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Benjamín J. Guerra, tesorero del Partido Revolucionario Cubano. Apuntes para una biografía

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Benjamín J. Guerra, tesorero del Partido Revolucionario Cubano. Apuntes para una biografía

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De Camagüey a la emigración

Son escasos las informaciones acerca de los primeros años de vida de Benjamín José Guerra y Escobar. En los pocos documentos accesibles se afirma que nació el 12 de agosto de 1856, en Camagüey, hijo de José Manuel Guerra y Cisneros y Eloísa Escobar y Ramírez, ambos de esta ciudad, descendiente por línea paterna de una antigua familia de la región. Su progenitor murió cuando contaba unos cuatro años, por lo que sus tías lo acogieron y se hicieron cargo de su crianza. Asistió a dos escuelas de la ciudad, donde aprendió las primeras letras, y en ambas se destacó por su dedicación a los estudios.

El curso natural de su vida sufrió un cambio abrupto al estallar, en 1868, la que se conoce como Guerra de los Diez años, por su prolongación hasta 1878. Sus abuelos y otros parientes se fueron a la manigua, adonde los acompañó Benjamín, con sólo doce años, junto a su hermano de diez. Meses más tarde, parte de familia regresó a la población, pero él permaneció en el campo insurrecto durante un período mayor. Por su escasa edad no tomó parte en los combates, y le encomendaron repartir víveres entre las familias que estaban en el campo insurrecto, así como llevar mensajes entre los mandos militares[1]. Martí, dijo de Benjamín “que ya a los doce años era caballero de la libertad en nuestros montes”[2].

Por razones de salud, se vio precisado a regresar a Camagüey, al lado de su madre y sus tías. Comenzó a trabajar para contribuir a su subsistencia en una tienda de víveres de una parienta, quien lo recibió en su casa y cuyo esposo lo instruyó en el manejo de los libros de contabilidad del almacén. Más tarde se trasladó a La Habana y luego residió un tiempo en Cárdenas. Posiblemente en 1882 se dirigió a Nueva Orleans, donde debió recibir alguna ayuda familiar o de amigos, pues se afirma que matriculó en el colegio Platman, donde cursó idioma inglés, entre otras asignaturas. Muy pronto dominó la lengua del país y pudo hallar empleo en aquella ciudad, en la que permaneció durante un año o algo más. Aunque sus estudios formales no fueron muy extensos, su afán de conocimientos, unido a la necesidad de subsistir por sus propios esfuerzos, lo hizo un autodidacta que completó su educación con creces. Se formó a sí mismo, lo que fue posible sólo por su rectitud e inquebrantable fortaleza de carácter[3].

En Nueva York

En fecha no precisada se trasladó a Nueva York, donde fijó residencia definitiva. Es probable que el dominio de la contabilidad le permitiera establecer vínculos con casas comerciales, y por estas circunstancias llegara a conocer a Manuel Barranco y Miranda, camagüeyano como él, propietario, junto a su hermano, de la firma Barranco Brotherʼs, dedicada al giro del tabaco, fundada en 1870 y que llegó a poseer talleres y oficinas no sólo en la gran urbe norteña, sino también en Cayo Hueso y La Habana. Tras la muerte de aquel en 1884, el propietario continuó las labores sin incorporar a otro socio, hasta que en 1887 admitió a Benjamín J. Guerra en la dirección de las actividades industriales y comerciales, que giraron desde entonces con el nombre Barranco and Co[4]. Luego de años de trabajo, el joven logró una desahogada posición económica. Contrajo matrimonio con Ubaldina Barranco y Guerra, hija de un hermano de su socio comercial, Pedro Agustín, y de Mariana Guerra y Cisneros La pareja tuvo tres hijos, nombrados Ubaldina, Francisca y Benjamín[5].

Benjamín en su boda, con la también camagüeyana Ubaldina Barranco y Guerra. 
Cortesía de Ibrahim Hidalgo

A la vez que se abría paso en el difícil mundo de los negocios, Guerra mantenía estrecho contacto con sus compatriotas de la emigración neoyorquina, y en 1888, al crearse el club “Los Independientes”, se incorporó a sus labores. Dos años más tarde fue elegido vicepresidente, con Juan Fraga en el cargo principal. En este ámbito conoció, entre otros, a José Martí, Gonzalo de Quesada —quien fue secretario de la agrupación en 1891— y Sotero Figueroa[6]. Por cartas de Martí puede apreciarse que hacia 1889 mantenía con Benjamín una estrecha amistad, basada en la coincidencia de ideas[7] e intereses intelectuales comunes[8].

Martí, Guerra y Quesada coincidieron en la Sociedad Literaria Hispano-Americana de New York, cuya repercusión fue aludida en la prensa estadounidense, como se aprecia en un artículo de The New York Herald que expresa: “Muchos de ellos [sus integrantes] son hombres de letras y poetas de fama continental, cuyas obras son tan celebradas en sus países como las de Longfellow, William Cullen Bryant y el Padre Ryan lo son en los Estados Unidos”, y a continuación mencionó al camagüeyano: “Benjamín Guerra es miembro de la firma de importación de tabacos M. Barranco y Co. […] El Sr. Guerra es tesorero de la sociedad y miembro de la Junta de Comercio”[9].

A fines de la década de los ʼ90, los negocios de la firma Barranco and Co. daban muestras de prosperidad. Las fábricas donde se procesaban las aromáticas hojas, ubicadas en Cayo Hueso y Nueva York, llegaron a tener entre ciento cincuenta y doscientos empleados. Sus marcas principales eran “El Progreso”, “Lord Byron” y “La Egipcia”, entre otras de renombre. La ubicada en La Habana se encontraba en San Miguel número 113, donde se identificaban principalmente las marcas “Monroe”, “La Flor de M. Barranco and Co.” y “Heredia”[10].Para atender las múltiples y complejas responsabilidades generadas por los procesos fabriles y comerciales, Guerra atendía la casa matriz de Nueva York, mientras Barranco visitaba talleres y dependencias de las otras localidades de Estados Unidos y de Cuba, donde además seleccionaba el tabaco en Vuelta Abajo para su contratación y posterior envío hacia las dependencias en el país norteño.

