La posición, que es a la vez la tragedia del escritor en Cuba, puede resumirse en muy pocas palabras: el escritor no es un profesional, no tiene una manera de vivir de su trabajo, o como diría un publicitario, no ha creado su mercado. Este mecanismo, cuyo resultado es la posición nefasta de nuestros escritores, comienza en la redacción de los periódicos y revistas, donde la obra literaria, por muy sencilla que ésta sea, peca de poco periodística y de intelectual. Es evidente, dicen los redactores, que este artículo o este poema no tienen lectores, es decir, consumidores, puede funcionar si acaso como un extra en las últimas planas, pero es tan cierto como lo primero el hecho de que ese público no consume literatura porque su mente y su sensibilidad están embotadas de tantos titulares escandalosos, cintillos vendedores, dramones de segunda mano y comerciales estridentes, si se trata de la radio o la televisión.
Los escritores, de este modo, nos hemos vuelto nuestros propios lectores. Un artículo, por muy escandaloso que sea, en el terreno literario no trasciende más allá del grupo o del clan en el que ha sido escrito, porque aunque al cabo de muchas imploraciones se logre insertar en un periódico, la falta de interés literario, que se logra sólo con publicaciones asiduas de literatura, hace que pase a la vista de los lectores como una exquisitez más.
Afortunadamente, los periódicos de la Revolución han hecho un esfuerzo, encaminado en el sentido de mejorar esta situación. La publicación diaria o semanal de planas literarias está contribuyendo a crear en el pueblo la familiaridad, al menos, con la literatura. Pero la solución de este problema no es sólo la de hacer profesional al escritor, sino también, lo que es mucho más importante, la de alfabetizar al pueblo y comenzar a crearle el interés por la literatura y el teatro mediante la difusión de obras accesibles, sin complicaciones literarias o filosóficas, y la representación, en el teatro nacional o en las plazas, de las obras teatrales que sin perder su nivel de calidad puedan impresionar favorablemente al pueblo.
Los escritores en Cuba desde hace mucho tiempo, y con muy ligeras excepciones, han tenido que ir a dar al periodismo o la televisión. El escritor, si lo es de vocación íntegra, por otra parte, termina resultando muy intelectual en el periodismo y muy publicitario de la televisión. Las intenciones al principio siempre son las mismas: hacer una plana periodística que tenga a la vez calidad literaria o un programa de televisión que resulte de buen gusto. Pero el criterio de los patrocinadores termina siempre imponiéndose, y vemos cómo los escritores herméticos de un momento se convierten, por obra y gracia de la televisión, en libretistas de novelas por entregas o de cortos humorísticos.
Todo esto, como es natural, ha perjudicado en gran manera la literatura nacional, y los escritores y poetas de relieve con que hoy contamos han tenido que formarse literariamente fuera de Cuba, en Buenos Aires o en París, de modo que han estado más al tanto, digamos, del surrealismo o de las corrientes de la novela francesa, que del resto de la literatura escrita en Cuba, ya que si exceptuamos las dos revistas literarias más recientes, Orígenes y Ciclón, no hubo en nuestro país otro vehículo responsable donde publicar.
Esta situación del escritor, la de pertenecer a una especie distinta, lo lleva a no tener conciencia de clase. Como el médico o el publicitario hablan de la clase médica o publicitaria y pueden tomar una decisión en conjunto, con el peso de la unidad de la clase, el escritor se ve imposibilitado de apoyar o negar rotundamente cualquier actitud exterior porque, no estando unido, en una palabra, sindicalizado, como cualquier otro obrero, no tiene ni voz ni voto en la maquinaria social.
Como el escritor está desunido como clase, no puede exigir vehículos para expresarse. Pongamos un ejemplo: Bohemia, la revista más importante de Cuba, llena sus planas con material traducido, cuentos policiacos o detectivescos de autores extranjeros, publica muy poco, creo que ningún material de autores cubanos, en lo que a literatura de imaginación se refiere.
Yo creo, por el contrario a la opinión más generalizada, que los escritores pueden ser sumamente útiles a la sociedad. Útiles precisamente en un proceso como éste que lleva la actual Revolución. Necesitamos, como es natural, manuales de trabajo: una imprenta nacional que publique la obra de los jóvenes y dé a conocer la Revolución que trasciende también al plano de la literatura. Puedo citar muchos de ellos, cuya obra publicada o puesta en escena haría pensar al pueblo en la responsabilidad de su porvenir y en el maravilloso destino que la Revolución pone en sus manos. Basta citar a Fernández Bonilla, Branly, Díaz Martínez, Rivera y Arrufat, entre otros muchos jóvenes escritores que siguen muy de cerca las pautas de la Revolución.
Cuando un escritor pueda vivir en Cuba como tal, sin recurrir a una cátedra en un Instituto, sin escribir para el radio o la televisión, sin hacer publicidad, la Revolución en ese plano, también habrá sido ganada.
Incluido en Combate 13 de Marzo. La Habana. Época 2, año 3, n. 43, 6 de mayo, 1959, p. 2. Tomado de Severo Sarduy en Cuba. Compilación, prólogo y notas de Cira Romero. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2007, pp.137-139.
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Comentarios
Romel Hijarrubia Zell
1 año
Un buen artículo con un tema muy particular: vivir, comer, pensar, expresar lo general o particular sin ser escándalo, vulgaridad. Apropiado para la fecha en que se publicó, "Incluido en Combate 13 de Marzo. La Habana. Época 2, año 3, n. 43, 6 de mayo, 1959, p. 2.". En él se incluyen como "escritores" que dejaron de serlo por expresar sus ideas sin hacer "contrarrevolución": simple y con buena letra expresaban su manera de pensar dentro de la "Revolución", "Basta citar a Fernández Bonilla, Branly, Díaz Martínez, Rivera y Arrufat, entre otros muchos jóvenes escritores que siguen muy de cerca las pautas de la Revolución". Hoy son otros los problemas, mucho más pedestres y simples: no hay papel, no hay medios, no existen recursos para la literatura masiva ni para vivir de ella. Esperemos que lleguen tiempos mejores. Deben aprovechar esta "pausa" para escribir para sí: historias y personajes populares con una trama literaria, como Mario Conde, detrás de la cual está la Sociedad real. NO es lo mejor, pero creo que es lo único que, por el momento, se puede hacer. R.
Este texto fue, al parecer, el colofón de un polémica iniciada por una carta de Virgilio Piñera al Sr. Fidel Castro, publicada en Diario Libre, el 14 de marzo de 1959, en la que participaron Rolando Arteaga, Manuel Díaz Martínez y Agustín Tamargo.
Todos los documentos están disponibles en Rialta, en el expediente "Las polémicas de Virgilio Piñera". De allí los hemos tomado para su incorporación en forma de comentarios, pues ayudan a comprender mejor las circunstancias del nacimiento del texto y la época, época de intensas polémicas.
Al Sr. Fidel Castro
Primer Ministro.
