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Santo Sepulcro de la iglesia de La Merced

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Santo Sepulcro de la iglesia de La Merced

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De la ciudad legendaria, apegada a sus singulares tradiciones y esencialmente devota en el credo católico que nos dieran nuestros antepasados, Camagüey tiene justa fama; que se afianza en los altos valores espirituales de sus costumbres transmitidas, como preciado legado, de generación en generación; y que tiene el más genuino exponente de fervor en los múltiples templos que se realzan majestuosas entre la población, unas como reliquias valiosísimas de un antaño señero que proyecta su grandeza con lustre permanente sobre el futuro, y otros como mensaje del presente que dirá al porvenir la sucesión devotriz (sic) que ha sido y es blasón de orgullo para habitantes lugareños.

Entre esos templos que brindan propicio recinto para la oración y penitencia de grandes núcleos de un fervoroso pueblo, sobresale por su amplitud, por la riqueza de su estilo arquitectónico, por las sacras joyas de arte que guarda y, especialmente, por su construcción singularísima —que lo hace único en Cuba—, el templo de Nuestra Señora de la Merced, con convento anexo, en el corazón mismo de la ciudad, teniendo su frente a la plaza de Charles A. Danna, a un costado la calle de Estrada Palma —una de las principales vías comerciales camagüeyanas— y, por el Fondo, la calle de Lope Recio.

Una de las imágenes que acompaña la publicación original.

El Convento de la Merced, que se fundó el 14 de julio de 1601, debiendo su nombre a la Comunidad Mercedaria que lo habitaba —numerosísima a fines del siglo XVIII e integrada en su casi totalidad por hijos de Puerto Príncipe (nombre colonial de Camagüey)—, tuvo la construcción que hoy es símbolo augusto de la devoción de nuestro pueblo, en 1742, año en que fueron levantados la iglesia y el convento anexo, por deseo del religioso de la propia orden mercedaria Manuel Agüero y Varona, principeño nobilísimo que costeó la obra en su totalidad, donando así el tesoro que ella representa a la belleza de su terruño.

Durante varias décadas, de propios y extraños ha sido motivo de admiración emocionada este templo que, desde su amplio pórtico, presenta de (ilegible) una de las más imponentes naves centrales entre (ilegible) las más regias iglesias cubanas, destacándose al final, la áurea belleza de un soberbio altar mayor, en un espacioso presbiterio, a uno de cuyos lados, se guarda la joya sacra más valiosa de nuestra devoción el Santo Seoulcro.

De 1762, año en que los principeños se distinguieron con caracteres sobresalientes en las páginas de la historia de Cuba, al luchar denodadamente, en La Habana, contra los ingleses que imponían su dominación, y en el terruño —su amado Puerto Príncipe—, no reconociendo esa dominación británica y sí el gobierno de España; data esta obra maestra de orfebrería religiosa, debida a la iniciativa y donación generosa de un gran hijo de esta tierra, Manuel de la Virgen Agüero y Agüero —sobrino del inspirador de la construcción el templo y convento de la Merced—, al hacer su ingreso en la Orden Mercedaria y en el propio convento.

La historia de devoción que es paralela a este Santo Sepulcro, se inicia con la donación de su ascendente a veintitrés mil pesos fuertes hecha por Manuel de la Virgen Agüero y Agüero, para la construcción de dicha joya —aún no superada en Cuba— así como la de un trono para la Virgen, en aquel templo de su reclusión.

Para cumplir con realce el deseo del donante, fue traído de México, el artífice Juan Benítez que desenvolvió los trabajos en el patio del convento, con la singular característica de desarrollarlos a la vista del público, lo cual determinó que fueran muchas las donaciones que se sumaron al “caldo” metálico, al arrojar a él los curiosos y creyentes monedas y prendas de todas clases, que aumentaron considerablemente el valor de la obra, sin que pudiera determinarse, en virtud de tal circunstancia, su costo exacto

Terminados el Santo Sepulcro y el trono de la Virgen, quedaron como propiedad de la familia Agüero, que los conservó por varias generaciones, corriendo con su custodia residencia de la calle San Ramón —hoy Enrique José (norte)— próximo a Astilleros —actualmente Aurelia Castillo—; casa que como reliquia de un pasado inolvidable aún se conserva en su estructura colonial.