Tesorero del Partido Revolucionario Cubano

El enriquecimiento personal no hizo decaer los sentimientos patrióticos y la dedicación a actividades políticas de Barranco y de Guerra, como ocurrió con algunos de sus contemporáneos. Ambos eran miembros activos del club “Los Independientes”, y cuando José Martí inició las labores para fundar una nueva organización unificadora de los esfuerzos por la independencia, contó con el apoyo de ambos. El 10 de abril de 1892, Benjamín fue elegido Tesorero. Desde el primer momento confió en el talento, los procedimientos adecuados y los métodos de dirección implementados por el Apóstol. Fueron reconocidos por el voto durante los tres años siguientes. Una persona sólo apegada a los intereses materiales hubiese declinado el cargo con que se le investía, pues el crédito de la razón social de que formaba parte podría resentirse al asumir una función principal en la agrupación opuesta al poder de España, metrópoli de la colonia donde radicaba parte de sus negocios y adquiría la materia prima fundamental.

En el cumplimiento de su alta responsabilidad, Benjamín no sólo fue el custodio de los fondos de la patria, sino además destacaba como orador, periodista, amanuense, auxiliar, todo cuanto podía hacer para que la revolución incipiente llegara a las mentes y los corazones de los hombres de buena voluntad. En el acto de proclamación del organismo unitario expresó que se creaba: “para fundar en nuestra tierra el ideal del pueblo cubano, que es el ideal de este partido, la República Democrática”[11].

Fueron años de grandes esfuerzos para Guerra. En muchas ocasiones asumió los gastos del periódico Patria, así como los derivados de viajes de comisionados que iban y venían de Cuba, y cualesquiera otros debidamente autorizados por el Delegado[12].Los afanes propios de su cargo como tesorero y la atención de sus negocios ocupaban la mayor parte del tiempo disponible, pero no abandonaba sus inquietudes intelectuales, como muestra su crítica al libro de Gonzalo de Quesada Mi primera ofrenda, comentado y enjuiciado en forma de una carta dirigida al autor, publica en Patria, en la cual resalta los méritos literarios y patrióticos de la obra. Sobre este tipo de quehaceres conocemos poco, y aun no se ha localizado “su estudio criollo de la Avellaneda”, que según expresó Martí le valió “la pluma de oro”[13] de Juana Varona de Quesada, con que fue premiado.

Cuando sus ocupaciones alejaban al Delegado de Nueva York, dejaba a los colaboradores más cercanos al frente de Patria. En un texto publicado en este periódico, Sotero Figueroa recordaba a “Benjamín Guerra en el escritorio de redacción”, mientras “revisa las pruebas corregidas, hace observaciones, inspecciona la compaginación, dice cómo han de ir colocados los artículos, y, de vez en cuando, echa su cuarto a espadas, o mejor dicho, su cuarto a palabras con Frugone”[14], italiano propietario de la imprenta donde se confeccionó el periódico durante algún tiempo.

También ocupaba lugar destacado en los actos patrióticos convocados por el Partido, en los cuales hacía uso de la palabra. En ocasión de un banquete de recepción del Club de Señoras “Mercedes Varona”, Martí elogió “la hábil dirección que desde el sobrio y jugoso discurso de ofrecimiento le dio Benjamín Guerra”. Con posterioridad, destacó también “su párrafo de fuego”, con que “saludaba, para los peligros comunes, la amistad natural e indestructible de las Antillas”[15].

Sensible a los padecimientos y necesidades de los pobres y desvalidos, Guerra se unió a los esfuerzos de Vicente Díaz Comas, quien fundó la Sociedad de Beneficencia Hispano-Americana de New York en febrero de 1892[16].

En sus labores como Tesorero del Partido fue reconocido por sus contemporáneos en múltiples ocasiones. El Cuerpo de Consejo de New York, luego de analizar las cifras de la rendición de cuentas dada a conocer en abril de 1893, expresó un Voto de Gracias público. No sólo se admiraba en el funcionario la rectitud y diligencia de su proceder, sino también haber “anticipado de su peculio particular los fondos necesarios para la acción rápida y bien encaminada de la Delegación del Partido”[17].

Sus méritos fueron avalados por la reelección unánime para aquel cargo de confianza hasta la disolución del Partido. En 1893 pronunció un discurso en Hardman Hall, en el que agradeció haber sido reconocido por sus compatriotas en el momento fundacional de la organización, cuando prevalecía “el estado de pesimismo y desaliento en que estos fracasos [de movimientos revolucionarios anteriores] habían dejado la opinión en nuestras emigraciones”, superados gracias a la confianza ganada por el quehacer político de Martí, a “la perspicacia, el juicio y la maestría con que han ejercitado las prácticas puramente democráticas que forman los procedimientos de acción de nuestro partido”. Éstos eran la garantía “para constituir una nacionalidad pujante y próspera”, lo que se lograría al fundar la riqueza del país a la “sombra de instituciones democráticas y justas, en la construcción perdurable de la patria libre, rica, progresiva y próspera”[18].La coincidencia con el pensamiento martiano se evidencia en el comentario del Delegado, publicado en el mismo número del periódico.

Aquel año trajo pruebas difíciles, que demostraron la eficiencia de la estructura organizativa del Partido. En mayo, dentro de la Isla, la labor paciente se vio afectada por el alzamiento prematuro de los hermanos Sartorio en la zona de Holguín. Los independentistas de Nueva York se reunieron en Hardman Hall, donde varios patriotas explicaron lo sucedido y la disposición de ayudar a los que habían tomado las armas, a pesar de no obedecer las orientaciones del Partido[19]. El alzamiento, como podía preverse, fracasó; no obstante, la experiencia contribuyó a la toma de decisiones que redundarían en beneficio de la organización futura de las huestes revolucionarias. Una de ellas, acatada por la generalidad de los clubes y Cuerpos de Consejo, fue centralizar los Fondos de Guerra en la Tesorería. Poco a poco, aquel dinero que se mantenía en poder de las agrupaciones de base fue enviado a Benjamín, quien llevaba el registro de cada entrada. En los meses siguientes se consolidó esta práctica, que haría imposible al espionaje detectar cualquier momento de urgencia que pudiera presentarse[20].

