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Fidel: sacude la mata y... adelante

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Fidel: sacude la mata y... adelante

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El Gobierno Revolucionario y Fidel Castro han pasado otra prueba. Una prueba difícil. Una prueba más en el camino, erizado de obstáculos.

En patético discurso que siguieron, con emoción, cincuenta mil camagüeyanos congregados en el Cuartel Agramonte junto a ellos —escuchando la trasmisión extraordinaria de Cadena Oriental de Radio y su periódico La Palabra— millones de compatriotas en todas las provincias, Fidel Castro desmoronó implacablemente otra conjura. Una conjura más peligrosa quizá que la de Urrutia, porque salió del propio corazón de la Revolución que es el Ejército Rebelde.

Fidel Castro, con el apoyo del pueblo, que le siguió a pie y sin armas desde el aeropuerto hasta el campamento militar, en impresionante invasión de coraje revolucionario, puso al descubierto la desventurada maquinación de un oficial joven, de un Comandante que había ganado prestigio en la guerra y que a pesar de su capacidad, se dejó confundir y arrastrar por los personalismos, la vanidad, la soberbia y el endiosamiento, hasta colocarse en situación de suma peligrosidad para la Revolución por la que un día peleó para después negarla fatalmente.

Huber Matos, Díaz Lanz y Urrutia

El caso del comandante Huber Matos es la repetición, casi gemela, del caso Díaz Lanz y del proceso Urrutia

Se trata de gentes que ganaron méritos en la insurrección. Tan (ilegible) lo señaló para Presidente de la República, a otro Fidel Castro lo llevó a la Jefatura de la Fuerza Aérea y al tercero, Fidel Castro lo honró con la Comandancia del Regimiento “Ignacio Agramonte” de Camagüey.

Los tres —Urrutia, Díaz Lanz y Huber Matos— cumplieron un rol en la etapa insurreccional.

Manuel Urrutia Lleó mientras era el presidente de la República.

Uno produjo un voto justiciero en el Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba, en ocasión del juicio por la llegada del “Granma”. Otro, trasladó amas a la Sierra desde aeropuertos de Costa Rica, Venezuela y los Estados Unidos. El último se batió en la zona de Santiago contra las fuerzas de la dictadura.

Pero llega el triunfo de la Revolución el 1ro. de enero y tanto Urrutia, como Díaz Lanz y Huber Matos se quedan como estancados, como paralizados, como petrificados en la etapa anterior de la insurrección.

Cada uno, en su turno, fue incapaz de comprender la magnitud de la tarea revolucionaria de Fidel Castro. Creyeron que la Revolución había comenzado el 26 de Julio de 1953, para terminar el 1ro. de enero de 1959. Desconocieron, lamentablemente, que en esos cinco años se cumplió la etapa insurreccional. La verdadera Revolución —la que ellos no entendían— comenzaba precisamente el 1ro de enero, con el fin de la insurrección popular y se reafirmaría definitivamente el 17 de mayo de 1959, con la firma, en el histórico campamento de La Plata, de la Ley de Reforma Agraria.

Urrutia, Díaz Lanz y Huber Matos, creían que tanto esfuerzo, tanto sacrificio y tanto heroísmo, se concretaba simplemente a cambiar un equipo de Gobierno por otro.

Se resistieron a comprender —cada uno en su oportunidad— como una verdadera Revolución no podía limitarse a repetir modalidades ya caducas en lo económico, lo político y lo social.

El anticomunismo

Tanto Urrutia, como Díaz Lanz y Huber Matos, procedían de la clase media cubana. Los tres se hicieron profesionales. Los tres tuvieron la suerte de desarrollarse en un medio que les facilitó educación y preparación técnica o universitaria. Los tres tuvieron éxito en el medio social; uno se hizo juez, otro piloto, el tercero pedagogo.

Y los tres se dejaron llevar por los mismos prejuicios, que ni siquiera a ellos, productos de la pequeña burguesía nacional, les correspondía.

Los tres se dejaron arrastrar por falsos complejos clasistas. Los tres se sobrecogieron por los mismos temores, típicos en ciertos sectores minoritarios del país. Los tres se afiliaron a la tesis cobarde del determinismo geográfico: (“Hay que tener cuidado con los americanos”.)

Los tres se dejaron impresionar por la monstruosa campaña que desde el exterior se encamina a socavar el respaldo nacional con que cuenta Fidel Castro y la Revolución Cubana.

