Desde su creación, la tienda El Encanto ha sido uno de los referentes más importantes dentro de los establecimientos comerciales de la ciudad de Camagüey. Surgió como una sucursal de la prestigiosa cadena de tiendas por departamentos del mismo nombre radicada en La Habana, que ya por los años 1940 se había consolidado como símbolo de elegancia y exclusividad.
El inmueble camagüeyano adquirió casi inmediatamente gran fama dentro y fuera de la urbe tanto por la calidad y variedad de sus servicios como por el impacto de su arquitectura insertada en el centro histórico. Solís, Entrialgo y Compañía S.A., su arrendataria, designó al arquitecto René Ramiro Campi y Rodríguez para el diseño, quien debió utilizar las estructuras existentes de tres antiguas casas coloniales. En 1951 fue presentado el proyecto y las obras constructivas terminarían en 1954.
Para el exterior se escogió una imagen muy cercana al estilo streamline moderne. Aprovechando su privilegiada posición, la esquina fue moldeada con un volumen curvo para darle continuidad a las fachadas de proporciones achatadas, solución que le confirió al objeto arquitectónico un marcado dinamismo horizontal y aerodinámico, acentuado por el gran alero corrido y también por las ornamentales bandas estriadas; las mismas, junto al chaflán curvo y los detalles decorativos en forma de diamante que jerarquizan las entradas por ambas calles, constituyen reminiscencias de los recursos visuales empleados en la tienda matriz habanera.
El dinamismo horizontal es cortado por momentos con la pronunciada verticalidad de los dos accesos y también por una especie de aleta cercana a la esquina, elementos que refuerzan la estética streamline.
Si bien los recursos mencionados tuvieron un mayor auge en décadas anteriores, podemos decir que esta tienda fue un edificio de vanguardia para Camagüey, pues en ese momento predominaban en la zona los edificios eclécticos y art déco, de expresión vertical y decorativista, junto a antiguas construcciones coloniales.
La fachada lateral (calle General Gómez) en 2011.
Diango Esquivel.
En la expresión formal del inmueble adquirió mayor protagonismo la volumetría simple y los componentes inherentes de la construcción: los muros lisos continuos interactúan con los aleros y las vidrieras que además de exhibir los productos a la venta aportan al cuerpo superior la ilusión de flotar en el aire, características más acordes a la arquitectura racionalista europea. La simpleza decorativa no fue casual sino estuvo condicionada por la incidencia del movimiento moderno, corriente arquitectónica que se había establecido definitivamente en La Habana a finales de la década del cuarenta y comenzaba a florecer en Camagüey entrados los cincuenta.
Detalle del segundo nivel de la fachada principal (calle Maceo) de la tienda El Encanto, tal como lucía en 2015.
Diango Esquivel.
Dicha modernidad se hace aún más visible en su interior; desarrollado en dos niveles, en él nada es superfluo, innecesario. La planta baja resalta como un gran espacio continuo interrumpido solamente por las columnas de fuste circular liso y los exhibidores de la zona central. Las funciones se organizan a partir de mostradores y entrantes de diferentes formas que enmarcan todo el perímetro y virtualmente delimitan los diferentes departamentos. A esta configuración se sumó un falso techo desarrollado a diferentes niveles para ocultar los equipos de clima y a la vez darle mayor atractivo visual al salón.
El interior se vio muy afectado por un lamentable incendio en 2008, donde gran parte de sus componentes originales se destruyeron. Por fortuna, las acciones de recuperación comenzaron de inmediato a partir de un proyecto de rehabilitación dirigido por el arquitecto Osmar Vasallo Cañizares, quien al frente de un equipo multidisciplinario y en estrecha colaboración con el grupo Docomomo-Camagüey, trató de respetar lo mejor posible la imagen original del inmueble.
En la intervención las fachadas no sufrieron cambios sustanciales, aunque no pudo restituirse la vidriera curva de la esquina sustituida por bloques de vidrio presumiblemente en la década de 1990. Los cambios fueron más significativos en el interior, los antiguos elementos divisorios de madera fueron sustituidos por paneles ligeros de propiedades ignífugas, respetando la forma de los nichos perimetrales, mientras que el falso techo se reinterpretó para adaptarse a las exigencias de los equipos de climatización. Como un aporte funcional, se logró independizar los accesos de las zonas administrativa y comercial, aspecto no considerado en el proyecto original.