Nosotros, los escritores, tenemos el propósito de celebrar en días próximos una Mesa Redonda por CMQ Televisión. El tema a debatir: “Posición del escritor en Cuba”. Veríamos con suma complacencia que usted nos escuchase. Sabemos que el Gobierno Revolucionario tiene fundados motivos para tenernos entre ojos; sabemos que nos cruzamos de brazos en el momento de la lucha, y sabemos que hemos cometido una falta. Pretendemos, con la celebración de dicha Mesa Redonda, poner de manifiesto que si no cooperamos con ustedes fue debido a que no constituíamos, como los periodistas y los profesores, una clase. Tomado en su proyección social, el escritor cubano, hasta el momento presente, es tan sólo un proyecto. Utilizando una locución popular, nosotros, los escritores cubanos, somos “la última carta de la baraja”, es decir, nada significamos en lo económico, lo social y hasta en el campo mismo de las letras. Queremos cooperar hombro con hombro con la Revolución, mas para ello es preciso que se nos saque del estado miserable en que nos debatimos. ¿Quiere usted un ejemplo entre muchos? Cuando un escritor cubano se dirige al director de un periódico a fin de que este le publique un artículo, las más de las veces obtiene rotunda negativa y hasta es tildado de raro. Y si acaso es complacido, que ni piense por un momento que su trabajo será pagado. Esta es la verdad y esta nuestra situación. Si, como usted ha dicho, el cubano es muy inteligente, y si nosotros somos lo uno y lo otro, es preciso que la Revolución nos saque de la menesterosidad en que nos debatimos y nos ponga a trabajar. Créanos, amigo Fidel: podemos ser muy útiles.
Virgilio Piñera
Diario Libre, La Habana, 14 de marzo, 1959, p. 2.
Rolando Arteaga: “Al señor Virgilio Piñera”
En la edición del pasado sábado 14, apareció en esta página de Arte Literatura una carta o recado, no sé cómo llamarlo, del señor Virgilio Piñera al Primer Ministro Fidel Castro.
Con la publicación de esas líneas, demostró esta página de Arte Literatura que aquí sobran ojos y falta responsabilidad: cuatro señores encima de una infeliz página: Díaz Martínez, Frank Rivera, Fernández Bonilla y S. Sarduy para nada, para que un sujeto cualquiera les tomara el pelo con un papelucho asqueroso y agonizante que sólo merecía como destino el cesto de la basura. Ninguno de los ocho ojos supo ver lo que en realidad significa para los escritores cubanos estas líneas bochornosas; ninguno pudo descifrar la jugada. ¿Por qué? Ah, porque el aborto venía firmado por Virgilio Piñera, uno de los monstruos sagrados de nuestro hipócrita ambiente literario, ambiente que durante cincuenta años se ha mantenido a base de los chantajes de falsos valores.
Hay que analizar la carta o recado poco a poco, porque no tiene desperdicio. Empieza diciendo: “Nosotros”. ¿Qué quiere decir Virgilio Piñera con “nosotros”? Porque aquello está firmado nada más que por Virgilio Piñera. Luego agrega: “los escritores”. ¿Es que el señor Piñera representa en algún aspecto a los escritores cubanos? ¿Con qué derecho se erige él en madre de todos los escritores de Cuba?
De entrada, su complejo de culpa le hace decir que el Gobierno Revolucionario tiene “entre ojos” a los escritores cubanos. Esto es una noticia, algo nuevo: yo no sabía que el Gobierno mira a los autores cubanos de ese modo. Después dice Pinera: “sabemos que nos cruzamos de brazos en el momento de la lucha”. No, señor Piñera, no fue solamente en el momento de la lucha. Los “escritores” como usted se cruzaron de brazos antes, muchísimo antes: se cruzaron de brazos en su momento, en su generación, cuando hacía falta que ustedes hablaran. Si hubieran luchado entonces, si hubieran hablado en su tiempo, tal vez las cosas después hubieran sido de otra forma… Y dice más adelante: “sabemos que hemos cometido una falta”. Así confiesa el señor Piñera su falta, así tan campante, como un niño que ha sido cogido cometiendo una travesura. No nos parece mal este arrepentimiento del señor Piñera (aunque estos arrepentimientos tardíos hay que mirarlos siempre con mucho cuidado). No nos parece mal que reconozca que él y la mayoría de los autores de su tiempo vivió siempre de espaldas al público y a los problemas y ansias de su pueblo; que mientras él estaba enredado con su filosofía “bergsoniana” nuestro pueblo sólo pedía que se le dijeran las cosas que quería y necesitaba [ILEGIBLE] y que se las dijeran claramente para ser [ILEGIBLE] Piñera con ese “no cooperamos con ustedes” les echa encima la culpa de él a los demás autores cubanos. En Cuba y durante la tiranía se escribió y se publicó literatura que era crítica y condena a nuestros antiguos sistemas. Podría darle varios nombres, pero sería inútil: a usted le sonarían completamente desconocidos. Pues mientras nuestros honrados y valientes autores jóvenes levantaban su voz de protesta, estaba usted inmerso en la lectura de los novelistas polacos.
El señor Piñera se queja ahora de que a veces “es tildado de raro”. Sorpresa. Pero, ¿no es esto lo que quería? ¿No es esto lo que buscaba él, Lezama Lima y comparsa cuando avaramente se agrupaban con el “raro” propósito de crear una refinada élite intelectual?
Ahora resulta que el señor Piñera quiere ser útil, quiere cooperar. Su profunda angustia “kafkiana” ha desaparecido, o se ha modificado al extremo de querer tirar a un lado su antigua actitud desprovista de todo intento comunicativo. En algo tiene usted razón, señor Piñera: entre nosotros no puede haber comunicación. Aunque usted no lo crea, los tiempos han cambiado. Ya pasó aquella época en que usted pretendía decir algo y había siempre un coro de analfabetos que no entendía de nada, y que se le arrodillaba y abría estúpidamente la boca, con el único gesto de admiración que conocía.
Ya al final, hay unas líneas que son para el señor Piñera la antesala del ridículo. Es cuando le dice a Fidel: “Si como usted ha dicho el cubano es muy inteligente, y si nosotros somos lo uno y lo otro…” No insista, “inteligente” señor Piñera. Olvídese de “lo uno y lo otro”… ¿Por qué se empeña ahora en cometer otra “falta”? Déjele limpio el camino a nuestros jóvenes escritores que, a pesar de no ser más que proyectos –como usted dice–, están dispuestos a hacer mucho, si es que a cada rato no le salen al paso hombres como usted. Déjese de andar por ahí por los periódicos publicando notas decadentes y vanidosas cuando logra sorprender la buena fe de algunos jóvenes generosos, pero un poco confusos.
Compadezco al señor Virgilio Piñera por ese “estado miserable” en que se debate y al que quiere arrastrar a nuestros escritores, que están muy lejos de la podrida “menesterosidad” donde está metido el señor Piñera y de la que pide lo saquen.