Los tres sucumbieron al mismo convite, que se repite inalterablemente, inexorablemente en cada deserción: el anticomunismo.

El comunismo de Fidel

Los tres —cada uno en su momento— se proclamaron campeones del anticomunismo. Los tres —cosa curiosa— no se titularon enemigos doctrinales del comunismo de Blas Roca o Lázaro Peña —que en Cuba tiene un Partido, una militancia y una consigna, sino que los tres —Urrutia, Díaz Lanz y Huber Matos— se lanzaron a denunciar el comunismo de Fidel.

Los tres repitieron con deplorable falta de originalidad e imaginación el mismo cliché: anticomunismo, anticomunismo, anticomunismo.

Ninguno discutió cuestiones básicas para determinar el comunismo de Fidel Castro.

Pensaron, tal vez, que era comunismo acabar con los latifundios, rebajar los alquileres o aumentar los impuestos a las importaciones de los Estados Unidos.

Desconocieron, torpe o malévolamente, que no puede ser comunista un gobierno que crea un mayor número de propietarios rurales; un Gobierno que no establece ningún tipo de limitación a la libertad de expresión y de prensa; un Gobierno que, contra la doctrina comunista, netamente internacionalista, proclama con orgullo su nacionalismo revolucionarlo.

Los comandantes Camilo Cienfuegos y Huber Matos junto a Fidel Castro al momento de la entrada en La Habana de la llamada Caravana de la Libertad. En el interior del vehículo se distingue a Celia Sánchez Manduley.

Ni Urrutia, ni Díaz Lanz ni Huber Matos, podían discutir sobre bases serias la cuestión del comunismo o el anticomunismo.

Los tres, en sus quejas, en sus reproches, en sus maniobras, en sus autojustificaciones, intentaban presentar a Fidel Castro en una imagen imposible, como maniatado, controlado, dominado o atemorizado por una terrible ala comunista que, como la “Rebeca” de la película, está siempre presente, pero no se ve por ninguna parte.

Como no tienen tesis, ni saben a ciencia cierta lo qué es el comunismo o el anticomunismo, acuden a los nombres, personalizan y tachan de “comunista” a Raúl Castro, al “Ché” (sic) Guevara o a Núñez Jiménez, confundiendo o tergiversando una clara posición revolucionaria de izquierda nacionalista, con el comunismo soviético.

Huérfanos de base doctrinal seria para la discusión, se limitan a dar nombres: Raúl, el “Ché” (sic), Núñez Jiménez, etc., etc.

Lo ridículo de una acusación

Por el mismo método de ofrecer nombres, nosotros podríamos preguntamos:

¿Puede afirmarse que las medidas económicas del Gobierno Revolucionario —aconsejadas, en gran parte por Pazos, Fresquet, Boti y Cepero— son medidas comunistas?

¿Puede decirse que Felipe Pazos, exdirector del Banco Mundial, con sede en Washington, es o ha sido alguna vez comunista?

¿Puede asegurarse que Rufo López Fresquet, exasesor económico de la Asociación de Industriales de Cuba, es comunista?

¿Puede calificarse de comunista a Regino Boti, exauxiliar del doctor Prebistch, Secretario de la Organización Económica de la ONU?

¿Es que el Banco Mundial, la Asociación de Industriales de Cuba o la Comisión Económica de los Naciones Unidas, son instituciones dirigidas u orientadas por comunistas?

Y siguiendo el mismo método personalista, que ellos emplean para acusar de comunista al Gobierno Revolucionario:

¿Puede ser comunista nuestro embajador en Washington, doctor Ernesto Dihigo, profesor, durante veinticinco años, de Derecho Romano en la Universidad de La Habana y Secretario de la Asociación de Anunciantes de Cuba?

¿Puede llamarse comunista a quien fuera el Primer Ministro de la Revolución y es hoy Embajador de Cuba, doctor José Miró Cardona, espíritu moldeado en el estudio de las leyes, Profesor de Derecho Penal de la Universidad de La Habana, Decano del Colegio de Abogados de Cuba?

Pero saliendo de esta confrontación personal y absurda a que nos obliga la peregrina dialéctica de quienes acusan al Gobierno Revolucionario de comunista, ¿es que son comunistas los cincuenta mil camagüeyanos que se congregaron junto a Fidel Castro en el Regimiento Agramonte?