Gracias a la conciencia de los profesionales que actuaron en la rehabilitación, la tienda fue renovada respetuosamente y adaptada a las condiciones funcionales y técnicas actuales, manteniendo así su integridad como uno de los edificios que marcan un punto significativo en la evolución constructiva del centro histórico y de la ciudad.
Así era visto El Encanto en los años cincuenta.
Un encanto más en El Encanto
La tienda por departamentos El Encanto era la más grande y famosa de Cuba. Su casa principal radicaba en La Habana, en San Rafael y Galiano, y tenía sucursales también en Santiago de Cuba, Holguín, Cienfuegos, Varadero y Santa Clara. Según cifras de 1958, llegó a emplear unas mil personas, de ellas 300 en las oficinas centrales.
Los principales ejecutivos de la firma eran de origen asturiano y puede afirmarse que éstos llevaron a España el esquema organizativo y la imagen de la tienda moderna por departamentos. Tanto es así, que a partir de El Encanto surgieron los dos grandes almacenes más importantes de ese país: Galerías Preciados —fundado por el antiguo ejecutivo de El Encanto, José, Pepín, Fernández Rodríguez— y El Corte Inglés, fundado por César Rodríguez González y su sobrino Ramón Areces Rodríguez, el primero gerente de El Encanto en La Habana, el segundo, a su vez, comenzó a trabajar como aprendiz en la tienda habanera en 1919, año de su arribo a Cuba.
Lamentablemente no tenemos otras fotos que muestren lo que era El Encanto en Camagüey; sin embargo, estas imágenes, facilitadas a El Camagüey por Diango Esquivel y por Pável García, permiten suponer cómo sería todo aquí.
El Encanto, en San Rafael y Galiano, tal como lucía en los años cincuenta.
Edificio que ocupaba en París, según una imagen aparecida en la revista Social en 1924.
Christian Dior en La Habana, pues El Encanto comercializaba sus creaciones.
Muchos venían desde los Estados Unidos a comprar productos franceses.
La modernidad en su esencia misma.
Bolsa para las compras.
La elegancia como un valor.
Todo cuesta menos de lo que usted piensa...
¡Tomemos té!
También en las fiestas.
La Navidad de 1953.
¿Le muestro algo, señorita?
Un bello mantel...
...y una cena deliciosa.
¡La mejor desde los años veinte!
¡Por supuesto!
Comentarios
Lourdes Fernandez
4 añosUna mezcla de nostalgia y orgullo a la vez al leer esta maravillosa publicación. Gracias ❤❤
Pável Alberto García
4 añosPermítanme a los posibles interesados recomendarles esta novela sobre El Encanto, una historia de amor entrelazada con la historia de la tienda: https://www.planetadelibros.com/libro-el-encanto/246164
María Antonia Borroto
4 años@Pável Alberto García Gracias por la sugerencia, ya la estoy leyendo. Y descubro, casi en las páginas iniciales, este sugestivo párrafo: "Y sí, la mayoría de los compradores eran gente acomodada, pero también había personas corrientes y molientes habían entrado a pasar el rato. Ése fue el momento en el que me di cuenta: ya fueran ricos, pobres, hombres, mujeres, jóvenes o ancianos, sólo por el hecho de de haber franqueado la puerta de El Encanto todos tenían algo en común: el brillo en los ojos lucen los niños en la mañana de Navidad. El Encanto no necesitaba electricidad, las sonrisas de los clientes podrían haber iluminado la tienda entera. Ilusión en estado puro". (Susana López Rubio: El Encanto. Espasa Libros, S.L.U., Madrid, 2018, p.51.)
María Antonia Borroto
4 añosSi algo me llama la atención del texto y de la manera en que es descrito el edificio construido para El Encanto en la propia década del 50, es su modernidad. Nótese que en el suelto propagandístico aparece la mención del asombro por la existencia del enclave en la ciudad, y que, sin embargo, para la "culta sociedad camagüeyana" no había sorpresa alguna, pues éste era signo de cultura y de espíritu de progreso. Convengamos en que ello contrasta con la imagen que hemos heredado de lo camagüeyano, visto sobre todo en su aliento conservador, quietista... El Camagüey tiene precisamente entre sus objetivos mostrar que, sin demeritar para nada los valores heredados del siglo XIX, sobre todo en la arquitectura, "lo camagüeyano" se continuó perfilando. Habría que analizar, incluso (y en ello los especialistas podrían ayudarnos mucho) cuanto de lo que los neófitos creemos muy siglo XIX es, en realidad, resultado de intervenciones posteriores.