El grado de organización alcanzado, y la situación en la Isla, imponían hacia fines de 1893 y principios de 1894 un ritmo de actividad hasta entonces desconocido[21]. El 10 de abril de este año fueron realizadas las elecciones para los cargos de la dirección partidista, y Martí y Guerra fueron reelectos para Delegado y Tesorero, respectivamente. Desde todas las comunidades de cubanos en los más diversos países llegaron a la redacción de Patria muestras de público entusiasmo y cariño hacia aquellas personalidades que inspiraban y guiaban a los patriotas. La rendición de cuentas, hecha circular oportunamente, fue motivo de nuevas manifestaciones de confianza hacia ambos, a quienes el Cuerpo de Consejo de New York dedicó un Voto de gracias por su labor abnegada y su “escrupulosa honradez”, pues los fondos recaudados “se dedican única y exclusivamente a los fines para que se levantan”, como demuestra la inexistencia de partida alguna “que no responda a un método económico extremado y que no tienda a un fin inmediato y seguro”. En particular, resaltan unas líneas dedicadas “al Tesorero metódico e íntegro que hace honor al puesto que desempeña hasta el punto de suplir, de su caja particular, las sumas necesarias en momentos de justificada parsimonia o demora por parte de los clubs en la remisión de los fondos para cubrir los gastos de acción, hoy más que nunca fructuosos en la labor revolucionaria”[22].

José Martí junto a emigrados cubanos en Key West.


La confianza de Martí hacia Benjamín puede apreciarse en las comprometedoras y riesgosas tareas que le asignaba, sin abandonar la compartimentación imprescindible de la conspiración. El Maestro expresó al general Máximo Gómez cuánta entrega personal era capaz de realizar su amigo y cercano colaborador: “Benjamín le escribe, y me ayuda con toda el alma”[23]. Eran lazos que se estrechaban por los ideales y compromisos políticos compartidos. La amistad, nacida años antes, se manifiesta en la nota dedicada por Martí a los esposos Ubaldina y Benjamín con motivo de la llegada de un nuevo hijo[24].

A la alegría familiar se sumó un motivo más de satisfacción, pues los acontecimientos en la Isla y la situación en las emigraciones eran propicios para acelerar los aprestos de las expediciones, coordinadas con el levantamiento interno. En el acto conmemorativo del 10 de octubre en Nueva York, en su discurso el Tesorero del Partido puso énfasis en la labor unitaria que desarrollaba la agrupación patriótica “que tiende los brazos abiertos a todos los cubanos y aun a todos los españoles de buena voluntad”[25].

Poco después, en diciembre de 1894, comenzaron los preparativos finales para la acción. Todo indicaba que en breve plazo se desataría aquel proyecto revolucionario concebido y llevado a cabo pacientemente durante casi tres años, por lo que Martí decidió liberar a Guerra de responsabilidades por cualquier deficiencia que pudiera detectarse en los asientos contables, dada la premura con que se actuaba en los últimos momentos, y redactó dos comunicaciones, en la primera de las cuales dejó constancia de haber recibido las sumas expresadas en la documentación contable, y en la segunda autorizó y aceptó “todos los gastos del periódico Patria, por los cuales no aparezca en Tesorería autorización especial”[26]. Eran muestras de total confianza en la labor de Benjamín, convencido de que su amigo, en ningún caso, haría uso indebido de tan amplias posibilidades para justificar el empleo de los fondos bajo su custodia.

El día 8 fue firmado el Plan de Alzamiento, que estipulaba como anuncio del inicio de las operaciones el envío de un cablegrama. A partir de ese momento, “Todas las comunicaciones […] deben dirigirse a [B. J. Guerra] directamente”[27]. Las informaciones que llegaran de los centros conspirativos y de los jefes de las expediciones quedarían centralizadas en el eficiente conspirador, quien se encargaría de darles el curso debido, de modo que el General en Jefe y el Delegado pudieran tomar las decisiones oportunas. Era alta la responsabilidad, sólo encomendada a un hombre de plena confianza, de amplias dotes organizativas y presteza en alcanzar soluciones adecuadas. Paralelamente, el Delegado indicó al Tesorero disponer elevadas sumas de dinero para la adquisición de armamento y el desplazamiento de comisionados, cuyas misiones estaban dirigidas a cumplimentar los aprestos militares.

Pero el 10 de enero de 1895 pareció que todo el esfuerzo había fracasado. Un comerciante en material bélico, el coronel cubano Fernando López de Queralta, había alertado —quizás por indiscreción, difícil de cometer en persona de experiencia en estas lides— a las autoridades estadounidenses, las que hicieron todo lo posible por entorpecer la salida de las expediciones. No obstante, aquellos acontecimientos tuvieron efectos contrarios a los previstos por los enemigos de la libertad: los patriotas, en las emigraciones y en la Isla, comprendieron de inmediato la magnitud colosal del esfuerzo realizado durante los últimos tres años, y del uso adecuado de cada centavo aportado al Tesoro del Partido. El golpe, contundente, sólo logró aplazar lo inevitable.

Tras conocer la decisión de los conspiradores de la Isla de continuar lo planeado, Martí se dirigió hacia República Dominicana, a encontrarse con el general Máximo Gómez. Dejó tareas específicas a sus más cercanos colaboradores. En carta a Quesada le recordó algunas de las indicaciones dadas, y concluyó que, “ayudado del sagaz consejo y mano rápida de Benjamín”, podrían encauzarlo todo. Al Tesorero escribió, desde Santiago de los Caballeros, una misiva en la que entrelazaba asuntos de urgencia con cálidos recuerdos: “El mío es ver a Uba [Ubaldina, esposa de Benjamín] con el niño en los brazos”; no olvidaba a “los constantes en los días oscuros”[28].

El 25 de febrero llegó la esperada noticia, y de inmediato fueron movilizadas las fuerzas patrióticas. “iLA GUERRA!” fueron las palabras iniciales del breve “Alcance a Patria” que comenzó a circular en Nueva York. Para Guerra y Quesada, los momentos fueron muy complejos, angustiosos, en medio de la incertidumbre por carecer de noticias y la inexplicable ausencia de Martí de los campos donde se combatía. Nueve días después, el Maestro les expresó, en detallada comunicación escrita en Dominicana, la premura de atender los contratiempos previsibles: “una pereza es un entrega”[29].