¿Eran comunistas los cientos de miles de campesinos que inundaron La Habana el pasado 26 de julio?

¿Son comunistas las multitudes que acuden a los actos de la Reforma Agraria?

¿Son comunistas los que aplauden a Fidel por dondequiera que éste aparece?

¿Es comunismo demostrar respaldo a Fidel y a la Revolución?

El porqué del anticomunismo

Demostrado lo ridículo de esta acusación hay que preguntarse por qué en todos los desertores, como Urrutia, Díaz Lanz y Huber Matos se repite la cansona patraña del anticomunismo.

Sencillamente, se declaran anticomunistas porque por esa brecha es por donde puede venir el empujoncito de los grandes intereses financieros norteamericanos; se declaran anticomunistas porque por esa brecha está el ejemplo de Castillo de Armas, en Guatemala; se declaran anticomunistas porque por esa brecha creen que es más fácil socavar al Gobierno y desacreditar a Fidel Castro; se declaran anticomunistas porque por esa brecha garantizan toda la propaganda de las agencias cablegráficas y los grandes consorcios periodísticos de la reacción, de Cuba y el extranjero; se declaran anticomunistas porque con ese pretexto, esa bandera y esa consigna pretenden vestir de cierto ropaje doctrinal todas sus pequeñas miserias, todos sus intrascendentes personalismos, todas sus mezquinas limitaciones y resentimientos.

Foto y texto tomados de Bohemia.

Como no es decente, ni elegante, ni prudente proclamarse a sí mismos contrarrevolucionarios, apelan al expediente fácil del anticomunismo. Son alegres anticomunistas. No importa que no tengan la idea más ligera de lo que es el comunismo, o el socialismo de estado, o el régimen de libre empresa o cualquiera de los distintos sistemas políticos o económicos susceptibles de debate doctrinal.

Eso es demasiado complicado.

Es mucho más fácil decir que Fidel Castro es comunista, que Raúl Castro es comunista, que el “Che” Guevara es comunista. Repetir el disco rallado (sic) “made in USA” de la AP, la UPI, Life, Time, US News, la SIP, Jules Dubois y Gainza Paz.

Y por esta enfermedad contagiosa del anticomunismo van cayendo todos.

Por ahí cayó Díaz Lanz para luego despeñarse en la más cobarde y abyecta de las provocaciones.

Por ahí cayó Urrutia, tan anticomunista y tan apasionado defensor de la libertad privada, que lo primero que hizo fue comprarse una residencia de $37 000 en el Country Club, con sus ahorros de Presidente de la República.

Por ahí tenía que empezar el comandante Huber Matos.

El comandante Huber Matos

Huber Matos.

Nadie mejor que Fidel Castro para trazarnos en cortos párrafos la clave de la perdición de Huber Matos.

Son los primeros párrafos del discurso de Camagüey, en que parecía que la voz de Fidel se quebraba por el sentimiento que le producía la traición del compañero:

“A este traidor lo primero que le llamaría es ingrato. Ingrato porque no supiste pagar con lealtad las simpatías espontáneas y los aplausos gratuitos que te daba el pueblo de Camagüey. Ingrato porque quisiste realizar una maniobra contrarrevolucionaria en la provincia más revolucionaria de Cuba.

“Ingrato porque confundiste las simpatías del pueblo con la incondicionalidad. Ingrato porque te endiosaste, ingrato porque te autosugestionaste con la misma propaganda que constantemente estabas promoviendo a favor de tu persona. Ingrato porque te creías que los pueblos pueden ser traidores, y hombres puede haber traidores, pero no pueblos, y confundió (sic) lo que es simpatía para una causa, lo que es adhesión por una causa, confundió lo que es gratitud de todo el pueblo, no con los que están vivos, sino gratitud principalmente por los que cayeron en la lucha y no oyeron los aplausos.

“Gratitud del pueblo para aquellos que fueron los pioneros, para aquellos que murieron luchando contra la tiranía, sin llegar a ver un solo rayo de luz de la libertad que hoy disfrutamos. Gratitud a los que cayeron, aplausos para los que cayeron, lealtad para los que cayeron; incondicionalidad para los que cayeron, porque los que cayeron hicieron posible que hoy haya un Ejército Rebelde, y porque los que cayeron hicieron posible que haya comandantes que reciben el aplauso del pueblo.

