Una tardecita —hará como cinco semanas— me telefonearon del Club Atenas que el presidente, señor Thomdike, me citaba al Palacete para que conociera a un señor norteamericano procedente de cierta “librería” de New York.
Automáticamente pensé en alguien que viniera a enamorarme para reeditar mis “Armonías”. Me pareció más bella que nunca la puesta de sol.
Pero, no. Era Mr. Schomburg que había llegado a La Habana de improviso y sin credenciales; ávido de resucitar su castellano nativo, aletargado en lo hondo de la subconsciencia por treinta años de pensar y hablar solamente en inglés.
La “librería” era la New York Public Library, de la que es curador, como ya sabemos. Había olvidado él que, para nuestro español antillano, la librería no es biblioteca, sino tienda donde se venden libros.
Venía por propia iniciativa a procurar manuscritos e impresos de autores negros, o de otros escritores sobre asuntos negros, con que enriquecer su espléndida Colección Schomburg de Literatura y Artes Negras que él cultiva y custodia en aquella biblioteca. Cuando regresó a su patria, a las dos semanas —y también súbitamente— llevaba consigo muchos libros, folletos y manuscritos, y hasta había logrado un ejemplar de Sóngoro Cosongo, cedido a la biblioteca con muchas reservas por el pintor Pastor Argudín, y, como “plus”, obtuvo una copia de El manisero autografiada por Moisés Simons y Rita Montaner.
Su propósito es dar a conocer en los Estados Unidos la vida y el pensamiento del afrocubano, y sus méritos que le parecen muchos. En lo adelante, la Colección Schomburg tendrá una Sección Cubana que el eminente bibliófilo hará familiar al pueblo norteamericano por medio de los periódicos, los catálogos de la biblioteca y conferencias de exégesis que pronunciará acerca de nuestros valores de la raza de color: Maceo, Plácido, Manzano, Poveda, Medina, Morúa, Juan Gualberto Gómez, Boti, Regino Pedroso, Guillén…
Nicolás Guillén, su máximo encanto. Cuando este poeta y yo lo saludamos por primera vez, dijo Schomburg con voz fresca y rotunda: “¡Guillén, usted es la persona que más me «interesco»…!”
Es que, antes de visitar el Club Atenas y de tratar a los prohombres de color, se había relacionado, por afinidades bibliófilas, con varios intelectuales blancos que le envenenaron el gusto con el vivísimo elogio de Guillén.
Escuché aquella preferencia explosiva por Guillén con un humor equívoco, pero sin pestañear.
Pero, además, parece que el visitante es de la cuerda heterodoxa, ya que su admiración por el autor de los Motivos de Son fue creciendo con el conocimiento. Resultado, que el Sóngoro Cosongo se exhibirá, en vitrina y con los cantos dorados, en la calle 135.
Escuché aquella preferencia explosiva por Guillén con un humor equívoco, pero sin pestañear. Algunos días después me valí de mis artes para capturar a Schomburg. Lo conduje solito a mi casa y lo puse en contacto con la colección de las páginas dominicales Ideales de una raza. A la tercera hora de cautiverio se redimió brindándome un huequito en la biblioteca de la calle 135, para mí y para los escritores que colaboran conmigo en el Diario de la Marina.
Quizá fuera porque Guillén figura en aquellas planas dominicales como poeta y como cronista exquisito.
Sea como fuere, lo cierto es que los “Ideales de una raza” están ya en la “Librería” Pública de New York, y que el Mr. Schomburg se propone ofrecerlos a los millares de alumnos de enseñanza superior que en aquella metrópoli estudian castellano.
No me habló de vitrinas ni de cantos dorados, pero hará someter la colección a un tratamiento químico que conserva en buen estado el papel por un siglo. Casi una inmortalidad.
Nuestros artistas de color también serán presentados por Mr. Shomburg al pueblo yanqui. Conoció algunos pintores y escultores y visitó sus talleres. Los introducirá por conducto de la Hammond Foundation, institución animadora de las Bellas Artes, donde él goza también de buen predicamento. Acaso, en lo sucesivo se ofrezca una sala a los afrocubanos en las exposiciones anuales que la fundación organiza para los artistas negros.
En Cuba tiene resonancia ingrata esta agrupación de artistas por razas. No significa, sin embargo, que la separación sea implacable ni uniforme. Hay allí círculos exclusivos de negros como los hay de blancos, pero existen otros donde sólo rige el mérito, sin más miramientos.
Mr. Schomburg es un claro espíritu incapaz de contribuir a un racismo negro ni de rendirse a un racismo blanco. Su ambición es llegar —como nosotros en éste y otros puntos concretos— a la indiferencia étnica.
Pero, aparte del racismo blanco que es normal en la tierra de Mr. Hoover, el “New Negro” norteamericano viene realizando una obra de conjunto —un “teamwork”— para consolidar a su raza y demostrar su eficiencia, que le ha dado el crédito intelectual y artístico que todos le reconocemos.
En otro artículo habrá que ahondar un tanto en este empeño social, y que considerar la obra de este señor Arturo Alfonso Schomburg, “coloreado” y puertorriqueño, a quien no le hubiera valido solo coleccionar libros raros para llegar a prócer de la intelectualidad norteamericana.
El sentido y el provecho de labor mental tienen mucho que ver con el arraigo de su prestigio.
5 de noviembre de 1932
Así lucía la principal sala de lectura de la Biblioteca Pública de New York en los años veinte del siglo XX.
Tomado de La cuestión racial en Cuba. Pensamiento y periodismo de Gustavo E. Urrutia. Compilación de Tomás Fernández Robaina. La Habana, Editorial José Martí, 2018, pp.130-132.