El documental La Habana de Fito, de Juan (Pin) Vilar, fue exhibido el 10 de junio de 2023 sin el consentimiento del realizador ni del productor en el programa de televisión Espectador crítico, que conduce Magda Resik. A continuación, en orden cronológico, incluimos parte de lo publicado al respecto por los implicados y por cineastas e intelectuales cubanos.
Caso La Habana de Fito (4)
1Caso La Habana de Fito (4)
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Asamblea de Cineastas Cubanos, 26 de junio:
Cineastas
Luego del encuentro que sostuvimos el pasado 23 de junio en el Cine Charles Chaplin, acordamos que como gremio, convocaríamos a un asamblea para darle seguimiento a las acciones y denuncias expresadas en nuestra declaración del pasado 15 de junio, así como a otros reclamos que nos ocupan como comunidad artística, y como ciudadanos.
Durante esa jornada y las posteriores, hemos continuado recibiendo solicitudes de firmantes que hasta el cierre de hoy 26 de junio, ascienden a 600.
Por solicitud de algunas personas, hemos retomado el orden con el que iniciamos.
En los próximos días, como habíamos anunciado, compartiremos los detalles del próximo encuentro.
Siempre, gracias a todos por el apoyo.
#nuestrocineserálibreonoserá
(Aparece a continuación el listado con los 600 firmantes.)
Sobre los derechos de autor, publicó Gustavo Arcos en su muro de Facebook el 26 de junio las siguientes aclaraciones de Emilio Blanco, especialista en el tema:
A propósito de las diferentes interpretaciones posibles de la LEY No. 154 DE LOS DERECHOS DEL AUTOR Y DEL ARTISTA INTÉRPRETE en Cuba, en particular el artículo 86.1 en su sección cuarta ‘Utilización de las creaciones sin autorización ni remuneración’, los incisos e), f) y n) de la misma, se presentan intencionalmente genéricos (no específicos), para de esta manera evitar:
- a) el mencionar los soportes de transmisión utilizados (generalmente sometidos, a la obligación de colecta y remuneración de ‘royalties’, en función de los diferentes actores que participan en la difusión de la obra audiovisual);
- b) la identificación inequívoca de quienes serían los beneficiarios/receptores de la difusión de la obra audiovisual.
Los 2 aspectos a) y b) mencionados anteriormente, son actualmente utilizados a nivel internacional durante el complejo ejercicio de monitoreo de toda obra audiovisual difundida, para facilitar su correcta identificación y recuperación de ‘royalties’ inherentes a la misma.
Si tomamos por ejemplo la retransmisión de una obra audiovisual, con fines educativos o de enseñanza (artículo 86.1, incisos e y f), internacionalmente asociada al tipo de formato EC ‘Educational Copy’, la transmisión de la obra puede ser también sometida al pago de ‘royalties’ (con tarifas más bajas que en su versión no ‘Educational Copy’). La difusión en formato EC, el soporte de transmisión utilizado, debe estar limitado al circuito de transmisión (privado) disponible en la institución de enseñanza y los beneficiarios de cada transmisión serían sus profesores/alumnos. La difusión de una obra audiovisual con fines de enseñanza, utilizando como soporte de transmisión un canal de televisión, no permitiría identificar inequívocamente quienes serían los profesores/alumnos beneficiados de cada retransmisión.
El inciso n) de este artículo 86.1, imponiendo la omnipresencia del Estado directa o indirectamente, para la utilización de las Obras Audiovisuales Independientes, sin autorización ni remuneración, es en mi opinión, el más desafortunado atropello a los Derechos de Autor de todo Productor Audiovisual Independiente Cubano, en especial cuando los recursos financieros temporalmente otorgados (en calidad de préstamos), deben ser rembolsados integralmente.
Enrique Guzmán Karell en El Estornudo (28 de junio)
CUATRO IDEAS A PROPÓSITO DE LA CENSURA Y LOS CENSURADOS
Entiendo a los que buscan acotar o, más bien, correrle por el costado a la bestia totalitaria con la sumatoria de pesos y voluntades. A los que apelan al diálogo y la generación de consensos para la transformación social. A los que no se quieren ir de la Isla, a pesar de tantos y reiterados pesares. A los que deben navegar en un mar de difíciles equilibrios y compromisos que no hubieran deseado ni tampoco merecen.
La mayoría de esos cubanos en torno a una Asamblea —en este caso la reciente reunión en el Icaic del gremio de cineastas con funcionarios del Ministerio de Cultura— hacen lo que pueden, desde los estrechos y cuestionados márgenes que tienen. Y resulta lógico, bajo el orden represivo, discrecional y autocrático que existe, cerrar filas para luchar contra la censura y cuanto exceso establecen los controladores del Partido. O sea, estamos frente a un ejercicio legítimo, valiente y que además contribuye a reconfigurar la sociedad civil cubana de estos tiempos.
Pero condenar la censura sin posibilidades reales de modificar las causas de la censura es un ejercicio tan comprensible, allí y ahora, como vacío en su efectividad. No pasa de ser un acto declarativo, que no por sensato e incluso útil deja de ser más de lo mismo.
Ya perdimos la cuenta de las reuniones, cartas, manifiestos y firmas que han intentado sortear las violaciones de un sistema infame; que desarticuló el entramado social y dejó al ciudadano vacío de derechos cívicos y de capacidad movilizativa.
A estas alturas, quizá no sea responsabilidad personal de ninguno de los reunidos llegar solo hasta ahí, pero los críticos que se mueven en una peculiar cuerda floja que esboza una condena mientras escapan de las causas que originaron la propia condena y aún confían en las estructuras que desde hace décadas ejecutan los hechos que se analizan, enfrentan un dilema insoluble.
La puesta en escena ha sido tan reiterada que termina por ser un camino trillado, de resolución cantada y que garantiza un próximo conato; porque para curar enfermedades hay que actuar sobre las causas.
Es cierto que tampoco es mucho lo que pueden hacer quienes viven, trabajan, tienen familia en la Isla y no están dispuestos a romper con instituciones creadas, en especial, para el control y la censura, entre otras tareas (subordinadas) relativas a la producción artística y la programación cultural.
Nadie nunca podría decir que es una tarea sencilla enfrentar a un sistema que solo existe para sostenerse, y que hace y hará lo que tenga que hacer en función de ello.
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Hay conciencias, memorias, saberes y sectores que seis décadas después no admitirían muchas más píldoras doradas, comisiones ni vueltas a una noria interminable.
