Los pueblos no deben olvidar. Pueden los gobiernos, para quienes las más de las veces la justicia es arma al servicio de sus pasiones, dejar impunes los atropellos más tremendos a la humanidad y al derecho; pero la conciencia pública cuando al cabo se erige en tribunal reparador, debe imponer estigma indeleble sobre las frentes de cuantos han tenido sus manos en sangre de víctimas. La indignación de un pueblo abruma; y pesa en ocasiones más que la cadena del galeote.
Es hermoso en todo tiempo decir la verdad y santificar la inocencia; pero lo es más cuando se da con ello ejemplo, para que comiencen a referir al mundo los dolores sin medida y las injurias sin tamaño y sin nombre que cayeron sobre el pueblo cubano, y que aún llenan de secreto horror los corazones, así en la choza del campesino, en medio de los bosques, como en el hogar del habitante de las ciudades.