Después de escrito este epígrafe, he sentido cierto escozor mental; porque a la verdad no me encuentro muy seguro de que haya ningún movimiento feminista en Cuba. A punto he estado de tacharlo. Pero al fin me he puesto a recapacitar que algo de ello tenemos. En primer lugar, el nombre. Y de un salto, y sólo por esto, se coloca ya el movimiento feminista cubano al lado de cosas muy serias y respetables, la Constitución, por ejemplo, y los derechos individuales que garantiza o que debería garantizar.
Después tenemos algunos síntomas de que, si no hoy, puede existir mañana ese movimiento entre nosotros. Y un síntoma es algo más que un nombre. Precisamente uno de éstos es lo que me ha movido a escribir sobre ese movimiento, que todavía no pasa de tendencia, según comienzo por confesar. En un folleto, elegantemente impreso, acabo de leer el discurso que pronunció la Srta. María Luisa Dolz al terminar los exámenes del colegio que dirige. Aunque lo llama discurso, también pudiera llamarlo manifiesto. El manifiesto de una mujer ilustrada, perspicaz y enérgica a las mujeres de su país, diciéndoles que el mundo se mueve cada vez más aceleradamente, que la vida ha cambiado de aspecto, y que es tiempo de que la mujer cubana ponga oído a las voces victoriosas que resuenan fuera, y se prepare mejor para concurrir con sus esfuerzos a la gran obra de reparación con que marca el siglo sus postrimerías.
La propaganda a favor de la mujer toma hoy en el mundo muchas formas, porque el problema es muy complejo y son muy diversos los obstáculos que la dificultan. Nuestras pasiones e intereses que tan fácilmente se cristalizan en costumbres, las ideas que prolíficamente brotan de los hábitos contumaces, el peso abrumador de lo pasado, el derecho con su falsa inmovilidad, la ciencia adulterada en sus conclusiones, son otras tantas fuerzas que resisten, y pugnan por torcer el rumbo de las reivindicaciones de la mujer moderna.
Cuando el mundo antiguo se aproximaba a su fin, la posición social de las mujeres se había realzado notablemente. Todavía guarda su prestigiosa significación el nombre de matrona romana. El cristianismo inició una verdadera reacción en contra suya. El sombrío ascetismo que lo animaba, su origen inmediato en la religión de un pueblo patriarcal y la doctrina jurídica que fue elaborando en lo que se ha llamado derecho canónico consagraron durante largos siglos la inferioridad radical de la mujer, su dependencia estricta del hombre, su estado de parasitismo irremediable. La voz profunda del Apóstol de las Gentes pasaba sobre sus cabezas, inclinadas y cubiertas, como sentencia inapelable: ypandros gyne, sub vivo mulier.
Para romper las apretadas mallas en que las han envuelto la rutina, el egoísmo y los intereses bastardos crecidos a su sombra, esfuerzos muy complejos y hábilmente coordinados son más que necesarios. La batalla ha de librarse y se está librando en diversos campos. El movimiento feminista se descompone en varias cuestiones subordinadas, cuya importancia no es la misma en todas partes. En la base está la cuestión pedagógica. Sobre ésta se elevan a diversa altura el problema económico del trabajo de la mujer, el de su condición legal en el matrimonio y fuera de él, sus derechos civiles y sus derechos políticos.
Nosotros no hemos pasado de las primeras frases, y aún apenas si les reconocemos su verdadera importancia. Se habla de la educación de las niñas, y se nota cierta emulación en las familias porque se amplíe la esfera de sus estudios. Pero eso es todo. El Estado ha creído resolver el problema y cumplir su deber, abriendo a las mujeres las puertas de la Universidad. Pero a la Universidad no se llega sino por los Institutos. Las alumnas que aspiren a la instrucción profesional han de pasar por la segunda enseñanza. Y hay que decirlo en todos los tonos. Nuestra segunda enseñanza es una vergüenza y el más serio peligro para nuestra cultura. Causan espanto y grima los textos por donde se estudia, los métodos con que se estudia, el plan por que se estudia, la aglomeración de las materias, el tiempo que se les consagra. Esos cinco años preciosos que se roban a la cultura verdadera y a una dirección atinada de las actividades mentales, no sirven ni para formar pedantes o bachilleras. Sólo sirven para fomentar la pereza intelectual y el horror al estudio. Si las niñas cubanas han de pasar forzosamente por esas horcas caudinas, más cuerdo y previsor sería que renunciaran a llegar a la enseñanza universitaria. En las condiciones en que han de entrar luego en la competencia profesional, sus esperanzas de éxito descansan en la solidez de su saber. No necesitan títulos, sino ciencia y pericia.
La señorita Dolz señala el mal, y eleva su voz sincera, llamando la atención de las familias sobre este grave problema. A que alcance al menos algún eco desean contribuir estas líneas.
Mayo, 1894
Tomado de El Fígaro. La Habana, Año 10, Num.15, 6 de mayo de 1894, p.2.