En especial, los mismos gremios que han vivido desde bien adentro, o muy cerca, eventos como PM, Lunes de Revolución, El Puente, las UMAP, el Caso Padilla, censuras y abusos de todo tipo, parametraciones, “guerritas de emails”, seguido de un larguísimo etcétera de más de sesenta años; los que han vivido amenazas y pistolitas sobre la mesa convertidas en políticas de Estado —fascistas—, con la tesis de Il Duce Benito como garante de una rarísima comprensión de libertad cultural e intelectual: “Tutto nello Stato, con lo Stato, niente fuori dello Stato”, y su traducción al cubano autocrático: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.
Que todos y cada uno de esos eventos hayan tenido mucha y justa atención, y que sobre ellos se haya hablado, escrito y disertado hasta el cansancio, no significa que sean estos los grupos y sectores más golpeados por una maquinaria clasista que los empoderó (también) hasta donde el sistema lo necesitó, para ubicarlos en tiempo, espacio y lugar todas las veces que las circunstancias y los deseos del poder así lo exigieran, pues ya se dijo antes, es “dentro de la Revolución”, y la muy personalísima interpretación que Le Roi Soleil y sus sicofantes posteriores hayan querido hacer.
Acá se pueden hacer todos los señalamientos personales que se quiera, listar los nombres y las culpas que se quiera, que nada realmente importante cambiará porque no se supera a un sistema de esa envergadura y con esa estructura señalando y/o acosando individualidades, cualesquiera sean. Además de ser otro ejercicio inseparable de la lógica totalitaria, que perpetúa una muy perversa manera de manejar los disensos públicos, y constituye una de las promociones más útiles a esa forma de articular una sociedad vertical y sin reales derechos civiles y políticos.
Los ejecutores directos de cada uno de los eventos mencionados están casi todos muertos. Sin embargo, el problema sigue estando allí, en el mismo lugar, o acaso en uno peor, porque el error no es puntual, específico, ocasional, individual ni gremial sino sistémico.
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El Artículo 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos dice con mucha claridad: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.”
Los derechos gremiales no existen. Por más micrófonos, cámaras, libros, guiones y aplausos que usted consuma o merezca.
Apelar a los derechos y libertades civiles de ciertas profesiones y talentos es una acción que nace muerta pues lo que usted reclama para sí comprende un marco regulatorio más amplio que, de una parte, considera improbable modificar, y de otra en ocasiones ignora por arrastres de clase.
A estas alturas ya usted deberá saber que solo poseerá una verdadera libertad de expresión y asociación cuando el primero y el último de los cubanos exhiban lo mismo. No más, no menos, no diferente. Por lo que pedir una Ley de Cine o consideraciones y permisos específicos para que se garanticen derechos de todos parecería una acción que no va a ningún lado.
¿Acaso usted goza de derechos especiales cuando hace cine, teatro, ejerce la poesía o la crítica, y luego los pierde cuando regresa a ser el ciudadano que, se supone, tampoco ha dejado de ser?
No existen los derechos ciudadanos parcelados o a los que se accede por talento o mérito; y en caso de que existieran habría que abolirlos pues atentarían contra un principio elemental y base del derecho republicano y ciudadano de los últimos dos siglos, el de igualdad ante la ley.
La obviedad anterior se puede seguir ampliando si aceptamos que frente a la cosa pública los saberes, inteligencias y talentos que solo miran hacia sí no van a parte alguna, además de constituir un acto egoísta para quienes se inscriben con derecho propio como conciencia crítica de la nación.
¿Cuál es el deber-ser de un intelectual? ¿Publicar, ganar premios, ser reconocido socialmente, o es, también, algo más? ¿Cuál su función social?
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Es interesante observar cómo mientras los manifestantes del 11J se congregaban frente a las sedes del PCC o las Asambleas del Poder Popular en muy diversas localidades de Cuba, numerosos intelectuales y artistas elegían el Ministerio de Cultura (27N), el ICRT (11J) y ahora el ICAIC, como antes fueron la Uneac, la Biblioteca Nacional, Casa de las Américas, etc. Además de demostrar mayor capacidad de coordinación que el resto de la ciudadanía, también uno se pregunta, ¿qué esperan de los funcionarios de cultura, que son una parte de la maquinaria, pero no la maquinaria misma, sino las cadenas de transmisión de un control sin dudas superior, estructural?
Aportar a la sociedad no niega la individualidad de nadie, pero parte de un supuesto más elevado. Ante las deudas ciudadanas, porque lo que reclaman los artistas y cineastas en buena medida son derechos ciudadanos, se trata de ese “todos” tantas veces mencionado. O sea, no de ti, de mí o del grupo del que formas o formamos parte.
Llevado un poco más lejos se podría decir que en Cuba no hay un problema particular con la censura artística, intelectual o académica. O no sólo, pues tal cosa sería hasta menor. En Cuba hay un sistema totalitario que coarta y reprime a la ciudadanía toda hasta donde necesite: desde el matutino de primaria, la programación de la televisión, una exposición, una puesta en escena, hasta llegar al “Preparen. Apunten. ¡Fuego!”. Desde el pionero de una familia sin nombre hasta un Héroe de la República.
En Cuba no hay censura artística como caso aislado porque la censura es muchas veces mayor; es total: es política, es cívica, es ciudadana, es republicana, es económica, etc., etc., etc.
Por tanto, censurados no están solo los cineastas, pues faltos de elementales derechos estamos todos. De ahí que sea una necesidad sistémica que ese modelo no respete tu obra. El partido único imperante en Cuba tampoco necesita ni quiere tu verdad sino tu disciplina y obsecuencia. Razón por la que desde mucho antes de ejercer tu profesión y mostrar tu talento, las estructuras que existen tienen necesidad de limitar tus libertades y derechos ciudadanos.
Nada de lo que hemos visto durante estos días es personal ni gremial. Como tampoco sería del todo necesario un prontuario de fatalidades individuales ni buscar colocarnos como sujetos centrales de un devenir histórico que se ha padecido y padece pero que no nos hace individuos excepcionales para un orden del que no hay que esperar otra cosa.
