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La viuda y el héroe

La viuda y el héroe

Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. De cuerpo era delgado,
y más fino que recio, 
aunque de mucha esbeltez.
Pero vino la guerra, 
domó de la primera embestida la soberbia natural,
y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud.
Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella.
Su luz era así, como la que dan los astros; y al recordarlo,
suelen sus amigos hablar de él con unción, 
como se habla en las noches claras,
y como si llevasen descubierta la cabeza.
José Martí: ¨Céspedes y Agramonte¨
en El Avisador Cubano. Nueva York,
10 de octubre de 1888

Por la dignidad y fortaleza de su vida;
por su inteligencia rara y su modestia y gran cultura;
por el cariño ternísimo y conmovedor con que acompaña
y guía en el mundo a sus dos hijos, los hijos del héroe,
—respeta Patria y admira a la señora Amalia Simoni, a la viuda de Ignacio Agramonte.
En su viaje a nuestra triste Cuba, le desea Patria mares tranquilos.
José Martí. ¨En casa¨, en 
Patria, 25 de junio de 1892


    La noche,
    en el maniguazo,
    tiene visos de rapsodia
    y una demencial prosodia de alimañas
              y yerbazo.
    Redil de alacrán,
    guizazo,
    marabú,
    bejuco,
    avispa,
    perturbado por la chispa de un ente
            en desmatrimonio,
   que, sin ningún patrimonio,
   entra al monte
   que se crispa.

   Toca una sonata,
   hija,
   antes que la noche acabe,
   porque después nadie sabe
   qué rumbo la muerte elija.

   La noche ya no es cobija impuesta
   ni domicilio zozobrante en El Idilio,
   desde que un potrero fútil
   estigmatizó la inútil injerencia del exilio
.

   Detrás de la línea espuria de la maleza convicta
   urde el páramo vindicta contra la foránea injuria.
   El terral de la penuria expele un hálito adusto
   sobre el campamento augusto que el laude
             del pauperismo
   blande a tenor del cinismo del vilipendio
              vetusto.

   Tú que puedes,
   hija,
   toca una melodía hermética
   para aventar la patética hiperestesia.

   Hija,
   toca,
   que hay una angustia barroca
   adensando la morisca bóveda,
   una levantisca opresión que descalabra
   y el daimon de la palabra

   huye en una carta arisca.

   La muerte infringe la táctica
   sobre un paralelogramo breñoso,
   y acorta el tramo de la impermanencia
   fáctica.

   La muerte es frugal y práctica
   al diseñar la cuadrícula fatal
   donde la partícula indócil entra en el mito
              absurdo de lo inaudito.
   La muerte es necia y ridícula.

   ¿Quién puede amar?
   ¿Quién conduce la descalcez abrasiva
   de un hálito a la deriva hacia lo que se traduce
              en cisma?

   ¿Por qué tal cruce hostil de atajos
             que obsede
   y nadie explica?

   ¿Quién puede amar,
   responde,
   en campañas rebosantes de artimañas
   donde hasta el júbilo agrede?

   Entre yaguas macilentas,
   extrayéndole a los grumos del hambre
   piadosos zumos,
   mujeres sanguinolentas
   se oponen a las mugrientas circunstancias
   con enjutas provisiones,
   substitutas del espiritual deceso,
   para jalonar su ingreso en impostergables rutas.

   Hija,
   toca una sonata
   que suba a donde él se encuentre
   y en su reciedumbre entre
   como el trayecto escarlata de un proyectil.
   Arrebata a la inmensidad burlona
   su semblante que erosiona el agreste
               recoveco
   para ver si puede el eco regresarlo
              a la casona.

   Tomado de Teoría del fulgor accesorio. Camagüey, Ed. Ácana, 2016.

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