“Ingratos y torpes, y vanidosos, y fatuos los que creen que esa gratitud y ese aplauso y esa incondicionalidad es para ellos, porque hombres puede haber traidores. pero no pueblos.”

Esta ingratitud de la que habla Fidel Castro, este torpe desconocimiento de los fines de una Revolución que aspira a afirmar la dignidad y la soberanía nacional perdieron irremisiblemente a Huber Matos, como mismo confundieron, en deserción bochornosa, al juez Urrutia —pequeño, resentido, petulante— y como ha llevado a la locura criminal más perversa al renegado Díaz Lanz.

La infamia sin nombre

Pero salgamos del episodio de Camagüey —claramente explicado por Fidel en su dramática alocución— para llegar a los hechos insólitos del miércoles 21.

Recuerden la fecha exacta del día de la infamia: 21 de octubre de 1959.

21 de octubre, día triste, día gris, día aciago. Fecha turbia en la que se conjuraron las más asquerosas miserias humanas —la traición a la Patria, la cobardía personal, el crimen colectivo— para perpetrar el hecho más abominable de la historia de Cuba.

Había terminado ya el discurso de Fidel.

El pueblo entero, satisfecho, tranquilo, confortado, salía de la tensión provocada por los acontecimientos de Camagüey.

Pasadas las dos y media de la tarde, millones de cubanos se reintegraron a sus trabajos.

Fidel Castro y el pueblo camagüeyano —es decir, Fidel Castro y la columna Ignacio Agramonte, compuesta por cincuenta mil obreros y campesinos— habían ganado una batalla sin derramar una gota de sangre.

La batalla contra la traición

Una batalla mil veces más dolorosa que las duras libradas en la Sierra contra el enemigo declarado. Una amarga y áspera victoria contra la traición, que toco de cerca y deja huellas imborrables en el espíritu.

Todo el país retornaba a la normalidad.

Los campesinos que blandieron indignados sus machetes, dispuestos al castigo de los traidores, los devolvieron a sus fundas. La firmeza y generosidad del líder no obligaban “a la carga para matar bribones”.

Los obreros camagüeyanos que apretaban en sus puños los martillos, los devolvieron a la mesa del taller, porque aquella batalla se había ganado sin armas.

Toda la fe nacional, que había estado como en suspenso desde las primeras horas de la mañana, se recuperaba rápidamente en virtud de las tranquilizadoras palabras de Fidel Castro.

En esa propia edición de Bohemia (la correspondiente al 1ro. de noviembre de 1959) apareció este reportaje.


Un avión, un miserable avión

El cubano, tan dado al perdón, tan dado al olvido, ya daba al episodio de la traición, la categoría de un hecho liquidado.

Cada cual, el empleado en su oficina; el obrero en la fábrica; el campesino en el surco, se refería a los acontecimientos del día como a dificultades vencidas por el Comandante victorioso de la Revolución.

Nosotros mismos —luego de rendida la extraordinaria labor que nos permitió alcanzar un resonante éxito periodístico al trasmitir directamente desde las 11 de la mañana —de Camagüey— habíamos salido ya de los estudios de Cadena Oriental de Radio y descansábamos en la casa, felices también porque la Revolución había sorteado sin sangre un nuevo obstáculo en el camino.

La Habana —vestida de gala para los turistas del ASTA, más bonita que nunca— desbordaba de nuevo su confianza. Los convencionistas del ASTA comenzaban a salir de sus hoteles para acudir a la recepción que les brindaba el Gobierno Revolucionario y la Comisión del Turismo en el Havana-Riviera.

Había en la calle como una alegría natural Todos nos felicitábamos porque la traición no pudo lograr sus oscuros objetivos.

Los graves acontecimientos de Camagüey no habían podido sembrar la inquietud, el temor y la zozobra que hirieran fracasar la Convención del ASTA, tan cuidadosamente preparada por Fidel Castro y el Gobierno con la cooperación admirable y sacrificada de los obreros, gastronómicos, hoteleros, choferes y la CTC.

El triunfo de la Convención del ASTA era una realidad de recuperación turística para Cuba.

Y en esos precisos instantes, en la zona del Hotel Hilton, del Nacional, del Malecón, de la propia exposición del ASTA, apareció, surcando el cielo de un día claro un avión

Un avión.