Corresponde a intelectuales y artistas abrir su lenguaje y emplear capacidades y talentos para lograr una alta socialización de los mensajes entre los que más lo necesitan, pues en Cuba hay miles de renovados presos políticos y de conciencia, los viejos y jubilados están pasando hambre, los niños viven en un espacio sin futuro y los 11 millones de cubanos sin nombre ni reconocimiento mediático no siempre son tomados en cuenta por los micrófonos, cámaras y guiones mejor entrenados, de tan concentrados en sí mismos.
Esther Suárez Durán, en OnCuba, 28 de junio:
DIÁLOGO Y CENSURA: PAISAJE ENTRE DOS PALABRAS
(Testimonio y reflexión sobre el encuentro entre la Asamblea de Cineastas Cubanos y dirigentes del Partido y el sector de la Cultura)
No hay cosa más libre que el entendimiento humano;
pues lo que Dios no violenta, ¿por qué yo he de violentarlo?
Sor Juana Inés de la Cruz
El viernes 23 de junio tuvo lugar en La Habana el encuentro entre la Asamblea de Cineastas Cubanos y representantes del Partido, el Gobierno e instituciones culturales como la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Asistieron Inés María Chapman, viceprimera ministra; Rogelio Polanco, miembro del Secretariado del Comité Central del PCC y Director de su Departamento Ideológico; Alpidio Alonso, ministro de Cultura; Ramón Samada, presidente del Icaic; Luis Morlote, presidente de la Uneac; Yasel Toledo, vicepresidente de la AHS y Fernando Rojas, viceministro de Cultura, quien compartió la mesa colocada sobre el escenario de la sala Chaplin y tuvo significativa participación en el encuentro y en algunos de los sucesos que lo precedieron.
Desde los preparativos para el intercambio, la Asamblea de Cineastas Cubanos ha puesto en acción la voluntad inclusiva declarada entre sus principios de funcionamiento. Ello motivó, en primer lugar, la negociación con el Ministerio de Cultura para ubicar el encuentro en una fecha posterior a la primera propuesta y para realizarlo en la sala Chaplin de la Cinemateca, en lugar del espacio que había sido pensado inicialmente.
En segundo lugar, la Asamblea favoreció la asistencia de los nuevos miembros incorporados a ella —a partir de la publicación de su declaración del 15 de junio— que pudieran asistir en persona; puesto que, aunque se plantea incluir la modalidad virtual en las sesiones plenarias, ello no se garantizaría de inmediato. No obstante, más tarde supe que algunos compañeros no alcanzaron a ser citados.
La reunión del 23 de junio, convocada para las 9.00 a.m., comenzó casi una hora más tarde. Fue denominada como un “encuentro de trabajo” por los representantes del Estado, el Partido e instituciones de la cultura referidos. Se habló repetidamente de diálogo y respeto, palabras que abundaron en la introducción realizada por Ramón Samada, Presidente del Icaic, quien actuó como moderador.
Al interés expresado reiteradamente por integrantes de la Asamblea por dejar registro electrónico de lo que estaba por suceder, mediante imagen y sonido o, al menos, mediante sonido, se opuso la petición de los representantes del Gobierno, también en voz también del presidente del Icaic, de que ello no ocurriera. Se invocó como argumento esencial que un registro tal debía contar con la autorización o aquiescencia de la(s) persona(s) en cuestión. El tema fue objeto sostenido de conflicto durante las primeras horas del encuentro.
Los representantes de la institucionalidad comenzaron por examinar y dar respuesta a lo expresado en la Declaración de Cineastas Cubanos de fecha 15 de junio, resultado de la sesión de la Asamblea realizada el propio día en el cine 23 y 12. El documento comienza denunciando la exhibición, en condiciones extraordinarias, del documental La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar como ejemplo de lo que califica como conducta irresponsable de los funcionarios que sirven en las instituciones culturales.
A este particular se refirió el viceministro Fernando Rojas exponiendo en detalle cronológico los sucesos que antecedieron a la presentación televisiva del filme. La institución ofrecía por vez primera “información pública” sobre el tema a los cineastas, una de las insatisfacciones recogidas en la Declaración. Sin embargo, desde el punto de vista del auditorio, no resultó “satisfactoria” toda vez que, como respaldo de la exhibición del documental en la televisión cubana, Rojas citó una zona del articulado de la Ley de Derecho de Autor que, de acuerdo con el funcionario, alude a situaciones de excepcionalidad. Se remitió el viceministro a los artículos de la Sección Tercera, capítulo VI de la Ley 154/2022 “De los derechos del Autor y del Artista Intérprete”.
La excepcionalidad de la situación que nos ocupa, de acuerdo con su argumentación, estaba dada por dos referencias presentes en el documental a sendos hechos de la historia de Cuba post 1959 que resultaban lesivas a la sensibilidad de nuestro pueblo.
Ello habría determinado que un filme realizado por productoras independientes (Corporación FILM, La Rueda Producciones y X Pin Producciones) se exhibiera en la televisión pública representado por una copia —la que se encontraba en el Fondo de Fomento del Cine Cubano— que no corresponde a su versión final, aún no exhibida en Cuba y sin haber realizado su recorrido por eventos cinematográficos que corresponderían antes de su presentación al público general. Por demás, la exhibición no contó con la autorización de su realizador y su productor.
La presentación televisiva de La Habana de Fito se llevó a cabo en ausencia de sus realizadores y con comentarios críticos de un panel integrado por tres personas, práctica inusual en el espacio Espectador crítico del Canal Educativo.
No todos los presentes en el encuentro conocían el documental; por otro lado, el tema de cuánto ampara la legislación cubana la decisión tomada dejó más dudas que certezas. En las intervenciones posteriores los miembros de la Asamblea reiterarían su inquietud por la protección de los derechos sobre la obra.
A continuación, Juan Pin Vilar, director del documental, dio su versión de lo ocurrido y estableció sus puntos de vista, que incluyen el tratamiento por las vías legales de lo que el equipo de realización considera una violación de sus derechos.
A partir de entonces los presentes en la sala que desearon hacer uso de la palabra pudieron hacerlo sin límite de tiempo.
Las notas personales que tomé dan cuenta de más de veinticinco intervenciones en un abanico de voces de todas las generaciones presentes, sin excepción, y donde aparece buena parte de la multiplicidad de oficios que participan en la producción cinematográfica: guionistas, directores, asistentes de dirección, productores, editores, actores, sonidistas, críticos, directores de casting, directores de festivales, promotores…
Los discursos fueron honestos, claros, ajustados al tema y expresados con firmeza. Me impresionó la altura intelectual y cívica del auditorio. Los reclamos fueron hechos no estrictamente desde el cine, sino que, de manera orgánica, sin impostación ni esfuerzo, se abrieron a Cuba y a los cubanos sin ceñir esta condición a la residencia en la isla.
