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Cartas a Gabriela Mistral

Cartas a Gabriela Mistral

Cuba, Junio 13, 1943

Mi querida y tan admirada Gabriela Mistral:

Pongo ésta al correo hoy junto con unas líneas que le escribí hace ya días, esperando que todo llegue a sus manos algún día...

Original conservado en la Biblioteca Nacional de Chile.

Lo que me interesa decirle hoy es cuánta ha sido mi emoción en días pasados al encontrarme [con] que mi artículo “Buscando casa”, que le mando salió en Vanidades el día 1ro. de Mayo, y al día siguiente, día 2, sale en la Marina un pequeño apunte de usted, titulado, “El jardín junto a la casa”, donde, oh coincidencia, dice Ud. casi lo mismo que digo yo en mi artículo! Usted no podrá imaginar hasta donde me ha impresionado el ver que he coincidido con Ud. en esta necesidad de verdor, que es hoy una real y positiva hambre de todo mi ser. Yo tenía entregado mi artículo desde hacía un mes, como tengo que hacer siempre, así es que Ud. me transmitió la inspiración por senderos puramente espirituales. Y decir que hacía ya muchos meses que estaba yo ansiosa de escribirle, y que al fin lo hice y me fui a Ud. como esas plantas que buscan el sol.

Yo que nada sé, he comulgado con Ud. en una misma ansia de naturaleza. Es que es tan árida la humanidad, se ha vuelto tan dura, se ha escondido tan hondo su partícula divina, que se ahoga uno y vuelve los brazos a lo único no prostituido, el árbol, la flor...

Por Dios, contésteme. Me dará manantiales de agua viva. Y reciba un abrazo y la devoción grande de su

Ana María Borrero
Calle E y 14, Almendares, Cuba.



Habana, Diciembre 12 1943

Muy querida Gabriela Mistral:

Sin que esperase yo respuesta de usted, llegó a mis manos su jugosa misiva, que quiero agradecer enseguida a ver si llega a sus manos antes de fin de año y de paso le lleva mis deseos vehementes para su bienestar físico y moral.

Ignoraba totalmente cuando le escribí que estuviese Ud. sufriendo de la vista, pues no lo hubiese hecho de saberlo. Por eso ahora le escribo en máquina, esperando le sea fácil leerme o que otro lo haga.

Tengo su tarjeta junto a mí y la leo y la releo encontrándole cada día un nuevo significado. Eso tiene de trascendente la palabra escueta y plena de sentido.

Yo no puedo pretender que Ud. lea cuanto he escrito este año. Le mando algo. Ud. me dice que me forje una médula, o lo que yo creo entender, que me forje un propósito, una vía, y la siga.

Yo he tenido dos grandes experiencias en mi vida de trabajo, y sin querer, esa experiencia es la que se halla en el fondo de cuando escribo.

En primer lugar, he pasado mi vida de los 15 años a los 55 fuera de mi casa, todos los éxitos, todos los dineros, todos los honores y satisfacciones que me ha dado, no me compensan el hecho de no haber estado jamás “en casa”. Han nacido niños, se han muerto familiares, se ha sufrido, se ha reído, y yo jamás he podido participar del palpitar diario del hogar. Ésa ha sido mi gran tragedia, amantísima como soy del niño, del libro, de la matica sembrada por las manos propias.

Hace tres años que por motivos de salud tuve que separarme de esa espantosa vida de cliente en cliente, de barco en barco, de país en país, y que me he dedicado a escribir. Hago y haré cuanto pueda por apartar a la mujer del falso miraje de “la calle”; por exaltar el sentido del hogar, de lo íntimo, de lo pequeño. Gozar del bosque en una hoja, gozar del amplio cielo en lo que podemos ver desde nuestro pequeño jardín. Aprisionar al mundo desde un rincón de nuestra habitación rodeadas de no más de una docena de libros fundamentales, viajar aí [sic], desde luego. Otra experiencia ha sido la de comprobar que el individuo por rudimentaria que sea su educación, por bajo que sea su origen, se crece, se refina, se agiganta a veces por el contacto con las cosas bellas. He tenido talleres de 600 mujeres, la mayoría de la peor estofa. Les he puesto en las manos, para reproducirlos, las creaciones de los mejores artistas del mundo; bordados, pinturas, lencerías, pieles, encajes, flores, sedas...

A la vuelta de unos meses, mis muchachas habían cambiado. Daba gusto verlas salir a la hora que terminaba la labor, iban mejor arregladas que yo, vestían mejor y pulcramente. Y no era sobre ellas solamente el cambio, sino sobre sus maneras y sobre su modo de actuar. También sobre su hogar. Aquellas obreras que yo conocí viviendo en lo que nosotros llamamos una “accesoria”, o sea un solo cuarto, junto con padres, hermanos, etc., habían reformado ya su hogar. Habían hecho una sayita de muselina a un cajón vacío, para convertirlo en mesa de toilette; tenían a la cabecera de la cama, revistas y libros...

Último pliego de esta carta, atesorada por la Biblioteca Nacional de Chile.