Y esperamos que este espectáculo bochornoso no se repita: que no vuelva a ponerse la opinión y los destinos de nuestros jóvenes escritores en una boca gastada y mentirosa. Es más, no sólo lo esperamos sino que lo exigimos.
Diario Libre, La Habana, 21 de marzo, 1959, p. 3.
Manuel Díaz Martínez: “Al señor Rolando Arteaga”
Un joven poeta, Rolando Arteaga, ha dejado en la redacción de este periódico un artículo titulado “Al señor Virgilio Piñera”, el cual estamos publicando en la presente página. Lo publicamos a pesar de su escasa seriedad y la ridícula insolencia de que abusa, porque uno de los intereses fundamentales que nos mueven en esta labor es el de servir a todos aquellos intelectuales, jóvenes o viejos, que deseen expresarse públicamente acerca de asuntos relacionados con las artes y la literatura.
Refuta el señor Arteaga, en su artículo, la carta abierta que ha dirigido Virgilio Piñera al doctor Fidel Castro, que fue publicada en esta misma página en días pasados. Eso está bien. Pero lo que no está bien es que el señor Arteaga nos llame gratuitamente, y porque le sonó bonito, irresponsables; a que califique esta página de “infeliz”; y a que asegure categóricamente –¡ah, los imperativos categóricos de la gente horra de fundamentos!– que Virgilio Piñera nos “tomó el pelo”.
Aparte de que Virgilio Piñera es abstemio, no es “un sujeto cualquiera” –frase a la que auguramos un porvenir brillante–, como dice el señor Arteaga. Además, aquí nadie le tomó el pelo a nadie. Y no sabemos qué le ha hecho pensar así al disparado amigo. Le prometemos, eso sí, consultar con él nuestras futuras dudas.
Nosotros tenemos nuestro parecer acerca de todo lo que en esta página publicamos; pero no coartamos a ninguno de nuestros colaboradores y, por lo mismo, no nos hacemos cargo de lo que cada quien piense, declare y suscriba. Lo que aquí se publica bajo firma no tiene por qué representar nuestro criterio, aunque siempre tenemos un criterio de lo que publicamos. El señor Arteaga, con su temeridad vertiginosa, puede opinar lo contrario si esto le produce placer.
No podemos hacernos responsables de las ideas de nadie; la responsabilidad de las ideas corresponde a quien las emite. Si fuéramos a ejercer estrechamente nuestro criterio sobre las colaboraciones que recibimos, primero hubiera pasado un asno por el ojo de una aguja que el artículo del señor Arteaga por esta página.
Aquí cada cual responde de lo que firma. ¡Imagínense, pacientes lectores, si tuviéramos que cargar, al mismo tiempo, con lo que dice Piñera, con lo que dice el señor Arteaga, con lo que decimos ahora nosotros, y con lo que puede decir mañana cualquier otra persona!
Y toda esta confusión –y el único confundido es el apresurado señor Arteaga– viene de que aún muchos ciudadanos, lo mismo jóvenes que viejos, no se han percatado de que en Cuba reina la democracia y, por lo tanto, la libre expresión del pensamiento. Nosotros, como es natural y lógico suponer –si el señor Arteaga no lo supone es porque el señor Arteaga no es lógico–, tenemos nuestro criterio; pero no es nuestro propósito, al frente de esta página –y no sobre ella–, hacer de la misma un coto hermético para uso y disfrute de ningún clan, sino un lugar abierto y acogedor al servicio de los escritores y los artistas cubanos, sean cuales sean sus ideas, sus tendencias y sus años. Si el señor Arteaga no concibe esta actitud, allá él. A nosotros nos honra.
Entendemos, no obstante su acidez, que el artículo del señor Arteaga es el resultado de profusas y meditadas lecturas de narraciones detectivescas, y no de un [ILEGIBLE]. El concepto no lo hallamos por ninguna parte, pero la sed de aventura sí.
En cuanto a los juicios –decires, mejor– del señor Arteaga acerca de la personalidad intelectual de Virgilio Piñera, no nos queda más remedio que confesar nuestra pena. Que el señor Arteaga tenga razón en lo que afirma acerca de Piñera, es algo que no vamos a discutir hoy; ahora bien: la hipérbole es feroz enemiga de la razón, y el señor Arteaga exagera la nota, quizás para hacerse notar (esto, después de todo, es muy humano). Además, Virgilio Piñera es bastante conocido, dentro y fuera de Cuba, para insistir en aclaraciones acerca de sus virtudes y sus defectos.
Esperamos que el señor Arteaga quede complacido con la publicación de su artículo en esta página feliz y con estas amables explicaciones que hemos tenido el honor de brindarle.
Diario Libre, La Habana, 21 de marzo, 1959, p. 4.
Agustín Tamargo: “Escritores y periodistas”
En reciente “mesa redonda” de televisión, un grupo de escritores se despachó a su gusto en contra de los periodistas. No nos gustó salir en defensa de “la clase”. En primer lugar, porque no reaccionamos nunca como “clase”, sino como persona a secas. Y, en segundo lugar, porque “la clase” cuenta con un organismo legal, que es el Colegio, que tiene personalidad suficiente y capacidad de sobra para defendernos en bloque cuando en bloque se nos ataca.
Pero esta vez no lo podemos pasar por alto. Porque se está haciendo la moda, como decía recientemente José Luis Massó, de echarles a los periodistas la culpa de cuanto malo ocurre en el país. Y eso sí que no va. Que nosotros tendremos nuestros defectos como cualquier familia. Pero de eso a consideramos la oveja nevera, va un gran trecho.
El caso es que los referidos intelectuales se quejaban de la preponderancia de la prensa en las labores de orientación pública, y dos de ellos acusaron concretamente a nosotros los periodistas como usurpadores.
Lo primero que habría que enseñarles a estos niños es que usurpar, según el Diccionario, es privar a alguien por medio de la violencia, la mala fe, el engaño o el artificio, de algo que le pertenece. Y preguntarles acto seguido: ¿en qué momento les ha pertenecido a ellos le función do orientadores de la sociedad? Se quejan hoy, caída la tiranía, de que no se cuenta con ellos para nada. Y hay que volver a preguntarles: ¿Y cuándo han contado ellos con el pueblo para nada tampoco?
El divorcio entre un escritor y el medio social que lo rodea puede ser de muy diversos orígenes. Hay el escritor que escoge deliberadamente la representación de algunas ideas o algunos intereses que son claramente antisociales, y queda al margen. Existe el que habla en lengua de cenáculos, sólo para escogidos. Y este también queda al margen. Y hay muchas otras categorías: la del “incomprendido por su época”, la del “rebelde solitario”, 1a del “habitante de la torre de marfil”. Todos estos también quedan al margen.