Además, reparé en la educación política que los caracteriza y que se hizo particularmente evidente en los más jóvenes. Me refiero al conocimiento sobre los derechos ciudadanos y los deberes de las instituciones públicas, políticas y del Estado, y a la objetividad de esa mirada en este universo de personas. Son individuos que han acerado la intención y la palabra en el curso de una contienda sostenida por años.
Ante el pronunciamiento insistente del viceministro Rojas de que no ha habido censura, se levantaron una y otra vez las referencias a los avatares sufridos por sucesivas ediciones de la Muestra Joven Icaic, hasta provocar su desaparición. Se enumeró la pléyade —puesto que ya lo es— de cineastas cuyas películas no son exhibidas de ninguna manera en el país, incluso cuando la obra de marras resulte inobjetable hasta para el más obcecado “comisario” político, Censura con el mero propósito de castigar un comportamiento.
Varias voces hablaron en términos “del derecho del pueblo cubano a conocer el cine que hacemos”, mientras otro joven pedía “ayuda” para no querer irse de Cuba.
Se insistió en la urgencia de que las instituciones abrieran el diálogo con sus artistas fuera de Cuba también en el mundo del audiovisual.
Se habló sobradamente de la relación entre el cine, en particular el cubano, y su realidad y de la necesidad de reconocer la complejidad y riqueza de ésta, así como de aceptar la existencia de una multiplicidad de miradas. Se trató con prolijidad el tema de la programación (exhibición) de los productos audiovisuales mientras se formularon diferentes propuestas para garantizar un consumo inteligente y crítico, de modo que hubiese espacio para mostrar todo el cine.
Es decir, que se opinó hasta la saciedad acerca de la urgencia del diálogo regular y cotidiano, en todos los espacios e instancias, de ese que conjura suspicacias y cierra filas al oportunismo.
A estas alturas uno tiene que preguntarse cuánto colabora la creación artística en la cultura de una nación; de quién y para quién es esta sensible dimensión de la vida social y cuál es la exacta responsabilidad —los límites— de aquellos a quienes se ha entregado la delicada misión de administrar la cultura.
Tras las intervenciones desde la Asamblea de Cineastas hablaron los representantes oficiales. A excepción de la viceprimera ministra Chapman, los respectivos discursos no estuvieron a la altura de lo acontecido.
Para colmo, no resultó pertinente la declaración publicada —poco después de concluido el encuentro— sobre estas extensas e intensas horas de exposición de ideas y sentimientos (Información del Ministerio de Cultura). Entiendo que a los miembros de la Asamblea de Cineastas que vivieron la experiencia les resulte un documento ajeno y decepcionante, con el tono burocrático de frases hechas que nada tienen que ver con ningún preciso y concreto acontecer.
Viene a mi memoria la interpelación directa —tan llana como otras que allí se hicieron— de un joven a los integrantes de la mesa. Preguntó si los revolucionarios no podían pedir disculpas, excusarse cuando cometen un error.
El diálogo es una aplicación de la cultura. Su práctica supone un repertorio común de signos y significados, además de la voluntad por extender el conocimiento sobre algo y poner en acción la capacidad de empatía.
Este ejercicio de diálogo no contó con el moderador adecuado. La función le fue exigida al presidente del Icaic, hasta que un suceso inesperado se encargó de poner en evidencia la contradicción.
Estos acontecimientos vienen produciéndose en un medio creador en el que la producción hace años rebasó los marcos de la institución Icaic y no responde ya a aquel pensamiento organizador y estructurante. Son estas precisamente las razones que vuelven legítima e indispensable la nueva mirada que incluya, entre otros dispositivos y visiones, la nombrada Ley de Cine que los cineastas vienen proponiendo con lucidez quintaesenciada desde hace casi una década.
Me pregunto si, desde la dirección de los destinos del país, se va a colocar también esta ocasión dentro de la serie de oportunidades perdidas, dentro de la secuencia de esos raros momentos en que es dado tocar lo que se llama el alma de la nación y, sin embargo…
Viene en mi auxilio la imagen. El cine escuece. Sana. Salva.
El cine salva.
Ulises Aquino en su perfil en Facebook (29 de junio)
OTRAS CONSIDERACIONES SOBRE LA ASAMBLEA DE LOS CINEASTAS CUBANOS
Con mi post sobre el pasado encuentro de cineastas y artistas pretendí dejar constancia de un hecho que sin dudas ha pasado a ser parte de la historia reciente de los avatares de los creadores en nuestro afán de conquistar los espacios de libertad de expresión, que no sólo son un derecho ciudadano, sino un deber histórico.
Mi impresión quedó marcada por las intervenciones de varios jóvenes cineastas, que valientemente cuestionaron a las autoridades y lograron expresar el sentir de las nuevas generaciones en muchas facetas de la vida cotidiana, entiéndase, libertad creativa, emigración, libertad de expresión y de manifestación, y una batalla frontal contra la Censura.
Los menos jóvenes tuvieron también una presencia activa y directa, con memorables intervenciones, repletas de reclamos y de cuestionamientos.
No quise hacer un reporte sobre el incidente que protagonizó el presidente del Icaic y el realizador y amigo Juan Pin Vilar, fueron 9 horas de intervenciones contra 5 minutos de esa diatriba.
Las autoridades como expresé, actuaron más allá de donde nos tienen acostumbrados, fueron pacientes y escucharon todas las intervenciones, no sé si lo recepcionaron adecuadamente, sé que lo escucharon con detenimiento, y es que esa es su obligación, y que tradicionalmente no han escuchado cuando se les cuestiona.
También estuve en contra de que no permitieran filmarlo, porque lógicamente ahora, todo quedará en el campo de la interpretación individual de los asistentes, en cambio de haberse filmado y expuesto cada ciudadano tendría su propio criterio.
A pesar de los pesares quedó evidenciado el inmenso caudal intelectual de nuestros jóvenes y la brillantez de nuestros mayores en sus análisis de nuestra realidad.
