombra, tórtola, champaña, fiesta, alitas.
* “Valle lozano” exige el vínculo amoroso a través de noche, flores, tierra, dagas, manos.
* “Mi despensero” establece el valor absoluto de la ausencia desde bolsa, copa.
* “Rosilla nueva” expone la ternura hacia el niño a partir de arma, coraza, nieve, rosillas.
Con idéntica perspectiva usó Martí la marca femenina en la simbología de corte modernista que él mismo inaugurara: “la almohada” será el descanso para la reflexión, “la espuela”, un incentivo para la espera, “la mano”, una personificación del hablante hombre, “la sangre”, la confirmación de la voluntad y el espíritu, “la rosa”, una vida nueva, “la pluma”, el arma o la idea, “la luz”, el destino o el refugio, “la taza” o “la copa” el continente bello de lo bueno, “las alas”, la protección y la libertad.
Es ilustrativo para el tema cómo se contraponen, en Ismaelillo, esos conceptos positivos y negativos dentro de la poética martiana, caracterizada por incorporar lo ético a lo estético. Tomando como ejemplo sólo un texto, el emblemático “Príncipe enano”, se observa, desde la apreciación particular del sujeto poético, que:
* los ojos lejanos (del niño) se convierten en (las) estrellas (que pueden volar, brillar, palpitar y relampaguear) * el hijo ausente representa (la) corona, (la) almohada, (la) espuela * el lóbrego antro (dado por la separación entre padre e hijo, con la consecuente soledad del primero) es iluminado por (una) pálida estrella con fulgor de ópalo (modernista objetivación de la presencia ausente) * el sol (desde su valencia de fuerza agresiva) se puede transformar en (las) nubes que parezcan (unas) bandas de colores y de batallas * el niño en sí mismo encarna (una) fiesta
En una superior gradación de subjetivivad, el autor optó por hacer un cambio arbitrario de género dentro de la construcción de sus tropos, a fin de garantizar que el valor de lo femenino, con intención afectiva, quedara subrayado en el libro: “Él” (referido al hijo) se convierte en “(la) abeja”, “diablillo con alas de ángel” pasa a ser “(la) musa”, “diablo ángel” será “(la) musilla”, “el hijo” es “(la) Poesía”.
La convivencia entre José Martí y Carmen Zayas Bazán fue breve, de apenas seis años. Entre 1877 y 1891 tuvo la pareja tres separaciones que parecen haber obedecido a las grandes diferencias en sus perspectivas vitales. Pero la historiografía, privilegiando al hombre patriota y creador, no ha sido totalmente justa con la mujer. En la biografía que escribiera Jorge Mañach sobre Martí, se lee que, mientras él escribía Ismaelillo, inmerso en el desarraigo, las necesidades y la soledad, “allá en la casona paterna del Camagüey, entre el resplandor de las tinajas, Carmen recordaba sin entusiasmo los días grises y fríos de Brooklyn, los meetings que le sustraían al esposo, el hogar difícil”[4].
Sin embargo, la vida no parece haber sido, tampoco para ella, color de rosa. Carmen tuvo que afrontar, junto al hijo, penurias económicas y morales, tanto en Cuba como en el extranjero, sin protección familiar alguna. En una epístola de 1886 destinada al esposo, después de casi tres años de subsistencia común, escribió: “(…) cuando me casé con usted hasta de mis pequeños gustos prescindí, y anulé de tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de un pensamiento propio; lo que hice al principio por placer, llena del amor inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a cabo después (…) desde que supe que su alma no entendía la mía no me creo con el derecho de pedir nada (…) quise venir, pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el idioma y enferma sufría (…) Puede usted siempre tenerme no respeto, pues de usted más que de nadie merezco admiración. De mi hijo esté tranquilo, en mi alma no caben miserias, lo enseñaré a que lo ame siempre”[5]. Hay hechos que hablan por sí solos. Al conocer la muerte de Martí, ella no dudó en reclamar la entrega de sus restos a las autoridades españolas, ni en denunciar, a través de la prensa, el manejo sucio que con ellos se haría. Una carta pública suya lo confirma:
La Habana, el 23 de mayo de 1895 Sr. Director de La Lucha Muy señor mío: Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad era que nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m., Carmen Z. de Martí”[6].
Esa viuda del héroe no desmayó hasta recopilar la papelería dispersa del escritor, para darla en custodia a Gonzalo de Quesada y Aróstegui. Es la misma producción que originó las actuales Obras Completas. No hay que dudar de que el Apóstol reconociera la definida personalidad de su esposa. En una misiva de 1881, precisamente por los días en que preparaba la impresión de Ismaelillo, desde Nueva York le comunicaba: “(…) Cuando te miro y me miro, y veo qué terribles penas ahogo, y qué vivas penas sufres, me das tristeza. Hoy, sobre el dolor de ver perdida para siempre la almohada en que pensé que podría reclinar mi cabeza, tengo el dolor inmenso de amar con locura a una tierra a la que no puedo ya volver. (…) Pero no he de cometer la injusticia de pedirte que estimes una grandeza meramente individual, secreta e improductiva.”[7]
Un escritor con mayúsculas como José Martí, quien inauguró variados recursos de modernidad, exige interpretaciones infinitas. En su obra poética “hay que acostumbrarse a la presencia de estructuras textuales —tanto ideológicas como estilísticas— conflictivas, ambiguas, antitéticas, o de signo velado”[8]. Lo innegable, en Ismaelillo, es que los motivos poemáticos exponen un requerimiento amoroso urgente que bien pudiera trascender al hijo para dirigirse hacia la mujer con la cual el poeta había unido su vida. Quizás por ello le disgustara que este libro, luego de impreso, fuera conocido. Cabría suponer, también, que su proyección masculina se resintiera después de mostrar aquel reclamo. Para el futuro, quedó en el libro el balbuceo humano dentro de bellísimos versos renovadores.
José Martí junto a José Francisco en Nueva York. Año 1880.
Referencias:
[1] Iván Schulman: “Discursos de transformación, textos metafóricos”, en: El Sol en la nieve: Julián del Casal. La Habana, Casa de las Américas, 1999, p. 10. [2] La Biblia: Antiguo Testamento. V. 16 y 21. [3] Tomado de Gina Picart: “En defensa de Carmen Zayas Bazán”, disponible en https://ginapicart.wordpress.com/2007/08/28/ama-carmen-a-josa-marta-en-defensa-de-carmen-zayas-bazan-2/. [4] Jorge Mañach: Martí. El Apóstol. La Habana, Ed. De Ciencias Sociales, 1990, p 142. [5] Carmen Zayas Bazán: Carta a José Martí, disponible en El Camagüey, https://www.elcamaguey.org/carmen-zayas-bazan-carta-a-jose-marti [6] Gina Picart: Ob.cit. [7] José Martí: Obras Completas. La Habana, Ed. Nacional de Cuba, 1965, t.20, p. 488. [8] Iván Schulman define, en este sentido, Modernismo y modernidad: Ob. Cit., p. 15.