Otra de las páginas de la Revista del Camagüey Tennis Club. Nótese la calidad de la fotografía y de la impresión.

Dada la proximidad de este lugar con el templo de la Merced, la familia Agüero, en aquel entonces, cuando se acercaba la Semana Santa, ordenaba el traslado, con carácter de préstamo, de las sacras joyas de su patrimonio, a la iglesia en que, como religiosos, se albergaron sus mayores, a fin de que prestaran realce a las solemnidades de esa conmemoración, tras la cual, Santo Sepulcro y trono, volvían a su punto de destino, pasando la Plaza de la Merced (hoy Charles A. Danna) y el callejón de Mojarrieta, cuyos pocos metros conducen directamente a la esquina de San Ramón y Astilleros.

Y, la costumbre se mantuvo inmutable aún a través de los largos sesenta años que duró un pleito judicial en el cual se discutieron la posesión y custodia de las joyas, las cuales finalmente quedaron en posesión del Convento de la Merced; el Santo Sepulcro hasta nuestros días y el trono de la Virgen, hasta 1906 en que, por un incendio de origen no diafanizado, el altar ardió y el trono ya citado quedó destruido. Pero sólo faltó esta joya por tres años de la iglesia mercedaria, ya que un nuevo trono fue donado, en 1909, por esa gran benefactora e inolvidable devota que fue Dolores Betancourt Agramonte, a un costo de diez y seis mil a veinte mil pesos.

Aunque la orden Mercedaria quedó extinguida en Puerto Príncipe, con el fallecimiento del Padre Felipe de la Cerda —nativo de esta ciudad— en 1891, una sucesión carmelitana temó la rección del convento y de la iglesia, siguiendo dignamente la obra de sus antecesores y brindando a lo fervorosa sociedad camagüeyana, duran te las últimas décadas, toda la solemnidad que antoño fue característica en las celebraciones del bicentenario templo, y estimulando los más genuinas tradiciones vinculadas al convento con acendrado amor

Y, en virtud de ello, cada año, al atardecer del Viernes Santo, parte del templo de La Merced la más grandiosa y extraordinaria de todas las peregrinaciones católicas que se efectúan en Camagüey, dentro de la Semana Mayor: el Santo Entierro, con el plateado sepulcro que es símbolo genuino de la fe que abriga el alma lugareña, para recorrer las principales calles de la ciudad, en piadosa oración.

Imponente es el espectáculo de devoción que marca a su paso el Santo Sepulcro. Llevado en andas por cargadores del pueblo que a virtud de tradición de familias —recibida de generación en generación como preciadísima herencia, llegando a constituir ellos, de hecho, una orden— marcha a un paso rítmico, que subraya, con tintineos argentados, las numerosas campanitas que exornan el sagrado sarcófago.

Entre nutridas filas de curiosos y fieles que colman te talmente las aceras de las cc les del recorrido y seguido en su marcha por enormes multitudes y, entre ellas, o prudencial distancia, la imagen de la Virgen de los Dolores (ilegible) el Sacro Entierro, en eso noche del Viernes Santa, va desde el templo de la Merced hasta la Santa Iglesia Catedral, donde la sepulcral joya llevando el Divino Cadáver se queda, con gran parte de los fieles que acompañan la peregrinación, continuando el resto de los devotos, con la Madre Dolorosa, hasta el punto de partida.