Observatorio de Derechos Culturales, El Estornudo, 28 de junio
IAN PADRÓN: “ASPIRO A UN PAÍS DONDE CONVIVAN LOS CUBANOS CON LA MAYOR ARMONÍA POSIBLE, DEBATIENDO Y TENIENDO DERECHO A RÉPLICA”
Ian Padrón Durán (1976) es un director y guionista cubano, graduado de la Facultad de Radio, Cine y Televisión del Instituto Superior de Arte (ISA). Ha producido numerosos documentales: Luis Carbonell: después de tanto tiempo (2001), Eso que anda (sobre Juan Formell y los Van Van) (2009) y Fuera de Liga (2003). Por la proximidad a figuras deportivas borradas de la historia oficial del béisbol cubano, el Icaic vetó esta última obra, prohibiendo su exhibición en la Muestra Joven, retirándole los premios del jurado en certámenes nacionales y aislando a su director. La fecha que publican los sitios oficiales en Cuba como estreno del documental es el año 2008, momento en el que, con cinco años de retraso, la censura antes impuesta no tuvo más opción que permitirle reconocimientos nacionales como el Premio Caracol (2008), Mejor documental de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica (2008) y el Premio Especial del Jurado en la entonces Muestra de Nuevos Realizadores (2009). Aun así, el documental nunca fue proyectado de forma comercial en Cuba, ni celebrados sus premios internacionales; su muestra en televisión estuvo precedida por comentaristas deportivos que condenaron la biografía de los peloteros protagonistas.
En el año 2011, Ian Padrón estrena su primer largometraje de ficción Habanastation, obra que recibió galardones como Premio Founders prize Best of Fest (2011) en el Festival de Traverse City, Michigan; Premio del público al Mejor largometraje (2011) en Rencontres du cinéma sud-américain, Marsella y los premios UNICEF y Glauber Rocha (2011) en el XXXIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, de La Habana.
Desde diciembre de 2014, Ian Padrón reside en los Estados Unidos. Entre sus proyectos actuales se encuentra la dirección y conducción de un programa de entrevistas en Youtube. Derecho a réplica, al aire desde febrero de 2021, ha sido desde entonces una plataforma abierta al diálogo y debate desde una multiplicidad de opiniones, no exenta de contradicciones y discrepancias. Este espacio digital ha sido visitado por creadores, artistas, periodistas, e intelectuales cubanos, tanto de dentro como de fuera de Cuba, entre ellos Fernando Pérez, Arturo López- Levy, Pavel Giroud, Eduardo del Llano, Luis Manuel Otero Alcántara, Omara Ruiz Urquiola, Rafael Rojas, Willy Chirino y Alina Bárbara López, en el que han abordado la actualidad cultural, social y política de la Isla. El Observatorio de Derechos Culturales (ODC) conversa con Ian Padrón sobre su obra y sobre la restitución de derechos en la cultura cubana, en suma, sobre el derecho a réplica de los cubanos.
—Ian, “derecho a réplica” es un término que define la competencia de las personas a emitir aclaraciones que sean pertinentes, para remediar datos inexactos cuya divulgación haya causado un desagravio en la vida privada o en el entorno del imputado. ¿Por qué tomaste la definición para nombrar este espacio de debate con artistas e intelectuales cubanos? ¿Cómo se te ocurrió esta idea y cuál fue su objetivo inicial?
—Yo empecé Derecho a réplica de casualidad. Había visto los videos de lo que ocurrió frente al Ministerio de Cultura el 27 de enero del 2021, cuando el ministro le quitó el teléfono de un manotazo al periodista independiente Mauricio Mendoza. También escuché los testimonios, los audios de los que se llevaron detenidos en unos ómnibus urbanos, y donde ellos denunciaban los atropellos y los interrogatorios en la estación de policía de Infanta y Manglar. Toda esa información, más lo que había pasado anteriormente con el 27N, me hicieron indagar por qué no encontraba nada en los medios oficiales sobre estos eventos o sobre estos jóvenes, que algunos conocía de vista de la muestra de Cine Joven.
Entonces decidí escribir una carta que se llamaba algo así como “A los que aún quieren escuchar un criterio”, donde hablaba sobre algunos aspectos que me parecía eran urgentes, donde abogaba por darle espacio y divulgación a estos artistas, activistas, y demás personas involucradas, donde rechazaba la represión y las detenciones. El aspecto fundamental era defender su derecho a réplica, que ellos pudieran explicar su punto de vista, y no hacer como todo en Cuba donde decimos popularmente que “se bota el sofá”, se acalla a la persona, se le criminaliza o ignora en los medios oficiales, y no se le permite un espacio de expresión.
Esta carta que hice la responde Mauricio Mendoza, no recuerdo si de forma pública o privada, y me agradece que la hubiera escrito. Como yo estaba muy interesado en poder escucharle y darle el derecho a réplica, le pregunté: “¿cómo hacemos para que tú puedas salir en video, salir al aire explicando los hechos desde tu posición?” No teníamos idea. Entonces por primera vez en mi vida, veo algo que tenía en mi teléfono pero que jamás había utilizado que se llama Facebook Live. Entramos y con muchos problemas técnicos, esa grabación está por ahí, le empecé a entrevistar, a descubrir, a ponerle rostro y voz a la persona que había sido agredida, agraviada. Mi intención era ripostar la postura de los medios estatales que siempre aseguran “estas personas hicieron esto por aquello y aquello” sin escuchar la explicación de la otra persona.
Eso fue lo primero que hice, con Mauricio Mendoza, a partir de ahí, como al otro día, también Fernando Pérez me dijo que le gustaría hacer una entrevista, porque él los vio llegar y fue a preguntar por ellos en la unidad de policía. Puede decir se que estas dos conversaciones son el comienzo de Derecho a réplica.
—En tu programa entrevistas a muchos artistas que, en diferentes momentos, han debido exiliarse de Cuba y cuya obra ha sido “borrada” del inventario cultural nacional. Me atrevería a decir que Derecho a réplica es uno de los muy pocos espacios que da voz de forma sistemática, amplia y diversa, a estas figuras. Ante este goteo de profesionales que, como tú, han decidido abandonar la Isla, ¿cómo diagnosticas la salud actual de la cultura nacional en Cuba?
—Primero creo que la cultura nacional de Cuba no solamente son los artistas y las instituciones culturales de Cuba. La cultura nacional está en territorio cubano y en todos los artistas cubanos, profesionales y personas involucradas en la cultura de un país que están fuera de este. Son muchísimos los artistas que están fuera de Cuba, más en los últimos años. Por lo tanto, yo creo que esa cultura refleja, quieran o no las autoridades cubanas, una riqueza, experiencia y escenarios a nivel mundial gigantescas que no se pueden circunscribir únicamente al territorio nacional.