A sólo setenta y dos horas de la anterior misiva, el Delegado dedicó largos párrafos a la importancia del Manifiesto de Montecristi, cuyo manuscrito les enviaba. En una de sus indicaciones, ante la urgencia de enviar el texto a la imprenta, les dice, aun desde el país hermano: “Benjamín puede hacer sin desdoro de escribiente de esta hoja mayor, con su letra impecable, y así quedamos más seguros, y la impresión es más rápida”[30]. Días más tarde, desde la manigua insurrecta, les recomendaba una y otra vez a sus cercanos colaboradores la forma de hacer llegar alijos de armas a Cuba.

Tras la muerte del Apóstol

Una vez confirmada la muerte de José Martí, el Tesorero convocó a elecciones, según lo estipulado entre sus responsabilidades. Fue elegido Tomás Estrada Palma para el cargo de Delegado del Partido Revolucionario Cubano[31].Los aprestos para remitir a la Isla un mínimo de recursos imprescindibles continuaron, fundamentalmente, como parte de la labor organizativa del Tesorero. Algunos oficiales de gran experiencia se dirigieron directamente a Benjamín en solicitud de apoyo[32].

Primera plana del periódico Patria que publicó un texto de Rafael Serra sobre la muerte de Martí.

Ante las solicitudes de enviar a Cuba armas y parque, se imponían respuestas efectivas. Guerra se trasladó a Tampa, desde donde le escribió a Estrada acerca de preparativos expedicionarios, asunto en el que, como en tantos otros, el Delegado se demoraba en contestar, para disgusto de los patriotas comprometidos; su tiempo lo dedicaba a elucubrar modos alejados del ámbito militar —como muestra su trayectoria hasta 1898—, en el intento de alcanzar una victoria en la que el Ejército Libertador no ocupara papel decisivo. En carta al tesorero expresó la decisión de hacer una emisión de bonos, y le orientó realizar consultas a varias personas, quienes se constituirían en Comité para auxiliar en este asunto al que prestaba especial atención, pues lo consideraba una vía idónea para influir sobre las decisiones de políticos del gobierno estadounidense o vinculados a éste, mediante promesas y ofertas de beneficios materiales, de modo tal que no fuera necesario el triunfo de las armas y con éste el ascenso de los sectores más radicales de la revolución[33].

Pero un acontecimiento de grandes proporciones negativas forzó a Estrada Palma a variar momentáneamente la atención de tales ocupaciones. El hundimiento del Hawkins, con varios expedicionarios ahogados, el peligro de muerte para el general Calixto García y otros muchos patriotas, así como la pérdida de un valiosísimo cargamento de armas y pertrechos le impuso dedicar una parte de su tiempo a aquel desastre, del cual era el principal culpable, por ordenar la compra de la embarcación, objetada por varios expertos. El 29 de enero hubo una reunión de patriotas en los salones de Astor House, convocada por el Delegado[34], a quien se hicieron severos cargos, por ser el máximo responsable de lo ocurrido.

La situación era compleja, pues habían sido puestos bajo arresto ciento cincuenta y nueve hombres, aunque sólo cinco fueron procesados ante el Comisionado de los Estados Unidos. Éstos eran Calixto García, Samuel Hughes, John Barbazon, J. D. Hart y Benjamín Guerra. No obstante, excepto para Barbazon, capitán de la embarcación, se aceptó el pago de fianzas en efectivo, aportado por la Delegación. Guerra había sido facultado para proporcionar el dinero. Abandonaron la oficina del Comisario, seguidos por parte de la multitud de simpatizantes que habían atendido con interés la realización de los trámites[35].

Las pérdidas humanas eran invaluables, y los riesgos afrontados por el general García y los hombres bajo su mando, incalificables. La vergüenza por lo ocurrido —aunque no dependió de sus decisiones— hizo que Benjamín presentara la renuncia al cargo de Tesorero. Pero el apoyo de los emigrados, unido a sus sentimientos de servicio a la patria, le impusieron continuar al frente de sus responsabilidades. Desde distintos centros de emigrados continuaban enviando fondos con que suplir la inversión fallida[36].

Un cambio de notables consecuencias, desfavorable para la vida interna del Partido Revolucionario Cubano, tuvo lugar entre marzo y abril de 1896, cuando el Consejo de Gobierno nombró a Tomás Estrada Palma su Delegado Plenipotenciario en el extranjero. Ante tal decisión, los Cuerpos de Consejo acordaron reconocer al representante oficial de la República de Cuba en los Estados Unidos como máxima autoridad partidista, lo que implicaba una transformación negativa en la vida política de las emigraciones, al quedar “suprimida la elección del Delegado, pero no la de Tesorero, la cual seguirá haciéndose como hasta ahora”[37]. De este modo se dio una estocada a fondo a la democracia y a los procedimientos de control de los electores sobre el funcionario que, hasta entonces, debía rendir cuenta de su gestión, ideas esenciales puestas en práctica por José Martí, y que Estrada anulaba, pues todo indica que fue el promotor de tan nefasta iniciativa. Uno de los argumentos esgrimidos para la fusión de ambos cargos en una sola persona era la creencia en que de tal modo se mantenía la unidad de acción, pero los acontecimientos posteriores demostraron la carencia de sustentación de tal aserto, y los peligros que acarrea la concentración de poder en un solo individuo.

Esta lamentable decisión poco influyó en las recaudaciones. Ante la necesidad de incrementar los fondos de la organización, Benjamín fue nombrado por el Delegado, junto a Gonzalo de Quesada, para realizar una gira a la Florida. A mediados de julio, un telegrama reportaba los primeros resultados de la presencia de ambos en Cayo Hueso: además de garantizarse el 10% de contribución de los clubes, en todos los talleres se comprometieron a donar un rifle por cada miembro del Partido. El viaje, fructífero, puede valorarse por el ascenso de las entradas y las muestras de entusiasmo prodigadas en varias actividades patrióticas y mítines organizados por los clubes de Cayo Hueso. En Tampa hubo igual acogida, tanto en Port Tampa City como en Ibor City, localidad esta última donde los concurrentes a una gran reunión de emigrados tomaron el acuerdo de donar 10 mil rifles y 10 millones de cápsulas para estos[38].

