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Acta de donación de la corona a la Virgen María

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Acta de donación de la corona a la Virgen María

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En la ciudad de La Habana, en treinta de enero mil ochocientos sesenta y cuatro.— Yo, doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, de estado viuda, mayor de edad y de este vecindario, digo: Que deseando tributar una ofrenda de reconocimiento y devoción a la Bienaventurada Virgen María, y siendo la prenda más preciosa para mí la Corona de laurel de oro con que fui honrada por el ilustre Liceo de la ciudad de La Habana, he determinado donar y dono por esta escritura la expresada corona de laurel de oro a la Gloriosísima Reina de todos los Santos, poniéndola, como pobre homenaje, a las plantas de su bendita imagen que se venera en la Iglesia de Nuestra Señora de Belén, en el altar primero, a la derecha del Mayor. De este modo dedico y consagro el galardón más bello que han tenido en el mundo mis humildes trabajos literarios a Aquella por quien recibió el mismo mundo el don más sublime del Altísimo: Nuestro Redentor Jesucristo, Verbo de Dios Hombre, único dispensador de toda gracia, único digno de toda alabanza y gloria. Al tributar a la Bienaventurada Virgen, en tal concepto, el laurel que no merece ningún mortal pecador, cual yo lo soy y me reconozco y confieso, quiero quede consignado solemnemente que sólo a Ella lo transmito y consagro, sin que en ningún tiempo ni por nadie pueda dársele cualquier otro destino; pues en el caso de que dejara de ser templo Nuestra Señora de Belén, o dejaren de pertenecer a dicha Iglesia las alhajas que posea, me reservo el derecho de recobrar la Corona como propiedad mía, o de quien mi derecho represente, para dedicarla de nuevo a la Santísima Virgen en el lugar y tiempo que juzgue conveniente, obligándose a que esta donación, con la condición impuesta, será cierta y segura en todo, tiempo con sus bienes presentes y futuros, según derecho. En cuyo testimonio así lo dijo y firmó, dando yo el infrasquito (sic) fe de conocerla, omitiéndose la aceptación por quererlo la donante, sin que por ello deje de tener validez necesaria, siendo testigos D. Luis Brito, D. Lino Raldiris y D. Joaquín Ramírez, vecinos presentes. —Gertrudis Gómez de Avellaneda, viuda de Verdugo. —Carlos Rodríguez.
Escribanía del Bachiller D. Luis Rodríguez


Tomado de la revista Gráfico, marzo de 1914. El Camagüey agradece a Jaime López la posibilidad de publicar este texto. 

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