Un miserable avión.

Un avión asesino. Un avión que cobijaba la cobardía. Un avión tripulado por un traidor enloquecido. Un despreciable avión cuyo recuerdo odioso no olvidarán jamás los habaneros.

Y el avión comenzó primero a vomitar su carga de resentimiento: los “manifiestos” del renegado Díaz Lanz.

Ante la provocación desgraciada, se registró una reacción espontánea de todo el pueblo, que como abochornado ante nuestros visitantes del ASTA por aquella afrenta desvergonzada, corrió a la calle a recoger los panfletos insolentes y en sólo unos minutos, en las calles principales, improvisaban fogatas donde se quemaban per miles, las sucias hojitas del provocador.

La incursión ominosa de la avioneta había despertado la más emocionante colaboración ciudadana para repudiar elocuentemente, echando a la candela, el veneno impreso que lanzaba el miserable.

El bombardeo

Pero el canalla no habría de conformarse con el riego de veneno. Enloquecido en su impotencia, acobardado quizás por los disparos que ya le hacían desde la Marina de Guerra Revolucionaria, sustituyó las proclamitas por la metralla asesina y en una furia maldita y abominable, comenzó a tirar sobre la población indefensa, que aterrorizada no sabía dónde refugiarse y como antes hicieron los criminales de guerra de Batista en la Sierra Maestra, el Segundo Frente y el Escambray, roció de balas, en hazaña estúpida y sin precedentes, a una ciudad en paz, a un pueblo optimista, a una capital entregada alegremente al festejo de sus visitantes extranjeros.

No se vio nunca crimen semejante.

Como antes hicieron los pilotos asesinos de Batista contra la población campesina de la Sierra, un engendro criminaloide ametrallaba impunemente al pueblo de La Habana.

Aquella estampa endemoniada y cruel duró veinte minutos.

Lo vio todo un pueblo aterrorizado. Lo vieron los miles de convencionistas del ASTA. Lo debe haber visto —si en aquellos momentos no redactaba una “nota diplomática” contra Cuba— el propio Embajador de los Estados Unidos en La Habana.

Multitudinario acto reseñado ampliamente por Bohemia.


No hay nombre para ese crimen

¿Cómo reaccionar ante esta ruindad?

¿Cómo calificar este crimen?

Asco, indignación, vergüenza y odio. Sí, odio. Odio profundo contra alimañas capaces de perpetrar semejante iniquidad, son los sentimientos que despierta el ametrallamiento absurdo del miércoles 21 de octubre.

Mil veces malditos los salvajes atorrantes que cubrieron la más negra página de infamia en la historia de Cuba, llevando la muerte y la sangre a una población en paz.

¿Cómo califica el Derecho de Gentes esta brutalidad?

Genocidio, llaman al crimen indiscriminado contra el pueblo en épocas de guerra.

¿Pero con quién estábamos en guerra?

¿A qué país habíamos agredido?

¿Qué razón, que peregrina y extraña razón había para aquel atentado monstruoso?

Aquella estampa bárbara escapa al juicio normal para entrar de lleno en el campo de la siquiatría. Sólo locos, locos criminales, locos insensatos, locos degenerados, locos estúpidos, locos sin honor, sin conciencia, sin ley y sin patria, locos sin madre, sin hijos y sin hogar son los únicos capaces de semejante crimen.

¿Es que puede vientre de mujer parir monstruos?

¿Es que se conoce de hecho parecido en la historia del mundo?

¿Estamos solos en el mundo?

Y después de este crimen abominable, ¿no reaccionará el mundo entero en conmovida solidaridad con el pueblo cubano?

¿Se concibe lo que estaría pasando si esta agresión en vez de descargarse contra La Habana si hubiera realizado contra Washington?

Caricatura aparecida en la sección En Cuba.

¿Que estaría pasando hoy en el mundo si el ametrallamiento en vez de sufrirlo los cubanos, lo hubieran recibido los americanos?

¿Es que la conjura que trata de cercar a la Revolución será tan canalla que ahora trata de desvirtuar los hechos, después del crimen sin nombre y venir con la misma cantinela del comunismo o del anticomunismo?

¿Es que frente al hacho bárbaro la humanidad reaccionará con indiferencia?

¿Es que no existe una pomposa institución que se llama Organización de las Naciones Unidas?

