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Como si en ello hubiera puesto toda su alma se reflejan en estos versos de Aurelia Castillo de González, enviados expresamente para El Fígaro, las cualidades dominantes de su inspirada musa: la melancolía y la virilidad, noble y recogida aquélla y pletórica de ternura ésta. Totalmente parece que previendo que sería ésta su última poesía, quiso estampar el sello fulgurante de su personalidad. A poco, la muerte la sorprendía en su retiro de Camagüey, produciendo un vacío en nuestro mundo literario e hiriendo a muchos corazones que la admiraban y veneraban por sus brillantísimas cualidades intelectuales y sus altas virtudes privadas y cívicas. El Fígaro, que recibió de ella constantes atenciones y que se honra hoy con publicar sus postreros versos, considera su muerte como un duelo íntimo, identificándose con el dolor de sus familiares, y dejando caer sobre su tumba algunas flores de tristeza y una rama de laurel simbólico.



    Pacto

Para Obdulia Fabregat, la del bellísimo corazón

   
    Dolor! Bajo tu garra enconosa y terrible
    me tienes derribada casi en tierra y vencida.
    Como gato maligno juegas con mi persona.
    Tu poderío es grande, tu austeridad temible,
    Tú eres el negro pájaro, vengador, duro y feo,
    y yo, bajo tu pico, el triste, pero altivo, rebelde Prometeo.
    Más nunca de mis labios el anatema brote.
    Tú eres para los grandes envidiable corona,
    ya se forme de rosas, ya se forme de espinas.
    Para el villano eres el merecido azote.
    Al justo le circundas con aureolas divinas.
    Como perla magnífica te llevaba en su seno,
    piadoso, por el mundo, el joven nazareno.
    No conoció los goces de los vulgares nombres;
    flameando ese amor en las entrañas puras,
    hizo de él una pira para edades futuras.

    Y entonces tu reinado incontrastable vino.
    Se buscaba con ansía, con voluptuoso empeño,
    tu caricia de tigre, y tu macabro ensueño.
    En el circo terrible de la terrible Roma,
    como al azar jugóse el pavor del destino.
    La doncella cristiana, hacia el cielo la frente,
    ante bestias feroces aparecía sonriente.
    Rodaban sus despojos sangrientos por la arena.
    Para abonar la idea siempre la sangre es buena.
    La matrona surgía, y quedaba la prole
    abandonada al mundo que a no dudar la inmole.
    Su prole era de príncipes, de dignidades altas
    que encontraban refugio o prematuras tumbas
    en aquellas chorreantes y oscuras catacumbas,
    donde tú hasta el martirio, la confortas y exaltas.

    Aquellos perseguidos hoy son perseguidores.
    El duro bíceps está armado y dispuesto
    para el fraterno gesto,
    aplastar al hermano.
    Entre hombres y hombres no los hay ni mejores,
    ni tampoco peores.
    No existen entre ellos insondables abismos.
    Los de ayer y los de hoy son hombres, son los mismos.
    Lo que hay de eterno es ¡oh, triste Soberano!
    el pacto del dolor con el género humano!

Camagüey, 12 de julio de 1920

    (Últimos versos que escribió la insigne poetisa.)

Tomado de El Fígaro, Año XXXVII, Núm. 18, La Habana, Septiembre 19 de 1920, p.1.

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