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Antonio Luaces

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Antonio Luaces

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Conmemora EL FÍGARO el aniversario del fallecimiento del esclarecido patriota Antonio Luaces, fusilado en Puerto Príncipe en 21 de abril de 1875, publicando su retrato en la presente página, con los párrafos que le dedicó en Hojas Literarias, el ilustre escritor Sr. Manuel Sanguily:


(…) y Antonio Luaces ¡ay! un día en que, como dicen nuestros campesinos, volví yo a nacer, porque, caído al suelo, boca arriba, enredado el rifle en las piernas, un soldado de caballería me fusiló disparándome su carabina a una cuarta de distancia de mi frente, —ese día infausto, momentos antes de aquel peligro terrible, cuando yo huía sin esperanza de salvar la vida, entre un enjambre de jinetes enemigos que me rodeaba tiroteándome sin cesar encima, le vi —al volver la cara para darme cuenta de la pavorosa situación— allá, a cien pasos, pálido sobre su caballo; sin sombrero; sin armas; procurando escapar aunque inútilmente; avanzando; sin ceder; cercado de gente enfurecida que, dando feroces aullidos, disparaban sobre él casi a boca de jarro; envuelto en humo, en el resplandor de continuos fogonazos, como en una gloria, como en el ambiente de su gloria, en el último apoteosis…! ¡Así le veo siempre! Así le vi al separarnos —yo para escapar mis adelante; él para caer debajo de su caballo. Un tiro había matado al noble animal. Su dueño indefenso fue hecho prisionero. Mientras, dos horas después, le conducían alegres sus enemigos, como trofeo de un triunfo tan fácil, yo, salvado por milagro, volví al lugar del desastre: ahí, cerca de un arroyo seco, pisoteada a su alrededor la tierra, yacía el pobre caballo, abierta la boca espumosa, en un charco de sangre, y destacándose sobre su vientre enorme, obscuro y lustroso, un aura que acababa de posarse —semejando un símbolo de gloria— volvía hacia mí la cabeza calva, de color rojizo, abriendo, como para emprender el vuelo, sus alas negras. Al aproximarme huyó pesadamente batiéndolas a la vez, a modo de dos inmensos abanicos. Debajo del caballo descubrí un estribo. Los españoles para poder aprovechar la montura tuvieron que dejarlo allí cortando las correas. Tres días después —el 21 de abril de 1875— Antonio Luaces era fusilado en Puerto Príncipe. Fue al lugar del suplicio con serenidad asombrosa. Fumó un cigarro en el trayecto, hablando tranquilo, pronunciando frases admirables, exhalando en ellas su alma generosa y grande. Hay quien le oyó decir entre el ruido de la marcha y no sé si de los tambores: “¡Nada es mejor que morir por la patria”.


Tomado de El Fígaro. Periódico artístico y literario. La Habana, 27 de abril de 1902, Año XVIII, Núm.16, p.185.

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