Pero existe, por el contrario, un tipo de escritor fácilmente identificable. Es el escritor-apóstol, el que muere por sus ideas, el que absorbe la savia social del medio de donde surge, el que no se considera un santo, ni un sabio, sino un hombre como los demás sólo que ungido de un toque de gracia, de genio o de talento que él entiende siempre como misión hacia los demás. Este hombre, que en Rusia se llama Tolstoi, en España Unamuno, en Francia Romain Rolland, en Argentina Sarmiento, en México Vasconcelos y en Cuba José Martí, es inmediatamente reconocido por los pueblos como su guía. Se busca lo que escribe donde lo escriba. Se le estudia. Se le lee. A veces se le combate. Pero a la larga su huella queda. Es el mejor portaestandarte de la Cultura, el eslabón por donde pasa el saber de una a otra generación. Y aun cuando la esfera de su acción no sea concretamente política, aun cuando no haga otra cosa que escribir o hablar, libre de gremios o de partidos, su voz alcanza la resonancia acordada a los conductores. Porque los grandes escritores, los que lo son de veras, sí entienden a las masas, sí captan sus anhelos mis profundos, sí comprenden sus necesidades y sí profetizan su futuro.
II
Pero escribir un cuento enrevesado en una revistilla de minorías, machacar un poemita meses y meses, o pujar una novelita cansona, todo de espaldas al país, todo con los oídos sordos al clamor de protesta o de las masas, y pretender luego que esas masas entiendan aquel “mensaje”, que no fue escrito para ellas, ni pensando por ellas, ni tiene que ver nada con ellas, me parece una irreverencia por no decir otra cosa peor.
Lo que esperábamos todos que dijese alguno de los que estaba en esa “mesa redonda” (por ejemplo, Honorio Muñoz) fue que la literatura cubana, a partir de la gloriosa Generación del 30, se habrá hecho más pura y más perfecta, será mejor literatura, pero es cada vez menos una literatura nacional. Conocemos hoy, con la perspectiva del tiempo, cuanto de lo que se produjo en la Generación del 30 era débil y flojo. Pero no podemos negar (y esto lo anotó Muñoz) que aquella época produjo, no sólo en literatura sino en pintura, en música y en poesía, una obra que tenía un fuerte acento criollo. Baste citar tan sólo los cuentos de Luis Felipe Rodríguez y Carlos Montenegro; la música de Roldán y de Caturla; la pintura de Víctor Manuel; los ensayos de Marinello, Mañach, Portell Vilá y Roig de Leuchsenring, y la poesía de Rubén Martínez Villena y Nicolás Guillén. Toda esta obra multiforme es conocida y amada de nuestro pueblo. Casi todos estos nombres, o todos, son respetados y reverenciados por nuestras juventudes. ¿A causa de qué? ¿A causa de qué los periodistas les hicieron en su tiempo mejor propaganda que la que les hacen los periodistas de hoy a los escritores del día? Nada de eso. A causa de que escribieron, pintaron y grabaron con la mente en París o en cualquier parte donde estuviera entonces el meridiano “moderno” de las artes, pero con el corazón en Cuba.
Los escritores posteriores a esa Generación del 30 tomaron otros rumbos. Eligieron caminos diferentes. No nos referimos, claro está, a los que estaban en la mesa redonda de referencia, algunos de los cuales tienen muy escasa obra, o no tienen ninguna. Pensamos más bien en la generación (¿así se dice?) anterior, la del grupo de Lezama Lima. Como lector y admirador que soy de Lezama Lima, yo le pregunto a los panelistas de la mentada mesa: ¿Cuál es el trabajador, el estudiante, el campesino, el profesional no especializado en literatura, que entiende estos poemas? ¿De qué fuentes han sido sacados? ¿Qué tiene que ver no ya con la realidad de Cuba, sino con Cuba como elemento literario? El señor Piñera dijo que Batista se sentía inquieto cuando anunciaban una huelga los obreros de la COA, pero que le importaban tres pepinos los escritores porque no estaban organizados en gremio. ¿No será más bien porque Batista sabía, como sabe todo el mundo, que a esos escritores nadie los ha leído?
III
Entiéndase que no quiero blasfemar en contra de la actual producción literaria cubana. Creo que está un poco perdida entre el lezamismo, el vallejismo, el hemingwayismo o cosas parecidas. Vaya, que copia más de lo que debe. Mas, bien vistas las cosas, esa es cuestión de los escritores que la producen, y nadie más que a ellos les interesa.
Pero lo que si no podemos pasar por alto es que se venga a afirmar irresponsablemente: primero, que el periodista desplaza al escritor, que es el que debe –según ellos– orientar desde el periódico; y segundo, que el periodista es el culpable de que el pueblo no lea porque no hace artículos laudatorios todos los días, sobre este poeta o aquel novelista.
A mí personalmente me causó mucha risa todas estas monsergas sobre el escritor y los lectores. Se me parecen un poco a las cacareadas crisis del libro, o a aquello otro de las becas y protecciones del Estado a los pinos nuevos de la Cultura. Ciertas gentes no acaban de comprender que el escritor, para escribir, no necesita más que talento y una hoja de papel. ¿Se imaginan ustedes a Cervantes protestando de la falta de atención gubernamental? ¿Se imaginan a Faulkner quejándose de que el pueblo no le lee porque los editores no le editan? ¿Conciben a César Vallejo, o a Walt Whitman, disfrutando de una beca del Ministerio de Educación?
En todo esto, como en otras cosas, lo que hay es mucha demagogia y mucha tontería disfrazada con otros nombres. Lo que necesita el escritor es tener un mensaje, y luego un pedazo de papel para escribirlo. Si lo que va a decir es sustancial, si tiene alguna trascendencia, poco importa que se divulgue poco en su época. La posteridad lo hará. Los ensayos y las poesías de Martí, para citar un caso cercano, eran conocidas sólo por unos cientos de personas mientras él vivió. ¿Y no las tenemos hoy –las tienen los eruditos– entre las mejores que se han escrito en castellano?
El escritor cubano ha ido perdiendo público, es la verdad. Hubo una época en que los escritores eran el faro hacia donde miraba toda la ciudadanía. No hay que citar a Heredia, a Domingo del Monte, o Luz y Caballero, a Saco, a Martí. Todo el mundo conoce el caso demasiado bien. Pero en la República comenzó a producirse el divorcio entre el escritor y su pueblo. Sobre todo a partir de esta Generación del 30 ya citada la división se hizo más patente. Hasta Varona y Sanguily, el escritor tenía un rango de primera línea, cumplía un rol fundamental de orientador. La Generación del 30 produjo a dos de los escritores que más han influido en las juventudes: Marinello y Mañach. Los dos eran, cada uno a su modo, continuadores de aquella vieja tradición cubana y americana de la Cultura al servicio de la Patria, que era como si dijésemos del Progreso. Pero a partir de ellos, se vio que las filas ya clareaban. Las nuevas figuras intelectuales ya no se sentían tan “comprometidas”, salvo en el caso de los comunistas. Y conste que tengo en mente, no sólo a los escritores que pudiéramos llamar de ideas, sino a los otros, a los poetas, a los escritores de ficción. Porque paralelamente con la nueva orientación conservadora, derechista y neocatólica de las nuevas generaciones literarias, surgieron los criterios estéticos “avanzados” que todos conocemos y que son probablemente la causa principal de que el pueblo cubano les haya dado a estos escritores las espaldas.