La huella dejada por la actitud y el pensamiento de Benjamín se evidencia en la decisión del club de Cayo Hueso presidido por Francisco Hernández Comelo de nombrarlo Presidente de Honor. En su carta de agradecimiento, el Tesorero trasluce la preocupación por las tensiones políticas que ha observado: “cerremos la puerta a la discordia sea cual fuere la forma en que se presente ante nosotros, mantengámonos unidos, fuertes y decididos”. Se refería a la situación encontrada en el Cayo, donde: “el elemento nuevo, pretensioso e inútil que desdeña los elementos viejos de la emigración y quiere, porque sí, asumir la dirección de la revolución creada por éstos”[39].

Ante las tensiones, Guerra asumió la labor de convencimiento que le correspondía como uno de los dirigentes de mayor arraigo en la emigración. A fines del año, The New York Journal publicó la entrevista concedida por Benjamín, presentado como “uno de los leaders en el movimiento [independentista]”. Sus palabras, reproducidas en las páginas del diario estadounidense y traducidas por La Doctrina de Martí, evidencian el desarrollo político alcanzado por quien ocupaba la Tesorería del Partido. Al referirse a la segura victoria del pueblo de la Isla sobre sus opresores, afirmó la previsión de los cubanos sobre la necesidad de fundar una república democrática, sin imitar modelo alguno: “Estudiaremos las formas de gobierno de todos los países americanos y usaremos de lo mejor de ellas”; admitía la importancia de la experiencia estadounidense, pero consideraba innecesaria la creación de un Senado: “Nosotros no tenemos aristocracia en Cuba. Deseamos un Congreso electo por el pueblo para formular las leyes, y un Presidente electo por el voto popular en preferencia al de un colegio electoral, para ejecutarlas”. El sustento de sus ideas se hizo explícito al afirmar que habría de formarse un gobierno “en que el pueblo será el verdadero gobernante”[40].

La Doctrina de Martí tradujo y glosó una entrevista realizada a Guerra por el Journal.

Expresaba ideas esenciales de los discípulos de Martí, como se reconoce en un artículo laudatorio publicado a pocos días de la segunda conmemoración de la muerte en combate del Apóstol. Su larga amistad, y los años en que compartió proyectos, aspiraciones y modos de hacerlos realidad —entre ellos, el mayor y trascendente, el Partido Revolucionario Cubano— le permitió ahondar en un aspecto que sólo los más cercanos lograron apreciar: “Todos, en fin, conocen más o menos el filósofo, el conferencista, el tribuno, el poeta, el diplomático, el periodista, lo que pocos sospecharon en aquel sublime ingenio fue el hombre práctico”. Mientras quienes se consideraban autoridades en el pensamiento y la economía aseguraban que “«no podía llevarse un pueblo a la guerra con las pesetas de los pobres», Martí contaba las pesetas, las acumulaba, hacía prodigios de administración, distribución y economía con el pequeño tesoro y sabía que aquellas pesetas habían de convertirse en caudales suficientes para hacer y sostener la guerra porque él no miraba la superficie sino al fondo de las cosas”. Esta confianza en el pueblo, en los trabajadores manuales e intelectuales, civiles y militares, veteranos y bisoños, hizo posible el inicio de la guerra en la que su preciosa existencia fue tronchada por la bala que “hirió a Cuba en lo más profundo de su alma, mató su esperanza más legitima… pero no ha podido matar la fe que él infundió en nuestros corazones ni apagar la luz que su vida y su ejemplo derramaron en nuestras conciencias”[41].

Fiel seguidor de Martí, sus ideas democráticas determinaron la renuncia, a principios de enero de 1897, al cargo de vocal de la Sociedad de Estudios Jurídicos y Económicos, agrupación creada en noviembre del año anterior, presidida por Enrique José Varona, y cuyo objetivo declarado era el debate de ideas y proyectos para la futura sociedad cubana[42];pero que, como expresó Guerra, por “sus actos y tendencias, [la considera] perjudicial a la marcha de nuestra revolución”[43], lo que determinó su dimisión, no sólo como vocal, sino también como socio.

Su posición diáfana y radical determinó la constitución del club “Benjamín Guerra”, en la ciudad de Nueva York[44]. El reconocimiento creciente de las cualidades patrióticas y revolucionarias del Tesorero se constata, también, por la “manifestación ruidosa y entusiasta” con que fue recibido por miles de emigrados de Cayo Hueso, quienes lo llevaron al club “San Carlos”, donde fueron pronunciados discursos “contra «los que quieren sobreponerse a la voluntad popular y romper la disciplina y unidad del partido».” En carta al Delegado manifestó su preocupación, pues: “Están los ánimos tan excitados contra todo lo que no sea acatamiento de la autoridad legítima que serían capaces de cualquier violencia”. Se propuso apaciguar a los más exaltados y, en evidente alusión a lo acontecido poco antes con la Sociedad de Estudios Jurídicos y Económicos, expresó: “Cómo quisiera yo que nuestros sabios amigos de New York viniesen aquí a aprender patriotismo sano y práctico de esta gente que no sabe filosofías; pero presiente la conveniencia patria y no se deja desviar del buen camino”[45].

Los patriotas identificaban a Benjamín con las posiciones más radicalmente revolucionarias, frente a las tendencias disolutas de los llamados “nuevos emigrados”, lo que fue ratificado por los organizadores del acto para conmemorar el aniversario del 24 de febrero, al designarlo para iniciar el encuentro y pronunciar el discurso de clausura. Cerró la velada con “una improvisación valiente y enérgica” en la que aludió a todos los timoratos, a los elementos vacilantes dentro de las filas cubanas y puertorriqueñas: “Mientras haya en Cuba un cubano que pelee, habrá en el extranjero un cubano que ayude. Aunque el mundo se oponga llegarán a Cuba rifles y cañones”[46], palabras ratificadas con el aplauso de los congregados.