En ese sentido yo le veo tremenda salud a la cultura nacional cubana, veo muchos profesionales colocados en mercados culturales a nivel mundial. Las redes sociales han potenciado mucho esto, han abierto criterios, proyectos, conciertos, entrevistas y opinión de muchos de estos artistas desde cualquier lugar del mundo, lo cual me parece que crea un panorama cultural rico, distinto, diverso.
—Por ejemplo, obras, proyectos y artistas han sido post 1959 censurados, ignorados deliberadamente, incluso luego recuperados selectivamente según intereses políticos. Un ejemplo de la manipulación de este patrimonio fue la utilización de la figura animada de Elpidio Valdés, obra de tu padre, para promover la campaña #YoVotoXTodos. Luego, tu obra ha sido criminalizada en medios oficialistas. En el portal “Razones de Cuba” se ha dicho que, con tu trabajo en Youtube, has pasado a “la fauna de personajes que, financiados por Washington, han protagonizado el último período de la guerra híbrida de Estados Unidos contra Cuba” ¿Qué opinión te merece la politización y el uso de la imagen sin consulta ni derechos de la obra de artistas cubanos? ¿De qué manera crees que podemos rescatar esta memoria cultural de cara a una nueva Cuba?
—Yo creo que en los últimos tiempos la politización, para bien y para mal, ha alcanzado todos y cada uno de los aspectos de la realidad cubana. Creo que la manera en que se gobierna en Cuba, a mi modo de ver dictatorial, sultanística y con sentimiento de finca alrededor de lo que debe ser verdaderamente una nación, ha permeado la realidad cubana. Todo termina pasando por la política y por la politización de todos los temas, porque es algo fundamental, muy presente en la opinión pública y en las necesidades de muchas personas de que haya un país diferente, respetuoso de las libertades individuales, culturales, de expresión, de reunión, y otras libertades que en Cuba apenas existen, porque los que están a favor del poder, sí que pueden hacer uso de esas garantías.
Creo que la politización es inevitable, así como la opinión sobre ciertos temas es también inevitable. Es cada vez más difícil o poco probable que alguien te diga que “no sabe” o que “no quiere opinar” sobre temas que le afectan y le atañen. Hay cada vez más acceso a la información y las redes sociales, con sus luces y sus sombras, aportan un volumen de información y testimonios filmados por la gente, donde es impresionante ignorar que hay una crisis profunda en Cuba, económica y política, y opinar de eso me parece inevitable.
El uso de obras personales de artistas cubanos no se limita a lo que mencionas de Elpidio Valdés. Por ejemplo, Suite de las Américas, de Pérez Prado, sin su consentimiento, está utilizada como la música con la que se ha presentado en innumerables documentales y otros materiales, y ha quedado así para siempre, como la música que acompaña la imagen del Che Guevara. Que yo tenga entendido Pérez Prado jamás autorizó el uso de esta obra suya con este fin, y nunca se le respetó ni se disculparon con él. Suite de las Américas simplemente se politizó aun cuando no está compuesta para eso, ni es la música original, ni creo que tengan en Cuba los derechos para utilizarlo.
Lo que quiero decir es que casi siempre el Estado cubano ha visto la propiedad privada, el derecho de autor, las obras personales, como bien público (del Estado). Ahora mismo, hace unos días, fue el argumento que se utilizó para transmitir en televisión nacional el documental La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar, justificándose con que, aunque era una obra de Vilar, era algo así como público, y que las autoridades “entendían” que tenían la potestad de poner la película sin el autorizo, sin la presencia del director del filme, sin que fuese la copia final del material.
Esto viene también de esa manera de gobernar prepotente, de “aquí todo es mío y aquí mando yo”, y en nombre del Estado y de la nación, hay personas que se montan por encima del derecho ciudadano y hacen este tipo de cosas. Por esto la politización en ambos sentidos es inevitable, la opinión sobre la política es inevitable; me parece una raya más para el tigre, esta utilización por parte del poder cubano —y es la palabra que utilizo para ello: el poder cubano— de obras personales, sin respetar el derecho de autor y con fines políticos.
—Has afirmado en alguna ocasión que “la violencia y la censura no prescriben”. Para alguien que ha conducido tan lúcidamente debates con comisarios y agentes oficialistas, quienes han defendido precisamente la censura, ¿qué valor le otorgas y cómo imaginas un proceso de revisión y reconciliación nacional en el gremio cultural, tan fracturado desde lo institucional?
—Me parece que esa frase que utilicé hace unos días al denunciar la agresión física y la censura que sufrí hace más de veinte años, en pleno lobby del Icaic por mi documental Fuera de Liga, esa frase resume mucho lo que yo creo que debe ser el futuro de Cuba. La violencia, la censura, los abusos de poder, los excesos políticos, los delitos que se han cometido en aras de la política, el uso de la fuerza y las ilegalidades que ha cometido el poder, no pueden tener impunidad, ni en Cuba ni en ningún país, y eso no prescribe. Tenemos que entender que eso no prescribe y que en algún momento vendrá una revisión histórica, legal, política y de todo tipo, de este proceso; es inevitable. Todos los procesos nacionales han estado y estarán siempre en revisión, más con lo que ha pasado en Cuba desde 1959, donde un grupo de personas han tenido el poder sostenido y no han permitido competencia política durante más de sesenta años. Eso tendrá una revisión, y tendrá un paso por la justicia, por la justicia real, no repetir las barbaries cometidas, donde personas se han tomado la justicia por sus manos. Justicia sin impunidad, eso me parece que está en el futuro de Cuba, habrá que revisarlo. Es la única manera, me parece, de crear un nuevo país, una nueva sociedad, unos nuevos cimientos, para un país que tendrá luces y sombras, problemas y errores como todos los países, pero que yo aspiro que sea más plural, más respetuoso de las diferencias, y un lugar donde puedan convivir diferentes cubanos en la mayor armonía posible, debatiendo y teniendo derecho a réplica.
—También has comentado en tu programa que el Icaic ha sido tu casa, una institución a la que le tienes aprecio, que es parte de tu historia, pero que también ha sido el escenario de pasajes turbulentos, de censuras, humillaciones y hasta agresiones físicas ¿Cómo es tu negociación personal al respecto?