Diango Esquivel
4 años@María Antonia Borroto muy interesante su acotación. Si algo nos revela la arquitectura de Camagüey es eso: que la ciudad por diversos factores siempre estuvo en una renovación constante, con una mayor celeridad en el siglo XX. Esta arquitectura demuestra que sus habitantes no estuvieron de espaldas al progreso.
María Antonia Borroto
4 añosSería interesante también apreciar las repecursiones de las sucursales de El Encanto en cada una de las ciudades donde fueron edificadas y cuánto de específico podría tener el enclave camagüeyano. Yo, que creo haberlas conocido todas (menos la sede habanera, por supuesto), tengo la impresión de que la de Camagüey tiene una ubicación privilegiada y, tal vez, una admirable complejidad estructural. Es apenas una idea al vuelo, que espero los especialistas me perdonen. Y, que conste, no es fanatismo ni regionalismo lo que me alienta, apenas una observación puramente empírica. Es más, me encantaría ahora mismo corroborar mi hipótesis, pues eso implicaría volver a Varadero (ah, Varadero...), Santa Clara, Cienfuegos, Holguín y Santiago. ¡Cómo me gustaría poder comparar en detalle tales edificios! Ustedes me entienden, yo sé que sí...
María Antonia Borroto
4 añosY otra cuestión interesantísima es la repercusión de El Encanto en la cultura. Hace un tiempito trajimos aquí lo relacionado con el premio Justo de Lara, auspiciado por esta tienda (pues el único periodista del "interior" que lo obtuvo fue Luis Pichardo Loret de Mola, un camagüeyano). Ese es un aspecto, mas hay otro que me parece esencial: el certísimo hecho (que también es cultural) de una suerte de ética comercial que debe haber alentado a la cadena de tiendas y permitido su preponderancia en Cuba. Es cierto que el origen de los empresarios es español, mas El Encanto era muy cubano y logró tener una fisonomía muy propia frente a la competencia con los Ten Cents, Sears y otras tantísimas tiendas de la época, cubanas o no. Eso es curioso, y nos demuestra que nunca, en un empeño de esta naturaleza, se trata de "vender y ya": debe aspirarse a mucho más, algo que muchos emprendedores cubanos casi nunca tienen en cuenta en la actualidad.
María Antonia Borroto
4 añosMientras preparaba este texto, recordé la obra "El encuentro", del Teatro de Títeres La Salamandra, que disfruté a muchísimo en el Festival de Teatro del 2018, aquí en Camagüey. El hallazgo de una maleta perteneciente a una anciana les permite a Ederlys Rodríguez Pérez y Mario Cárdenas Cancio recrear la historia de la tienda. Fue una obra (según lo que recuerdo, pues la vi en 2018) no solo nostálgica, sino que abordaba muchos aspectos de los cincuenta. La disfruté muchísimo y hasta agradecí un aguacero fenomenal que, al no dejarme salir de la salita en cuanto terminó la puesta (fue en la pequeña sede de La Andariega, en Independencia, donde la vi), me permitió conversar con la actriz. Recuerdo que con recursos mínimos lograban un verdadero viaje en el tiempo. Acabo de descubrir, gracias a San Google, que la obra obtuvo el Premio Villanueva de la Crítica en el 2018 y dos textos relacionados con la puesta que vi: uno de Roberto Pérez León (https://bit.ly/3vy4ktH) y otro de Omar Valiño (https://bit.ly/3gIEgrv). Coincido plenamente con este párrafo de Omar Valiño, que expresa la emoción que yo misma experimenté: "Mediante la evocación de la única actriz presente en escena, desfilan ante los espectadores perfumes, confituras, aromas, sonidos, susurros, murmullos, roce de telas, cortes de tijeras… Ederlis Rodríguez no encarna un personaje, se comporta como una hacedora, una performer que ejecuta acciones para darnos a conocer la bullente vida del conglomerado de departamentos. Tampoco hay exactamente una historia en un orden narrativo, sino golpes a la manera de los eslóganes de antaño, pequeñas células de acción hilvanadas, constituidas en recurso que redobla la expresión comercial del contenido que se describe y recrea. En medio, una mesa, el radio y el álbum a favor de una ardorosa dinámica titiritera de la que brotan imágenes constantes."