¿Es que no hay una Organización de Estados Americanos para salvaguardar la paz entre los pueblos de América?

¿Es que puede haber silencio frente al crimen?

¿Es que pueden seguir sin castigo en los Estados Unidos —de donde partieron los cobardes— los miserables que bombardearon a una población inerme?

¿Es que un hecho semejante —sin precedente en la historia— podrá pasar sin una sanción ejemplar que más que a Cuba corresponde a la Humanidad?

¿Es que las agencias cablegráficas —las indignas agencias cablegráficas que han estado calumniando groseramente a Cuba— no han reportado la magnitud de infamia?

¿Es que seremos nosotros, sólo nosotros, los que tendremos que gritar que el día 21 de octubre cuando más tranquila estaba la capital, se descargó inmisericordemente la metralla y la muerte contra un pueblo inocente?

¿A quién acudir en demanda de justicia?

¿Nos faltará el apoyo solidario de los pueblos de un mundo que tanto habla de Libertad y Democracia?

¿Puede el pueblo norteamericano ser tan brutalmente indiferente, que permita que se paseen por las calles de sus ciudades estas bestias sin conciencia?

¿Hasta dónde podrá llegar la insensibilidad de quienes pregonan el respeto a los derechos humanos y al mismo tiempo cobijan a los más bajos criminales?

¿Podrán dormir las madres americanas, sabiendo que conviven con entes tan abyectos?

¿Es que ahora mismo en los Estados Unidos no se discute si llevan o no a la silla eléctrica a Caryle Chessman, acusado de la muerte de un semejante y pueden vivir sin castigo, en el mismo territorio, los que, en sólo unos minutos, valiéndose de la impunidad de un aparato aéreo, ametrallaron a cientos de infelices?

No es cuestión de reclamaciones diplomáticas, ni de discursos en la ONU, ni de alegatos en la OEA, ni de protestas de embajadas.

Si el Gobierno de los Estados Unidos, que preside un militar de honor como el General Eisenhower, actúa en consecuencia con los principios de Humanidad que tanta sangre y tantos sacrificios han costado al mundo, debe adoptar inmediatamente en satisfacción del pueblo de Cuba, todas las medidas pertinentes para responder esta ofensa a un pueblo pequeño y humilde, denigrado y escarnecido, que sabe sufrir y paga tal (sic) alto precio de sacrificio por su ambición legítima de ser libre e independiente.

El precio de la Patria.

Sólo ahora, espantados ante los hechos de ayer, es que muchos cubanos están comprendiendo cabalmente que caro es el precio de la Patria.

¡EI precio de la Patria!

¡Qué difícil es llegar a ser libres de veras! No libres por banderita y el himno, sino libres de la tutela extranjera; libres del control de los monopolios financieros, libres de los hipócritas compromisos internacionales; libres del temor a las represalias del poderoso; ¡libres, para construir una República Justa!

¡El precio de la Patria!

¡Qué caro lo estamos pagando los cubanos!

¡Qué cara paga Fidel Castro la estrella que alumbró su corazón y le clavó el denuedo en sus hombros de luchador!

¡El precio de la Patria!

¡Qué cruenta es la lucha, que enormes los obstáculos, qué difícil el camino!

El pie de foto remarca el apoyo femenino al proceso revolucionario.

La conjura exterior. La traición interna. La incomprensión. El temor. Los prejuicios. Cientos de años de conformismo e inferioridad. Una estructura económica esclavizada, dependiente. Una mentalidad hecha para el servilismo. Una tara —una maldita tara colonial— que hace penetrar de cobardía a gentes de buena fe o sano propósito.

¡El precio de la Patria!

¡Pero qué confortado se siente el espíritu cuando, como esta mañana, al salir a la calle y dirigirnos a cumplir el deber de todos los días, con pesadumbre, con tristeza, con agobio, vimos que en la calle, este pueblo grande, este pueblo ejemplar, no se había dejado arredrar por los peligros más ciertos y, al contrario, mostraba hoy con más firmeza que nunca, su adhesión a Fidel y a la Revolución!

—Pardo —me decía un negro vendedor de periódicos— castiga esta tarde en tu hora, castiga duro a los criminales. Que no haya perdón, que no haya perdón.

Este grito de combate y solidaridad de un hombre humilde —son siempre los humildes los más leales a las noble causas— yo se lo traslado, con el acento más cubano y sincero que pueda tener mi voz, al Comandante Fidel Castro.