IV
Este es un artículo demasiado superficial y rápido para entrar en nuevos análisis sobre el tipo de estilo literario que mejor cuadra a Cuba y a su nuevo momento histórico. No me atrevería tampoco a intentarlo. Los periodistas sabemos que eso debe quedar para los escritores. Pero lo que no quería pasar por alto era ese error de enfoque que condujo a tan flagrante injusticia en aquella mesa redonda.
Personalmente, soy amigo de la mayoría de los Jóvenes escritores cubanos. Compro sus revistas. Las traigo a mi casa. Las analizo, las leo. Pero siempre que acabo de hacerlo, siempre que termino de leer un cuento, o un poema, o de ver algunos cuadros, me queda la impresión de que se ha gastado demasiada pólvora en tanteos, de que por buscar tanto no se ha hallado casi nada.
Nadie tiene razones para suponer que el talento literario (o intelectual en general) de Cuba, vaya empobreciéndose. Ese no es, además, el centro de nuestra discusión. Pero lo que sí es evidente es que ese divorcio entre el escritor y su pueblo existe. Yo creo que atribuirlo a que los periodistas no hablen de los escritores, o a que estos no están agremiados, es una simpleza peligrosa en hombres y mujeres cuya función primordial es profundizar. Ellos tienen que hacerse una severa autocrítica. Tienen que revisarse sus cartillas estéticas. Y sin necesidad de descender al realismo soviético (que es academicismo muerto y sepultado) hallar una zona en la que puedan entenderse con sus paisanos. Si lo hacen, estoy seguro de que sus obras serán tan queridas entre nosotros como lo son en Chile las de Neruda, en México las de Alfonso Reyes y aquí mismo las de Nicolás Guillén. Si, por el contrario, persisten en esa labor de capillitas, como si vivieran en París, cuando viven en una isla mulata, en medio del ardiente mar de las Antillas, se condenarán de por vida a ser esa especie de autoexilado que es siempre el escritor sin público, quinta rueda del carro.
Son ellos, y nadie más que ellos, los que tienen que ponerle remedio a esa situación. Echarles la culpa a los periodistas es hacer lo que hacía el francés con el sofá.
Bohemia, n. 17, 26 de abril de 1959, pp. 64-65, 114.
Comentarios
Romel Hijarrubia Zell
1 añoUn buen artículo con un tema muy particular: vivir, comer, pensar, expresar lo general o particular sin ser escándalo, vulgaridad. Apropiado para la fecha en que se publicó, "Incluido en Combate 13 de Marzo. La Habana. Época 2, año 3, n. 43, 6 de mayo, 1959, p. 2.". En él se incluyen como "escritores" que dejaron de serlo por expresar sus ideas sin hacer "contrarrevolución": simple y con buena letra expresaban su manera de pensar dentro de la "Revolución", "Basta citar a Fernández Bonilla, Branly, Díaz Martínez, Rivera y Arrufat, entre otros muchos jóvenes escritores que siguen muy de cerca las pautas de la Revolución". Hoy son otros los problemas, mucho más pedestres y simples: no hay papel, no hay medios, no existen recursos para la literatura masiva ni para vivir de ella. Esperemos que lleguen tiempos mejores. Deben aprovechar esta "pausa" para escribir para sí: historias y personajes populares con una trama literaria, como Mario Conde, detrás de la cual está la Sociedad real. NO es lo mejor, pero creo que es lo único que, por el momento, se puede hacer. R.
El Camagüey
5 mesesEste texto fue, al parecer, el colofón de un polémica iniciada por una carta de Virgilio Piñera al Sr. Fidel Castro, publicada en Diario Libre, el 14 de marzo de 1959, en la que participaron Rolando Arteaga, Manuel Díaz Martínez y Agustín Tamargo. Todos los documentos están disponibles en Rialta, en el expediente "Las polémicas de Virgilio Piñera". De allí los hemos tomado para su incorporación en forma de comentarios, pues ayudan a comprender mejor las circunstancias del nacimiento del texto y la época, época de intensas polémicas. Al Sr. Fidel Castro Primer Ministro. Nosotros, los escritores, tenemos el propósito de celebrar en días próximos una Mesa Redonda por CMQ Televisión. El tema a debatir: “Posición del escritor en Cuba”. Veríamos con suma complacencia que usted nos escuchase. Sabemos que el Gobierno Revolucionario tiene fundados motivos para tenernos entre ojos; sabemos que nos cruzamos de brazos en el momento de la lucha, y sabemos que hemos cometido una falta. Pretendemos, con la celebración de dicha Mesa Redonda, poner de manifiesto que si no cooperamos con ustedes fue debido a que no constituíamos, como los periodistas y los profesores, una clase. Tomado en su proyección social, el escritor cubano, hasta el momento presente, es tan sólo un proyecto. Utilizando una locución popular, nosotros, los escritores cubanos, somos “la última carta de la baraja”, es decir, nada significamos en lo económico, lo social y hasta en el campo mismo de las letras. Queremos cooperar hombro con hombro con la Revolución, mas para ello es preciso que se nos saque del estado miserable en que nos debatimos. ¿Quiere usted un ejemplo entre muchos? Cuando un escritor cubano se dirige al director de un periódico a fin de que este le publique un artículo, las más de las veces obtiene rotunda negativa y hasta es tildado de raro. Y si acaso es complacido, que ni piense por un momento que su trabajo será pagado. Esta es la verdad y esta nuestra situación. Si, como usted ha dicho, el cubano es muy inteligente, y si nosotros somos lo uno y lo otro, es preciso que la Revolución nos saque de la menesterosidad en que nos debatimos y nos ponga a trabajar. Créanos, amigo Fidel: podemos ser muy útiles. Virgilio Piñera Diario Libre, La Habana, 14 de marzo, 1959, p. 2.