—En mi caso, como joven cubano, amante de la cultura cubana, con 26 años que tenía, uno quiere hacer películas, quiere hablar de temas, quiere cambiarlo todo, tiene esperanzas de que pueda influir en la realidad de un país. La agresión, la censura, la intolerancia, la estigmatización, que te aparten como “problemático”, como “tipo difícil”, que te pases años sin tener acceso a lo que te has ganado estudiando y trabajando, que no se te tenga en cuenta para los espacios cinematográficos, es doloroso, pero a la vez revelador del país donde vives. Una cita atribuida tanto a Rabindranath Tagore como a León Tolstoi dice: “Conoce tu aldea y conocerás el mundo”, valdría decir “conoce tu gremio y conocerás tu país”. A mí me dio muchas lecciones, me cambió totalmente: mi vida, mis amigos, mi relación con la realidad cubana, mi visión sobre los que mandaban en Cuba, me cambió totalmente como persona. Y la impunidad con la que la persona que me agredió Jorge Luis Sánchez… que fue premiado como presidente de la Muestra de Cine Joven, el cargo que entonces tenía, sin emitir declaración pública a modo de disculpa, sin siquiera remediar de forma personal, llamarme para saber qué había pasado, todo eso te despierta y tú entiendes en qué país estás viviendo. Aun así, yo estuve diez años más en Cuba, hice muchos videoclips, documentales, hice Habanastation, hasta que un día me di cuenta de que mi lugar no estaba allí, que ya no quería seguir soportando esas arbitrariedades, tampoco quería tener que aparentar lo que no era, lo que no soy, y decidí comenzar una nueva vida, en un nuevo lugar.
—Sobre estas muestras que describes, de una cultura de personalismo despótico, de gestionar problemas mediante “pactos”, “retirada de palabra”, “agresiones físicas” y “ataques personales”, ¿qué lecciones te ha dejado la postura de la administración cultural de la Isla y qué crees que podemos esperar en el futuro?
—Yo creo que, en sentido general, la política institucional cubana, no solamente en la cultura, sino en todas las instituciones dentro de la Isla, es una postura de “estar y quedar bien” con el poder, es una mirada hacia arriba preocupándose por qué le gustará al poder, o cómo va a ser recibido el mensaje cultural o la obra artística, cómo va a ser percibida por el poder. Y en esa preocupación han censurado y atropellado a muchos artistas cubanos. La sociedad cubana funciona en general así, pensando y preocupándose más por la reacción del poder, y no por la reacción de la población, que en realidad es la mayoría. Por esa preocupación de los dirigentes intermedios, digamos, se ha creado una censura sostenida, que se repite una y otra vez durante años, porque es la misma esencia: “qué dirá el poder”, “¿me costará el puesto?” Y de ahí para arriba eso se repite y al final hay una gran diferencia entre la realidad y lo que permite el poder que se refleje de esa realidad.
—¿Qué recursos crees que le quedan a los artistas e intelectuales cubanos dentro y fuera de Cuba ante esta dinámica de poder?
—Yo creo que uno de los recursos más importantes precisamente es tratar de independizarse, tratar de crear las obras con sus propios recursos, lo cual es muy difícil, en el caso del cine sobre todo. Siempre y cuando logren hacer algo lo más independiente posible, lo más privado posible, atenúan un poco que, en caso de censura, cuando no se quiere poner la película, por ejemplo, en los cines cubanos, el artista tenga dominio sobre esa producción, y pueda poner la película en otros festivales y eventos internacionales, porque tiene esa potestad. En tiempos atrás los realizadores hacíamos las películas con el ICAIC, con instituciones culturales que tenían el dominio total de la producción y de la exhibición. Entonces, a la vez que censuraban una película, como pasó con Fuera de Liga, yo no podía tomar ninguna decisión sobre la película porque yo no era el productor, el productor era la institución. Y eso creo que es un primer punto donde todo realizador o artista que pueda hacerlo lo más independiente posible, tiene un poco más de probabilidades de tener más libertad con su obra de arte.
En sentido general, creo que lo más importante es denunciar, unirse como gremio, entender que cuando hay una censura contra una obra, contra un artista, en realidad, como decía Lezama Lima en el caso Padilla, no es contra un individuo, es contra “todos nosotros”. Él se refería a que hay que crear un sentimiento de protección, de entendimiento de que “pasarle por arriba” a la obra de un artista, potencialmente es “pasarle por arriba” a la obra de todos los artistas cubanos. Hoy le tocó a Vilar, pero le ha tocado a Pavel Giroud, a Terence Piard, a Juan Carlos Cremata, a Lilo Vilaplana, por ejemplo, que nunca sus películas se han proyectado en Cuba, le tocó en su tiempo a Lorenzo Regalado, alguien que pocas personas recuerdan, pero que hizo un documental maravilloso que se llama Noticias que apenas se conoce en Cuba, le pasó a P.M. de Orlando Jiménez-Leal y Sabá Cabrera, le ha pasado a muchas obras audiovisuales, que son las más cercanas y que conozco, porque hay una intolerancia del poder hacia los criterios autónomos e independientes, a los criterios distintos, a los que no sean aplaudir, venerar y hacer una oda del poder. Por ahí yo creo que son las claves: unirse, tener sentimientos de gremio, entender lo que decía Lezama Lima: “no es contra uno, es contra todos”.
El realizador Enrique (Kiki) Álvarez en Facebook, 1ro de julio:
LA CAJA NEGRA, LOS ABUELOS, LOS NIETOS
Este fotograma pertenece a La caja negra, una película que cuenta los primeros quince meses de la Revolución Cubana a través del diario intimo de una muchacha que vive los acontecimientos desde una mirada lateral, la de una testigo que los va registrando sin saber lo que sucederá el día después. Pero Elsa, la muchacha que escribe, no es la protagonista, sino su nieta Elsita, una joven de hoy que encuentra y lee el legado que su abuela ha dejado escrito para ella.
O sea, La caja negra es una película sobre el acto de leer, ese derecho que Fidel definió como una tarea del pueblo y un principio de la Revolución:
Y la Revolución le dice al pueblo: aprende a leer y a escribir, estudia, infórmate, medita, observa, piensa. ¿Por qué? Porque es el camino de la verdad: hacer que el pueblo razone, que el pueblo analice.
