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¿Qué es un tinajón?

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¿Qué es un tinajón?

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En julio de 1976 los artistas de la plástica, ceramistas camagüeyanos, hoy día de fama internacional, Nazario Salazar y Oscar Rodríguez Lasseria, se encontraban en el Tejar Carrasco, situado en la carretera que conduce al municipio de Vertientes, en sus primeros tanteos con el barro, para realizar un mural con la figura del Che. Allí laboraban los artesanos Miguel Báez Álvarez (fallecido) y Manolo Barrero, enfrascados diariamente en la rutinaria confección de piezas utilitarias: porrones, macetas, tiestos, floreros, jarrones, etcétera.

Nazario y Oscar querían utilizar el barro criollo —el que ponderaban los viejos principeños en historias de siglos pretéritos— en obras de arte (como lograron hacerlo posteriormente), pero ese barro criollo se les rajaba una vez moldeadas las esculturas de ensayo. Los veteranos alfareros los auxiliaron, les explicaron que debían mezclar el barro criollo con otro refractario —arcilla procesada a alta temperatura—; que ésta era la única forma de que no se les quebraran las piezas. Probaron y se convencieron de su efectividad.

Fue entonces cuando los habilidosos alfareros les revelaron su secreto: llegaron a esta conclusión después de realizar innumerables pruebas para revivir los famosos tinajones que mundialmente son el sello de distinción del Camagüey.

Las primeras pruebas fueron adversas: los panzudos tinajones enormes se deshacían y comenzaron la mezcla de los barros; luego se dieron cuenta que tenían que ir “acordelando”. O sea, poner “cintas” de barro, unas sobre otras, para poder armar el artefacto. Este sistema se conoce también, en la jerga alfarera, como trabajar con “chorizo” o “barras de arcilla”. Miguel fue insistente. Incontables días de trabajo, junto a su compañero, para revivir el tinajón, arrancarle a la nada el secreto de los viejos barreros del siglo XVII.

Estas “barras de arcilla” se van moldeando y superponiendo. Nazario y Oscar se dieron cuenta de lo difícil que era dominar esta técnica, sobre todo para moldear de manera homogénea, y valoraron la labor callada de estos dos artífices que habían revivido el tinajón en el siglo XX.


El tinajón constituye una incógnita. Se sabe que no es originario del Camagüey, pues en Andalucía abundan estos depósitos para guardar, sobre todo, los aceites de oliva, pero ninguno se asemeja al tinajón camagüeyano; podemos suponer que nuestros alfareros tomaron algún modelo andaluz y le dieron su toque muy personal, que posteriormente otros trabajadores del barro copiaron, y así fueron proliferando en los patios del viejo Camagüey.

Algunos suponen que surgieron en épocas en que prevaleció la sequía, pero otros atestiguan que los colonizadores, asentados en la villa, no fueron partidarios de cavar pozos para obtener agua en las casas, y en cambio preferían fabricar aljibes para almacenar el agua de lluvia, y como auxiliares para estos menesteres surgieron los tinajones. Es interesante, porque aljibe proviene del árabe hispánico, y éste, a su vez, del árabe clásico; parece que no están muy desacertados los que apuestan por el origen andaluz.

No son pocos los que exponen que en Jamaica —colonia de España hasta 1655— existen tinajones semejantes a los camagüeyanos, lo que asevera aún más su procedencia hispánica y a la vez hace más misterioso y enigmático el tema.

Los estudiosos sostienen que el tinajón data del siglo XVII, pero los que abundan hoy día en las casas pertenecen al siglo XIX, incluso a sus primeros años. En no pocos se puede leer el año en que fueron construidos y hasta el nombre del fabricante, así como rústicos detalles decorativos. Se estuvieron alzando hasta mediados del siglo XIX. Fueron variando lentamente su estructura, algunos más panzudos, otros más estilizados.

Tinajones abultados, altos, pequeños, en fila de tres, cuatro toaos dependiendo de un curioso sistema de canales que en el siglo XVII se supone eran de madera, hasta que fue imponiéndose el latón o la hojalata. Los tamaños están, casi relacionados con la holgura económica de la mansión y de los primeros moradores, que fabricaron la vivienda. Los camagüeyanos acopiaban el agua de lluvia, que para ellos era para ellos potable, en tos tinajones. Con los primeros aguaceros de mayo comenzaba la limpieza y esas aguas no se bebían, porque podían aquejar con el llamado “embuchado” (vómitos), ya que arrastraban al tinajón el polvo acumulado en las tejas criollas del techo; esta agua se utilizaba también para cocinar. Cuando comenzaron en las casas las perforaciones de pozos, no se dejó de utilizar el tinajón, preferido por su frescor. Era costumbre. después de llenos los tinajones, cubrirlos con tul, lo que impedía la oleada de mosquitos u otros insectos y detritus que cayera en sus aguas; luego se cerraban con tapa de madera u hojalata.

En diciembre de 1900, durante la intervención norteamericana, las autoridades sanitarias elaboraron un inventario de los tinajones existentes en la ciudad de Puerto Príncipe: sumaban en aquel año 16 483; sin embargo, durante la república neocolonial, la venta inescrupulosa hacia otras ciudades, preferiblemente La Habana y hasta Estados Unidos, para adornar portales y jardines, fue permitida.


Después de la década de los años setenta, Miguel Báez Álvarez y Manolo Barrero resucitaron el tinajón, apoyados por las autoridades municipales y provinciales. Los tinajones ocuparon infinidad de lugares preferentes en la ciudad como ornamento y volvieron a ponerse de moda, hasta se alzan como saludo y emblema del Camagüey en otras provincias.

Cuenta una antigua leyenda que un forastero que llegó a Puerto Príncipe y bebió de su agua de tinajón se quedó para siempre en el Camagüey. Un chusco quiso sacarle “lasca” al asunto y agregó: “Claro, porque le dio el «embuchado» y terminó en el cementerio”, pero alguien que lo escuchó le replicó: “No, se quedó porque se prendó de una camagüeyana, de esas que dijo Martí «que era la tierra de Cuba donde todas las mujeres son trigueñas y todos los ojos son hermosos»”[1].

            Agua santa de este suelo
            en el que se meció mi cuna,
            agua grata cual ninguna,
            que bajas pura del cielo.
            Yo te beso con anhelo,
            casi con mística unción,
            pues creo que tus gotas son
            de mi madre el tierno llanto
            al ver que te quiero tanto,
            Camagüey, tu corazón.


(Agua de tinajón, Aurelia Castillo)


Tomado de Sones de marimbas y güiros. Puebla, Benemérita Universidad de Puebla, 2011, pp.29-33.
El Camagüey agradece a Pável Alberto García las imágenes que ilustran este texto.

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