El Camagüey
5 mesesRolando Arteaga: “Al señor Virgilio Piñera” En la edición del pasado sábado 14, apareció en esta página de Arte Literatura una carta o recado, no sé cómo llamarlo, del señor Virgilio Piñera al Primer Ministro Fidel Castro. Con la publicación de esas líneas, demostró esta página de Arte Literatura que aquí sobran ojos y falta responsabilidad: cuatro señores encima de una infeliz página: Díaz Martínez, Frank Rivera, Fernández Bonilla y S. Sarduy para nada, para que un sujeto cualquiera les tomara el pelo con un papelucho asqueroso y agonizante que sólo merecía como destino el cesto de la basura. Ninguno de los ocho ojos supo ver lo que en realidad significa para los escritores cubanos estas líneas bochornosas; ninguno pudo descifrar la jugada. ¿Por qué? Ah, porque el aborto venía firmado por Virgilio Piñera, uno de los monstruos sagrados de nuestro hipócrita ambiente literario, ambiente que durante cincuenta años se ha mantenido a base de los chantajes de falsos valores. Hay que analizar la carta o recado poco a poco, porque no tiene desperdicio. Empieza diciendo: “Nosotros”. ¿Qué quiere decir Virgilio Piñera con “nosotros”? Porque aquello está firmado nada más que por Virgilio Piñera. Luego agrega: “los escritores”. ¿Es que el señor Piñera representa en algún aspecto a los escritores cubanos? ¿Con qué derecho se erige él en madre de todos los escritores de Cuba? De entrada, su complejo de culpa le hace decir que el Gobierno Revolucionario tiene “entre ojos” a los escritores cubanos. Esto es una noticia, algo nuevo: yo no sabía que el Gobierno mira a los autores cubanos de ese modo. Después dice Pinera: “sabemos que nos cruzamos de brazos en el momento de la lucha”. No, señor Piñera, no fue solamente en el momento de la lucha. Los “escritores” como usted se cruzaron de brazos antes, muchísimo antes: se cruzaron de brazos en su momento, en su generación, cuando hacía falta que ustedes hablaran. Si hubieran luchado entonces, si hubieran hablado en su tiempo, tal vez las cosas después hubieran sido de otra forma… Y dice más adelante: “sabemos que hemos cometido una falta”. Así confiesa el señor Piñera su falta, así tan campante, como un niño que ha sido cogido cometiendo una travesura. No nos parece mal este arrepentimiento del señor Piñera (aunque estos arrepentimientos tardíos hay que mirarlos siempre con mucho cuidado). No nos parece mal que reconozca que él y la mayoría de los autores de su tiempo vivió siempre de espaldas al público y a los problemas y ansias de su pueblo; que mientras él estaba enredado con su filosofía “bergsoniana” nuestro pueblo sólo pedía que se le dijeran las cosas que quería y necesitaba [ILEGIBLE] y que se las dijeran claramente para ser [ILEGIBLE] Piñera con ese “no cooperamos con ustedes” les echa encima la culpa de él a los demás autores cubanos. En Cuba y durante la tiranía se escribió y se publicó literatura que era crítica y condena a nuestros antiguos sistemas. Podría darle varios nombres, pero sería inútil: a usted le sonarían completamente desconocidos. Pues mientras nuestros honrados y valientes autores jóvenes levantaban su voz de protesta, estaba usted inmerso en la lectura de los novelistas polacos. El señor Piñera se queja ahora de que a veces “es tildado de raro”. Sorpresa. Pero, ¿no es esto lo que quería? ¿No es esto lo que buscaba él, Lezama Lima y comparsa cuando avaramente se agrupaban con el “raro” propósito de crear una refinada élite intelectual? Ahora resulta que el señor Piñera quiere ser útil, quiere cooperar. Su profunda angustia “kafkiana” ha desaparecido, o se ha modificado al extremo de querer tirar a un lado su antigua actitud desprovista de todo intento comunicativo. En algo tiene usted razón, señor Piñera: entre nosotros no puede haber comunicación. Aunque usted no lo crea, los tiempos han cambiado. Ya pasó aquella época en que usted pretendía decir algo y había siempre un coro de analfabetos que no entendía de nada, y que se le arrodillaba y abría estúpidamente la boca, con el único gesto de admiración que conocía. Ya al final, hay unas líneas que son para el señor Piñera la antesala del ridículo. Es cuando le dice a Fidel: “Si como usted ha dicho el cubano es muy inteligente, y si nosotros somos lo uno y lo otro…” No insista, “inteligente” señor Piñera. Olvídese de “lo uno y lo otro”… ¿Por qué se empeña ahora en cometer otra “falta”? Déjele limpio el camino a nuestros jóvenes escritores que, a pesar de no ser más que proyectos –como usted dice–, están dispuestos a hacer mucho, si es que a cada rato no le salen al paso hombres como usted. Déjese de andar por ahí por los periódicos publicando notas decadentes y vanidosas cuando logra sorprender la buena fe de algunos jóvenes generosos, pero un poco confusos. Compadezco al señor Virgilio Piñera por ese “estado miserable” en que se debate y al que quiere arrastrar a nuestros escritores, que están muy lejos de la podrida “menesterosidad” donde está metido el señor Piñera y de la que pide lo saquen. Y esperamos que este espectáculo bochornoso no se repita: que no vuelva a ponerse la opinión y los destinos de nuestros jóvenes escritores en una boca gastada y mentirosa. Es más, no sólo lo esperamos sino que lo exigimos. Diario Libre, La Habana, 21 de marzo, 1959, p. 3.
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5 mesesManuel Díaz Martínez: “Al señor Rolando Arteaga” Un joven poeta, Rolando Arteaga, ha dejado en la redacción de este periódico un artículo titulado “Al señor Virgilio Piñera”, el cual estamos publicando en la presente página. Lo publicamos a pesar de su escasa seriedad y la ridícula insolencia de que abusa, porque uno de los intereses fundamentales que nos mueven en esta labor es el de servir a todos aquellos intelectuales, jóvenes o viejos, que deseen expresarse públicamente acerca de asuntos relacionados con las artes y la literatura. Refuta el señor Arteaga, en su artículo, la carta abierta que ha dirigido Virgilio Piñera al doctor Fidel Castro, que fue publicada en esta misma página en días pasados. Eso está bien. Pero lo que no está bien es que el señor Arteaga nos llame gratuitamente, y porque le sonó bonito, irresponsables; a que califique esta página de “infeliz”; y a que asegure categóricamente –¡ah, los imperativos categóricos de la gente horra de fundamentos!