En correspondencia con las manifestaciones de aprecio fue reelecto por unanimidad en las votaciones realizadas para el cargo de Tesorero. El 10 de abril fue conmemorada la histórica fecha, y se ratificó a Benjamín en esta responsabilidad, por quinta ocasión[47]. Llama la atención que pocos días después, el Secretario del Consejo de Gobierno y Canciller de la República de Cuba, José Clemente Vivanco, remitiera a Guerra —destinatario a quien denomina “Tesorero General de la República de Cuba”— el nombramiento de “Tesorero de la Delegación Plenipotenciaria en el Extranjero”[48], cargo conferido por el Consejo el 6 de enero. Esta dualidad de nombramientos, por el Partido y el Gobierno, con fechas separadas por más de tres meses, suscitará interrogantes al final de 1898, como veremos.

Ante la solicitud de informes sobre fondos, le reiteró al Secretario de Hacienda haber notificado, por todas las vías, las sumas enviadas por aquella secretaría e ingresadas en Tesorería, “enviando duplicados y triplicados de dichas notas por los correos subsiguientes”. Con la comunicación del 1 de julio de 1897 remitió el duplicado de la última nota junto con el informe del montante de todo lo recibido hasta la fecha, $470,811.72. Desde entonces no había entrado remesa ni pago alguno. Expresó, además, no haber abierto la cuenta denominada “Empréstito Forzoso”, con destino al cual no había llegado cantidad alguna, lo cual se contradecía con el informe del Administrador de Hacienda de Oriente, quien remitió a la Delegación una larga lista de fincas, minas, empresas y otros “que debían pagar gruesas sumas que montan a millones de pesos”, pero cuyos representantes en los Estados Unidos no habían abonado cantidad alguna, aunque se les requirió. De ahí la diferencia entre la realidad y lo que Hacienda expresaba, basada sólo en las comunicaciones administrativas citadas. A esto se sumaban remesas que nunca se habían hecho efectivas[49].

Hacia junio de 1897, ante la situación poco halagüeña de las recaudaciones, se decidió un nuevo viaje de propaganda y gestión de fondos[50]. A fines de agosto, Benjamín y Quesada partieron hacia México. El 27 de septiembre se recibió en Nueva York un telegrama fechado en Trapauto que informaba sobre el precipitado regreso de Gonzalo, por motivos familiares, al conocer la gravedad de su suegra, Luciana Govín de Miranda[51]. Benjamín continuó el viaje, y en los primeros días de octubre se hallaba en la capital mexicana, donde expresó el agradecimiento a las autoridades del país. Pero la situación económica continuaba siendo precaria, por lo que el tesorero viajó de nuevo a Cayo Hueso, desde donde escribió al Delegado: “La cuestión dinero está aquí mal, la principal fábrica, Gato en huelga, estoy tratando de conjurar el mal”[52].

La entrada del Maine a la rada habanera. Su explosión fue el detonante de la intervención norteamericana en el conflicto.

De 1898 a 1900

El primer día de 1898 se instauró en Cuba el gobierno autonómico insular, un engendro del gobierno ibérico en respuesta a las presiones de la administración estadounidense. En las distintas localidades donde residían, los miembros de la emigración condenaron aquel intento de neutralizar el enfrentamiento armado contra el colonialismo[53].

En abril, las relaciones entre España y los Estados Unidos se hallaban tensas, por lo que el mitin masivo convocado para Chickering Hall el 10 de abril, en el que se proclamaría la nueva reelección de Benjamín como Tesorero, fue suspendido ante la retirada del cónsul del país norteño en la capital cubana, luego de transcurridos unos veinte días de la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana. Era el prolegómeno de la guerra entre la potencia en ascenso y la débil monarquía.

El 19 de abril, Guerra felicitó a Quesada por la aprobación en el Congreso estadounidense de la Resolución Conjunta, en la cual, según la versión final, Cuba debía “ser libre e independiente”. En carta del propio día, Benjamín escribió al Representante del Consejo de Gobierno en Washington: “Bravo, bravísimo! el Congreso ha procedido como era de esperarse teniéndote a ti de espuela”. La apreciación excedía la importancia de la labor realizada por aquél en la toma de la decisión supuestamente beneficiosa para la Isla. Confiado en las intenciones estadounidenses, ilusión compartida con muchos patriotas, afirmó: “Telegrafíame en seguida que sepas que McKinley ha enviado su ultimátum a España”[54]. Otra era la actitud de sectores de cubanos que habían advertido públicamente el verdadero alcance de aquel documento, al que se eliminó de su versión original todo cuanto pudiera comprometer al gobierno de los Estados Unidos a reconocer cualquier instancia de poder en la Mayor de las Antillas y en las emigraciones.

Esto ocurría cuando la Tesorería reportaba saldos negativos. Todo indica que los gastos eran asumidos por Benjamín Guerra de su peculio personal, a fin de mantener activa la organización de las emigraciones. Pero la disminución de las recaudaciones continuaba, pues la mayoría de los cubanos de las localidades aspiraban a trasladarse a la patria, mientras otros padecían las consecuencias del estado de las fábricas, unas con escaso trabajo y varias cerradas. Por otra parte, las autoridades españolas ponían “inconvenientes a los buques americanos que van llegando con efectos y se niegan a dejar desembarcar reporters[55] en la Isla.

Era imposible incrementar las recaudaciones ante la crisis provocada por la depresión económica, unida al retorno a Cuba de cuantos podían viajar. En sentido contrario, los gastos continuaban en ascenso. Benjamín expuso al Delegado que en la segunda quincena de agosto había un déficit de $ 1 186,91 y podía esperarse que en el mes siguiente fuera mayor. El Tesorero intentaba darle atención a los cubanos que arribaban a Cayo Hueso, muchos con evidentes síntomas de desnutrición, lo que ratificaba las noticias sobre el “hambre y miseria en nuestra gente del campo son horribles y parece el problema principal hoy enviarles que comer”. Sin embargo, sus intentos se enfrentaban a una realidad ineludible: “esto está descompuesto y no hay quien lo arregle”[56]. Mientras, los barcos con destino a Cuba se llenaban de emigrados: “esto quedará pronto desierto”[57].