Completando la conmemoración de las estampas de Ia Semana Mayor —que subrayada tónica de fervor tienen en este Camagüey Legendario—, el Domingo de Gloria y de Resurrección, a las primeras horas de la mañana el Santo Sepulcro sale nuevamente en procesión, esta vez del templo en que ha permanecido desde el Viernes Santo —la Catedral— y llevando encima la imagen del Cristo Resucitado. Al propio tiempo Nuestra Señora de los Dolores abandona la iglesia de la Merced para seguir un recorrido que permita a ambas, momentos después, hallarse frente a frente, es el Santo Encuentro, que todos los devotos, cada año, aguardan, en tan señalado día, con expectación

Reunidos ya, Madre e Hijo, las dos procesiones se refunden en una que prosigue su marcha, con ambas imágenes hasta el templo de la Merced, donde se restituye el Santo Sepulcro al lugar donde se venera, junto al presbiterio de esa iglesia.

Constituyendo la valioso joya religiosa más que un tesoro del templo mercedario, una reliquia artística patrimonio de Camagüey, porque fue un hijo de esta tierra el que lo legó, cuando la acción del tiempo se dejó sentir en el Santo Sepulcro y al paso de tantas y tantas procesiones del Viernes Santo y del Domingo de Resurrección la mayoría de sus campanitas se fueron desprendiendo —al quebrarse los argollitas que las sostenían— y perdiéndose, resultó el pueblo de Camagüey quien reclamó y quien hizo posible su restauración.

Hace pocos años, se precisaba esta restauración y haciéndose eco del sentir popular, uno de los más fervientes devotos del Santo Sepulcro, el señor Antonio Comas Arredondo, inició una colecta en la cual cada fiel donaba el precio de una campanita. Muy pronto se allegaron los fondos necesarios; y fue encargada la señora Zayas Bazán de Díaz Socarrás, aprovechando un viaje que hiciera a México, el contratar la confección de dichas campanitas, en cuya gestión, otra gran camagüeyana, la señora Emilita Castillo de Villaseñor, residente en la capital del hermano país, desplegó sus buenos oficios, lográndose que en la fundición se empleara la mejor aleación para la más grata sonoridad y, a la vez, para que el terminado de cada campana respondiera a las exigencias necesarias. Terminado el trabajo, el distinguido conterráneo Alfredo Correoso Quesada, aprovechando también un viaje a México, hizo posible el traslado de las doscientas veinticinco campanitas ordenadas. Una vez en Camagüey las mismas, se procedió a su colocación, mediante el empleo de unas argollas de plata más gruesas; y, paralelamente, al reforzamiento total de la joya, en la que se cifra una vastísima veneración

Última cuartilla de esta crónica en la Revista del Camagüey Tennis Club. Resulta muy coherente esa inserción publicitaria con las últimas líneas del texto.

El Santo Sepulcro, cuya posesión es un timbre de orgullo paro Camagüey y motivo de realce indiscutible para lo conmemoración de la Semana Sonta en esta ciudad esencialmente católica y de rancias tradiciones de fe, constituye una joya religiosa que cuenta con infinitas devociones dentro de la sociedad camagüeyana y que atrae o lo ciudad, durante la Semana Mayor, numerosos visitantes prestos o admirarla en los días en que ella centraliza lo atención fervorosa de todo el pueblo.

Aunque estas páginas ofrecen un complemento gráfico adecuado o la información, si usted reside en otra ciudad y no ha visto el Santo Sepulcro y la iglesia que lo guarda; cuando pase por Camagüey, hágalo pensando en una escala que le permita visitar el templo de la Merced, y si a su devoción cristiana quiere ofrecerle un profundo y espiritual regocijo, vaya combinando sus planes futuros de manera que la venidero Semana Santa, usted y los suyos sean huéspedes nuestros.

Tomado de un ejemplar sin fecha de la Revista del Camagüey Tennis Club, pp.6-10.
El Camagüey agradece a Diango Esquivel Andino y Ariadna Ramos Loucraft la posibilidad de publicar este texto.

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