– que Virgilio Piñera nos “tomó el pelo”. Aparte de que Virgilio Piñera es abstemio, no es “un sujeto cualquiera” –frase a la que auguramos un porvenir brillante–, como dice el señor Arteaga. Además, aquí nadie le tomó el pelo a nadie. Y no sabemos qué le ha hecho pensar así al disparado amigo. Le prometemos, eso sí, consultar con él nuestras futuras dudas. Nosotros tenemos nuestro parecer acerca de todo lo que en esta página publicamos; pero no coartamos a ninguno de nuestros colaboradores y, por lo mismo, no nos hacemos cargo de lo que cada quien piense, declare y suscriba. Lo que aquí se publica bajo firma no tiene por qué representar nuestro criterio, aunque siempre tenemos un criterio de lo que publicamos. El señor Arteaga, con su temeridad vertiginosa, puede opinar lo contrario si esto le produce placer. No podemos hacernos responsables de las ideas de nadie; la responsabilidad de las ideas corresponde a quien las emite. Si fuéramos a ejercer estrechamente nuestro criterio sobre las colaboraciones que recibimos, primero hubiera pasado un asno por el ojo de una aguja que el artículo del señor Arteaga por esta página. Aquí cada cual responde de lo que firma. ¡Imagínense, pacientes lectores, si tuviéramos que cargar, al mismo tiempo, con lo que dice Piñera, con lo que dice el señor Arteaga, con lo que decimos ahora nosotros, y con lo que puede decir mañana cualquier otra persona! Y toda esta confusión –y el único confundido es el apresurado señor Arteaga– viene de que aún muchos ciudadanos, lo mismo jóvenes que viejos, no se han percatado de que en Cuba reina la democracia y, por lo tanto, la libre expresión del pensamiento. Nosotros, como es natural y lógico suponer –si el señor Arteaga no lo supone es porque el señor Arteaga no es lógico–, tenemos nuestro criterio; pero no es nuestro propósito, al frente de esta página –y no sobre ella–, hacer de la misma un coto hermético para uso y disfrute de ningún clan, sino un lugar abierto y acogedor al servicio de los escritores y los artistas cubanos, sean cuales sean sus ideas, sus tendencias y sus años. Si el señor Arteaga no concibe esta actitud, allá él. A nosotros nos honra. Entendemos, no obstante su acidez, que el artículo del señor Arteaga es el resultado de profusas y meditadas lecturas de narraciones detectivescas, y no de un [ILEGIBLE]. El concepto no lo hallamos por ninguna parte, pero la sed de aventura sí. En cuanto a los juicios –decires, mejor– del señor Arteaga acerca de la personalidad intelectual de Virgilio Piñera, no nos queda más remedio que confesar nuestra pena. Que el señor Arteaga tenga razón en lo que afirma acerca de Piñera, es algo que no vamos a discutir hoy; ahora bien: la hipérbole es feroz enemiga de la razón, y el señor Arteaga exagera la nota, quizás para hacerse notar (esto, después de todo, es muy humano). Además, Virgilio Piñera es bastante conocido, dentro y fuera de Cuba, para insistir en aclaraciones acerca de sus virtudes y sus defectos. Esperamos que el señor Arteaga quede complacido con la publicación de su artículo en esta página feliz y con estas amables explicaciones que hemos tenido el honor de brindarle. Diario Libre, La Habana, 21 de marzo, 1959, p. 4.
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5 mesesAgustín Tamargo: “Escritores y periodistas” En reciente “mesa redonda” de televisión, un grupo de escritores se despachó a su gusto en contra de los periodistas. No nos gustó salir en defensa de “la clase”. En primer lugar, porque no reaccionamos nunca como “clase”, sino como persona a secas. Y, en segundo lugar, porque “la clase” cuenta con un organismo legal, que es el Colegio, que tiene personalidad suficiente y capacidad de sobra para defendernos en bloque cuando en bloque se nos ataca. Pero esta vez no lo podemos pasar por alto. Porque se está haciendo la moda, como decía recientemente José Luis Massó, de echarles a los periodistas la culpa de cuanto malo ocurre en el país. Y eso sí que no va. Que nosotros tendremos nuestros defectos como cualquier familia. Pero de eso a consideramos la oveja nevera, va un gran trecho. El caso es que los referidos intelectuales se quejaban de la preponderancia de la prensa en las labores de orientación pública, y dos de ellos acusaron concretamente a nosotros los periodistas como usurpadores. Lo primero que habría que enseñarles a estos niños es que usurpar, según el Diccionario, es privar a alguien por medio de la violencia, la mala fe, el engaño o el artificio, de algo que le pertenece. Y preguntarles acto seguido: ¿en qué momento les ha pertenecido a ellos le función do orientadores de la sociedad? Se quejan hoy, caída la tiranía, de que no se cuenta con ellos para nada. Y hay que volver a preguntarles: ¿Y cuándo han contado ellos con el pueblo para nada tampoco? El divorcio entre un escritor y el medio social que lo rodea puede ser de muy diversos orígenes. Hay el escritor que escoge deliberadamente la representación de algunas ideas o algunos intereses que son claramente antisociales, y queda al margen. Existe el que habla en lengua de cenáculos, sólo para escogidos. Y este también queda al margen. Y hay muchas otras categorías: la del “incomprendido por su época”, la del “rebelde solitario”, 1a del “habitante de la torre de marfil”. Todos estos también quedan al margen. Pero existe, por el contrario, un tipo de escritor fácilmente identificable. Es el escritor-apóstol, el que muere por sus ideas, el que absorbe la savia social del medio de donde surge, el que no se considera un santo, ni un sabio, sino un hombre como los demás sólo que ungido de un toque de gracia, de genio o de talento que él entiende siempre como misión hacia los demás. Este hombre, que en Rusia se llama Tolstoi, en España Unamuno, en Francia Romain Rolland, en Argentina Sarmiento, en México Vasconcelos y en Cuba José Martí, es inmediatamente reconocido por los pueblos como su guía. Se busca lo que escribe donde lo escriba. Se le estudia. Se le lee. A veces se le combate. Pero a la larga su huella queda. Es el mejor portaestandarte de la Cultura, el eslabón por donde pasa el saber de una a otra generación. Y aun cuando la esfera de su acción no sea concretamente política, aun cuando no haga otra cosa que escribir o hablar, libre de gremios o de partidos, su voz alcanza la resonancia acordada a los conductores. Porque los grandes escritores, los que lo son de veras, sí entienden a las masas, sí captan sus anhelos mis profundos, sí comprenden sus necesidades y sí profetizan su futuro. II Pero escribir un cuento enrevesado en una revistilla de minorías, machacar un poemita meses y meses, o pujar una novelita cansona, todo de espaldas al país, todo con los oídos sordos al clamor de protesta o de las masas, y pretender luego que esas masas entiendan aquel “mensaje”, que no fue escrito para ellas, ni pensando por ellas, ni tiene que ver nada con ellas, me parece una irreverencia por no decir otra cosa peor. Lo que esperábamos todos que dijese alguno de los que estaba en esa “mesa redonda” (por ejemplo, Honorio Muñoz) fue que la literatura cubana, a partir de la gloriosa Generación del 30, se habrá hecho más pura y más perfecta, será mejor literatura, pero es cada vez menos una literatura nacional. Conocemos hoy, con la perspectiva del tiempo, cuanto de lo que se produjo en la Generación del 30 era débil y flojo. Pero no podemos negar (y esto lo anotó Muñoz) que aquella época produjo, no sólo en literatura sino en pintura, en música y en poesía, una obra que tenía un fuerte acento criollo. Baste citar tan sólo los cuentos de Luis Felipe Rodríguez y Carlos Montenegro; la música de Roldán y de Caturla; la pintura de Víctor Manuel; los ensayos de Marinello, Mañach, Portell Vilá y Roig de Leuchsenring, y la poesía de Rubén Martínez Villena y Nicolás