En medio de la penuria se conoció una noticia de tono optimista, proveniente de La Habana: se había constituido públicamente un comité de ayuda, presidido por Perfecto Lacoste como Delegado y Alfredo Zayas en el cargo de Secretario, organización que podría viabilizar el envío de alimentos a Matanzas y Cárdenas. Benjamín consideró imperiosa la necesidad de trasladarse a La Habana para tratar el asunto directamente con Lacoste, Zayas, y otros patriotas en la provincia matancera[58].Durante el viaje no hubo inconveniente alguno, pero al arribar, el 11 de septiembre, le impidieron desembarcar en el puerto capitalino. No obstante, le fue concedido visitar a su madre, en una visita de apenas media hora, pues el Secretario de la Jefatura de la Policía se presentó con orden del Capitán General de regresar al yate Alfredo, en el que había llegado, “y que pasara como si no hubiera desembarcado”[59].

Sin embargo, la noticia se propagó en la capital, y en los tres días que estuvo a bordo recibió innumerables visitas, atenciones y obsequios. Ante tal situación, el miércoles las autoridades le concedieron permanecer en tierra hasta el sábado. En tan corto tiempo se dispuso todo lo necesario para trasladarse a San José de las Lajas, con el fin de establecer contacto con parte de las fuerzas mambisas. Sus impresiones de entonces, unidas a sus profundas convicciones patrióticas, le hicieron exclamar: “Aquí hay miseria, mucha miseria”, pero agregaba, optimista: “Yo estoy seguro (y tengo fe y confianza absoluta) de que en muy pocos años no quedará aquí rastros de lo que ha pasado y de que esta nuestra Cuba adorada se convertirá en paraíso, como los cubanos tengamos un poco de sentido común y lo tendremos. Ya lo creo que lo tendremos”[60].

Al regresar a Estados Unidos, el órgano de los emigrados del Cayo, El Yara, informó: “El Sr. Guerra viene complacidísimo de su viaje”[61]. Benjamín informó a Estrada Palma que había estudiado personalmente la situación, y organizó la forma de enviar algunos cargamentos de víveres, para lo cual se valdrían del más antiguo y tradicional recurso para burlar a las autoridades hispanas: se pondrían de acuerdo “con la gente de Cárdenas para introducir los efectos de contrabando pagándole ellos allá algo a los aduaneros”[62].

Key West (Cayo Hueso) en la década de 1890.


La situación angustiosa en las emigraciones se iría profundizando aceleradamente, ante la continua clausura de clubes y las solicitudes de buques para trasladar a los cubanos “que se encuentran en la miseria”, mientras seguían reportándose saldos negativos por miles de dólares desde Cayo Hueso, para cubrir los cuales se apelaba a los fondos facilitados “por los Sres. M. Barrando & Co de ésta, a los que he dado el correspondiente recibo para ser reembolsado por Ud.”[63]. Guerra no podía permanecer indiferente ante los sufrimientos de sus compatriotas.

Se apelaba a Benjamín para que afrontara los gastos generados por la situación crítica de grupos de cubanos abandonados tras el final de la contienda, en un período de incertidumbres anonadantes, cuando la patria aún no se había liberado del ejército español, presente en el país, y era ocupada a pasos agigantados por tropas estadounidenses. Ante las dudas y preocupaciones sobre el presente y el futuro de la patria, alguno patriotas acudieron a quien consideraban podría esclarecer, con sus opiniones, los rumbos que tomarían los acontecimientos. Esteban Borrero le escribió, en octubre de 1898: “Escríbame, y dime una noción clara de nuestras cuentas con la política de Washington. Ruda y descomedida ha andado esa gente con nosotros, a lo que entiendo”[64].

Gualterio García expresó a Benjamín: “Jamás creí que los hombres llamados a dirigir la opinión fueran lo que son. […] Estos caballeros lo único que les preocupa es su personalidad y lo demás puede hundirse que nada les importa”. Confiado en los firmes principios patrióticos de Guerra, le preguntó: “¿Qué cree V. de los interventores? ¿Se quedarán con la isla o cumplirán el compromiso que ante el mundo tienen de darnos la independencia? Yo según mi parecer ellos cumplirán pero no será tan pronto como muchos figuran pues que no se hacen las cosas que ellos están haciendo para un solo día. En fin quisiera conocer la opinión de hombres de su sensatez sobre ese particular”[65].

Por su parte, M. Ros le manifestó el temor de que “algún no satisfecho puede saltar un día de estos y le dirá que se ha apropiado parte” del dinero donado, pues la falta de principios morales se ha hecho cotidiana: “poca o ninguna honradez ni patriotismo en la mayor parte de los que han caído como buitres sobre la cosa pública; la moralidad política no se cotiza, ha caído en desuso”[66].

Las múltiples contradicciones de que era informado permiten comprender la actitud de Benjamín Guerra ante posibles proposiciones de volver a Cuba, como se refleja en una carta de septiembre de 1899: “Los periódicos de esta ciudad publicaron la noticia de que Vd. sería nombrado inspector Gral. del Censo, pero hemos quedado chasqueados, pues posteriormente supimos que Vd. no había querido aceptar el puesto”. En otra carta dirigida al honesto patriota se le advierte: “ni se le ocurra asomar el pelo por aquí. Se gasta Cristo”[67].

Imperaba en muchos la confusión sobre las intenciones estadounidenses. En una misiva de principios de septiembre de 1899, el remitente expresó: “otra nueva, gratísima, nos ha venido por el mismo (correo) y es la de haber sido declarada solemnemente por McKinley la independencia de nuestra amada Cuba”[68], por lo que se congratula. Una visión más acertada se encuentra en otra carta proveniente de Santiago de Cuba, en la cual, aunque sin abandonar la idea de que la ocupación extranjera sólo podría concluir si los cubanos ofrecían una imagen aceptable para los yanquis, comienza con la expresión: “las cosas no están muy claras y se enturbian cada vez más”. En otro párrafo hace una observación a tener en cuenta al valorar los temores de las autoridades estadounidenses sobre su permanencia indefinida en Cuba: “hay ya mucha gente en nuestros campos que no trabajan porque cree en la guerra inminente”. Sin embargo, a estos síntomas se sumaban los ataques entre sí de diversos sectores de cubanos, para concluir con la nota pesimista: “De seguir así, hay intervención para rato, pues no comprende tanto mentecato lo mucho que con eso comprometen nuestros destinos”[69]. Son estas las manifestaciones primigenias de la tendencia denominada “virtud doméstica”, cuyo argumento central se basa en que el comportamiento acorde con las intenciones imperiales garantizaría el orden del país y, por tanto, el beneplácito del gobierno estadounidense, cuyas tropas serían retiradas por innecesarias.

