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Discurso pronunciado en la confirmación de la proclamación del Partido Revolucionario Cubano (Hardman Hall, 17 de abril de 1892)

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Discurso pronunciado en la confirmación de la proclamación del Partido Revolucionario Cubano (Hardman Hall, 17 de abril de 1892)

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Señoras y señores: 

No es ocasión ésta de torneos oratorios ni de lucir frases retóricas; si tal fuera no estaría yo ahora en este sitio, pues bien sé que no podría regalar vuestros oídos con las bellezas del lenguaje ni con los encantos de la elocuencia.

Momento es éste en que la patria llama a sus hijos, y los hijos buenos, cuando la madre reclama sus servicios, han de prestárselos incondicionalmente. Cuando la patria manda hay que obedecerla. —Cuando la patria necesita algo hay que darlo. —Cuando la patria nos ordena ocupar un puesto, no hay que medir los peligros ni las responsabilidades de ese puesto; no hay tampoco que medir nuestras fuerzas débiles. Querer es poder. La patria manda, la patria exige: a nosotros, sus servidores sumisos y leales, sólo nos toca obedecer. 

Nos reunimos aquí esta noche, no ya como en otros tiempos a conmemorar nuestros muertos ilustres, ni solamente a entonar alabanzas de pasadas glorias. Objeto mucho más fructuoso y práctico tiene la reunión de esta noche. 

Vinimos aquí a decir al pueblo de Cuba que por voluntad unánime de todos los grupos de la emigración, sin disidencias ni exclusiones, nos hemos constituido en una agrupación vigilante y prudente, en un partido disciplinado y unánime que aspira a trabajar por Cuba, con Cuba y para Cuba, con todos los cubanos y para todos los cubanos, para fundar en nuestra tierra el ideal del pueblo cubano, que es el ideal de este partido, la República Democrática.

El Partido Revolucionario Cubano, cuya proclamación confirmamos aquí esta noche, no obedece a inspiraciones de un hombre ni de un grupo: es la expresión más unánime y enérgica de todos los cubanos fuera de la Isla (ilegible) en un sentimiento creador, en una aspiración suprema: la felicidad, la dignidad, la independencia de la patria.

Sabe el Partido Revolucionario Cubano que hay en Cuba algunos comerciantes que aun pueden vivir del contrabando, algunos cubanos que aun pueden vivir a la sombra del gobierno del que cobran sueldos, y algunos gefes (sic) del Partido Autonomista, hijos legítimos de los antiguos reformistas, enemigos antes como ahora de toda revolución. Si a estos grupos ha de concederse la representación del país, entonces habrá que confesar que el país no quiere la revolución. Pero sabe también el Partido Revolucionario Cubano que aun hay en en Cuba una juventud inteligente y vigorosa que glorifica nuestros héroes; que aún quedan gefes (sic) de la pasada guerra que rechazan empleos y honores del gobierno, porque aún se consideran como ciudadanos de la República de Cuba; que hay aún ciudades legendarias en cuyos salones se cuelga y venera el retrato del héroe de Jimaguayú. El Partido Revolucionario Cubano sabe que ésta y no aquélla es la verdadera representación del país cubano: y con éstos cuenta, y con éstos ha de trabajar, el Partido Revolucionario Cubano.

El partido fundado en Cuba por cubanos cuyas intenciones no quiero discutir, para conseguir por la paz lo que no es dable conseguir sino por la guerra, se ha gastado. En vano ha pedido, en vano ha llorado, en vano ha implorado de rodillas, en vano ha dicho y repetido en todos los tonos que lo sacrifica todo por la paz. Sus gestiones han sido infructuosas. Ya no le queda más que un medio, y lo está usando y lo está gastando: de la súplica ha pasado a la amenaza: “dadnos, le dice a España, las reformas que pedimos, o nos disolvemos, y dejamos que el país vaya a la guerra”.

Nosotros sabemos que esas amenazas nada significan; pero la amenaza está lanzada, la promesa está hecha, el país está cansado de amenazas y de promesas que no se cumplen. Ya el partido de adentro está gastado; acá está pues el partido que ha de hacer buena la amenaza.

Para redimir las promesas no cumplidas está aquí, con el arma al brazo, el Partido Revolucionario Cubano.


Tomado de Suplemento al No.7 de Patria, New York, 23 de abril de 1892, p.1.

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