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Epístola (De El diario que a diario)

Epístola (De El diario que a diario)

Al poeta Eliseo Diego

    Estos viejos papeles que te envío,
    esta tinta pretérita, Eliseo,
    ¿no moverán tu cólera o tu hastío?

    Como un arroyo fácil, mi deseo
    fue que tan simple historia discurriera
    a tu lado fugaz. Pero ahora veo

    que el arroyo ha inundado la pradera
    y que tapando sendas y breñales
    al Tínima recuerda en primavera[1].

    Con chicotes tremendos, con puñales
    exigen voceando mis lectores
    que me vaya a otro sitio a mear pañales.

    Juro por los sinsontes y las flores
    que en aquesta ocasión no he pretendido
    provocar con mi verso tus furores.

   Torpeza y no maldad más bien ha sido.
   Mira tú cómo a veces un disparo
   medido, bien medido, ultramedido,

   al no dar en el blanco da en el claro,
   lo que quiere decir que se va al viento,
   hecho por lo demás que en mí no es raro.

   Al trote femoral de mi jumento
   regreso pues sobre mis propias huellas
   hasta dejarlo al fin libre y contento

   en campos de zafir paciendo estrellas,
   (como Luis el de Góngora decía)
   para (me digo yo) eructar centellas.

   Te entrego mi poema. Algarabía
   en lengua de piratas y bozales
   donde de todo material había:

   No sólo los Urrutias y González,
   los ya Rojas y Alonsos, los Angulos,
   y en fin otros diversos animales,

   sino los tristes que ponían sus culos
   a que aquellos señores los patearan
   con patas no de gentes, mas de mulos.

   ¡Con qué lágrimas duras no lloraran!
   ¡Con qué voz tan sangrienta no pidieran!
   ¡Con qué puños tan altos no se alzaran!

   ¡Cuántos miles y miles no cayeran!
   ¡Oh Reino de la Muerte, tiempo’España,
   charcos de sangre tus provincias eran!

   Luego el castrón del Tío, cuya maña
   usual en sus atracos de usurero
   ni al sobrino más fiel turba o engaña,

   salvo si el tal sobrino es un madero.
   Y maderos tuvimos, es el caso,
   a cual más intrigante y bandolero,

   y a quienes hubo que cortar el paso
   para abrirnos el nuestro hacia adelante
   como el pueblo acostumbra: de un trancazo.

   Dixi, buen Eliseo, ya es bastante.
   Perdona alguna rima mal situada
   y tenme por tu amigo el más constante.
   (Tú dirás: —Gracias, viejo. Yo: —De nada.)


    [1] El Tínima no llega a un mal riacho, mas si le llueve, es un riacho macho.

     El diario que a diario. La Habana, Ediciones Unión, 1972.

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