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Ya va degenerando en choteo criollo lo que ocurre con las noticias de la guerra europea, o mejor, de la guerra mundial, puesto que los adversarios se rompen mutuamente la crisma en distintos puntos del planeta, y, mientras en el norte de Francia combaten los soldados muy arropaditos para no constiparse, en las colonias africanas se pelea en mangas de camisa porque así lo impone Febo, que sale para todos y a todos calienta, según el viejo refrán popular.

Al principio de la campaña, la gente solía entusiasmarse con las noticias que publicaban los periódicos; pero ya nos hemos acostumbrado a que las agencias de información, convertidas en verdaderas agencias funerarias hagan todos los días una hecatombe de alemanes, rusos, franceses o turcos, y ya nadie se conmueve ni cree en las victorias o derrotas.

Naturalmente no faltan por ahí fanáticos partidarios de cada uno de los elementos en lucha, para quienes es artículo de fe cuanta noticia proceda de la nación de sus simpatías, y que se vuelven, airados, contra el que ose poner en tela de juicio el triunfo de la misma.

—Los alemanes han perdido la batalla —dice usted a uno de los germanófobos.

—No es cierto; la noticia viene de Londres y ¡claro! ¿qué van a decir los ingleses?

E igual razonamiento hacen los ados (sic) cuando la bola procede de Berlín.

Pero, lo general es que no se de crédito a los infundios de prensa que, no teniendo noticias que dar, las inventa, abulta y derrama a su gusto y capricho, y mientras un periódico asegura que los rusos han desprestigiado a los alemanes en Polonia, otro afirma que son las tropas del Kaiser las que abollaron a los cosacos, cogiéndoles miles de prisioneros y hasta los calderos del rancho.

Da risa leer las descripciones de los combates, en que, al decir de los corresponsales, ambos beligerantes atacan con furor, la artillería causa enormes estragos, la sangre corre a torrentes y otros detalles interesantísimos y nuevos para el lector, que creía, cándidamente, que los enemigos se obsequiaban con bombones y se preguntaban unos a otros por las familias respectivas.

Con eso de la guerra han salido a relucir los más dificultosos nombres geográficos de los teatros de la campaña, tales como Karakilisee, especie de estornudo, Azerbaiján, que resuena como un bostezo, Premyzl, Kuino, Zeerbrurge, Langenmark, Zonnelecke, Czenstosowa, Strickow y otros de igual dulzura y sonoridad, que se estropean al ser leídos de un modo lastimoso, hasta el punto de que una señora dijera el otro día que los rusos habían cruzado los montes Cartapacios, aludiendo a los Karpatos; no faltando quien llame serviles a los servios, y bélgicos o belgicanos a los súbditos del Rey Alberto.

Entre tanto, pasan los meses, la guerra continúa y mientras los comuniqués de media noche y los de medio día aseguran que todo está igual, los periódicos matan que es un contento y hacen prisioneros por millares, dando motivo para que nadie logre saber, de cierto, quien tomó a Dixmude, o lo que pasó en el ala izquierda o el ala derecha.

Así y todo, se ha desarrollado la afición a los asuntos militares y tan bien informados se encuentran algunos, que al preguntar yo a un decidido partidario de Germania por qué llaman hulanos a los famosos exploradores de caballería, me respondió impasible: ¡Hombre! ¡parece mentira que lo ignores! ¡Se llaman así porque llevan capas de hule!


Tomado de Camagüey Gráfico, Año I, Número 2, Camagüey, 20 de diciembre, 1914, p.1.
El Camagüey agradece a Oreidis Pimentel la posibilidad de publicar este texto y a Eduardo Labrada los detalles de la trayectoria profesional del periodista Eduardo Vega.

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