María Antonia Borroto
4 añosY por esos misterios suyos, se activan otros recuerdos: Sergio, en Memorias del subdesarrollo, dice en algún momento que tras la quema de El Encanto, La Habana parece una ciudad de provincias. Y es cierto que en esa esquina habanera, incluso quienes nacimos después, sentimos que falta algo.
Pável Alberto García
4 años¿Y que me dicen del TEN CENTS, luego convertido en Coppelia? Creo que esa es otra joya menospreciada. ¿Habrá fotos de su interior antes de ser transformado?
María Antonia Borroto
4 años@Pável Alberto García Efectivamente, ¡tremendo edificio! Algo me pareció ver allí mismo de su historia, pero no puedo estar segura, pues hace siglos que no entro, y en estos momentos, está prohibido caminar tanto por Independencia como por Maceo. Buscaremos, preguntaremos: algo aparecerá.
Diango Esquivel
4 años@Pável Alberto García no he tenido la oportunidad de ver alguna foto del Tent Cent (perteneciente a la cadena de tiendas F. W. Woolworth), aunque sí vi el proyecto que se encuentra en el fondo Ayuntamiento del Archivo Histórico Provincial. Al parecer, no tuvo una arquitectura relevante, con una fachada muy simple y un gran espacio interior único para ubicar los distintos departamentos. Creo que sus exteriores se mejoraron un tanto con la remodelación que tuvo en los años 1970. Desde mi punto de vista, este edificio posee un mayor valor nostálgico que arquitectónico. Saludos cordiales.
María Antonia Borroto
4 años@Diango Esquivel ¡Qué interesante! Es un caso curioso, en que la intervención posterior mejora lo que previamente existía. Al menos nuestro Ten Cents corrió mejor suerte que el de la calle Obispo, en La Habana.
Pável Alberto García
4 años@Diango Esquivel Si, tiene razón, puedeser más nostalgica la cosa que sus valores en si. Recuerdo haber visto solo una foto del exterior. Le voy a preguntar a dos amigos a ver que recuerdan de cuando era el Ten Cents. Nunca he visitado la segunda planta, pues si mal no recuerdo estuvo muchos años cerrada al público. Saludos.
María Antonia Borroto
4 añosRespecto a las tiendas hay otra faceta muy interesante, y que tiene que ver con la mujer, no tanto con el hecho de que, según dicen, a nosotras nos encante ir de tiendas... Pero, no, reitero, no es sólo eso: pensemos que las tiendas fueron de los primeros espacios laborales con preponderancia femenina. Recuerdo que en sus textos de los años 30, Mariblanca Sabas Alomá menciona varias veces a las trabajadoras de los Ten Cents habaneros y sus batallas por la reivindicación de sus derechos laborales. Esa es otra faceta de la historia, la que conecta a sus trabajadoras con el feminismo y con las luchas sindicales, que convendría también explorar.
María Antonia Borroto
4 añosSobre El Encanto: me quedé fascinada con textos de Renée Méndez Capote, esposa de uno de los directivos, referidos a sus viajes a Europa. Renée, quien hablaba francés con una fluidez tal que la tomaban por parisina, compraba vestidos de "haute couture" que luego las modistas de El Encanto usaban como prototipos, transformaban... y vendían como franceses. Así mismo. No todo era importado, amigos míos, aunque conservaba una calidad y un buen gusto en los diseños, que podía pasar por tal. El Salón Francés de El Encanto estuvo dirigido durante años por Ana María Borrero, hija de Esteban Borrero, quien firmaba como Henriette la sección "El arte de la moda" de la revista Social.
Romel Hijarrubia Zell
4 añosOtra tienda de asturianos, que ese fue el origen, fue Los Reyes Magos de Galiano, frente al Ten Cent. Por cierto, uno de los hijos del dueño se quedó en Cuba, fue un destacado proctólogo del Calixto García y hombre de letras, Oscar García, Vicerrector de la UH, Rector del ISRI y buena persona, ya fallecido. R.
