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    De aquél que más soldada ganó que un ballestero,
    de Becerrillo, espanto del alzado aborigen,
    quizá si tenga sangre en su ignorado origen. 
    Mas fuerza igual sí tiene en el colmillo fiero.

    Allá en la cueva, en donde teme entrar el montero,
    sus cachorros la fláccida ubre materna afligen,
    y él ronda los corrales cuando las sombras rigen
    en busca de algún ave, un chivo o un ternero.

    Y, al ver que con un pálido sudario el campo viste
    la luna, lanza al viento su aullido triste,
    que se dilata fúnebre por la estación serena.

    Rompe el espanto entonces la paz de la manigua
    y la mujer del viejo sitiero se santigua,
    porque sabe que el jíbaro ha visto un alma en pena.


Tomado de Antología del soneto hispanoamericano. Selección y prólogo: Mirta Yáñez. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 2018, p.147.

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