(Fidel Castro, 6 de abril de 1961)
Sobre este principio libertario centré mi intervención en las recientes Asambleas de Cineastas, con la intención de refutar el accionar de un grupo de funcionarios que se arrogan el derecho de leer por los demás, de decidir lo que él pueblo debe leer, o ver, o consumir, o cual es el punto de vista desde el que lo deben hacer.
No sé puede desarrollar un proyecto de emancipación si las capacidades de desarrollo personal y social están mediadas por celadores del conocimiento, por intermediarios que usurpan el derecho de cualquier persona a evaluar y a pensar por sí misma.
La primera gran gesta cultural de la Revolución fue la Campaña de Alfabetización, y la complejidad del Arte Cubano nació del desarrollo permanente de las escuelas de formación artística y de pensamiento. Defenderse es un derecho de la Revolución, emancipar al pueblo cubano es su deber ser.
Si la Política Cultural no acaba de resolver esa tensión, los nietos del niño campesino del fotograma de La caja negra continuarán abandonando el país que los enseñó a pensar, que les regaló los derechos inalienables del conocimiento y de la elección.
Eduardo González Rodríguez en Facebook (1ro de julio):
AMOROSO EL ODIO QUE LOS UNE...
En cualquier sociedad los artistas, casi siempre, son aplaudidos por el ciudadano común y odiados, o temidos, por el poderoso común. En los tiempos que corren, hay muchísimas personas de diferentes frecuencias políticas e ideológicas que le exigen determinadas “definiciones” o “compromisos” sociales a los que dedican su tiempo a cuestiones artísticas. Eso es un error.
Si usted quiere fabricar un artista instantáneo -de esos que se definen con inmediatez y que se comprometen con cualquiera que les garantice el pan lo mismo aquí que en Australia- cuéntele la historia de la manera que mejor le convenga. Explíquele que el hombre vino del mono, o de Dios, da igual, y marque cuidadosamente los límites que no debe violar. Ese artista instantáneo será extremadamente útil para su causa, pero jamás le será útil a la humanidad.
Un artista de verdad no negocia su visión e interpretación del mundo con los usureros del arte y la política. Quizás no venda un cuadro, no publique un libro, no pueda grabar un tema músical o no tenga plata para materializar la película de sus sueños, pero el solo acto de no venderse le da más felicidad que el dinero complaciente de cualquier extremo posible.
Los artistas son eternos inconformes, chocan con la vida y plasman en su arte lo que la vida les devuelve. No tienen un pensamiento estático ni respetan conceptos de pedestal porque no trabajan con fórmulas políticas ni económicas, así que son odiados, o respetados, con la misma intensidad. Y no es un fenómeno nuevo.
No obstante, a pesar de que alguien dijo alguna vez que “lo primero que hay que salvar es la cultura”, hay unos cuántos disfrazados de patriotas llenando las plataformas sociales con chistes ruines, vulgares, malintencionados, que pretenden disminuir a los artistas, como si fueran los artistas responsables de las crisis recurrentes del sistema. Se burlan abiertamente, y autorizadamente, porque los artistas “traicionan” la patria yéndose de Cuba o porque exigen determinados derechos, pero no tienen valentía suficiente para hablar de los hijos, sobrinos y nietos de los dirigentes de este país que viven amablemente en el corazón de los Estados Unidos o en cualquier lugar de Europa a salvo de la Resistencia Creativa y del cotidiano sacrificio de un pueblo. Y no es que esté mal vivir donde uno decida —para mí siempre fue y será un derecho legítimo—, pero no está bien esa parcialidad aparentemente revolucionaria que habla de unos y hace silencio sobre otros.
El Realismo Socialista nos hizo mucho daño. Aunque se impusiera por decreto, una vez más, la estrategia de enaltecer los valores del socialismo frente a cualquier sistema posible, este, el de nosotros, ya no nos sirve. De socialismo le queda muy poco. Aquel cadáver del capitalismo que ayer íbamos a ver pasar, hoy se pone la corbata frente a nuestros propios ojos. Y hay muchos asustados. Quizás por eso hay una cruzada contra las Mipymes. También es comprensible. Nos enseñaron desde pequeños que pensar por nuestra cuenta es malo, y que el dinero es malo, y malo todo aquello que no sea dictado desde arriba sin sufrir las consecuencias de este abajo que ya está bien abajo, ¿verdad?
Sepan que si no se hubieran aprobado las Mipymes —aunque tarde— hoy no hubiera aceite, ni pan, ni galletas, ni merienda para la escuela de los niños. Es cierto, hay muy pocas que producen, pero eso tampoco es nuevo. Lo que comenzó a venderse en las famosas candongas tampoco era producido en Cuba. Era un negocio de comprar allá para vender aquí, y fíjense que es lo mismo que hace el estado cubano, comprar pollo allá para vender aquí. Y a veces peor, porque en ocasiones lo que se produce aquí terminan vendiéndolo en las tiendas MLC a las que sólo tienen acceso los que reciben dinero de allá. Pero claro, se puede hablar mal de las Mipymes. Nadie te va botar del trabajo, ni te van a llamar enemigo, ni te van a colocar un cartel de mercenario por hablar mal de las Mipymes. Pues les digo a esos compañeros revolucionarios que estallan en improperios en cualquier plataforma digital, nadie hizo una Mipyme a pantalones. Las aprobó el estado cubano. O sea, que hablar mal de las Mipymes es decir que el estado cubano es un incompetente.
Pasa lo mismo con los artistas. Hablan oprobios de los cineastas, de escritores, de músicos y actores de tv porque también es fácil. Ellos, los artistas, tienen el valor de decir lo que piensan y la decencia de responder a los insultos con respeto y argumentos, no con otro insulto. Sin embargo, nadie habla de la cantidad de militantes del PCC que han cruzado el charco. Esos sí son unos hipócritas. Vivieron engañando —porque eso sí es un engaño— y se hacen el poco favor de criticar, desde allá, el sistema al que sirvieron para seguir esa miserable vida de marionetas.
Un poco de respeto, de silencio, de dignidad, no les iría mal a esos que creen que están defendiendo algo, o a alguien, mientras en la práctica están dividiendo a los cubanos en bandos. Los cubanos, donde quiera que estén, quiéranlo o no, seguiremos siendo de un solo bando. Lo malo de América es que cualquier tonto, con más discursos que argumentos, puede dividirnos. Pero eso es temporal. La vida se encargará de probarlo.
Abrazos, familia.
En continuación de Caso La Habana de Fito (3).