Pero no todos los sectores sociales del país habían sido atrapados por las redes tendidas por el ocupante estadounidense. Manifestaciones populares daban la medida de la permanencia del patriotismo en amplios sectores de la población, como los intentos de perpetuar la memoria de los combatientes por la independencia, entre los cuales se destacan en la segunda mitad del año 1899 la iniciativa del club “Calixto García” para trasladar los restos del General de las Tres Guerras al Cementerio de Colón, donde se proponían comprar un terreno y levantar un monumento, para lo cual pedían cooperación. Así mismo cabe mencionar la iniciativa de la denominada Comisión Popular Restos de Maceo-Gómez, que invitó a Benjamín y otros emigrados, en noviembre, al acto solemne de inhumación del general Antonio y de Panchito, para rendir homenaje a la memoria de ambos héroes[70].

En las emigraciones radicadas en los Estados Unidos continuaban los intentos para aminorar los efectos negativos de la precaria situación económica de diversos grupos de cubanos empobrecidos. Guerra participaba en la organización creada para facilitar los viajes de sus compatriotas sin recursos hacia Cuba. En septiembre debe haberle escrito a Gerardo Castellanos, pues este le contestó desde Tampa con la aceptación del “puesto en el comité para repatriar a los cubanos con pasajes de segunda por la línea de vapores de Plant”[71].

Surgen interrogantes al constatar que los gastos de estos viajes se adjudicaban, en octubre de 1899, a la institución que había sido disuelta en diciembre del año anterior: “embarcados en este puerto para Cuba, por cuenta del partido R.C”[72]. Puede especularse, a modo de explicación, la permanencia de la agrupación fundada por José Martí en la conciencia colectiva y, por ello, considerar aún a Guerra como el tesorero de ésta. Fuera por una razón u otra, lo que se halla fuera de dudas es la preocupación y las actividades de Benjamín en beneficio de sus compatriotas, con el sacrificio probable de su estabilidad económica, pues como constatamos en párrafos anteriores, los saldos negativos eran asumidos con su peculio.

Por otra parte, las autoridades estadounidenses en Cuba hicieron intentos para entorpecer los viajes de personas que carecían de medios suficientes para solventar sus gastos. No obstante, las gestiones al respecto dieron resultados positivos: en diciembre partieron hacia la Isla algunos necesitados, y las solicitudes continuaron llegando, según consta en comunicaciones a Benjamín.

En medio de estas tensiones que giraban en torno a los deseos y aspiraciones de los cubanos más necesitados, el exdelegado del Partido se preocupaba sólo de su persona. Una carta de Estrada Palma a Guerra refleja disgusto por supuestos juicios desfavorables emitidos en la Isla: “Temo, que después de tanto empeño de mi parte en no mezclarme en la política de Washington, ni en la de Cuba, venga a figurar mi nombre en un asunto que no me es simpático, por lo que, al parecer, tiene de personal”. Posiblemente el general Wood le hubiera hecho alguna proposición a través de Quesada, rechazada por el supuesto patriota[73],quien no emitió una palabra acerca de los emigrados ansiosos por hallarse en la patria amada, ni de los que en la Isla sufrían, atenazados por la miseria. Por lo ocurrido dos años más tarde, el señor don Tomás aspiraba al mayor de los cargos posible, no a ocupaciones subalternas.

En muchas ocasiones, Benjamín Guerra costeó los gastos de impresión del periódico Patria.

El inicio del año 1900 marcó el final de la vida de Benjamín J. Guerra, quien falleció el 8 de enero en el Hotel Lafayette, de Filadelfia. Existen dos versiones sobre su muerte. Una afirma que la causa del deceso fue suicidio, y atribuye las causas de esta decisión a insuperables dificultades económicas en sus negocios. Otra ofrece argumentos contrarios, ante la ausencia de pruebas demostrativas acerca de la posible quiebra de la compañía a su cargo desde hacía muchos años, y considera que lo ocurrido fue resultado de un exceso involuntario en la dosis del medicamento llamado láudano, elaborado a base de opio, ingerido regularmente para la dispepsia que lo aquejaba y le provocaba dolores.

Esta última opinión encuentra apoyo en las informaciones aparecidas en la prensa inmediatamente después de lo ocurrido, pues la primera nota al respecto comienza con la expresión suicidio, pero concluye con la afirmación de la falta de motivos para tal decisión extrema, pues su vida hogareña era alegre, y sus negocios le reportaban buenos ingresos. La confusión inicial tuvo su origen en irregularidades en el reporte del caso ofrecido por la policía, lo cual motivó preguntas directas de los periodistas al oficial encargado del asunto, quien afirmó no poseer evidencias directas demostrativas de intenciones de atentar contra la vida por parte de Guerra; se refirió, además, al hallazgo de un revólver al lado de su cama, el cual no fue utilizado. Éstas fueron las causas por las que el forense no emitió documento alguno con la mención al motivo aludido inicialmente en la prensa[74].

Al conocer el hecho, un sobrino de Benjamín reclamó el cadáver que, trasladado a Brooklyn, fue enterrado de inmediato —posiblemente por el grado de deterioro, después de tantos días insepulto— en una modesta tumba en el cementerio Greenwood, de esta localidad[75].


Concluyó la trayectoria vital de quien sólo contaba al fallecer con cuarenta y tres años de edad, tiempo suficiente para dejar entre sus compatriotas la impronta del hombre honrado, del patriota íntegro que dedicó todos sus esfuerzos, junto a Martí y otros patriotas radicales, a la independencia y la prosperidad de Cuba y su pueblo.

El cementerio Greenwood en 1901, donde fueron depositados los restos de Benjamín Guerra. 
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