Guillén. Toda esta obra multiforme es conocida y amada de nuestro pueblo. Casi todos estos nombres, o todos, son respetados y reverenciados por nuestras juventudes. ¿A causa de qué? ¿A causa de qué los periodistas les hicieron en su tiempo mejor propaganda que la que les hacen los periodistas de hoy a los escritores del día? Nada de eso. A causa de que escribieron, pintaron y grabaron con la mente en París o en cualquier parte donde estuviera entonces el meridiano “moderno” de las artes, pero con el corazón en Cuba. Los escritores posteriores a esa Generación del 30 tomaron otros rumbos. Eligieron caminos diferentes. No nos referimos, claro está, a los que estaban en la mesa redonda de referencia, algunos de los cuales tienen muy escasa obra, o no tienen ninguna. Pensamos más bien en la generación (¿así se dice?) anterior, la del grupo de Lezama Lima. Como lector y admirador que soy de Lezama Lima, yo le pregunto a los panelistas de la mentada mesa: ¿Cuál es el trabajador, el estudiante, el campesino, el profesional no especializado en literatura, que entiende estos poemas? ¿De qué fuentes han sido sacados? ¿Qué tiene que ver no ya con la realidad de Cuba, sino con Cuba como elemento literario? El señor Piñera dijo que Batista se sentía inquieto cuando anunciaban una huelga los obreros de la COA, pero que le importaban tres pepinos los escritores porque no estaban organizados en gremio. ¿No será más bien porque Batista sabía, como sabe todo el mundo, que a esos escritores nadie los ha leído? III Entiéndase que no quiero blasfemar en contra de la actual producción literaria cubana. Creo que está un poco perdida entre el lezamismo, el vallejismo, el hemingwayismo o cosas parecidas. Vaya, que copia más de lo que debe. Mas, bien vistas las cosas, esa es cuestión de los escritores que la producen, y nadie más que a ellos les interesa. Pero lo que si no podemos pasar por alto es que se venga a afirmar irresponsablemente: primero, que el periodista desplaza al escritor, que es el que debe –según ellos– orientar desde el periódico; y segundo, que el periodista es el culpable de que el pueblo no lea porque no hace artículos laudatorios todos los días, sobre este poeta o aquel novelista. A mí personalmente me causó mucha risa todas estas monsergas sobre el escritor y los lectores. Se me parecen un poco a las cacareadas crisis del libro, o a aquello otro de las becas y protecciones del Estado a los pinos nuevos de la Cultura. Ciertas gentes no acaban de comprender que el escritor, para escribir, no necesita más que talento y una hoja de papel. ¿Se imaginan ustedes a Cervantes protestando de la falta de atención gubernamental? ¿Se imaginan a Faulkner quejándose de que el pueblo no le lee porque los editores no le editan? ¿Conciben a César Vallejo, o a Walt Whitman, disfrutando de una beca del Ministerio de Educación? En todo esto, como en otras cosas, lo que hay es mucha demagogia y mucha tontería disfrazada con otros nombres. Lo que necesita el escritor es tener un mensaje, y luego un pedazo de papel para escribirlo. Si lo que va a decir es sustancial, si tiene alguna trascendencia, poco importa que se divulgue poco en su época. La posteridad lo hará. Los ensayos y las poesías de Martí, para citar un caso cercano, eran conocidas sólo por unos cientos de personas mientras él vivió. ¿Y no las tenemos hoy –las tienen los eruditos– entre las mejores que se han escrito en castellano? El escritor cubano ha ido perdiendo público, es la verdad. Hubo una época en que los escritores eran el faro hacia donde miraba toda la ciudadanía. No hay que citar a Heredia, a Domingo del Monte, o Luz y Caballero, a Saco, a Martí. Todo el mundo conoce el caso demasiado bien. Pero en la República comenzó a producirse el divorcio entre el escritor y su pueblo. Sobre todo a partir de esta Generación del 30 ya citada la división se hizo más patente. Hasta Varona y Sanguily, el escritor tenía un rango de primera línea, cumplía un rol fundamental de orientador. La Generación del 30 produjo a dos de los escritores que más han influido en las juventudes: Marinello y Mañach. Los dos eran, cada uno a su modo, continuadores de aquella vieja tradición cubana y americana de la Cultura al servicio de la Patria, que era como si dijésemos del Progreso. Pero a partir de ellos, se vio que las filas ya clareaban. Las nuevas figuras intelectuales ya no se sentían tan “comprometidas”, salvo en el caso de los comunistas. Y conste que tengo en mente, no sólo a los escritores que pudiéramos llamar de ideas, sino a los otros, a los poetas, a los escritores de ficción. Porque paralelamente con la nueva orientación conservadora, derechista y neocatólica de las nuevas generaciones literarias, surgieron los criterios estéticos “avanzados” que todos conocemos y que son probablemente la causa principal de que el pueblo cubano les haya dado a estos escritores las espaldas. IV Este es un artículo demasiado superficial y rápido para entrar en nuevos análisis sobre el tipo de estilo literario que mejor cuadra a Cuba y a su nuevo momento histórico. No me atrevería tampoco a intentarlo. Los periodistas sabemos que eso debe quedar para los escritores. Pero lo que no quería pasar por alto era ese error de enfoque que condujo a tan flagrante injusticia en aquella mesa redonda. Personalmente, soy amigo de la mayoría de los Jóvenes escritores cubanos. Compro sus revistas. Las traigo a mi casa. Las analizo, las leo. Pero siempre que acabo de hacerlo, siempre que termino de leer un cuento, o un poema, o de ver algunos cuadros, me queda la impresión de que se ha gastado demasiada pólvora en tanteos, de que por buscar tanto no se ha hallado casi nada. Nadie tiene razones para suponer que el talento literario (o intelectual en general) de Cuba, vaya empobreciéndose. Ese no es, además, el centro de nuestra discusión. Pero lo que sí es evidente es que ese divorcio entre el escritor y su pueblo existe. Yo creo que atribuirlo a que los periodistas no hablen de los escritores, o a que estos no están agremiados, es una simpleza peligrosa en hombres y mujeres cuya función primordial es profundizar. Ellos tienen que hacerse una severa autocrítica. Tienen que revisarse sus cartillas estéticas. Y sin necesidad de descender al realismo soviético (que es academicismo muerto y sepultado) hallar una zona en la que puedan entenderse con sus paisanos. Si lo hacen, estoy seguro de que sus obras serán tan queridas entre nosotros como lo son en Chile las de Neruda, en México las de Alfonso Reyes y aquí mismo las de Nicolás Guillén. Si, por el contrario, persisten en esa labor de capillitas, como si vivieran en París, cuando viven en una isla mulata, en medio del ardiente mar de las Antillas, se condenarán de por vida a ser esa especie de autoexilado que es siempre el escritor sin público, quinta rueda del carro. Son ellos, y nadie más que ellos, los que tienen que ponerle remedio a esa situación. Echarles la culpa a los periodistas es hacer lo que hacía el francés con el sofá. Bohemia, n. 17, 26 de abril de 1959, pp. 64-65, 114.