Después del crimen

Comandante

—Yo anoche le vi llegar al Hotel Riviera —escenario de la gran recepción del ASTA, que usted no quiso suspender— cumpliendo, con admirable estoicismo, su deber de gobernante.

Quería usted estar con los convencionistas del ASTA, para demostrar con su presencia, con su serenidad de ánimo, con su valor y sosiego de estadista, que ya todo estaba tranquilo, que el Gobierno no perdía la cabeza, que el odio insensato había sido aplastado con firmeza y sin exceso.

Y lo vi llegar al vestíbulo luminoso del hotel de lujo, con su vistoso uniforme de gala.

Rápidamente le rodeó una nube de turistas deseosos de saludarlo y estimularlo. Usted sonreía a los amables visitantes, pero en aquel momento yo le descubrí, Comandante, un rictus amargo de profunda tristeza y preocupación.

Llevaba muchas horas, muchos días sin dormir.

Era lógico que la tensión terrible del esfuerzo, a ratos le llenara de tristeza, a pesar de su empeño en lucir animoso y cordial con los visitantes.

Quizá pocos hombres han tenido tan graves responsabilidades como las que usted, Comandante, ha contraído con su pueblo y con la Historia.

Otras instantáneas del acto.

Pero yo también vi, Comandante, como al salir de la fiesta del ASTA, le recibieron en la calle los hombres y las mujeres del pueblo. Yo vi, comandante, como tocados por una corriente de fervor, corrían detrás de usted con un solo grito, empapado de ternura y de amor: FIDEL, FIDEL.

Y cuando usted partió en su máquina, con los fieles muchachos de la escolta —los de la vieja guardia de La Plata— se escuchaba de lejos un eco de voces cubanas que decían emocionadas: “Ahí va Fidel. Ahí va Fidel.”

Comandante, esa reiteración conmovida de solidaridad popular que usted recibe, ese entrañable fervor por el líder valiente y honesto, eso vale por todas las dificultades, por todas las deserciones, por todas las desilusiones de los que quiebran, de los que traicionan, de los que fallan, de los que se marchan.

Hay que matar millones, Comandante.

Carlos Prío Socarrás también estuvo entre los asistentes a la concentración popular.

No sé si fue usted Camilo Cienfuegos (sic), en su discurso ejemplar, porque si Camilo no tiene la elocuencia que tal vez se aprenda en los libros, ayer tuvo la conmovedora elocuencia del corazón, no sé si fue usted o Camilo quien dijo que para acabar con esto, para derrumbar a la Revolución, para vencerla, hay que matar millones de cubanos.

Yo, que he visto ese respaldo, esa adhesión del pueblo en la hora difícil de la prueba, cuando todavía estaban llegando los heridos a los hospitales, estoy convencido de que para derrumbar a la Revolución, para vencerla, hay que matar millones de cubanos.

Pueblo admirable este pueblo de Cuba, que paga tan caro el precio de la Patria.

Este pueblo grande, de tan profunda militancia revolucionaría, es el respaldo más entero con que cuenta Fidel Castro.

Contra este pueblo se estrellarán una y otra vez, irremisible y fatalmente, todas las conjuras y las traiciones.

La consigna de abajo

De este pueblo —pueblo proletario y campesino que es la vanguardia irreductible de la Revolución— sacamos un telegrama, entre los miles que hemos estado recibiendo desde ayer, respaldando a Fidel Castro, y al trasladarlo al Comandante en Jefe lo hacemos en toda su elocuente expresión popular, como el saludo de solidaridad y combate de los que ahora más que nunca, ofrecen su vida a la Revolución.

Es un telegrama que nos envían los obreros y empleados de la Impresora Modelo de La Habana.

Ellos hablan por el pueblo en vigoroso lenguaje de pueblo:

Dr. Fidel Castro.
Primer Ministro.
En cualquier parte donde se encuentre del Gran Cuartel del Ejército Revolucionario, que es la calle (Fidel)
SACUDE LA MATA Y... ¡ADELANTE!
Este texto, originalmente un editorial de la Cadena Oriental de Radio, también circuló en forma de folleto.


Tomado de la revista 
Bohemia, Año 51, No.44, 1ro. de noviembre 1959, pp. 102-105.

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