A una antigua y buena amiga
cuyo nombre no recuerdo.
Escúchame, mujer: si con los años
van marcándose arrugas en tu frente
y nuevos desengaños
hacen hilos de plata reluciente
tus cabellos castaños,
no dejes de gozar;
goza afanosa
recordando, si puedes, dulcemente
los días estos en que fuiste hermosa.
Si cansados tus nietos de consejas,
dormidos ya por tu pesada charla,
con penumbra y misterio baladí
buscas en el arcón las cosas viejas
y encuentras olvidada poesía
que este ingrato escribió pensando en ti,
arrójala al hogar, no sin besarla,
y mezclando la ira y la alegría
ríe y maldice nuestro amor y a mí.
Acaso en ese instante
mi mano vacilante
arroja desdeñosa tu retrato;
acaso otra mañana
tu cayada tropiece con la mía
y riendo los dos con furia insana
─¡Achacoso! ─me digas. Y yo: ─¡Arpía!
No merecen las cosas de este mundo
ni amor intenso, ni dolor profundo.
Yo viejo reiré cual reí niño,
fingiré picaresco mil engaños
a costa de tu amor,
negaré mi cariño
y diré muy formal que con los años
aumenté el mal humor.
Haz tú lo mismo; olvida lo que fuimos,
desprecia avergonzada nuestros mimos,
tu risa y tu desprecio extiende a todo,
los recuerdos de amor aparte deja
que es el único modo
más si riendo mientes,
ríe a todo reír
y con envidia te amarán las gentes.