Al ponerle una cortina de cretona a la pequeña ventana, habían ya dividido en dos partes su vida, habían roto con el pasado y comenzaban una existencia más digna. Empezaban a sentir la necesidad de la belleza quedes en el fondo la virtud máxima del universo. Cuando se les da el brazo a estas corrientes superiores del espíritu, es difícil volverse atrás.

Yo sé positivamente que he rescatado a millares de mujeres de la peor calaña; lo he comprobado personalmente, hoy que yo estoy al fin en mi casa, rodeada de mis libros y de mis maticas, todas ellas se han ido alante, ganan ampliamente su vida, marchan en el grupo de los que se peinan todos los días, y se bañan y actúan como personas decentes... Qué orgullo para mí! Además de haberles fomentado el “sentido de la propia importancia”, les he puesto en las manos un consuelo, un manantial de consuelos; un oficio lindo.

Ésta es otra médula de lo que he escrito durante muchos años: el querer que el individuo confíe en sí mismo, que desarrolle hasta el límite su capacidad; que se haga fuerte e invencible; humilde y ferozmente orgulloso; que use “sus manos”, esa maravillosa palabra que Dios ha dado a todos para expresarse y para parecerse a Él. Lo que yo conseguí con unos centenares de mujeres, ¿por qué no intentarlo en la Isla entera? ¿En el mundo entero quizás?

Alrededor de esos dos “sentidos” gira cuanto escribo. No repudio como es natural las conquistas que la mujer ha alcanzado en estos últimos tiempos, pero creo que en el camino ha perdido su feminidad, no creo que sea hoy más feliz que ayer, y sostengo que antes tenía más influencia sobre el hombre en particular y sobre los “hechos” en general. Con el voto no se ha lograda nada. Se balancean en la misma medida todas las tendencias políticas, y eso es todo.

Entre nosotros, llevamos 9 años de mujeres en el Congreso, y todavía hay centenares de niños pidiendo limosna por las calles, no se puede dar fracaso mayor.

Tampoco puedo negar a la mujer su necesidad de cultivarse el intelecto, de escudriñar en el campo de la ciencia, de la filosofía, de la literatura. Pero si esto ha de hacerse a expensas de la verdadera misión de la mujer que es el AMOR, la MATERNIDAD, el embellecimiento y mejoramiento de su “espacio vital” por medio de la ternura, de la compasión y de la constante creación de motivos vitales y bellos, creo que es cosa bien triste.

Cuando veo descender las escalinatas de la Universidad a miles de niñas aún de media corta, pienso para mis adentros que dentro de unos años no va a quedar un sólo ser humano en las casas para abrir la puerta; para hacer una tizana al enfermo; para cerrar los ojos al moribundo. Y que todas estas niñas que estudian Filosofía y letras, y Griego, y Derecho, etc., lo hacen por huirle a quedarse en la casa, cosa que aterra a la mujer moderna; por huirle a fregar los platos, a zurcir la ropa, a remendar la camisa. quizás sea una gran cosa, pero no me convence. Las mujeres han puesto un pie en “la calle”, después el otro... Yo no vislumbro hacia qué clase de conquistas se dirigen si al desplazar a los hombres en la oficina pública, en el foro, en la política, no los están haciendo todavía más blanditos, más inútiles, más insignificantes. Un mundo en que el SER SUPERIOR sea la mujer sería muy halagador, pero ¿quién va a hacer el papel de MADRE?

No quiero lastimarla, pero cuando pienso en Gabriela Mistral en un Consulado, se me tuerce el corazón. La veo en la Universidad, a la cabeza de un periódico, en la montaña o en la plaza pública PREDICANDO, pero jamás firmando Facturas. Pero así están de comprensivos los hombres...

No sigo desbarrando, porque la voy a dejar exhausta, reciba mis abrazos, mis sueños, mis esperanzas de que el nuevo año la coloque donde Dios quisiera que Ud. estuviese para bien de los demás.

Mi hermana Dulce que está delicadísima de salud, me encarga que le mande todo su amor, no quieren que escriba por el momento pues está muy débil y mal de los glóbulos rojos.

Tengo esperanzas de ir al Perú, donde están desde hace un año mi sobrina Cucusa y sus hijos, que he criado como propios y a los que extraño sin cesar. Su marido está hecho cargo del Consulado de Cuba en el Callao. Si lo necesita para algo, ya lo sabe.

Si logro ir, le escribiré desde allí, y ojalá pudiese volar a verla y a darle un abrazo personal.

En tanto, perdone la larga misiva, y sepa que guardo sus líneas como oro vivo y que he agradecido infinitamente sus consejos sabios y generosos.

Hasta un día, la abraza,

Ana María Borrero

Le incluyo un artículo mío de interés puramente local, pero que salió por pura casualidad el mismo día que se publicada en La Marina un pequeño poema suyo titulado poco más o menos “El jardín junto a la ventana”... Sentí un júbilo inmenso al ver que había coincidido con Ud. Yo había entregado mi artículo como un mes antes, así es que el plagio, se efectuó en el espacio… por mi parte.


Ana María Borrero
(Perdón por el papel, que es el que menos pesa)

Además de haberles fomentado el “sentido de la propia importancia”, les he puesto en las manos un consuelo, un manantial de consuelos; un oficio lindo...
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