María Antonia Borroto
4 años@Romel H. Zell Y en la novela "El Encanto", Susana López Rubio afirma que Fin de siglo también era de españoles, no recuerdo exactamente de qué lugar de España. Allí se habla de esa zona como de la Esquina del Pecado... No deja de ser simpático: las mujeres pecaban mirando vidrieras, y los hombres contemplándolas a ellas. No sé si realmente tendría ese apelativo, ni en que años sería eso. La novela comienza con la inauguración de la nueva sede de El Encanto.
María Antonia Borroto
2 añosEncontré esta reseña de Rafael Suárez Solís a propósito del premio Justo de Lara en el año en que le fuera conferido a Pablo de la Torriente Brau. La comparto porque redondea muy bien el valor de este certamen y de los esfuerzos de tantas instituciones durante los primeros sesenta años del siglo XX en aras de la difusión de la cultura. "No sabríamos decir —pronosticar— en qué momento la vida cubana cuajará dignamente en política, arte, ciencia, literatura, religión… Pero nos atrevemos a admitir que ocurrirá pronto y de una manera fulminante. Y ello porque, atentos a ciertos síntomas evidentes, nos percatamos de que la espontaneidad no habrá de ser lo que explique los hechos a los distraídos asombrados. Nada nace por generación espontánea, pero pocos son los que oyen crecer la hierba. Y la hierba del futuro exuberante está creciendo al compás de ese ruido como de vegetal en desarrollo que será en un próximo futuro la alfombra de un mullido social en que discurra la cultura cubana en sus pacíficos debates políticos, artísticos, científicos, religiosos y literarios. Grecia otra vez —seamos optimistas— en el clima filosófico propicio. Esto se dice —repetimos— en la presencia de síntomas gratos a un buen diagnóstico sanitario. Aquella desfachatez, aquella chabacanería que era, en el ayer inmediato, como una especie de orgullo para toda suerte de osadías disparadas contra el éxito, no pasaba de ser un desparpajo a lomos del axioma incivil. “Fortuna te dé Dios, hijo, que saber no vale”. Se ha cambiado de modos, y se entra en la moda de conducirse como recomienda la historia de las glorias humanas. Si todavía se vive de la improvisación, de la mala fe y el arribismo, maestros únicos hasta hoy de la ciudadanía, ya se nota en todos el nacimiento de un pudor que, por lo menos, esconde la falacia detrás de una máscara virtuosa. El cubano se atreve cada vez menos a enfrentarse con la vida arremetiendo con la proa petulante del pecho, y cuida de ofrecer la garantía fiduciaria de la frente. Se procura introducir las palabras en el mercado de los programas haciéndolas sonar para que se las acepte por su timbre ideológico. No vale la denuncia de los suspicaces. Ya es mucho que los hombres se adviertan en el estudio de los nobles proyectos. Por lo tanto, eso obliga al estudio, y en el saber se acostumbra la conciencia a avergonzarse de los triunfos debidos a la ignorancia. Y un día, de repente, todos se encontrarán comprometidos hasta el extremo de serles necesaria la buena conducta, a imitación del prójimo. "Tal vez nos excedimos en prolongar por lo largo una noticia cuya reseña nos proponíamos darle el tamaño de una nota. Bien está, sin embargo, destacarla. Por lo pronto, tiene ya las dimensiones de tres casos periódicos; y esto, sobre la bondad proyectista, supone aquí esa virtud de perseverancia —y en la perseverancia de honestidad— que también constituía en la ausencia uno de los motivos del fracaso de la nación. "Nos estamos refiriendo al tercer otorgamiento del Premio Justo de Lara, establecido, sufragado y festejado por la sociedad mercantil “El Encanto”. Y cometeríamos una insensata liviandad si supusiéramos un grano de intención propagandística en esos comerciantes, denunciándolos de querer mostrarse generosos en provecho propio. Sus ricos medios de publicidad y su derroche en ese renglón empresario no iban a ganar halagando a un “poder” que no ha de extremar sus simpatías por favor más o menos. En cambio, cabe elogiar ese gesto en lo que puede tener —y tiene indiscutiblemente— de preocupación por problemas de un gusto intelectual limpio de todo industrialismo. A nosotros, trabajadores de la cultura, nos corresponde regocijarnos al ver cómo todas las actividades gratas al bienestar común concurren en un placer desinteresado, y hacen posible una colaboración —que eso supone toda simpatía— de factores sociales, que aunque diversos, y