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A una antigua y buena amiga
cuyo nombre no recuerdo.


          Escúchame, mujer: si con los años
   van marcándose arrugas en tu frente
   y nuevos desengaños
   hacen hilos de plata reluciente
   tus cabellos castaños,
   no dejes de gozar;
   goza afanosa
   recordando, si puedes, dulcemente
   los días estos en que fuiste hermosa.
         Si cansados tus nietos de consejas,
   dormidos ya por tu pesada charla,
   con penumbra y misterio baladí
   buscas en el arcón las cosas viejas
   y encuentras olvidada poesía
   que este ingrato escribió pensando en ti,
   arrójala al hogar, no sin besarla,
   y mezclando la ira y la alegría
   ríe y maldice nuestro amor y a mí.
         Acaso en ese instante
   mi mano vacilante
   arroja desdeñosa tu retrato;
   acaso otra mañana
   tu cayada tropiece con la mía
   y riendo los dos con furia insana
        ─¡Achacoso! ─me digas. Y yo: ─¡Arpía!
        No merecen las cosas de este mundo
   ni amor intenso, ni dolor profundo.
        Yo viejo reiré cual reí niño,
   fingiré picaresco mil engaños
   a costa de tu amor,
   negaré mi cariño
   y diré muy formal que con los años
   aumenté el mal humor.
        Haz tú lo mismo; olvida lo que fuimos,
   desprecia avergonzada nuestros mimos,
   tu risa y tu desprecio extiende a todo,
   los recuerdos de amor aparte deja
   que es el único modo

   de ser feliz cuando se llega a vieja.
         Quizá hayas de mentir
   más si riendo mientes,
   ríe a todo reír
   y con envidia te amarán las gentes.

    Tomado de Jornadas líricas. Camagüey, Imprenta Ramentol, 1940, pp.31-32.

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