hasta subjetivamente antagónicos, la experiencia exige mantenerlos y estimularlos a todos por igual. ¿Acaso el concepto de lo mercantil no está implícito en todas las relaciones entre los hombres en lo que va de la cosa a la idea y de la necesidad al bienestar? Un comercio de cosas se ve con más respeto cuando lo comparamos dignamente con un comercio de ideas. "Esta vez el premio puso una nota de reconocimiento en la tumba de un escritor recién enterrado. Pablo de la Torriente Brau murió en el campo de batalla peleando por una causa política. El premio no se otorgó, naturalmente, al gesto; sino al talento. Su gesto de apasionado no a todos gustará de igual manera. Pero visto por la faz del sacrificio y de la hombría todos los admirarán del mismo modo. El artículo premiado tiene una nota de emoción que sólo da la inteligencia cuando ama la vida y se enternece ante el dolor. Y cuando el dolor se muestra de una manera artística, como en los cuadros de Gattorno criticados por Pablo de la Torriente, la reacción se produce en forma bella, como se dice en la crónica premiada. "Ése era el hombre, ése su estilo y ése su merecimiento. Y es significativo que “El Encanto” festeje la gloria del periodista muerto poniendo su satisfacción de mecenas intelectual por encima de todas las diferencias de los hombres. Y que pueda decir que, en el cultivo honrado de las más enemigas actividades, todos los hombres somos del mismo barro y del mismo espíritu". Tomado de Revista Cubana, Publicaciones de la Secretaría de Educación. Dirección de Cultura, La Habana, Cuba. Enero-marzo, 1937, Vol. VII, Nos. 19-21, pp.262-265.
María Antonia Borroto
1 añoHoy, leyendo "El valor de la Hispanidad", de Ramiro de Maeztu, recordé este texto. Resulta que analiza, y creo que con acierto, las características del comercio español en Cuba. Mucho de lo que dice en los párrafos que citaré a continuación es aplicable a El Encanto, al menos en sus primeras décadas. "Entre tanto estoy cierto de que la clase más indefensa de la tierra, en punto a buena fama, la constituyen los comerciantes españoles de América. En España no se acuerdan de ellos más que sus familiares, beneficiados por sus giros. "La perfecta compenetración de intereses y de espíritu entre el principal y sus empleados, que caracteriza al sistema comanditario del comercio español en América, y que es el secreto de su éxito, se obtiene mediante la confianza que tiene cada dependiente de que, si muestra actividad e inteligencia en su trabajo, llegará día en que se le interesará en el negocio, y otro en que su mismo principal le ayudará a establecerse por su cuenta, con lo cual le será posible el ascenso a una clase social superior a la suya. El que empieza barriendo una tienda a los trece o catorce años de edad, puede concebir la esperanza de ser dependiente de mostrador antes de los veinte, y habilitado antes de los treinta, y socio industrial antes de los cuarenta, y patrono algo después. En el fondo no se trata sino de la aplicación al comercio del antiguo sistema gremial, con su jerarquía de aprendices, oficiales y maestros, en la que sólo llegaba a la suprema dignidad de su arte quien hubiera producido una obra maestra, sin la cual no se le permitía dar trabajo a otros hombres o desempeñar cargo alguno en el gremio o cofradía de su oficio. Pero entonces se le abrían las dignidades de la ciudad. Si el albañil o carpintero, podía encargarse de la construcción de alguna abadía o catedral, y aún llegar a ser miembro de la real casa, en calidad de maestro de obras del Rey, era porque la Edad Media, que fue una edad cristiana, fundaba sus instituciones en la necesidad que tiene el hombre de que no se le muera la esperanza, virtud que no subsiste tampoco sin la base de la fe y sin el remate de la caridad, pero que se alimentaba con la persuasión de que mejoraría la posición de cada operario, según la excelencia de sus obras, lo que explica, de otra parte, que fueran tan maravillosos los edificios de aquella época. "En el fondo, el principio que anima al comercio español en América es el mismo que constituía la quinta esencia de nuestro Siglo de Oro: la firme creencia en la posibilidad de salvación de todos los hombres de la tierra. Se trata de proveer a cada uno de la coyuntura que le permitan alzar su posición en el mundo." Ese texto y otros del autor están disponibles en Poeticous en este enlace: https://bit.ly/3QYAuwn